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Terrorismos a la carta

Fuentes: Rebelión

«Los que murieron nunca podrán perdonar, pues bajo el peso de la losa que se cierne sobre ellos en los cementerios jamás lograrán dar expresión al que hubiera podido ser su deseo». «El perdón a los que han cometido el delito más absoluto, a los que han perpetrado un crimen irreparable, no es posible, bajo […]

«Los que murieron nunca podrán perdonar, pues bajo el peso de la losa que se cierne sobre ellos en los cementerios jamás lograrán dar expresión al que hubiera podido ser su deseo». «El perdón a los que han cometido el delito más absoluto, a los que han perpetrado un crimen irreparable, no es posible, bajo ninguna circunstancia por intenso que pudiera ser el deseo de un gobierno o, incluso de una sociedad para concederlo».

Si aceptamos estas afirmaciones como correctas, si las asumimos como si fueran nuestras, han de servir para todos los casos, para todas las víctimas habidas en todas las contiendas armadas, previo reconocimiento de los culpables. Sería algo así como una declaración de principios. Eso sí, bastante poco cristiana y muy discutible, incluso desde el punto de vista de un agnóstico, que no necesita de la moral cristiana para valorar lo que significa el perdón para la convivencia entre los humanos.

Releyendo esos principios en busca del autor, se imagina uno a un tipo excepcional, un acérrimo enemigo de todo el que causa la muerte de un semejante, tanto da si autor material o intelectual, que hoy estará clamando contra las invasiones de Afganistán, Irak y Haití o contra los asesinatos selectivos de Israel y los sufrimientos que le causan desde hace años al pueblo palestino, por citar los casos mas brutales de crímenes en masa, desde una aplastante superioridad de medios para matar masivamente. Entenderíamos su posición radical contra el perdón por la dimensión de los crímenes, agravada por la impunidad y la prepotencia de que hacen gala sus autores, que no esconden su condición de asesinos y torturadores, ante un mundo de gobiernos y organismos supranacionales que, con muy contadas y honrosas excepciones, asiste impasible al sangriento espectáculo.

Cabe otro perfil del autor de esos principios: El de alguien a quien afectó de cerca el crimen, por la muerte de algún allegado y reacciona impulsivamente, dejándose llevar por el ansia de venganza, sin haber medido el verdadero alcance de sus palabras. En ese caso mal se le puede llamar principio, y sí mas bien exabrupto. Una persona más bien normalita, que con el tiempo quizás se arrepienta de haber sido tan radical. Una persona que acaso encuentra la oportunidad de encontrarse cara a cara con el que le mató al ser querido y escuche su arrepentimiento o bien las razones últimas que le llevaron a cometer el crimen. Razones discutibles, o sea, que pueden ser objeto de discusión. Puede ser que haya sido en un entorno de lucha donde le sea posible alegar que obedecía ordenes, con lo que repentinamente nos encontraríamos ante un ser humano que de repente, nos parece normal, acostumbrados como estamos todos a obedecer en esta triste sociedad jerarquizada.

¡Que tranquilidad nos invade cuando, junto al mensaje, se nos dice quien ha sido el mensajero! No aparece ninguna duda, no tenemos que establecer hipótesis, no nos arriesgamos a equivocarnos al analizar libremente el contenido. Todo nos viene dado por el contexto. Aclarémoslo: Las palabras con las que inicio esta reflexión las pronunció el presidente del Foro Ermua, Mikel Buesa, en el III Congreso Internacional de Victimas del Terrorismo, celebrado en Valencia los días 12, 13 y 14 de Febrero.

Así, todas las hipótesis que estábamos estableciendo se diluyen como un azucarillo en un vaso de agua. Ni ser excepcional indignado con la práctica del terror en el mundo sea de donde viniere, ni animal herido que se revuelve ofuscado contra el causante de su dolor. Porque a Mikel Buesa le traen al pairo las victimas del mayor terrorista – por número de víctimas, por magnitud del ensañamiento y por el despliegue de medios para matar – que hayan conocido los tiempos modernos, George W. Bush, que ni siquiera ha sido citado en ese Congreso (¿dónde está la invitación a los parientes de las victimas causadas por Posada Carriles? ¿Dónde la invitación a Cindy Sheenan, con un hijo muerto por practicar el terror por encargo?). Ni indignación ante el horror ni dolor sincero, sino una repugnante vertiente del quehacer político en el siglo XXI, que consiste en manipular los sentimientos ajenos para reafirmar las tesis de un partido político. Una actitud sinceramente enemiga del terrorismo no discrimina entre un tipo u otro de terrorismo, ni entre un causante y otro. Buesa, en su ceguera y sectarismo, ni siquiera se ha parado a analizar el alcance de lo que estaba diciendo. Los principios que enuncia, despojados de su autor, circulando anónimamente, se ajustan a lo que podría sentir y gritar una madre palestina o iraquí a la que el terror le arrebató a toda su familia. La magnitud de los crímenes que en esos lugares se están cometiendo justificaría una reacción visceral como esa.

Pero no es ese el caso: Tal como sucede con los robos que salen en la prensa y se tornan objeto de comentario general, al morbo le sucede la condena general… si son pobres desconocidos. Si actúan desde un despacho enmoquetado, son ricos conocidos y poderosos, como, pongamos dos casos reales, Botín o Alierta, el silencio se apoderará de los cenáculos del chismorreo. Y, naturalmente, no sufrirán condena alguna, sin que nadie se rebele abiertamente contra eso. Lo mismo sucede con estas víctimas que representa Buesa: Los que practican el terror a gran escala, conocidos y poderosos, son excusados de la crítica, que se ceba en los terroristas de tres al cuarto, que matan poquito, que diría Gila.

Esto les lleva a enredarse en mil contradicciones, la primera y más gritante, la que hay entre su propia actitud ante los crímenes y la que exigen a los demás. Resulta que en el País vasco la figura pública que no condena el terror es calificada inmediatamente de cómplice de los terroristas, mientras que ellos no denuncian ese otro terror, repito una y mil veces, infinitamente mas destructor y aniquilador de vidas humanas al que estamos asistiendo en varios lugares del globo. Decididamente, su blanco es únicamente ese terror de tercera división, sobre el que descargan esa andanada con la que comienza este articulo, con la «valentía» que produce el saber que el mayor terrorista de la actualidad está aplaudiendo esas palabras. De los terrorismos a denunciar, en Valencia se eligió el que más barato sale.