A principios de este mes de abril, a lo largo de una entrevista telefónica que me hicieron en TeleSUR para acompañar a las imágenes de manifestaciones y disturbios callejeros en Francia contra la malhadada ley del CPE (Contrato de Primer Empleo), saludé el coraje del pueblo francés, el único en Europa todavía capaz de resistir […]
A principios de este mes de abril, a lo largo de una entrevista telefónica que me hicieron en TeleSUR para acompañar a las imágenes de manifestaciones y disturbios callejeros en Francia contra la malhadada ley del CPE (Contrato de Primer Empleo), saludé el coraje del pueblo francés, el único en Europa todavía capaz de resistir algunos de los ataques más insolentes del neoliberalismo. El año pasado ya lo demostró al darle el golpe de gracia, mediante referéndum, a un proyecto de constitución europea que aspiraba a implantar la economía capitalista como sujeto soberano bajo la fachada de la democracia occidental, y ello a pesar de que tanto la derecha gobernante en el Elíseo como el aparato político oficial del poderoso Partido Socialista Francés (PSF) -la «izquierda» burguesa- habían avalado aquel texto infumable salido de la pluma del dinosaurio político Valéry Giscard d’Estaing [1]. Vale la pena recordar que pocas semanas antes del «no» francés el pueblo español se había tragado sin rechistar esa misma píldora, en este caso administrada por los «izquierdistas» burgueses del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) [2], y que otros nueve países de la UE (Alemania, Austria, Bélgica, Eslovaquia, Eslovenia, Grecia, Hungría, Italia y Lituania) también acababan de aceptar -ya fuese en referéndum o por decisión parlamentaria- el proyecto constitucional europeo.
Asimismo, el país galo fue noticia planetaria durante los meses de noviembre y diciembre de 2005, cuando los jóvenes sin porvenir de los guetos que rodean cada urbe francesa descubrieron -quizá sin pretenderlo- una nueva forma de lucha de clases al quemar, noche tras noche durante muchas semanas, el símbolo «metafórico» del capitalismo corporativo occidental: el automóvil [3,4]. La ley del CPE, impuesta luego por el actual primer ministro Dominique de Villepin en la Asamblea Nacional Francesa sin ningún tipo de negociación previa, fue justamente el remedio con el que el gobierno pretendía curar la causa de aquellos disturbios, un remedio que, como suele decirse, era peor que la enfermedad, pues imponía con el peso del parlamento una precariedad laboral que, sin dicho aval, es sólo un exceso «tolerado» mediante el cual la patronal capitalista se arroga el derecho de someter a millones de jóvenes y menos jóvenes a un estado de continua proletarización e incertidumbre al privarlos de un trabajo con futuro [5].
Francia, que conserva en los genes de la memoria las imágenes de aquel mayo indescriptible de 1968, ha vuelto a dar un ejemplo al mundo en 2006 ganándole este pulso al hasta ahora carismático De Villepin y quebrando en pocas semanas su imparable trayectoria ascendente, que hubiese podido llevarlo al sillón presidencial en las próximas elecciones de 2007 [6].
El lado oscuro de la República Francesa
En un reciente mensaje de correo electrónico a su lista de envíos, el escritor belga Michel Collon se asombra de las opiniones distorsionadas que tiene el público neoyorquino sobre Francia, pues en un documental emitido por la cadena televisiva francoalemana Arte los entrevistados decían generalidades tales como «Francia es un país socialista», «los franceses se pasan todo el tiempo de vacaciones» o «los jóvenes manifestantes contra el CPE esperan que el gobierno les encuentre un trabajo en vez de buscarlo ellos» [7]. ¿Qué imagen fantasiosa dan los medios de comunicación estadounidenses de los franceses?, se pregunta Collon. A lo cual cabría responder que los medios globales, no sólo estadounidenses sino de todas partes, están hoy en manos de multinacionales y se han convertido en los nuevos misioneros del capitalismo corporativo [8,9], por lo que transmiten la imagen que les conviene para su propio beneficio, nunca la imagen de la realidad.
La mejor manera de que nada cambie en Francia consiste en presentarla ante la opinión pública mundial como un país capaz de vencer a la globalización neoliberal con manifestaciones callejeras, algo que es rigurosamente falso pero que sirve para dar buena conciencia al movimiento antiglobal, mientras que los políticos profesionales y sus socios corporativos siguen destruyendo la función del estado del bienestar.
El grito, por Juan Kalvellido
¿Es lógico, entonces, admirar a la República Francesa en su calidad de aparato institucional? Yo pienso que no, pues una cosa es sentir orgullo como seres humanos ante el coraje social de personajes de la izquierda extraparlamentaria gala como el sindicalista José Bové o ante la visión de esos millones de franceses solidarios que no dudan en echarse a la calle a protestar y otra muy distinta creer que, en la práctica, su gesto tenga más valor -aunque sea mucho, ojalá el resto de occidentales fuésemos como ellos- que el de unos paños calientes sobre la piel dolorida de un enfermo canceroso, capaces de aliviar el sufrimiento, pero nada más, pues la única esperanza real de una cura sería la extirpación quirúrgica de su mal. Francia, como casi todos los países, está enferma de capitalismo y no será la derrota de la ley del CPE lo que desequilibrará allí la balanza entre ricos y pobres. En otras palabras, las leyes y los políticos pasan, pero el sistema permanece. Es posible que Dominique de Villepin llore y grite hoy amargamente su descalabro a la manera munchiana que ha plasmado Kalvellido, pero mañana su silla estará ocupada por otro colega tan nefasto como él, y aquí paz y allá gloria.
La República Francesa, ya se sabe, surgió de una revolución cuyo objetivo principal era destruir el feudalismo para reemplazarlo por el orden de la burguesía y eso, por desgracia, se nota. Sigue siendo la república que restableció la esclavitud inicialmente abolida en su colonia de Haití, de tal manera que el pequeño país caribeño hubo de conquistar con sangre su independencia; la misma que se opuso a la Comuna, castigó a Dreyfus, colaboró con el nazismo, peleó una guerra sucia en Argelia, se deshonró en Indochina [10], aplastó el Mayo francés, atentó contra Greenpeace, hizo explotar bombas atómicas en el Pacífico, sigue manteniendo un ejército colonial en África y en fechas recientes ha acompañado a USA en el impúdico golpe de estado contra el presidente constitucional haitiano Jean-Bertrand Aristide. Desde cualquier punto de vista que toque de cerca el ideal de solidaridad entre los seres humanos, la República Francesa es una auténtica ruina.
De Robespierre a Chirac han evolucionado las formas, pero no el fondo. Los revolucionarios burgueses no buscaban mejorar el mundo, sino sólo las prerrogativas de la clase social a la que pertenecían. Chirac tampoco y aún menos Mitterrand, representante perfecto de la socialdemocracia, corrupción del ideal socialista que acepta el capitalismo y con ello desnaturaliza la izquierda y la convierte en un simple eslogan para ganar elecciones inútiles. Es verdad que, puestos a estar mal, siempre será mejor tener al frente del estado a un Mitterrand que a un Chirac, pero eso es todo. El límite que separa la injusticia social de la redistribución democrática de la riqueza nunca estuvo en peligro en Francia, ni con el uno ni con el otro.
La nostalgia de Charles Trenet
Como siempre, quizá hayan sido los artistas quienes mejor han plasmado la realidad del entorno donde les tocó nacer o vivir. Bernal Díaz del Castillo, Victor Hugo, S. M. Eisenstein o Pablo Picasso nos dejaron monumentos imperecederos que permiten analizar dialécticamente las condiciones socioeconómicas de su época. Pero no voy a ocuparme en este ensayo de obras consideradas «mayores» por los popes de la cultura, sino de dos sencillas canciones, en apariencia insignificantes -¿quién sería el insensato que etiquetó la canción popular como un sucedáneo del arte?-, pero que definen a la perfección la ideología de la República Francesa como aparato de poder: la primera –Douce France– desde el punto de vista laudatorio de la burguesía y la segunda –Ma France– desde el de la izquierda revolucionaria.
Todo texto, ya sea fílmico, pictórico o literario, «es» lo que dice, con independencia de quien lo filmó, lo pintó o lo escribió. Y, salvo por pura anécdota acompañante, es una falacia incluir datos relativos a la biografía del autor entre los elementos de su análisis. Es cierto, el gran chansonnier francés Charles Trenet (1913-2001) [11], a quien se le debe La Mer y Douce France -dos de las canciones más famosas de todos los tiempos en el país galo- nació en el seno de una familia acomodada: su padre era notario, lo cual permitió que el pequeño Charles accediese a la cultura en una época particularmente penosa para las clases humildes de Francia y, sin duda, este detalle nada insignificante contribuyó al sesgo ideológico de Douce France, que tal como puede comprobar el lector aquí abajo, hace hincapié con nostalgia en sus recuerdos personales, pero sin trascenderlos en absoluto. No en vano se ha dicho que la nostalgia, con la buena conciencia acrítica que proporciona, es un sentimiento de derechas. Todo en Douce France -escrita en 1943, durante el gobierno de Vichy- es de color de rosa: el camino hacia la escuela, los paisajes, las casas, el horizonte. ¿Y qué decir de esa terrible palabra, «inconsciencia», que inconscientemente se escapa en medio de los versos como un lapsus freudiano? Olvidémonos por un instante de Charles Trenet para centrarnos en la «voz narrativa» que cuenta la historia, ese «artefacto de comunicación» que es quien en realidad le habla al lector/oyente y que no representa sino a la voz de la burguesía francesa: sus palabras felices se sitúan en esa tierra de nadie de la autocomplacencia narcisista y destapan el egoísmo congénito burgués, su incapacidad de compasión o de rabia ante las desigualdades sociales que supuran por la pústula capitalista. La Francia que se despliega junto a los compases de Douce France es el país de las maravillas, el jardín del Edén, la idea alucinatoria que de sí mismo tiene el aparato estatal de la República Francesa, con sus alardes de grandeur, su egolatría y su retórica hueca de derechos humanos, democracia, libertad, igualdad y fraternidad.
Douce France [12] |
Dulce Francia [12] |
Il revient à ma mémoire Douce France J’ai connu des paysages |
Me vienen a la memoria Dulce Francia He conocido paisajes |
El ojo inquisitivo de Jean Ferrat
Del otro lado del espectro ideológico se encuentra la canción Ma France, con letra y música del cantante Jean Ferrat (1930- ) [13], escrita en 1969, tras el fracaso del Mayo francés. Ferrat, una de las glorias vivas de la época dorada de la chanson française junto a Charles Aznavour, ha tenido una proyección internacional mucho menor que éste o que otros monstruos como Gilbert Bécaud, Charles Trenet o Édith Piaff, y ello probablemente a causa de su inamovible compromiso con la izquierda marxiana. Acérrimo y consecuente internacionalista, ha rendido homenajes musicales a Antonio Machado o a Federico García Lorca y le ha puesto música a muchos poemas de Louis Aragon y otros poetas de la izquierda. A él se le deben canciones inolvidables como Cuba sí, Potemkine, La Montagne, À Santiago (de Cuba) o esa maravilla titulada Nuit et brouillard sobre las víctimas del nazismo. Pero centrémonos en Ma France, que Ferrat canta con su hermoso timbre acariciador. Al igual que en Douce France, la voz narrativa no oculta en ningún momento el amor por el país al que están dedicados estos versos (Je n’en finirai pas d’écrire ta chanson / Ma France), pero no hay nostalgia en ella ni ocultación del lado oscuro de su historia. Antes al contrario, la amarga realidad surge de improviso para interpelar a los políticos profesionales que ensucian el nombre de la república (Cet air de liberté au-delà des frontières / Aux peuples étrangers qui donnaient le vertige / Et dont vous usurpez aujourd’hui le prestige) y recordarle al lector/oyente que una parte del pueblo francés sí tiene memoria revolucionaria (Elle répond toujours du nom de Robespierre / Ma France). Una vez establecidas tales premisas, la voz narrativa toma partido y se sitúa sin ambigüedades en el bando de los desheredados -tan alegremente omitidos, como si no existiesen, en Douce France-, de los niños que trabajaban en las minas, de los obreros en las fábricas, de aquellos que, como Marx señaló, sólo poseen la fuerza de sus brazos, y termina en apoteosis con una imagen poética de la Francia insurrecta, la que surge de las minas y baja de los montes, la Francia hermosa, la rebelde. El ojo inquisitivo de Jean Ferrat no sufre de ceguera culpable como el de Trenet, sabe muy bien cuál es la realidad de la República Francesa y estos versos, que ya tienen treinta y siete años, no han envejecido: cualquiera podría haberlos escrito hoy.
Ma France [14] |
Ma France [14] |
De plaines en forêts de vallons en collines Au grand soleil d’été qui courbe la Provence Cet air de liberté au-delà des frontières Celle du vieil Hugo tonnant de son exil Picasso tient le monde au bout de sa palette Leurs voix se multiplient à n’en plus faire qu’une Celle qui ne possède en or que ses nuits blanches Qu’elle monte des mines descende des collines |
De llanuras a bosques de valles a colinas Bajo el sol veraniego que inclina la Provenza Ese aire de libertad que traspasa fronteras La del viejo Hugo despotricando en el exilio Picasso sostiene el mundo con su paleta Sus voces se multiplican y forman una sola Aquella cuyo oro son sus noches de insomnio La que surge de las minas y baja de los montes |
La libertad guiando al pueblo hace agua, transfotografía anónima de arte digital con movimiento añadido
encontrada en la red, según el cuadro original de Eugène Delacroix (1798-1863)
La democracia burguesa como problema
El loable espíritu de lucha del pueblo francés, que es una de las consecuencias más maravillosas de su Revolución, hace que a los políticos burgueses que controlan el aparato estatal de la República les sea muy difícil engañar a las masas cuando las mentiras son de grueso calibre y ésa es una de las características fundamentales que diferencian a los franceses del resto de sus vecinos europeos, todos ellos presa fácil de los aprendices de brujo que controlan la res publica continental. Sin embargo, en el mundo globalizado de poco vale ganar batallas parciales como la de la constitución europea o la de la ley del CPE, pues éstas no son sino meros accidentes en el camino del neoliberalismo, que sigue bien atrincherado en el aparato estatal. Por el momento al menos, esta guerra sin cuartel contra las libertades populares la va ganando el enemigo, pues el auténtico problema -no lo dude el lector- es el orden socioeconómico que la democracia burguesa defiende y representa en Occidente, desde Helsinki a Buenos Aires. Ese orden, inalterado a día de hoy, funciona como una camisa de fuerza que bloquea cualquier avance hacia el socialismo. Los partidos franceses y europeos autodenominados de izquierda y con posibilidades de gobierno -autodenominación que los medios corporativos globales aceptan con deleite, lo cual es una prueba más de que en realidad se trata de una falsedad- son a lo sumo socialdemócratas, únicamente interesados en disfrutar de las prerrogativas del poder.
Conforme se acerca la fecha de las elecciones presidenciales de 2007 en Francia, y tras la caída en desgracia de Dominique de Villepin, hoy sólo se perfilan dos candidatos capaces de liderar a los bandos en contienda: Nicolas Sarcozy en el lado de la derecha clásica (pues el fascista Front National hace mucho ruido, pero nunca ganará) y Ségolène Royal en el de la derecha moderada, es decir, la del Partido Socialista Francés. Esta última, compañera en la vida privada de François Hollande, el secretario general del PSF, está siendo objeto en las últimas semanas de una auténtica campaña de relaciones públicas por parte de todos los medios de comunicación, algo que sin duda la llevará a la investidura como candidata de la «izquierda». Pero incluso si consigue convertirse en la primera mujer que accede al puesto de Presidente de la República, el modelo de sociedad no cambiará, pues en Europa en general, y en Francia en particular, aún están por nacer los Castro, Chávez, Marcos o Morales que son el sol resplandeciente de América Latina, el único lugar en el mundo, ya lo he dicho en otras ocasiones, donde habita la esperanza.
NOTAS
[1] Valéry Giscard d’Estaing (1926- ), presidente de la República Francesa de 1974 a 1981.
[2] El porcentaje de abstención en España fue enorme, el 57,68%. Véase www.elmundo.es/especiales/2005/02/espana/constitucioneuropea/resultados/globales/.
[3] Véase Michel Collon, Banlieues : 10 questions (www.michelcollon.info/articles.php?dateaccess=2005-11-14%2012:10:56&log=articles)
[4] Véase Manuel Talens, Lucha de clases en el patio trasero del país de Robespierre (www.rebelion.org/noticia.php?id=22369)
[5] Véase Osvaldo Coggiola, Francia inaugura una nueva etapa política en Europa (www.rebelion.org/noticia.php?id=30303). Traducción de S. Seguí y Ulises Juárez Polanco. Revisión de Caty R.
[6] Dominique de Villepin es un diplomático de carrera con físico de actor de cine que nunca se ha presentado a unas elecciones. En 2005 el presidente Jacques Chirac lo eligió a dedo para sustituir al nada carismático Jean-Pierre Raffarin en el cargo de primer ministro y contrarrestar así entre la opinión pública, de cara a las próximas elecciones presidenciales de 2007, los cada vez mejores porcentajes de aceptación que obtiene el ultraconservador Nicolas Sarkozy, a quien el presidente detesta a pesar de pertenecer a su propio partido. En una sociedad mediática como la actual, en la que la imagen suplanta a las ideas, todo le ha ido bien al atractivo De Villepin hasta que cometió el error de tratar de imponer la ley del CPE, error que probablemente le ha costado su futuro político.
[7] Véase Michel Collon, La imagen de los franceses (www.rebelion.org/noticia.php?id=30261). Traducción de Beatriz Morales Bastos.
[8] Véase Edward S. Herman y Robert W. McChesney, Los medios globales, los nuevos misioneros del capitalismo corporativo, Ediciones Cátedra, Madrid 1999 (traducción de Manuel Talens).
[9] Véase Carlos Martínez, Atacando el monopolio de la información desde los medios digitales (www.rebelion.org/noticia.php?id=29547). Traducción al inglés de Manuel Talens, con revisión de Mary Rizzo: www.axisoflogic.com/artman/publish/article_21780.shtml.
[10] El lector queda invitado a buscar y escuchar una maravillosa canción que Jean Ferrat escribió en 1966, Pauvre Boris, dedicada al músico y escritor Boris Vian, en la que se dice textualmente: Voilà quinze ans qu’en Indochine la France se déshonorait (www.paroles.net/chansons/19825.htm).
[11] Para una somera biografía en francés de Charles Trenet, véase www.chez.com/trenet/.
[12] www.paroles.net/chansons/14099.htm.
[13] Para una somera biografía en francés de Jean Ferrat, véase www.jean-ferrat.com/.
[14] www.paroles.net/chansons/17677.htm.
[15] Louis-Adolphe Thiers, primer presidente de la III República Francesa. Se lo recuerda por haber aplastado en un baño de sangre la insurrección de la Comuna de París cuando era primer ministro.
[16] Celle de trente-six à soixante-huit chandelles. Este verso de rima aconsonantada (belle / chandelles) hace alusión a dos fechas importantes en el devenir de la izquierda francesa durante el siglo XX, 1936 y 1968. La primera fue el año de la victoria parlamentaria del Front Populaire de Léon Blum, mientras que la segunda ha pasado a los anales como el año de los sucesos de Mayo. Es aquí donde entra en juego la palabra chandelles, proveniente de la expresión voir les trente-six chandelles, muy utilizada en el boxeo, que significa literalmente «ver las treinta y seis velas» y equivale a nuestro «ver la estrellas» tras un golpe seco en la cabeza. La ingeniosa metábola permutativa de ambas cifras que introduce Ferrat en esa expresión consagrada por el uso le permite representar así, metafóricamente, el fracaso de la insurrección estudiantil sesentaiochesca a manos del aparato represivo de la República Francesa. Véanse www.artehistoria.com/frames.htm?http://www.artehistoria.com/historia/contextos/3117.htm y www.artehistoria.com/frames.htm?http://www.artehistoria.com/historia/contextos/3671.htm.
Traducción inglesa en: www.axisoflogic.com/artman/publish/article_21885.shtml
Manuel Talens es escritor y traductor español, miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala (www.tlaxcala.es). Su sitio web es www.manueltalens.com. El dibujante español Juan Kalvellido es miembro del colectivo Tlaxcala, mantiene una sección permanente en inglés en el sitio alternativo usamericano Axis of Logic (www.axisoflogic.com/artman/publish/Juan.shtml) ) y su blog personal es http://kalvellido.blogsome.com/.
Este ensayo está dedicado al artista francés Dieudonné Mbala, candidato testimonial a las elecciones presidenciales de 2007.