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Presos políticos mapuche en huelga de hambre

El cuerpo: el último territorio

Fuentes: Rebelión

«No sé escribir cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperadamente. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las […]


«No sé escribir cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperadamente. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible».

Julio Cortázar


55 días en huelga de hambre, y desde hace unos días, es una huelga seca. Ese el dato. Pero en las cifras habitan cuerpos, y pareciera que a nadie le importara, salvo a quienes han solidarizado: firmando declaraciones públicas, publicado artículos, manifestado en la calle y sido detenidos, sólo por decir. El país oficial sigue su curso, normalidad plena. El ministro del Interior practica bailes polinésicos y la televisión nos recuerda que queda poco más de un mes para el inicio del mundial de fútbol. En las pantallas, la huelga de hambre ocupa los breves segundos de las notas informativas nacionales.

Hablamos de los cuerpos. Del último territorio en resistencia: en Patricia Troncoso se observa una palidez generalizada, vómitos frecuentes, con restos biliosos. Presenta gran dificultad para orinar, sensación de ardor y permanece mucho tiempo en el baño, además de dolores de cabeza, constantes y generalizados, dolor abdominal constante, dice el médico.

Juan Huenulao tiene una baja de 10 kilos desde el inicio de la huelga. Se encuentra hidratado, piel amarillenta, cefalea frontal constante, calambres en miembros inferiores, su estado es crítico. Jaime Marileo, ha perdido 7 kilos y su condición es similar. Lo mismo ocurre con Patricio Marileo.

55 días de huelga de hambre, encarnada en presos políticos mapuche. La última resistencia: el cuerpo. El territorio liberado, aunque esté encarcelado. El lugar donde el poder no puede ingresar, salvo mediante la violencia del suero, de la otra vida. Por ello los trasladan al Hospital de Temuco, para ofrecerles en las camillas las sondas que los podrían restituir a la vida de afuera, la del «liberado», pero en las calles la vida no ha cambiado, y continúa siendo aquella que escribió Jacques Prevert:

ANTES DE MEDIODIA

Es terrible
el leve ruido del huevo duro al ser cascado contra el
estaño de un mostrador
es terrible ese ruido
cuando resuena en la memoria de un hombre que
pasa hambre
es terrible también la cabeza del hombre
la cabeza del hombre que pasa hambre
cuando a las seis de la mañana ve
en el cristal de una gran tienda
una cabeza del color del polvo
sin embargo no es su cabeza lo que ve
en la vidriera de Potin
su cabeza de hombre le importa un bledo
ni se acuerda de ella
sueña
imagina otra cabeza
por ejemplo una cabeza de ternera
con salsa vinagreta
o una cabeza de lo que sea con tal de que sea comestible
y mueve suavemente las mandíbulas
suavemente
y hace rechinar los dientes suavemente
pues el mundo ni lo tiene en cuenta
y él nada puede contra ese mundo
y cuenta con los dedos uno dos tres
es decir tres días sin comer
y por más que se repita desde hace tres días
Esto no puede durar
esto dura
tres días
tres noches
sin comer
y detrás de esos vidrios
esos embutidos esas botellas esas conservas
pescados protegidos por latas
latas protegidas por vidrios
vidrios protegidos por esbirros
esbirros protegidos por el miedo
cuántas barreras por unas sardinas de mala suerte…
Algo más allá el cafetín
café-crema y bollos calientes
el hombre titubea
y en su cabeza
una niebla de palabras
una niebla de palabras
sardinas para comer
huevo duro café-crema
café con gotas de ron
café-crema
café-crema
¡café-crimen con gotas de sangre!
Un hombre muy estimado en su barrio
ha sido degollado en pleno día
el asesino el vagabundo le robó
dos francos
es decir un café con gotas de ron
cero franco setenta
dos rebanadas de pan con manteca
y veinticinco céntimos de propina para el mozo.
Es terrible
el leve ruido del huevo duro
cascado contra el estaño de un mostrador
es terrible ese ruido
cuando resuena en la memoria
de un hombre que pasa hambre.

Porque la violencia es la misma: lo sabían los soldados israelíes que asaron carne en los patios de las cárceles, cuando los presos políticos palestinos se declararon en huelga de hambre hace unos meses. Y esa es la paradoja: para luchar contra el hambre, unos seres humanos se declaran en huelga de hambre. Para recuperar el territorio físico arrebatado, se ofrece la propia geografía carnal.

El problema es que la violencia simbólica ejercida sobre el cuerpo no se queda en su propio universo: la violencia efectiva realizada por un sistema de dominación no conoce límites.

Hace unos años, cuando los presos políticos turcos declararon su huelga de hambre, el Gobierno se dedicó a contemplar las estrellas. En Ankara, Meryen Altum, se constituyó en la víctima número 50 de esa huelga de hambre que llevan adelante. El Gobierno continúo en sus menesteres. La cifra de muertos en esta huelga superaría las 150 víctimas. Pero, claro, qué se puede esperar de un país que encarcela por leer un poema: el 25 de mayo de 2005 un adolescente de 17 años, del colegio anatoliano de Milas, fue detenido por haber leído, en el marco del «día poético» organizado en su escuela, el poema de Nazim Hikmet, «Traidor de la patria».

Margaret Thatcher dio otro ejemplo de ejercicio del poder. En 1981 permitió la muerte de Bobby Sands, voluntario del IRA, luego de una prolongada huelga de hambre. A los 50 días de no comer, Sands, como católico, recibió la extremaunción, 16 días después, murió. No fue el último, luego de él diez activistas más morirían en la huelga de hambre, hasta que el IRA da la orden de finalizar la protesta.

Pero Michelle Bachelet no es Margaret Thatcher, ni el gobierno de la Concertación en Chile es un símil del gobierno turco. Sin embargo, el silencio y la indiferencia del poder en Chile ha sido pasmosa, y algo rememora.

Estamos ante un gobierno que generó amplias expectativas. La tan mentada sociedad civil tendría su hora. No ha sido así para estudiantes secundarios y universitarios, ni para los deudores habitacionales ni allegados. Tampoco para los mapuche.

El silencio ha sido una conducta replicada por medios de comunicación, muchos intelectuales, dirigentes políticos. Los pobres aparecen en los mass media cuando se desbordan, y entonces no se manifiestan, sino que protagonizan «desmanes» y, claro, pasan rápidamente de ser manifestantes a «vándalos». Sólo promediando los cuarenta días de huelga dos diputados del bloque gobernante realizaron declaraciones públicas, señalando su preocupación sobre el tema. Las respuestas concretas e inmediatas que han tenido los familiares y solidarios con la huelga ha sido una sola: represión.

Hace pocos días la Corte Suprema rechazó un recurso de revisión presentado por la defensa de los manifestantes, que consideran errada la aplicación de la legislación antiterrorista, con lo que descartó realizar un nuevo juicio. Otro ladrillo más en la muralla.
La cobardía tiene su precio; el arrepentimiento, su lágrima.

Ocurre que la indiferencia, la voluntad de la ignorancia, es precisamente eso: una voluntad. No es una reacción emotiva ante la enormidad del mundo, es una actuación ante él y, como toda actuación, es concebida, estudiada, ensayada. La voluntad de la ignorancia es un proceso, una construcción, es racional, por mucho que en su prehistoria se aniden profundos nichos de emoción.

Si todo esto ocurriese en el delicado refugio de uno mismo, podría afirmarse que la indiferencia es, estrictamente, una opción individual, y nadie puede coartar esa libertad, etcétera.

Aquí comienza a cerrarse el círculo. Cada uno puede realizar el goce de su libertad, y si ella lo lleva a la indiferencia, pacientemente desarrollada en la voluntad de la ignorancia, allá él o ella. Lo que no aceptamos, es que -luego de realizada dicha opción- las consecuencias de esa voluntad sean asignadas a otros. En esta historia, todos somos responsables. Inclusive en el sentido cristiano: lo que hacemos a cualquiera de nuestros prójimos, al hijo de Dios se lo hacemos, dice el credo, el credo de nuestro danzarín ministro del Interior, por ejemplo.

Cada vez que alguien señala que «eso no es relevante», «no me interesa el caso», «no es trascendente», no está sino afirmando que es la propia vida la que no lo convoca, no lo conmueve, porque la existencia humana no son sólo las cimas, sino también las simas. Por ello, el silencio, disfrazado de indiferencia o ignorancia -dos instantes de un mismo proceso- no puede constituir sino una forma de traición, y tal vez la más radical: la traición con uno mismo.

Y uno escribe, sentado frente a la pantalla, y -de pronto- recuerda los versos de Mario Benedetti:

Da vergüenza mirar
los cuadros
los sillones
las alfombras
sacar una botella del refrigerador

vergüenza tener frío
y arrimarse a la estufa como siempre
tener hambre y comer
esa cosa tan simple
abrir el tocadiscos y escuchar en silencio
sobre todo si es un cuarteto de Mozart

da vergüenza el confort
y el asma da vergüenza.