Cualquier intento de construcción del nuevo instrumento popular y revolucionario de Chile supone condiciones de unidad de los sectores organizados del pueblo en lucha. Es decir, desde abajo, urge promover la convergencia de los diversos ejercicios de pelea de pueblo ganado en torno a demandas concretas, y de la multiplicidad de empeños orgánicos -distintos a […]
Cualquier intento de construcción del nuevo instrumento popular y revolucionario de Chile supone condiciones de unidad de los sectores organizados del pueblo en lucha. Es decir, desde abajo, urge promover la convergencia de los diversos ejercicios de pelea de pueblo ganado en torno a demandas concretas, y de la multiplicidad de empeños orgánicos -distintos a los partidos tradicionales de izquierda- que se despliegan irregularmente a nivel territorial, sectorial y temático. La convicción de la unidad popular como soporte auténtico y probatorio de la vocación de poder de los distintos esfuerzos orgánicos de los revolucionarios, hoy es clave y horizonte de sentido para la formulación del nuevo instrumento.
¿Pero unidad de quiénes y bajo qué criterios?
El inminente resurgimiento durante la primera parte del 2007 de la lucha de los estudiantes secundarios -ya fuera de la comisión creada por el gobierno en su desesperación por desmantelar el movimiento juvenil e intentar una síntesis ideológica aparentemente participativa para superar la crisis de la educación-, con un año de experiencia en el cuerpo y posiciones más claras (aún en debate, por cierto), garantizan su radicalidad, aunque no necesariamente la masividad inédita alcanzada el 2006. La expresión nítida de las desigualdades sociales -manifestación crítica dominante del modelo- junto a una reunión de demandas que fue politizándose en tanto avanzaba la lucha, habla de que este sector debe ser una de las piezas constituyentes del instrumento. La mayoría de los jóvenes movilizados son estudiantes pobres que hicieron trizas certeramente el espejismo de la movilidad social prometida por el actual sistema de enseñanza. En ninguna parte como en Chile, una sociedad de clases tiene tan escandalosa educación de clases. Aunque se vuelva gratuito el transporte escolar y la Prueba de Selección Universitaria, y legalmente obligatoria la enseñanza media, no se resolverá la crisis de la educación pública y su papel perpetuador de la pobreza y contenedor de las «patologías sociales» que produce la desigualdad.
Al respecto, uno de los objetivos centrales de la Jornada Escolar Completa es reducir el contacto de los estudiantes con su «entorno social de riesgo» (incluida la familia), asociado al consumo de drogas, delincuencia y «comportamientos disfuncionales». A la lucha por derogar o modificar la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (última imposición legal del pinochetismo, tendiente a la privatización de la educación), debe agregarse con fuerzas la urgente participación de la comunidad en la reformulación del carácter del actual sistema de enseñanza. Al respecto, los profesores sólo son un componente más de un complejo social, cuyo papel movilizador -acotado a lo puramente gremial- no da el ancho suficiente para los cambios requeridos. La escuela y el liceo deben abandonar su naturaleza reclusiva por un lado, y de reproductores de conocimientos funcionales al poder, por otro, e incorporarse a un proyecto que dé cuenta de la elaboración democrática del escenario social donde se desarrollan. En este sentido, el papel de los estudiantes -como innegables dinamizadores de procesos de transformación- debe sumar rápida y creativamente a la heterogeneidad de sujetos locales, sus demandas y luchas. Desde abajo y genéticamente coludidos con el conjunto de intereses populares, los estudiantes secundarios tienen en sus manos una importante función articuladora con enormes proyecciones locales y nacionales.
Por otra parte, las miles de familias chilenas organizadas a través de la lucha por una vivienda digna (deudores habitacionales y allegados), han transitado por un período de movilización masiva y radical (marchas multitudinarias, tomas, huelgas de hambre, intentos de autoinmolaciones, etc.), pero que, al igual que los estudiantes secundarios, tienen la tarea dura de articularse con otros sectores, ampliando su horizonte reivindicativo y tendiendo a la politización de su quehacer. En este caso, sin duda y debido a la negativa respuesta del gobierno a su demanda (que ve en su concesión un estallido de exigencias populares, demandando el aval y aporte del Estado en relación a las deudas de la población con la banca privada), los pobladores han ganado en experiencia de lucha y descubierto los límites de la Concertación de Partidos por la Democracia. Estos hechos, potencian por sí solos, la toma de conciencia política, en el sentido de no confiar ni en las instituciones gubernamentales, ni en el sistema de partidos políticos existente, salvo en las fuerzas y modos propios. Quienes pelean hoy por la vivienda digna son familias de pobladores donde hay trabajadores y estudiantes. De algún modo, esta familia contiene en sí el conjunto de sujetos y demandas del pueblo. Desencapsulándose de su dinámica sostenida por un solo eje reivindicativo, y tendiendo puentes de colaboración y confusión con otros sectores (reconocimiento de clase), los pobres por la vivienda portan sustantivas posibilidades articuladoras desde abajo. De esta manera, ellos -más allá de su composición heterodoxa y mucho más distante de la construcción de las izquierdas convencionales- acuerdan la unidad, pero como «unidad de los que luchan».
Paulatinamente los trabajadores sindicalizados comienzan a ingresar a dinámicas reivindicativas, de menos a más, y pese a encontrarse limitados por una legislación laboral profundamente antipopular. Es así que sectores ligados al área de servicios y a la franja obrera más precarizada (trabajadores de contratistas y de subcontratistas) multiplican sus agrupaciones y negociaciones colectivas gradualmente. Son trabajadores jóvenes que se desempeñan en faenas puntuales y en medio de la fragilidad contractual más peregrina. Corresponden al nuevo tipo de obrero que requiere el actual modo de reproducción capitalista. Su pelea está en ciernes, pero augura futuro en la medida que se agregue al complejo de actores en lucha. Para los alcance del presente texto, sólo se enunciará la creciente visibilización de las demandas políticas y territoriales del pueblo mapuche; las reivindicaciones medioambientales (todavía extraordinariamente focalizadas), y la presencia poco extendida aún de las demandas de género y minorías sexuales, las cuales se organizan medularmente en torno a los derechos reproductivos de la mujer, y la salud y tolerancia sexual.
El estado de nuestras fuerzas
La izquierda revolucionaria chilena hoy se debate entre pequeños núcleos e intentos de convergencias políticas y vinculaciones de distinto orden. Si bien el actual período ya está sobrediagnosticado, todavía no hay acuerdos plausibles en el cómo se formula el instrumento de la clase popular, la organización masiva y revolucionaria de los de abajo. Hasta el momento parece existir un convenio en torno a ideas-fuerza asociadas a la convicción de poder del nuevo instrumento, el rechazo a la colaboración de clases, una ética sin precio, democracia interna, piezas nucleares del programa popular, y la participación central de los actores sociales en lucha. Cada vez más se advierte la convicción de que los espacios de convergencia por arriba (al estilo de las mesas políticas de los 80′) resultan voluntaristas, artificiales y elitistas. Entonces, la unidad efectiva y eficiente se propiciará en el seno de las luchas concretas y heterogéneas del pueblo. Pasada ya la temporada de rearticulación mínima y reflexión colectiva ante un nuevo ciclo de luchas sociales, cabe ahora poner en juego la capacidad de los distintos empeños revolucionarios de articularse de acuerdo a los nuevos modos y sujetos de la futura emancipación que produce el neoliberalismo. Al respecto, parece que hoy más que nunca es preciso poner la imaginación, voluntad y audacia de los revolucionarios al servicio y al compás de las nuevas maneras de la emergencia popular organizada. La construcción de la conducción revolucionaria (colectiva) se suda en la cotidianidad y lógicas de lucha de las cuales el pueblo se dota.
El debate, análisis, experiencia, preparación, formación y la armadura teórica y práctica de los revolucionarios debe rimar con la lucha concreta de masas, de acuerdo al estado actual del complejo popular. Únicamente superando el mesianismo, la sobreideologización, los manuales y la proyección de nuestros deseos más que los dictados dinámicos de la realidad, estaremos más cerca de sintonizar con los sujetos protagonistas de los cambios auténticos y a largo plazo. Resulta meridianamente claro convenir que los actores que sostendrán las posibilidades del nuevo instrumento popular no provendrán de lugares clásicos. Así nos alerta y enseña la actual experiencia de los gobiernos pro populares del Continente. El sinceramiento de nuestras fuerzas, por una parte, la modestia y capacidad de análisis concreto de la realidad, corresponden a preciosas fortalezas que, de conducirse de manera coherente y en actitud de aprendizaje también, propugnará la eventualidad de un instrumento popular clasista, revolucionario y al día, que no sea cooptada por el clientelismo del sistema político, el gatopardismo, la funcionalidad al modelo, o el prematuro aborto y desconcierto ante la ausencia de una columna política templada en el corazón de las luchas populares de nuestro tiempo. El 2007 no será un año cualquiera. Hay momentos en que la caminata popular da trancos oportunos para la maduración de las causas libertarias y socialistas. Debemos mantener «la pupila insomne» ante los hechos, involucrándonos infatigablemente en la pelea social, y propugnar con la palabra y la acción la unidad más amplia, la democracia más radical, y la imaginación y ductilidad más atentas a los nuevos procesos de emergencia popular. Con la cabeza bien atada al corazón, claro está. *Verso extraído de «El Niño Yuntero» de Miguel Hernández.
Andrés Figueroa Cornejo es miembro de la «Asamblea de la Memoria al Poder» (Chile)