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Dos mesas (I)

Fuentes: www.javierortiz.net

Pasadas ya unas cuantas horas del atentado de la T-4, examinados los hechos con más calma y vistas las reacciones de quienes han tenido capacidad para reaccionar -Batasuna se ha quedado como sin habla, tal vez porque todavía ni siquiera sabe a qué atenerse-, cabe empezar ya a establecer algunos diagnósticos y a proponer ciertas […]

Pasadas ya unas cuantas horas del atentado de la T-4, examinados los hechos con más calma y vistas las reacciones de quienes han tenido capacidad para reaccionar -Batasuna se ha quedado como sin habla, tal vez porque todavía ni siquiera sabe a qué atenerse-, cabe empezar ya a establecer algunos diagnósticos y a proponer ciertas perspectivas.

Desde el célebre discurso de Anoeta, en el que Batasuna fijó su estrategia, casi todas las fuerzas políticas, a excepción del PP, han estado conformes en que en el llamado «conflicto vasco» hay que diferenciar netamente dos problemas que son de naturaleza y carácter distintos y que, por ello mismo, requieren vías específicas de solución: de un lado, el problema de la violencia de ETA, del otro, el de la relación o engarce del País Vasco con (o en) el conjunto español. De ahí que se empezara a hablar de manera sistemática de la necesidad de establecer dos mesas de negociación: una, en la que ETA y el Gobierno central habrían de alcanzar un acuerdo que permitiera el adiós a las armas definitivo; otra, en la que las fuerzas políticas vascas, sin exclusión, elaborarían una  propuesta unificada «de cara a Madrid».

En el primer terreno las cosas han estado desde el principio rematadamente confusas. Según se desprende de lo ocurrido, ETA y el Gobierno de Zapatero no han estado de acuerdo nunca ni siquiera en el objetivo de la mesa que se les había asignado en el esquema global antes mencionado. El Gobierno, aunque prefiriera por razones estéticas no expresarlo así de crudamente, lo único que quería era pactar los términos de la rendición de ETA. Ésta, por su parte, actuaba como si se dispusiera a negociar un armisticio entre contendientes irreductibles.

El comportamiento del Ejecutivo de Zapatero ha sido a estos efectos muy torpe. Debería haber actuado de modo que la negociación pudiera ir deslizándose hacia su terreno. Lo podría haber conseguido, tal vez, adoptando algunas medidas visibles de política penitenciaria y otras de tipo legislativo y judicial, pero o no se ha atrevido a asumir el coste político de esas audacias, o no ha captado lo importantes que eran, o ambas cosas a la vez.

Lo de ETA es aún peor, incluso miradas las cosas desde su punto de vista. Para empezar, nunca asumió realmente la lógica del planteamiento de Anoeta. Durante estos meses, no ha parado de interferir en debates que se suponía que debían ser abordados exclusivamente por las fuerzas políticas. Ha tratado de condicionar la marcha de esos debates no sólo con proclamas más o menos teóricas perfectamente extemporáneas, sino también mediante acciones violentas de uno u otro tipo (incitando a la kale borroka, reabasteciéndose de armas y explosivos, etc.) que, por la propia lógica del alto el fuego, tendría que haber excluido.

Aunque mi conocimiento de los entresijos actuales de ETA es nulo, estas incoherencias de comportamiento me obligan a pensar que en su interior, al igual que en el de la izquierda abertzale -de eso si se tiene más noticia-, hay contradicciones que van mucho más allá de las meras discrepancias tácticas.

Mi conclusión, ya digo que especulativa, viene muy reforzada por el modo en que se ha producido la ruptura del alto el fuego, que ha sido completamente ajeno a las reglas del juego a las que ETA siempre se ha atenido.

¿Está ETA monolíticamente unificada o caóticamente dividida? Lo que no tiene vuelta de hoja, por desgracia, es que la mesa de negociación de ETA con el Gobierno se ha ido al garete, y que lo ha hecho además en unas condiciones que hacen muy difícil su restitución. Porque toda una serie de viejos lugares comunes («ETA no miente», «ETA es fiel a sus compromisos», «ETA avisa», etc.) ha dejado de valer, y ya no puede haber político, sea nacionalista vasco, nacionalista español, republicano irlandés, premio Nobel argentino o experto sudafricano, que se fíe de lo que le dicen los presuntos dirigentes de ETA, porque pueden decirle hoy una cosa y pasado mañana ocurrir cualquier otra. Dicho sea en la jerga de los diplomáticos: se ha producido «una crisis de interlocución». O en román paladino: no tiene sentido sentarte a hablar con alguien que no sabes ni quién es ni a quién representa realmente.

Pero, como he dicho al inicio, todo el asunto del proceso vasco se concretaba en dos mesas. Mañana me referiré a la otra, y a las posibilidades que tiene la otra de reducir la importancia de ésta.