Si encuentras un botón sobre el suelo, recógelo, tal vez un pañuelo. Puede ser de la chaqueta de un último profesor, la camisa ensangrentada de un niño El abrigo de un campesino humilde reventado. Detrás de cada botón puede haber una rosa enterrada. Una rosa de cal, de río perturbado, de montaña desconcertada. Una rosa […]
Si encuentras un botón sobre el suelo, recógelo, tal vez un pañuelo.
Puede ser de la chaqueta de un último profesor, la camisa ensangrentada
de un niño
El abrigo de un campesino humilde reventado.
Detrás de cada botón puede haber una rosa enterrada.
Una rosa de cal, de río perturbado, de montaña desconcertada.
Una rosa marina, una rosa de huesos quebrados.
Contrabandistas de dolor, corsarios indolentes, piratas de lo ajeno
Han enterrado por toda la arena del mundo cientos de tesoros.
Tesoros que no yacen en sarcófagos de oro, ni en ataúdes de mármol.
No están adornados de jade, ni esmeraldas, ni perlas, ni diamantes.
Tesoros que no llevaron, ni sus perros, ni sus sirvientes, ni sus
mujeres.
Ni los perros, porque respetaban hasta la más elemental de las vidas.
Ni sirvientes porque lucharon contra la esclavitud y la servidumbre.
Ni sus mujeres, porque no ahogarían con su llanto una mariposa que
compartió
el jardín de sus vidas, ni mujeres, porque son la raíz de la vida.
No encontrarás doblones de oro, hechos con sufrimiento ajeno
Tampoco encontrarás perlas hechas con huesos de indios.
No hallarás armas, ni reliquias.
Los enterraron desarmados, les robaron todo lo que pudieron.
Ni siquiera una cruz, mucho menos una bandera roja a modo de cabecera.
Tampoco vasijas finas, ni artes, ni libros. Sus sepultureros las
quemaron
antes.
Vieja costumbre del viejo continente.
Tampoco te harás rico como famoso antropólogo, nadie te llamará desde
algún
museo.
Pensarás que descubriste un cementerio de momias antiguas, pero no.
Son demasiado recientes, si hay hasta un listado con sus nombres.
No te será difícil encontrar estos tesoros enterrados.
Casi todos están maniatados. Sus manos duermen a sus espaldas.
No pienses que con un par de esposas. No se despilfarra así,
En muertos, instrumentos tan caros, ni de tanta usanza.
Un alambre de púas será lo más cierto.
Arquitectos cetrinos de catacumbas pensaron que está posición era la
más correcta.
Una porque están expuestos, otra porque no se pueden defender y la
última y
más importante para ellos, es que denota una cierta posición de
respeto.
Como un alumno de la vida, ante un profesor de la muerte.
Lo otro es que fueron acribillados por la espalda. (Aunque más de
alguno se
equivocó y les disparó a la cara. Estos que se equivocaron son fáciles
de
reconocer, tienen los ojos sin vida. Tanta luz desorienta hasta el más
ducho
de los vampiros)
Muchos aún conservan la venda sobre los ojos. Les dije que eso de mirar
al
verdugo a la cara es muy peligroso.
También lo otro es que sus mandíbulas están abiertas.
A muchos los enterraron con vida. Agonizando en su desesperación por
tragar
aire, engulleron el polvo de la perfidia. La ceniza de la indolencia.
Ya ves, no es tan difícil, hazte de una pala y ponte a cavar.
Pero…
No te fíes de los mapas de piratas, ellos mueven los tesoros de aquí
para
allá, de allá para acá.
Tampoco creas lo que te dicen, les gusta hacerte sufrir un rato,
treinta
años por ejemplo,
No es tanto.
Los huesos son simples huesos para ellos, hasta un perro tiene más
principios.
Un racimo de huesos etiquetado con cualquier nombre, les da lo mismo si
es
el correcto.
Lo hacen por jugar un rato, pero también porque lo que dijeron ayer, no
es
efectivo mañana, lo que hicieron anteayer, hoy día lo niegan o no lo
recuerdan o están muy viejos y arcaicos.
También tratarán que desistas de buscar. No será mejor que olvidemos
este
juego dirán.
Este juego de sangre, odio, cobardía y traición.
Gritan molestos desde su barco varado a la derecha, desde ese gran mar
llamado Impunidad.
Como te decía, no encontrarás nada que te haga millonario. Pero si
inmensamente rico.
Encontrarás un tesoro oculto, la tierra aún estará húmeda, ha llorado
más de
30 años.
Tu premio, recompensa será que le darás paz, descanso a esos tesoros.
Una
sepultura cristiana o por lo menos donde llevarle claveles rojos los
domingos.
Harás que sus familias suelten ese pesado bulto de incertidumbre. Ahora
sabrán.
Ahora también descansarán y la próxima mañana volverán a luchar por lo
que
su precioso tesoro fue enterrado.
Tu recompensa será que le darás carne de justicia a esa estatua de
huesos y
piedras.
Tú serás el que cante sus canciones, el que levante su pañuelo.
Bueno, cuando la última gota de tinta haya caído sobre este escrito
Espero que vayas a buscar tu pala y a tus amigos.
Tanto tiempo esperando, es un tiempo maldito.
(Del Libro: «Poesía en Luto», Santiago, 2004 ©)