La «luna de miel» que vive Alan García con los peruanos y también con sus interlocutores regionales se parece mucho a la experimentada por Evo Morales. Aunque esta última estuviese terminando -una ley inexorable que se aplica a cualquier gestión gubernativa-, la lección es que debe aprovecharse para construir nuevas bases para una relación constructiva. […]
La «luna de miel» que vive Alan García con los peruanos y también con sus interlocutores regionales se parece mucho a la experimentada por Evo Morales. Aunque esta última estuviese terminando -una ley inexorable que se aplica a cualquier gestión gubernativa-, la lección es que debe aprovecharse para construir nuevas bases para una relación constructiva. En el expediente boliviano, ha habido en las últimas semanas señales confusas, pero se emiten en un escenario siempre complejo. Nada de lo ocurrido puede depreciar el valor de los gestos que se prodigaron en La Paz y Santiago a comienzos de año. Las inversiones políticas de entonces -junto a las manifestaciones públicas que rodearon los encuentros oficiales- constituyen un capital que no está liquidado. Así debiera ser en la nueva fase con los peruanos. La visita del Presidente electo se inscribe en una estrategia regional que apuesta a Brasil, Chile y Colombia, y esa determinación suya -más la antigua afinidad ideológica del aprismo con el socialismo de los Matte y Allende- debieran aventar los temores de que se repita lo vivido con el Presidente Alejandro Toledo: al comienzo, mucha retórica de afinidad con la Concertación y, en particular, el PPD, y después un alejamiento paulatino, quizás dictado por la falta de apoyo interno. García dijo que los límites marítimos no son prioritarios en su agenda y confirmó que se propone competir con Chile como plataforma del Pacífico. Esto es homologable al gesto de Morales de no mencionar la reivindicación del acceso al mar por su nombre, sino como «el problema histórico», infaltable en una agenda sin exclusiones. A poco andar el problema surgió con la fuerza que la Cancillería chilena seguramente calculó, y que logró canalizar por la vía bilateral, tanto en la Cumbre de Viena como en la OEA. Los desencuentros vinieron por el gas. La nacionalización de los hidrocarburos y el nuevo contrato de abastecimiento de Bolivia a Argentina -que se firmará el jueves- dieron lugar a declaraciones del canciller Foxley que fueron contestadas por La Paz. La instalación de «candados» para evitar una reventa a Chile fue prevista como «hostil» por Santiago, pese a las explicaciones del vicepresidente Álvaro García Linera y el cónsul José Pinelo de que no había «trazas» de animosidad. Más precisa pareció la respuesta que diera en Antofagasta -el viernes 23- el diputado del MAS Iván Canelas durante un seminario del Colegio de Periodistas sobre el papel de los medios en las relaciones políticas entre Chile, Perú y Bolivia: «Lo que sucede es que mi país vendía gas a Argentina a un precio solidario y resulta inaceptable para nosotros que se revenda el recurso a un tercero a un precio muy por debajo del mercado. Si hay trato con Chile, debe ser directo y a un precio convenido por ambas partes». Según trascendió, el nuevo precio será de cinco dólares el millón de BTU, en vez de los 3,20 dólares actuales por la misma unidad, lo que significará en la práctica un encarecimiento del gas que Argentina vende tres veces más caro a Chile. Pese al compromiso que firmará Néstor Kirchner con Evo Morales, se estima muy difícil controlar que «ninguna molécula de gas boliviano» se revenda. Aún más, en los últimos días estalló que las reventas se hacían con subfacturación de las empresas argentinas a las chilenas. En la declaración del diputado y periodista Iván Canelas no debe leerse una disposición sin más a vender energía a Chile. Una cosa es que no se quiera reivindicar la «diplomacia del gas», por el desdoroso uso del chantaje que implica para una salida al mar. Y otra es que, más allá de las omisiones verbales, Bolivia no renunciará a su reivindicación. Ningún acuerdo económico, por complementario que sea y ventajoso que le resulte, llevará a la integración plena, como creen algunos tecnócratas de la Concertación, que mal aplican a ese país lo que puede ser cierto para otros. Como se dijo en el encuentro de los periodistas, el vencedor en la guerra debe ser más generoso y perseverante en la liquidación del asunto que se arrastra por 127 años. Quisiéramos agregar que, a la luz de lo percibido en Antofagasta, la soberanía entendida a la manera decimonónica sigue en pie para los vecinos que perdieron el acceso al mar y que ninguna fórmula más adscrita a los conceptos de integración del siglo XX parece viable en su caso. Esta realidad nos lleva a volver la mirada a Perú. Ya que tampoco resulta viable cortar el territorio en dos, sólo un corredor en la línea de la Concordia parecería aceptable para el cedente. Seguramente el punto no se evocó en el encuentro entre Michelle Bachelet y Alan García. Es un motivo de fricción más en el vecindario. Pero llegará el momento en que Santiago deberá indicarle a Lima su responsabilidad, a menos que quiera optar por sólo ejercer una diplomacia de administración frente a La Paz, lo que sería deplorable: la posguerra con Bolivia debe terminar ya.