Recordar a Camilo Torres Restre-po a los 40 años de su muerte en combate es hacer memoria de una historia de congruencia y compromiso personal con la causa de los explotados de Nuestra América. Es revivir del pasado cercano la figura de un revolucionario, trasgresor de barreras y convencionalismos, colombiano universal que murió luchando, como […]
Habiendo nacido en una familia acomodada, Camilo cruza su primera frontera, la de clase, al escoger el sacerdocio como expresión de la brújula que guió la brevedad de su vida: el amor al prójimo, que mucho predican los mojigatos que nos gobiernan en México hoy en día y que poco practican en la cotidianidad. Sin embargo, en la búsqueda de explicaciones terrenales a los problemas sociales de su pueblo y respondiendo a la honda huella de rebeldía e inconformidad que impactó a la generación que fue testigo del triunfo de la Revolución Cubana, Torres Restrepo encuentra en la sociología un instrumento idóneo para adentrarse en la interpretación de la lacerante realidad colombiana.
Es explicable que, habiendo estudiado en Lovaina, halló no la ciencia social que elabora complejas justificaciones a la pobreza y coberturas a la explotación, sino explicaciones basadas en una interpretación marxista, de la cual retoma sus aspectos metodológicos y su tradición humanista. Nunca se consideró comunista, pero jamás se sumó a la campaña furibunda contra el comunismo de las oligarquías y el imperialismo, tan común en esos días, a través del bombardeo masivo desde los medios de comunicación y los pulpitos al servicio de los poderosos.
La convergencia entre cristianos y marxistas lo describe como un hombre flexible y nada afecto al dogmatismo que ha menguado tantos afanes de la izquierda. Con toda justeza pedía al marxista que evolucionara de la perspectiva simplista de la religión como «el opio del pueblo» y, por otra parte, pedía a los cristianos que reconocieran la utilidad del materialismo histórico para la práctica revolucionaria y la idea de que también existen valores fundamentales fuera de la iglesia y las creencias religiosas. Muy oportuna y conocida su frase al respecto: «Es absurdo pensar que comunistas y cristianos no pudieran trabajar juntos por el bien de la humanidad y que nosotros nos ponemos a discutir sobre si el alma es mortal o inmortal y dejamos sin resolver un punto en que si estamos todos de acuerdo y es que la miseria sí es mortal».
También como sociólogo, Camilo cruza otra frontera, la de la ciencia contemplativa, y se adentra en el territorio de la acción política con fundamento en un criterio que da origen a la teología de la liberación: «el deber de todo cristiano es ser revolucionario, y el deber de todo revolucionario es hacer la revolución».
Como dirigente político se topa en un momento dado con las limitaciones impuestas por la represión a la lucha institucional y cruza la frontera definitiva que lo llevaría a la lucha armada y a la muerte, la cual en este caso, debiera ser interpretada como sacrificio desde sus concepciones cristianas. Sin embargo, es significativo que un sacerdote católico haya decidido dar tan singular paso. Houtart lo explica a través de su propia experiencia de joven seminarista con el dilema de ver su patria (Bélgica) ocupada por las hordas fascistas: no había otra opción que no fuera resistir con las armas en la mano.
Se pregunta Françoise: «¿Cómo conciliar una opción cristiana, de amor al prójimo, al enemigo, del perdón, de la no violencia con la lucha armada?» Y él mismo se responde: «los principios no se viven en abstracto…Se trata de elegir las ambigüedades de los oprimidos o las de los dominantes. El Evangelio exige claramente la identificación de los pobres. Sin embargo, esta opción exige un juicio político y un juicio ético…Para Camilo, eso era claro: transformar una sociedad totalmente injusta por la vía armada porque todas las otras maneras de realizar el sueño se habían agotado»
Hay un aspecto en Camilo que lo caracteriza y que explica sus frecuentes rupturas: por un lado, su honradez sin concesiones, su coherencia, que lo llevan a transitar por la vida incesantemente y, por el otro, su criterio de eficacia: él quiso dar eficacia al sacerdocio, a la sociología, a la acción política y al compromiso revolucionario. «Para que el amor sea eficaz» podría ser una de las frases que lo definieran.
Es sorprendente actual la perspectiva de Camilo sobre su confianza en el pueblo, sobre la necesidad de organizar de «abajo arriba, de la vereda hacia el pueblo, del barrio hacia el centro, del campo a la ciudad». Él afirmaba que la verdadera organización es la que el pueblo asume como propia y construye como acción colectiva y autónoma. Esto lo hace un libertario y un enemigo de las burocracias.
No podríamos recordar la caída en combate de Camilo Torres Restrepo hace 40 años sin hacer referencia a la realidad actual de su patria, Colombia, desgarrada por decenas de años de muerte de sus mejores hijas e hijos, de terrorismo de Estado, de intervención estadounidense, de paramilitarismo, de dominio del narcotráfico en amplios espacios del Estado y la sociedad.
Hace algunos años asistí en Colombia a la firma de un dialogo que, como en el caso mexicano, no prospero. Ahora esta en marcha otro dialogo en La Habana entre el gobierno y el ELN. Hacemos votos por que la terrible problemática que vive ese país hermano tenga una solución por la vía del poder popular, la democracia participativa de las mayorías, la independencia plena y, sobre todo, la paz.