Los hechos se han encargado de demostrar la justeza de la política impulsada por el Partido Comunista y otras fuerzas de izquierda en la coyuntura de la segunda vuelta, aquella de condicionar su voto a la candidata oficialista al público compromiso con la plataforma de cinco puntos, que, dicho sea al pasar, fue el único […]
Los hechos se han encargado de demostrar la justeza de la política impulsada por el Partido Comunista y otras fuerzas de izquierda en la coyuntura de la segunda vuelta, aquella de condicionar su voto a la candidata oficialista al público compromiso con la plataforma de cinco puntos, que, dicho sea al pasar, fue el único contenido político serio del repechaje presidencial.
La amplitud del triunfo de Michelle Bachelet apenas encubrió la vital importancia del aporte del voto de la izquierda, cuyo público anuncio coincidió con la sensación de declinación y derrota que proyectó la candidatura derechista desde ese mismo día.
El antecedente no pasó inadvertido para la propia candidata, que en un gesto que tal vez presagia un cambio en dirección a la normalización de las relaciones políticas del país no sólo agradeció la votación de la izquierda en su primer mensaje como presidenta electa, sino que invitó a la dirección del Partido Comunista a una reunión protocolar en la sede de su comando.
En política, dichos gestos tienen un sentido, y por eso se valoran.
Cuando en su pomposa arrogancia, Lagos agradeció «el voto de la gente», en lugar de reconocer a los dueños de los votos que lo llevaron al poder, lo que hizo fue proyectar una clara señal de que mantendría incólume no ya la política, sino la verdadera cultura de la exclusión que el bloque dominante ha utilizado todos estos años para mantenerse en el poder.
Tal vez, una vez en el gobierno, Michelle Bachelet no tenga espacio para hacer algo muy distinto, pero es necesario reconocer que, al menos en lo que de ella depende, ha mostrado un comportamiento cívico que la diferencia nítida y sustancialmente de sus predecesores.
Por cierto, la política es mucho más que gestos.
La dirección del Partido Comunista aprovechó la oportunidad para entregarle en forma personal, su proyecto de ley de reforma al sistema electoral binominal, hecho público el día anterior, todo lo cual significa que con acertado sentido táctico, y de manera inobjetablemente legítima, ha logrado sostener en el tiempo la ofensiva política en la que está empeñado desde el día en que dio a conocer su plataforma de los cinco puntos.
Ahora le corresponde a la presidenta electa demostrar con hechos concretos el cumplimiento de sus compromisos, y sobretodo, la manera cómo se propone hacerlo, porque en esta oportunidad, la convergencia amplia que se ha alineado tras las medidas concretas para la democratización del país, se ha encargado de dejar establecido que una reforma cosmética, que no cambie el sistema binominal por uno proporcional, es igual que nada.
Aunque evidentemente no conversaron en detalle las respectivas iniciativas, la presidenta electa le transmitió a la dirección del Partido Comunista su personal disposición y convicción de cambiar el sistema binominal por uno proporcional, y agregó un antecedente sustantivo: dijo que en esta oportunidad la Concertación como un bloque está dispuesta a lo mismo.
De darse ese escenario, se generaría un movimiento comparable al bloque de saneamiento democrático que terminó con la ley maldita, del que sólo quedó fuera la derecha más recalcitrante y reaccionaria, aquella que histórica y sistemáticamente se opone a la profundización democrática.
De darse ese caso, sería casi innecesario ponderar la justeza de la política del PC, porque el objetivo democrático estaría mucho más cerca.
En esencia, qué se pide.
Simplemente que cada fuerza obtenga la representación parlamentaria que le corresponde a sus votos, como prescribe cualquier sistema mínimamente democrático y ante lo cual no hay argumento que valga.
La solución técnica es sencilla y ya la planteó el PC.
El punto es la voluntad política.
La dirección del Partido Comunista ha utilizado todas las tribunas disponibles para puntualizar que, más que en la voluntad política de la presidenta electa y su coalición, la convergencia amplia por la democratización del país confía en sus propias fuerzas y en su capacidad para articular una gran movilización nacional tras el objetivo.
Si eso no es hacer política, difícil saber qué es.