La publicación de unas caricaturas ofensivas en un diario danés, luego reproducidas en muchos otros periódicos europeos, ha dado lugar a una extendida confrontación que ha suscitado manifestaciones, protestas, apedreamiento de consulados, incendio de embajadas y una vasta ola de rencor en el mundo árabe contra Occidente. La caricatura muestra a Mahoma con un turbante […]
La publicación de unas caricaturas ofensivas en un diario danés, luego reproducidas en muchos otros periódicos europeos, ha dado lugar a una extendida confrontación que ha suscitado manifestaciones, protestas, apedreamiento de consulados, incendio de embajadas y una vasta ola de rencor en el mundo árabe contra Occidente.
La caricatura muestra a Mahoma con un turbante en forma de bomba. Imaginemos casos similares, un rabino portador de una bazuca con la cual extermina palestinos, o una imagen de Jesucristo piloteando un avión F-86 desde el cual ametralla iraquíes. Ello daría lugar a un vasto clamor de los órganos occidentales acusando de antisemitismo o de blasfemia anticristiana a los autores.
Lo que trata de demostrar la presa europea es que el Islam es una religión violenta y ello es una afirmación torpe y majadera porque ignora los infinitos matices dentro del Islam y las fisuras sociales que fraccionan y otorgan una coloración múltiple a esa civilización. No son las religiones las que combaten sino los estados que responden a sus organizaciones políticas. El rencor contra el Islam se origina por su resistencia a no dejarse dominar por la ocupación extranjera, por su inconformidad con la explotación intensiva de sus recursos petroleros.
Para colmo de necedades ahora la prensa europea, e incluso la estadounidense, ha comenzado a reproducir las caricaturas masivamente como una manera de reafirmar la libertad de prensa, que, alegan, ven amenazada. La realidad es otra. Europa y Estados Unidos se han empeñado en una guerra contra Irak y necesitan convencer a sus ciudadanos que esa guerra es justa, que ha sido emprendida contra sujetos agresivos, coléricos y crueles. Esto se ha hecho en todas las guerras. Durante la Segunda Guerra Mundial alemanes y japoneses aparecían en caricaturas, en la cinematografía, en la prensa, en la radiodifusión, como horribles engendros del odio y la maldad. Se creaba así una imagen negativa que predominaba sobre cualquier raciocinio. Es lo que se está haciendo ahora: hay que montar una cadena de reflejos condicionados que permitan una retaguardia de opinión favorable a la guerra.
Todos saben que la libertad de prensa no existe. Las grandes corporaciones propietarias de los medios de comunicación los sitúan al servicio de sus intereses y condicionan la emisión de noticias a las necesidades de las tesis que deseen imponer. Esto fue bien visible al iniciarse la guerra en Irak cuando medios reputados como «neutrales» y «serios» como el New York Times y la CNN dieron versiones tan distorsionadas, tan intrigantes e impostoras que comprometieron su reputación y mermaron su capacidad de influir en la opinión.
La guerra en Irak vino a demostrar a los que aún dudaban que la cacareada libertad de prensa es un mito inexistente. Los periódicos estadounidenses unidos a sus estaciones de radio y de televisión se dedicaron a defender la verdad oficial del gobierno de Bush sin deslizar ni un átomo de hesitación en sus presentaciones. En el lenguaje de los locutores se hablaba constantemente de cómo las tropas habían ido a Irak a restablecer la democracia, a luchar por la libertad del pueblo iraquí, a aplastar para siempre el terrorismo. En ninguna emisión se comentaba sobre las ambiciones de los grandes consorcios petroleros, ni se mencionaban las evidentes vinculaciones financieras de Bush, Cheney y Condoleezza con los carteles del hidrocarburo: Chevron, Texaco, Mobiloil, Shell. No se fue a las entrañas del fenómeno que el mundo está sufriendo: la voracidad imperialista de los grandes monopolios del capitalismo desarrollado.
El pueblo estadounidense se traga estas monsergas y sale con sus banderitas a la calle, inflamados de patriotismo, creyendo realmente que combaten por el rescate de un pueblo encadenado sin percatarse que están siendo usados como autómatas para satisfacer el apetito de ganancias de las empresas petroleras y de los despiadados peones que las sirven desde las esferas de gobierno.
Cada día el capital monopólico se concentra más y las pequeñas empresas pasan a manos de las grandes corporaciones que son las dictadoras de la opinión. Los nuevos amos de la prensa son inmensos «holdings» insertados en lo que se llama la industria de la comunicación y están ligados a periódicos, revistas, cadenas de radio y televisión. La libertad de expresión de la prensa es, en realidad, la libertad del gran capital financiero de moldear la opinión pública de acuerdo con sus intereses.
El futuro de la economía de mercado nos depara, en los medios de comunicación masiva, una gran tecnocracia totalitaria unida electrónicamente a un cerebro común en una computadora central que dará las pautas de comportamiento ante cada contingencia. La «libertad de información» ha desaparecido ante un pacto colectivo de aceptar una «verdad» única. El albedrío cognoscitivo se eclipsa ante la robotización de la encuesta y el sometimiento del criterio.
No puede esgrimirse la inexistente «libertad de prensa» como una excusa para fomentar el odio religioso, la xenofobia y la intolerancia como parte de una guerra psicológica para aplastar la justificada rebeldía nacionalista de los pueblos árabes.
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