Cuando parecía que los problemas para el Gobierno de Michelle Bachelet tendrían una pausa, la semana pasada dos brotes de conflictos sociales salieron nuevamente a la luz. Los estudiantes secundarios se tomaron las calles en algunas comunas de Santiago y los mineros de La Escondida paralizaron sus faenas, provocando trastornos en la producción de cobre. […]
Cuando parecía que los problemas para el Gobierno de Michelle Bachelet tendrían una pausa, la semana pasada dos brotes de conflictos sociales salieron nuevamente a la luz. Los estudiantes secundarios se tomaron las calles en algunas comunas de Santiago y los mineros de La Escondida paralizaron sus faenas, provocando trastornos en la producción de cobre.
Jóvenes y trabajadores ocuparon la agenda de los medios y demostraron que la insatisfacción es creciente entre los chilenos. Hace unos meses, los estudiantes recibieron soluciones de parche para terminar con las movilizaciones, pero no fue más que un efecto mediático que significó la instalación de un Consejo Asesor que aún no entrega resultados visibles. Por eso, es atendible la preocupación de los estudiantes, que sienten que nuevamente sus demandas serán desplazadas.
Idéntica sensación es la que tienen los trabajadores de La Escondida, la minera privada más grande del mundo. Se sienten excluidos de la bonanza que ha experimentado el cobre, gracias a su elevado precio en el mercado internacional. La Escondida tendrá utilidades en el año 2006 por más de 6 mil millones de dólares, lo que equivale a 2 veces el gasto adicional en educación que demandaran los estudiantes durante sus movilizaciones.
Esta espectacular cifra no tiene comparación con la situación de los mineros, que soportan condiciones muy difíciles, tanto laborales como familiares, debido a los turnos que deben cumplir, la altura, la distancia y la ausencia prolongada de sus familias. Las remuneraciones de los trabajadores de La Escondida no alcanzan a representar el 1% de las utilidades de la minera, que ha aumentado sus ganancias en un promedio anual del 50%.
Mientras La Escondida produce el 8% del cobre a nivel mundial, sus trabajadores deben asumir la rudeza de modelo económico que les niega un derecho a huelga eficaz, dado que los trabajadores pueden ser reemplazados libremente durante el conflicto y no son remunerados mientras están en huelga, lo que los obliga normalmente a frenar sus demandas laborales. Entonces, el poder de negociación de los trabajadores es nulo frente al poder de las grandes corporaciones, que han reducido la lucha sindical a mínimos reajustes salariales.
Sin embargo, los mineros de La Escondida deben demostrar que con organización y tenacidad pueden defender sus derechos, porque sus demandas son justas y deben ser escuchadas, tal como las peticiones de los secundarios. Los mineros y los estudiantes no deben olvidar las palabras de Clotario Blest, destacado dirigente sindical, quien señalara que «nada nos es regalado, todo es fruto de la lucha».
El autor es economista y director ejecutivo de Oceana