Este año, la decisión de poner a la venta las entradas de la fiesta del PCE en El Corte Inglés, y la inclusión de su logotipo en el cartel, han levantado muchos comentarios y críticas. Y como dicen que hay gente para todo, empezaré por decir que yo no estoy ni de acuerdo con esa […]
Empiezo por la primera. Es evidente que muchas de nuestras decisiones cotidianas carecen de coherencia con nuestro ideario, también en la fiesta del PCE. Se vende Coca-Cola, se utilizan productos desechables que no responden a unos mínimos principios de respeto medioambiental, se insertan anuncios pagados en grandes medios de comunicación que constantemente criticamos e, incluso, como casi todo lo de nuestra vida en el capitalismo, el mercado está presente sin cesar. Compraventa de entradas, de comida, de libros, de bebida… Sin embargo, a algunas de esas contradicciones deberíamos poder renunciar o, al menos, no ir sumando más. Es el caso de la venta de entradas en El Corte Inglés o la incorporación de su logotipo en el cartel. Sabemos que la razón es debida a que ya no se podía recurrir al céntrico comercio de Madrid Rock para su venta, quizás también la mala situación económica del PCE y de la fiesta haya podido influir, pero la dirección debería de explicar cuál era el beneficio que se obtenía con esa concesión y qué otras posibilidades se barajaron. Sin duda El Corte Inglés supone, y con razón, un símbolo claro del consumo, la explotación laboral y el abuso de poder frente al pequeño comercio.
Luego hemos podido ver algunas de las críticas. Muchas de ellas proceden de quienes tienen como principal objetivo, ese fin de semana, entrar sin pagar y ver un concierto o varios gratis. Modelo que tampoco considero ejemplo de revolución. Nos quieren convencer que la renuncia de esas personas al capitalismo es lo que, al parecer, les lleva a evitar el pago en la fiesta del PCE mientras que, a buen seguro, pagarán su hipoteca y la cerveza en los comercios de los chinos explotados. Lástima que su trabajo por la causa capitalista no les permita organizar ellos también una fiesta con la misma cantidad de contenido político y trabajo voluntario que tiene la fiesta del PCE. Muchos asistiríamos encantados. Son ellos también quienes critican duramente la presencia de cuerpos de seguridad, públicos, privados o de militantes que les impiden -o dificultan- llevar a cabo su revolución en forma de evitar el pago. Es de sobra sabido que el PCE no busca enriquecerse con esa fiesta, de hecho tiene pérdidas todos los años. El pago de la entrada tiene como único objetivo poder pagar las actuaciones; no es por tanto el mercado el que impone el pago de una entrada al recinto, sino el criterio de pagar colectivamente el dinero necesario para asistir al concierto. Las «fuerzas represivas» y de seguridad que se establecen en el lugar no son el resultado de una política parapolicial de los comunistas, sino de la insolidaridad de quienes tienen como intención que sean otros los que paguen el concierto al que quieren asistir. Sin olvidar las agresiones y ataques que en numerosas ocasiones sufren los grupos acampados. Denunciar, como he leído, la complicidad de los comunistas de la fiesta con los cuerpos represivos que actúan contra los que se intentan colar es como hacerlo contra el ciudadano que llama a la policía cuando ve que unos nazis están apaleando a un emigrante.
Otra crítica peculiar fue la del cantante del grupo Celtas Cortos, quien con ironía hizo referencia a que fuéramos a comprar las entradas a El Corte Inglés. No haría falta comprarlas ni en ese comercio ni en ningún otro si ellos no cobrasen por su actuación. Como tampoco haría falta que los niños de Pakistán o Marruecos trabajasen catorce horas diarias si él no comprase la camiseta Nike que llevaba. Por cierto, lo que sí se vende, no durante unas semanas sino durante todo el año, en El Corte Inglés son los discos de Celtas Cortos.
Evidentemente, debemos intentar entre todos comenzar a incorporar elementos de coherencia en una fiesta tan emblemática como la del PCE. Pero sin dejar de recordar que sigue siendo el mayor acontecimiento lúdico-político de Madrid, donde en su programa de coloquios, presentación de libros y stands de colectivos y organizaciones no existe ninguna concesión ideológica al sistema y la pluralidad de la izquierda sólo está limitada por la voluntad de quienes quieran o no participar. Y, además de todo ello, es el único evento en el que cientos y cientos de militantes y simpatizantes trabajan a destajo cada año de forma voluntaria al servicio no de un partido, sino de un modelo de ocio y de cultura. Y en muchos casos, sin que muchos sus dirigentes se lo merezcan.