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Imperialismo y socialismo

Fuentes: Rebelión

«Nada hay de más poderoso en la sociedad, que una idea a la que le ha llegado su tiempo» Víctor Hugo Pues bien, en nuestra época, ese tiempo ha llegado y no es el tiempo de una idea: es el tiempo de una realidad. Tiempo del Socialismo y realidad de los problemas de su construcción. […]

«Nada hay de más poderoso en la sociedad, que una idea a la que le ha llegado su tiempo»

Víctor Hugo

Pues bien, en nuestra época, ese tiempo ha llegado y no es el tiempo de una idea: es el tiempo de una realidad. Tiempo del Socialismo y realidad de los problemas de su construcción. Vivimos en una nueva época de la historia mundial: es la del tránsito de una sociedad que declina, moribunda, pero aún fuerte, y otra que nace, reclamando su derecho a la vida, pero aún débil. Situación que se reconoce en toda época de cambio histórico, de turbulencias, de rebeliones, entre una sociedad establecida que se niega a desaparecer y otra que viene a desplazarla. Nuevas relaciones sociales, nuevas formas de producción, nuevas modalidades de vida y cultura. Tales movimientos de ruptura no se producen de golpe y en un día, se desarrollan a lo largo de siglos, hasta quedar establecida la nueva configuración social, el nuevo régimen. Es lo que hoy sucede entre un capitalismo imperialista financiero que lucha por mantener su supremacía y que nada cambie, defiende el statu-quo, y las nacientes formas de la nueva sociedad que desafían tal supremacía y buscan afanosamente, en medio de innumerables dificultades de todo orden, romper tal status y afirmar la nueva clase y sus nuevos valores.

1) Cambios revolucionarios: ¿actualidad o pasado?

El problema fundamental de nuestra época

En materia de análisis político la concepción materialista impone ir más allá de los fenómenos cotidianos y episódicos que manifiestan las sociedades. Exige conocer las tendencias y corrientes más profundas que determinan y regulan su movimiento permitiendo así avizorar, anticipar su derrotero, sino de un modo exacto, ya que ello es prácticamente imposible, al menos en una forma general pero segura.

Trataremos de cumplir con aquél precepto de método para intentar captar cuál es hoy el problema fundamental de nuestra época. Por época deberá entenderse un largo lapso histórico de la vida social que toda sociedad experimenta: época inicial de cambios, época de desarrollo y consolidación, finalmente época de declinación y extinción. ¿En cuál estadio se encuentran hoy sociedad burguesa y sociedad socialista? Veamos.

Desde 1848 por los procesos revolucionarios que se extendieron como reguero de pólvora por Alemania, Francia, Hungría, Polonia, etc. en los que la burguesía afirma su dominio ante la nobleza territorial y, al mismo tiempo, hace morder el polvo de la derrota a los trabajadores que ya buscaban ir más allá de las consignas burguesas abiertas con la gran revolución francesa de 1789, pero en particular desde la Comuna de París, se advertía, para quien quisiera examinar en profundidad los acontecimientos socio-políticos, que no terminaba aún la burguesía de sentarse definitivamente y en tranquilidad a hacer uso del control estatal cuando ya tocaba a las puertas de «su» sociedad el proletariado fabril explotado, humillado, sin derechos políticos ni civiles, como nuevo dirigente de todo el pueblo. Junto con la etapa de consolidación de la burguesía ya se desbrozaba el camino fundamental a inicios del siglo XX: el de la Revolución Socialista. ¡He ahí la cuestión decisiva y central de la nueva época! ¡Inminencia y actualidad de la Revolución Socialista!

Pero como nada permanece en lo que es y, como durante el siglo XX se concretaron los cambios revolucionarios pronosticados, el movimiento proletario pasó de los desafíos a la burguesía y a su sociedad del capital, a la realidad del surgimiento de varios países que romperían el statu-quo mundial dominado por ella, la cuestión fundamental, sobre todo luego de la 2da. posguerra se desplazó, por así decir: se transformó hoy ¡en la actualidad del socialismo!

Pero esta actualidad se presentó no en los términos esperados, esto es, en algún o algunos países más desarrollados por la senda del capitalismo, sino que arrancó en los países constitutivos de su periferia. Esto hizo y aún hace que siga vigente el cambio en aquéllos y obliga a redefinir también los procedimientos y las vías en la consecución del Socialismo en los países periféricos que no han producido el cambio, a tenor de los problemas planteados a la construcción socialista en los países que promovieron los cambios en tal sentido.

Si no se acepta éste carácter fundamental de nuestra época que vivimos, transitamos y luchan los trabajadores de todo el mundo, que es el tránsito de una sociedad a otra, que es la época de la actualidad y de la realidad del socialismo, todo se convertirá en retórica hueca. Y digamos con firmeza y prestamente que esto no es una deformación de lo que acontece: ¡es un fundamento real y objetivo de ésta época!

Hemos pasado, pues, desde la inminencia y actualidad de la revolución socialista a comienzos del siglo XX a la de su ¡actualidad y realidad objetiva! a partir de la Revolución Socialista de octubre en Rusia, pasando por la rebelión China y el sudeste asiático, y las insurgencias, con variada fortuna, de África y América Latina a la de su ¡actualidad y realidad objetiva hoy! fines del siglo XX e inicios del siglo XXI. Si no se recupera y capta con fuerza lo patente de este fundamento todo análisis materialista pecará de insustancial y artificial.

Es esto, entonces, lo que impone sin vacilaciones no mirar la «estrechez» de la construcción del Socialismo o, al menos, no sólo enfocar la mirada en ello, sino advertir por los entresijos de tales estrecheces, carencias y limitaciones, la potencia y la fuerza de lo que se abre paso inexorablemente: las nuevas relaciones, la nueva sociedad, haciéndolo, claro está, por la multiplicidad de los meandros, avances y retrocesos, victorias y derrotas, ¡ninguna lucha, ninguna construcción social se hace en línea recta, directa y limpia! Y tan cierto como es esto, lo es la extinción del capitalismo, la «vieja sociedad».

Debe subrayarse esta circunstancia porque hay quienes, dentro del propio campo de la izquierda, acompañan las posiciones de la burguesía viendo en los cambios del capitalismo actual, los de su etapa de imperialismo monopolista estatal en imperialismo monopolista financiero mundial, sólo lo que pareciera tener de ¡»consolidación» definitiva de su dominio!, lo que pareciera mostrar el ¡»triunfo de su lógica»! apoyándose en el derrumbe de la URSS y en que el movimiento obrero mundial ¡ha desaparecido! Síntesis: ¡perdieron la revolución y los trabajadores! ¡Ha triunfado el capitalismo!

Agigantan la creencia en la fuerza del enemigo de clase, refuerzan sus argumentos mentirosos y, como contrapartida, reducen hasta su extinción, la potencia de las luchas y la fuerza del embate de todos los trabajadores asalariados en sus múltiples modalidades. Muchos difunden que el mundo del trabajo es débil como clase, como ideología y como política de oposición, está «disperso», sin «conducción», está sin «el objetivo del socialismo», se ve «desorientado», «a la deriva», los pueblos y en particular los trabajadores descreen de «la» política, de toda política, incluso de la propia de los partidos de izquierda o que se dicen inspirados en el marxismo.

Estas posiciones son ¡derrotistas! Diríamos que esto es rutinismo de pensamiento, que es «tragarse» el discurso y la práctica de la burguesía y sus portavoces intelectuales que lo llenan de altisonancias triunfalistas, gritando que la historia ha terminado, que al fin la humanidad ha llegado a conquistar la cúspide social: ¡el dominio omnímodo de la sociedad burguesa!

Esto es lo mismo que un llamado a los trabajadores a ¡no hacer nada! ya que luchar por los cambios revolucionarios es estar ¡condenado al fracaso! aleccionan con que ¡los trabajadores ya no siguen ni persiguen cambiar la sociedad! ¡menos aún por el socialismo de cuartel! ¿Qué buscan y qué quieren? Quieren «la» democracia, desean «la» libertad, buscan «vivir bien» estos son los únicos cambios y objetivos inmediatos y «prácticos» que pueden esgrimir y por los que los pueblos se moverán, o sea, por los valores burgueses y dentro de la sociedad burguesa, nuestra sociedad burguesa afirman es ¡inconmovible y eterna!

Para estas posiciones ya G. Lukács señalaba que «…a los ojos del marxista vulgar los fundamentos de la sociedad burguesa son tan inamovibles, que aun en los momentos de su conmoción más evidente no desea otra cosa que el regreso de la situación `normal´, no viendo en sus crisis sino episodios pasajeros y considerando la lucha, incluso en tales períodos, como la nada razonable rebelión de unos cuantos irresponsables contra el, a pesar de todo, invencible capitalismo» (G. Lukács, «Lenín», La Rosa Blindada, p. 17)

¿Pero no hay acaso mucho de verdad en aquellas posiciones? Negar la implosión de la URSS y su impacto en quienes luchan buscando la superación de la sociedad burguesa en pro de la construcción socialista, como también el reflujo en la conciencia socialista y una situación de desaliento por parte de la masa de trabajadores a nivel mundial, sería necio. Pero hemos de decir que no menos cierto es que a la altura en que se produjeron los acontecimientos que llevaron al desmoronamiento de la URSS, ésta había dejado ya de ser el único referente en la lucha anticapitalista. Más aún era, casi desde de sus inicios, blanco de innumerables ataques por sus «desvíos» de la verdadera construcción socialista, de los cuales Trotsky y sus continuadores fueron de los primeros en señalar. A partir de la 2da. posguerra la llamada «coexistencia pacífica» fue uno entre los tantos temas políticos de furiosas invectivas. Los procedimientos «burocráticos» internos en la planificación económica, fue otro, y así puede – y debe- hacerse una lista.

Los ejemplos respecto del abandono por parte de los trabajadores de los países europeos principales de las tácticas de lucha oposicionista intentando derrocar al capital y lanzarse en la senda del socialismo, también durante aquel lapso, fueron evidentes. Pero es sólo parte de la situación que la explica. La posición privilegiada de las burguesías de esos países en la estrategia de los EE.UU. para Europa occidental como contención del comunismo los alcanzó con un nivel de vida y de consumo jamás vivida ni pensada antes. Pero aún así durante los primeros veinticinco años de la segunda posguerra los partidos de izquierda en Francia e Italia, por ejemplo, establecieron políticas que jaqueaban al sistema liderado por EE.UU. y obligaban a sus altos mandos en connivencia con los gobiernos europeos a nuevos diseños políticos, diplomáticos, sindicales y laborales, de modo que evitaran al máximo los conflictos internos.

En los países periféricos la situación constituyó una forma abigarrada de situaciones específicas. Los movimientos de liberación nacional que arrancaron con fuerza por la misma época, en algunos casos lograron sus objetivos (Viet-Nam, China, Cuba) y en otros, por la agresión y hasta por invasión de los EE.UU. fueron neutralizados o derrotados (Chile, Mozambique, Angola, etc.)

Pero todos estos ejemplos expuestos de una forma sumaria no exhaustiva, muestran por un lado lo que pasó y al mismo tiempo lo que falta hacer puesto que al plantearse movimientos para sacudirse el yugo del capital pusieron o desencadenaron el movimiento opuesto, y ellos mismos son los indicadores de la nueva época a la que aludimos, la de su actualidad y la de su objetividad. En las guerras se libran batallas, unas son importantes, otras lo son menos, unas son de movimiento, otras de enfrentamiento directo, unas contienen mucho de diplomacia otras más de resolución militar, unas son de avance y otras de retroceso ¿Qué decide la importancia y valor sobre su «derrota» o su «victoria»? El carácter general – la época social- en la cual se inscriben y la relación que guardan respecto del cuadro histórico-mundial, si aún tratándose de una «derrota» ésta no logra frenar la tendencia epocal, y si en cuanto victoria ésta acelera o no el advenimiento del triunfo final.

No es sólo, y a veces ni principalmente, el aspecto militar e inmediato de la confrontación lo que determina su valor en los conflictos, mucho más si, como en este caso, hablamos de conflictos de clase del cual lo militar es un aspecto, que contienen características y ángulos de todo tipo: político, social, económico, cultural, histórico, etc. y militar. En cada momento, alguno o algunos de estos aspectos predomina respecto de los otros, saber cuál es y estar en condiciones de manejarlos hace a la conducción estratégica y táctica general en el tiempo dentro de la época y de la oposición fundamental.

En consecuencia la actualidad y realidad del Socialismo, es lo decisivo y la tendencia mundial; marca de modo indeleble el carácter fundamental de nuestra época, es esta una situación objetiva y candente: cada uno de los hechos y episodios de lucha socio-política, tiene que ser relacionado de manera concreta con ese fundamento histórico-social de fondo y concebirlos como momentos de un todo mundial de tránsito de una sociedad a otra ¡este es el fundamento de la todas las luchas de clase hoy y de todas sus transformaciones!

La transformación del capitalismo como capitalismo monopolista, convirtió a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, la revolución del proletariado por el socialismo en actualidad, la planteó como problema de actualidad de esa etapa de la nueva época. Desde fines del siglo XX hasta hoy, comienzos del siglo XXI, recorremos una nueva etapa que nos presenta como problema actual y real la construcción del socialismo en sus dos puntos centrales: como Revolución que debe producirse aún en los países centrales y periféricos y como nueva sociedad en construcción.

Es posible advertir, entonces, que los cambios revolucionarios NO son cosas del «pasado» sino, muy por el contrario, cosas del «presente». Estos cambios constituyen la actualidad ¡y hasta la necesidad! no sólo más profunda sino «evidente» y quien se niegue a considerarlo así no se ubicará en el campo de los trabajadores asalariados y de quienes luchan por el progreso social y la nueva sociedad.

2) Los trabajadores como clase socialmente dominante

Su sustancialidad histórica mundial.

¿Qué debe entenderse por trabajadores como clase socialmente dominante? No otra cosa que, en la actualidad mundial del capitalismo imperialista financiero, de modo general, no existen otras clases que como resultado de producción feudales, semifeudales, trabajadores autónomos, artesanos, etc. disputen su lugar político-social en igualdad de condiciones de explotación. O bien que tengan todavía por delante lograr sus propios fines históricos.

Hoy los trabajadores asalariados constituyen la mayoría de la población mundial trabajadora, son su parte más activa sindical y política. No quiere decir esto que aquellas otras capas o «bolsones» de trabajadores haya desaparecido ¡no! Más aún en algunos países y economías bien pueden formar una realidad extendida oprobiosa, pero en aquellos países y regiones periféricos que hayan experimentado un desarrollo industrial burgués por incipiente que sea, va tomando cada vez forma la explotación asalariada como norma y ley. Y en aquellos en los que es posible advertir relaciones atrasadas, si se examinan en profundidad mostrarán que están montadas, por así decir, y dominadas por el capital imperialista transnacional.

Es a partir de esta realidad, entonces, que se volvió imperioso para los trabajadores el desarrollo y proyección de sus intereses como política e ideológicamente dominante, abarcando en su propio seno a todas las demás clases y capas explotadas sin exclusiones ya que el campo del pueblo trabajador es el terreno de confrontación en que se mueven todas las clases en la sociedad burguesa.

Y sin embargo las afirmaciones anteriores parecerían chocar de inmediato con la comprobación de hechos políticos mundiales completamente opuestos que desmentirían aquella posición cuestionando la centralidad y esencia de la época junto con el cuestionamiento del sujeto histórico-político portador del cambio.

¿En qué argumentos basan tales cuestionamientos? En general:

a) la caída del sistema socialista a manos de una caterva de rufianes burócratas pro capitalistas, apoyados por esos trabajadores que, se suponía, debían defender el sistema.

b) la espalda dada por la sociedad y por los propios trabajadores de los países capitalistas más desarrollados al socialismo y la ideología socialista.

c) las transformaciones económicas, políticas y sociales reflejadas en el proceso de «globalización» que están determinando la desaparición del proletariado industrial y su progresivo pero inexorable reemplazo por los trabajadores de «servicios» y de la «producción inmaterial» que sobrepasa en valor y producción a los sectores «tradicionales» de la «producción material».

d) En los países periféricos, en particular en América Latina, los movimientos políticos no están liderados por los trabajadores asalariados sino por un conjunto de clases, capas y sectores en los que suelen predominar liderazgos personales y grupos pequeños que tienen diversos orígenes sociales.

Todas estas posiciones y otras parecidas conforman un estado de situación mundial respecto de la confrontación socialismo versus capitalismo, proletariado versus burguesía, marxismo versus liberalismo, más o menos de este tipo: 1) el proletariado ha sido derrotado en toda la línea; 2) el socialismo culminó en un estrepitoso fracaso y, 3) la concepción marxista como teoría de las sociedades se reveló como una falsedad: por tanto, éste es el tiempo de crisis de las experiencias de todo el siglo XIX que durante todo ese lapso se creyó que era un innegable triunfo histórico y político del socialismo marxista a partir de la revolución de octubre.

Se «teoriza» que el impacto y las proyecciones de aquella revolución a nivel mundial han muerto, que ha concluido una época y una ilusión. Por el contrario, en el otro campo, el de la burguesía, lo que hay es triunfo, 1) éxito del capitalismo; 2) demostración de la verdad del liberalismo, 3) ¡la burguesía y el capital han triunfado! ¿Qué hacer? ¿Empezar de nuevo? ¡No! Hay que buscar otros caminos, encontrar otros actores no contaminados, evadir las organizaciones tradicionales, alimentar todo lo nuevo, lo no explorado, lo antes no tenido en cuenta, estimular todo accionar de cualquier tipo de organizaciones e instituciones o de prácticas que proclamen sus derechos, minorías, grupos, asociaciones, en especial culturales, sociales, vecinales, etc. absteniéndose de dirigirlos o señalarles fines, procedimientos, e ideas fuera de las que ellos mismo se den y construyan, recuperar «la utopía» y la «esperanza».

Pues bien, el materialismo marxista exige aceptar los hechos frontalmente, sin dudas ni vacilaciones, sin construir posiciones y/o argumentos ilusorios, pero al mismo tiempo con la clara firmeza de señalar que existe siempre algo más profundo y de primordial importancia que los hechos o situaciones aislados: el proceso general, la totalidad del movimiento de la sociedad y de la época histórica con sus clases actuantes. Reconocer sin medias tintas la existencia de hechos y situaciones no implica que se los deban aceptar como la realidad determinante de la acción y del proceso general. Esto ya lo sabía a la manera literaria el gran escritor irlandés G-K. Chesterton quien decía «¡Los hechos! ¡Cómo oscurecen los hechos la verdad!… Todos los detalles conducen a algo, no cabe duda; pero por regla general a algo equivocado. Los hechos apuntan en todas direcciones, como los millares de ramas de un árbol. Únicamente es la vida del árbol la que ofrece unidad y la que se eleva…Únicamente es su verde savia la que brota como un surtidor hacia las estrellas» (G.K. Chesterton, «El club de los negocios raros», Obras Completas, Janés Editor, III, p. 1282). Hay aquí una relación entre «existencia» (los hechos) y «realidad» (la sustancialidad histórica), lo que existe por el mero de existir no tiene realidad. No es lo mismo existencia que realidad, un zapatero remendón tiene existencia pero carece de realidad en las relaciones capitalistas de producción porque lo sustituye con la industria del calzado, es ésta la que tiene realidad y no aquél.

Lo primero que es necesario afirmar de modo indubitable es que la victoria definitiva de los trabajadores asalariados y sus aliados están atravesando un largo camino histórico y político apenas iniciado, ha habido y habrán aún triunfos, pero habrán, ¡las hay!, derrotas, y serán inevitables, como lo serán los pasos atrás, las regresiones, no sólo políticas, sino ideológicas y organizativas, a estadios que se consideraban ya superados. Esta es la marcha de la historia de la lucha de clases y del nacimiento de toda nueva sociedad.

De todos quienes viven tales amplios períodos de transición la visión cotidiana, en unos les hace ver un mundo que se derrumba y hablan de crisis y de los «buenos viejos tiempos», es la conciencia ingenua, son conservadores; entre los otros se encuentran quienes están comprometidos con los cambios y enfrentados a las «autoridades» establecidas, en cada éxito ya festejan la muerte inmediata del mismo, son los «exitistas», o están también los que ante una batalla perdida, la toman como derrota de toda la lucha y de lo fútil que ha sido y será conmover un sistema tan «arraigado» y firme como una roca ante los embates del pueblo y de los luchadores, son los «derrotistas». Pues bien, estamos viviendo tal época y se dan triunfos y derrotas, pasos hacia delante y pasos hacia atrás, avances y retrocesos, luchadores y dirigentes que se doblegan y se vuelven «realistas» pero también luchadores y dirigentes que se templan y fortalecen en sus convicciones; hombres y organizaciones que abandonan el compromiso del combate pero en contraposición aparecen hombres y organizaciones que los reemplazan y asumen sus responsabilidades. La vida social es movimiento, acción, y la esencia de ellos es el antagonismo, la oposición y su superación.

Y abordemos desde esta perspectiva el cuadro de situación descripto ante el cual se encuentran los trabajadores asalariados en el nivel general. Todos y cada uno de los puntos desde a) hasta d) constituyen sólo parte de los problemas del tránsito histórico de una a otra sociedad, y quien haya pensado o creído que esta época iría a ser relativamente corta, directa, límpida y siguiendo un «patrón» cortado a medida de sus aspiraciones carece de una comprensión de los fenómenos sociales reales. Lenín decía: «Quien espera una revolución social pura, jamás llegará a vivirla, y no pasa de ser un revolucionario verborrágico que no entiende la verdadera revolución». Pues bien, puede hacerse una paráfrasis de lo anterior y afirmar que quien piensa que el acceso a y la construcción del socialismo debe ser una tarea «pura» – sin sangre, esfuerzos, luchas denodadas, y conflictos de todo tipo- no entiende absolutamente nada de lo que está viviendo ya que nunca verá sus «ensueños» hecho realidad.

La caída de la URSS fue y es el más imponente golpe dado al socialismo. Fue, en su momento, una enorme revuelta contra el comunismo como adversario del capitalismo en lo que era el centro principal de la «otra» sociedad. Esto no puede ni debe ser desfigurado ni atenuada su gravedad. Decir que la URSS no era un país socialista, que allí no se trataba de una sociedad cuya aspiración y construcción consistía en lo opuesto al capital es solo un atajo y un sofisma. Lo mismo podría afirmar, y en muchos casos es así, un liberal capitalista que ante las atrocidades evidentes de funcionamiento del sistema capitalista aleccionara con que «éste NO es el verdadero capitalismo», que el «verdadero capitalismo, es justo, equitativo, igualitario, etc. etc. por lo que todavía resta «construir tal capitalismo»; y lo mismo podría pensarse del «mensaje» cristiano que todavía está por realizarse ya que la Iglesia Cristiana NO es la auténtica representación de Dios y de sus designios. De esta manera se separa el discurso de la realidad sobre la que se asienta y de la cual forma parte. Es inadmisible aceptar semejante postura.

Lo esencial, sin embargo, no reside en tal relación sino en las leyes que determinan la existencia y movimiento de una formación económico-social. Aunque se quisiera hacer del modo de producción capitalista una sociedad justa, equitativa, etc. esto no sería posible en modo alguno, ni siquiera en las versiones menos duras, ya que tal sociedad se asienta en una asimetría de carácter social irreconciliable: la propietarios no-trabajadores, dueños de los medios sociales de producción, y los trabajadores no-propietarios, sólo dueños de su fuerza de trabajo. Ésta es la base irreductible de la explotación, la desigualdad, la inequidad, sin la cual no existiría el capitalismo como estructura económica.

Puede haber (los hay) países en los que esta asimetría no adquiere las modalidades más sanguinarias y viles, pero no altera su esencia de clase y la apropiación gratuita del trabajo colectivo por el sector burgués dominante. De manera que la subordinación real del trabajo al capital ES lo sustancial de la sociedad burguesa capitalista; la continua expropiación de los trabajadores de los medios sociales de producción y su conversión en capital, constituyen la ley para su constante reproducción: los trabajadores entran como tales en la sociedad y en la producción, y salen exactamente en las mismas condiciones; mientras que los propietarios entran como tales y salen también como tales, pero con cada vez mayores posibilidades de acumulación y de dominio. Mientras permanezca la ruptura entre los trabajadores y los medios de producción, no habrá ninguna «superación» de los problemas sociales y políticos del sistema pues porque ¡es él mismo quien los produce y de los cuales se nutre!

Ahora bien, cuando examinamos el tipo de construcción socialista que desde la URSS se difundió como «modelo socio-económico» opuesto rivalizando con el capitalismo, para nuestro desconcierto y perplejidad encontramos que aquella subordinación real no fue superada. Se expropiaron a los capitalistas individuales, se los reemplazó en la gestión y administración por «cuadros» partidarios (PCUS) dotados de poder y autoridad no sólo desde la pertenencia al partido sino por el hecho mismo de la autoridad y responsabilidad que surge de cualquier tipo de organización en cualquier sociedad en la que se establecen relaciones jerárquicas. Era esto lo que otorgaba el carácter de socialismo a la nueva sociedad y asi se conoció y difundió. Este ERA el socialismo para sus trabajadores y para el mundo todo.

De manera que el partido-Estado configuró el principal (no el único) propietario «colectivo» en la sociedad, ante la inmensa masa de trabajadores asalariados que continuaron siendo tratados como «vendedores» de su única mercancía: la fuerza de trabajo. No era, pues, una sociedad colectiva por la propiedad, colectiva por la administración, colectiva por la distribución y el consumo. Seguía manteniendo notorias relaciones de parentesco estructural con el capitalismo. Ya no era capitalismo a secas pero tampoco era comunismo en gestación.

Cierto es que se puede considerar que esto, hasta cierto punto, era inevitable en principio por haber surgido la revolución no ya en un país industrialmente atrasado sino directamente con relaciones de producción feudal conteniendo además formas «comunales» de propiedad de la tierra. Y que a lo anterior se puede agregar la no menos asfixiante realidad de la primera guerra mundial, la hambruna de los años 1920, la industrialización a marcha forzada entre los 30 y 40, la segunda guerra mundial y sus estragos, el período de reconstrucción, etc. Cuando se hace un recuento de todo esto para la construcción económica y social propiamente dicha quedan las décadas desde el 50 hasta los 90, en condiciones de paz interna.

Pero la enajenación de los trabajadores de sus condiciones objetivas y subjetivas prosiguió impertérrita y por tanto la base de su desapego al socialismo, al partido y a los cambios revolucionarios mundiales. La clase asalariada se desentendió en los hechos de los objetivos económicos, de las responsabilidades políticas, y de la construcción misma tal como se estaba llevando a cabo: era la gran ausente. El tipo de socialismo a la URSS NO eliminó la ruptura entre los trabajadores y los medios de producción, al contrario, bajo una nueva configuración se perpetuó. Si se añaden el autoritarismo político, las limitaciones a los derechos individuales y personales de los trabajadores, los privilegios de la casta burocrática dueña en los hechos de las empresas, del partido y del Estado, las restricciones innecesarias en el consumo privilegiando criminalmente, como decía el gran economista polaco Michal Kalecki, la inversión a locas, tendremos un cuadro muy restringido pero variado de circunstancias que explicarían el por qué los trabajadores de la URSS no salieron a defender «su» sociedad: sencillamente no era «su» sociedad, no era una economía de la cual ellos fueran dueños colectivos, no era «su» construcción, era la construcción, la sociedad y la economía de unos burócratas agazapados «formalmente» comunistas. En cuanto se produjo la rebelión, lo formal se volvió real: los burócratas se convirtieron en capitalistas desembozados y la economía se reconvirtió en capitalista sin más.

Pero aquí en este episodio dramático aparecen cuestiones importantes. En principio la caída de la URSS se ha revelado como un acontecimiento histórico notable porque pone al desnudo, una vez más, la lucha de clases en el nivel internacional, y no se trata de pensar en que la burguesía mundial saboteó, conspiró y finalmente destruyó la URSS. Sí, tales «dignos» actos fueron implementados en diferentes tiempos y situaciones, pero la URSS no cayó por ellos: cayó por sus propias contradicciones y a manos de quienes hubieran debido defenderla. En segundo lugar para los trabajadores rusos y de la ex – Europa oriental, ahora ellos mismos han creado las condiciones inexorables de desarrollo de su conciencia socialista, les guste o no les guste tendrán que retomar el camino de oposición y combate que la burguesía de sus países les impondrá, que ya se los ha impuesto.

En tercer lugar es de la máxima significación histórica, política y económica, señalar que lo anterior muestra que la construcción del socialismo no sólo se hace con expropiaciones de los capitalistas, se debe hacerlo con la función social dirigente de los trabajadores propietarios colectivos de sus medios de producción pero, y no menos importante, ejerciendo el poder del Estado al modo de la democracia del pueblo más amplia. La burguesía nunca se equivocó en sus inicios: preconizó democracia para ella pero no para los trabajadores. Los trabajadores deben aprender de ella: democracia para el pueblo pero no para la burguesía.

De modo que aún en esta situación de retroceso hay un aspecto de avance en la conciencia socialista mundial. Ahora ya es una especie de «prejuicio» en la conciencia común: el trabajo debe subordinar al capital, los trabajadores gobernar su Estado, los trabajadores ser dueños y gestionadores de la propiedad colectiva, los planes económicos constituir los fines generales de la construcción con participación de los trabajadores. Sólo asi se hará realidad el hecho de que los trabajadores, de ser una clase socialmente dominante, sean política y económicamente dominante hasta su desaparición. Esta es la esencia de la nueva sociedad del socialismo y por eso es diametralmente opuesta al capitalismo: propietarios trabajadores dueños colectivos de sus medios de producción, del Estado y de la sociedad. Esa es la sociedad que finalmente se impondrá y que la humanidad verá surgir en medio de los horrores que produce todavía los estertores del capitalismo imperialista.

Entonces ¿no fue socialismo lo que se estaba haciendo en la URSS? Sí, pero el tipo de Socialismo que jamás podrá afirmarse al no pasar de su primer escalón (la expropiación) al segundo y decisivo: el liderazgo efectivo de los trabajadores en las nuevas relaciones de producción y conducción del nuevo Estado. Precio demasiado elevado que ha debido pagar la clase trabajadora por arrancar desde realidades sociales y económicas retrasadas que imponen un trecho de mucha confusión y conflictos, tanto internos como externos. El propio capitalismo ya ha creado las bases materiales de la misma. Esto no es una quimera ni una apelación al «milagro» a la «esperanza» o al cambio del individuo primero para que cambie la sociedad luego. Aquí no se trata de utopía sino de la realidad más descarnada y contundente.

No nos detendremos demasiado en lo que respecta al segundo punto ya que es sabido que los trabajadores de la Europa occidental y en particular de los países más desarrollados debieron afrontar la particular situación geoestratégica planteada por la segunda posguerra: el dominio económico y militar de los EE.UU. y implementación de sus planes de «contención del comunismo». Esto significó como fin primordial desarrollar políticas económicas, sociales y laborales que plasmaron en un nivel de consumo elevado y en la atenuación de los conflictos políticos. Esto fue, entonces, posible como resultado de la «guerra fría», o sea de la presencia y el poder de la URSS como representante del comunismo en la confrontación mundial, y claro está en no poca medida por las ganancias imperialistas de la explotación del mundo periférico. Las organizaciones partidarias debieron variar sus plataformas y procedimientos de lucha y hasta pudieron jaquear dentro de sus propias reglas de juego al sistema y obligaron a desarrollar estratagemas y trampas político-electorales para impedir el acceso de aquellos al manejo del Estado. Había y hay todavía conciencia socialista en una buena parte de aquellas sociedades pero la burguesía supo maniobrar, dividir, y cooptar a la población trabajadora entre derecha e izquierda en sociedades capitalistas que consiguieron dilatar y posponer el ideario socialista inmediato.

Una cuestión importante y caballito de batalla de muchos escritos «posmodernos» es la planteada por el punto c). El Adiós al proletariado tiene antiguos antecedentes ya que desde la década del 60 se ha difundido en todos los tonos y con todos los énfasis la desaparición de su función primordial en el proceso de producción, tanto que a mediados de los 70 con las innovaciones tecnológicas que planteaba la robotización en diversas ramas industriales, llegó a pronosticarse que hacia fines del siglo XX ya no habría obreros sino esas máquinas inteligentes que reemplazarían por completo a aquellos.

La actualización de aquellas publicaciones y debates es ahora la que se plantea entre la denominada «producción material» condenada a una muerte poco menos que a ojos vista y su acelerado reemplazo por la «producción inmaterial». ¿Qué actividades conforman una y otra?

Con el desarrollo de modo específicamente capitalista de producción, modo que es aquél en que los trabajadores están subordinados realmente por el capital, que ya se ha parado sobre su propia técnica, ha variado la escala de producción y construye su propio mercado, concentra cantidades ingentes de trabajadores bajo la forma fabril que se abre paso desde la manufactura hasta la gran industria maquinizada. Esta fue la figura típica del proletariado como sinónimo de obrero productivo de masas crecientes de mercancías o producto material. La industria textil, la del hierro, la extractiva o minera, la agricultura y ganadería pueden ser mencionadas como ejemplos de aquél tipo «tradicional de producción.

Pero en esta producción el capitalismo siguió desarrollándose hasta hoy abarcando la industria de la construcción, silvicultura, piscicultura, transportes, infraestructura y electricidad y toda la enorme extensión en ramas de la industria: acero, petróleo, petroquímica, automotriz, aérea, plástico, bioquímica, armas y aparatos espaciales, etc. etc. sólo para nombrar las más conocidas.

La lógica de funcionamiento del capitalismo está en subordinar la mayor cantidad posible de actividades que puedan generar ganancias y que antes o no existían o existían como actividades individuales de pequeños propietarios independientes o actividades que no plasmaban en mercancías, por ejemplo artistas, docentes, médicos, abogados, etc. en los que la producción no es separable del acto mismo de producir. Pero el notable cambio en el proceso de producción «inmaterial» se dio a partir de los últimos 50 años en que el capitalismo es su forma económica de actividad en: sector público (Estado), sector monetario y financiero, comercio, investigación, comunicaciones, educación, medicina, justicia, etc. En las dos últimas décadas las ramas vinculadas con la cibernética y los procedimientos de administración por computadoras ha desatado una oleada de inversiones que requieren fibras, chips, microchips, etc.

De manera que el campo de explotación de la fuerza de trabajo asalariada se ha expandido notoriamente ¡pero esto no es sinónimo de «desaparición del proletariado! ¡Al contrario! La fuerza proletaria está cada vez más presente y con un mayor radio de acción productiva, social y política porque lo que se ha ido restringiendo es la centralidad del proletariado fabril ¡pero no porque esté muriendo la producción material, sino porque se ensanchó la producción inmaterial! Hay que quitarse del pensamiento la asociación inmediata proletariado = obrero fabril y sustituirla por proletariado = trabajadores asalariados. Y es con este contenido que en este trabajo se utiliza la expresión «trabajadores asalariados» de manera deliberada para alejarse de aquella figura que tiene más que ver con la época de la maquinaria y gran industria del siglo XIX que con lo que realmente sucede en la actualidad.

Por ello afirmamos que no sólo los trabajadores no han perdido centralidad y sustancialidad histórico-política sino que se ha vigorizado y la sociedad del capital es hoy sociedad del trabajo asalariado como su contraparte. ¿Cómo sería posible aceptar que en el momento en que más se expande el trabajo asalariado al ritmo de la expansión del capital en multiplicidad de ramas antes fuera de su alcance, en que cada vez más es evidente su carácter de clase socialmente dominante, esté desapareciendo porque habría un predominio del trabajo «inmaterial»? Como se puede apreciar esto es un error en la comprensión de los cambios capitalistas y en la ubicación exacta de la clase en la producción pero también en la política. Esto, se traduce políticamente en que se quita el sujeto portador del cambio revolucionario y que se deserta de la revolución y del socialismo.

Y esto es exactamente lo que expone y defiende Toni Negri en su obra «Imperio». En reemplazo de la clase social ha dado con un hallazgo: los trabajadores asalariados habrían sido reemplazados por «la» multitud «De hecho, desde la perspectiva de una sociología del trabajo renovada, los trabajadores se presentan cada vez más como portadores de capacidades inmateriales de producción. Se reapropian de los instrumentos/herramientas de trabajo. En el trabajo inmaterial productivo, este instrumento es el cerebro (y en este sentido, la dialéctica hegeliana herramienta está finalizada). Esta singular capacidad del trabajo constituye a los trabajadores en multitud más que en clase»

Cuando el materialismo marxista avanzó en el análisis de la sociedad burguesa haciendo ver que las luchas no eran «pueblo» contra «Monarquía» o «Estado feudal» sino entre sujetos sociales actuantes como clases (proletariado, burguesía, pequeña burguesía, terratenientes, etc.), que aquél concepto de carácter unitario ocultaba en realidad hombres e intereses determinados en las relaciones de producción de una manera objetiva y antagónica, suministró una poderosa herramienta analítica. Pues bien ahora se nos propone retroceder aún a etapas «pre-pueblo» si se nos permite esta forma de expresión. ¿Qué es «la» multitud, pues no otra cosa que «una multiplicidad de singularidades, ya mezcladas, capaces de trabajo inmaterial e intelectual, con un enorme poder de libertad». (T. Negri, «Entrevista de Danilo Zolo», Revista italiana Da Reset», octubre 2002, pp. 12, 13, 19). En lugar de un avance se expone una noción vulgar «multitud» que respecto del vocablo «pueblo» tiene la característica de ser un retroceso analítico y una abjuración del materialismo marxista ya que éste exige el análisis concreto desde las luchas de clases y no desde una «sociología del trabajo».

Respecto del último punto diremos brevemente que los acontecimientos políticos en América lo que están mostrando es una dura confrontación entre las políticas, los programas y los objetivos de partidos y organizaciones pequeño-burguesas y las que sostienen los trabajadores que vienen de décadas de persecución, tortura, muerte y decapitación de sus instituciones, sindicales y políticas. Están sosteniendo esto últimos un camino de enfrentamiento con aquellas clases y dentro de ellas mismas, necesitadas de un doble esfuerzo: el de pelear los liderazgos socio-políticos y el de depurar sus propias estructuras (Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Venezuela, son sus ejemplos). Por lo demás las fuerzas políticas que se inspiran y respaldan en el materialismo marxista como su concepción ideológica deberán tener siempre presente que el socialismo marxista es sólo una de las fuerzas en lucha y deben preparar y educar sus estructuras para compartir con otras fuerzas provenientes de otras ideologías y de otras experiencias el combate permanente contra el sistema

Asi, pues, no podemos sino concluir este parágrafo señalando que:

1) La actualidad del socialismo es una realidad objetiva y preeminente del conflicto de clases mundial

2) Los trabajadores asalariados constituyen la clase sobre la que ha recaído la responsabilidad de los cambios revolucionarios en la sociedad burguesa.

3) Los trabajadores asalariados constituyen la clase socialmente dominante de la realidad burguesa.

4) Los trabajadores deben ser – y en algunos casos ya lo son – la clase dirigente de los cambios revolucionarios y de la construcción socialista, en unión con otras clases y capas explotadas por el capital.

5) La burguesía es ya una clase completamente reaccionaria y que sus objetivos políticos y militares son la defensa a ultranza del statu-quo del imperialismo capitalista financiero.

3) Imperialismo monopolista financiero

Etapa financiera de la fase imperialista

Establecer con nitidez el vínculo concreto entre los fenómenos de la nueva etapa del capitalismo monopolista imperialista y los problemas políticos y organizativos que de ellos se desprenden para los trabajadores asalariados en su lucha por el cambio de la sociedad burguesa, he ahí el quid teórico fundamental que, como desafío acuciante, se le presenta al materialismo marxista hoy, sin desconocer las enseñanzas que deben desprenderse de las experiencias socialistas conocidas.

Pero abordemos el primer problema ¿A qué nueva etapa del capitalismo monopolista se alude? Partimos de considerar que se mantienen los aspectos fundamentales del monopolismo imperialista como fase superior del capitalismo, pero que en las últimas décadas ha dado un paso adelante gigantesco respecto de su etapa monopolista primaria. Es cierto que el carácter financiero formaba parte prominente del capitalismo monopolista de la época al punto que puede afirmarse sin dudas que el Imperialismo era y ES el dominio del capital financiero. Antes constituía la modalidad de fusión del capital industrial y el capital bancario desarrollando de modo acelerado su acumulación por medio de las formas monopolistas más diversas: Kartell, Ring, Corner, Sindicato industrial, Pool, Trust, etc.

Hoy esto ya no alcanza. El capital financiero ha dado pasos enormes dentro de sí mismo llevando el carácter financiero a sus niveles más altos: el dominio casi omnímodo sobre todas las demás formas de existencia del capital (industrial, comercial, de servicios, etc.). No es otra cosa que el dominio y el poderío de la cúspide burguesa como oligarquía financiera. De manera que hoy el capital financiero no representa ya más – o no sólo- aquella fusión sino que es la potencia del capital mismo como conjunto expresando la totalidad de los intereses de la burguesía. Una de las formas adoptadas jurídico-administrativa es la sociedad «holding», que reúne o convoca en enormes consorcios transnacionales, pero con sede en los países capitalistas más desarrollados, cuantiosos fondos dinerarios en la forma de activos financieros.

La sociedad «holding» pasó de la creación de un «comité de trustees» como depositario de la mayoría de las acciones de cada empresa constituyente del comité y que al estar integrada precisamente por los accionistas propietarios de ellas, dirigía la actividad económica de todas las sociedades que se mostraban como «autónomas», a una nueva forma: la constitución de un consorcio supercapitalista con existencia jurídica propia, pero cuyo único activo consiste en las acciones de las empresas monopolistas coaligadas por decisión de los accionistas mayoritarios que las dominan y manejan. Estas «empresas» son monopolios puramente financieros que emiten a su vez nuevas acciones a favor de sus socios, quienes jurídicamente pierden la propiedad de las acciones de las empresas productivas y las cambian por las del «holding» que de ahora en más se erige en la dirección verdadera que fiscaliza y decide la actividad de todas aquellas «empresas» originarias.

Pues bien, todas estas formas continúan existiendo hoy, pero el rasgo distintivo es que en este capital monopolista financiero lo financiero es lo decisivo al punto que lo dominan asociaciones de Bancos con extensión e influencia mundiales que subordinan al capital productivo. Esta es la representación actual y más genuina «del» capital en su conjunto como totalidad y cúspide frente a los capitalistas individuales, siempre que se exprese como capital dinerario pero sobre todo en activos financieros públicos y privados: títulos, bonos, acciones, etc. emitidos en monedas «fuertes» como el dólar o el euro. Es a esta nueva situación que llamamos «etapa» nueva dentro de la «fase» superior del capitalismo que es el imperialismo, de allí la denominación que utilizamos monopolismo imperialista financiero, con la finalidad de acentuar lo financiero y no para pretender señalar que se trata de una «nueva» fase del capitalismo imperialista, posterior y superior. Imperialismo financiero + cúspide de la oligarquía financiera + políticas de sojuzgamiento del mundo periférico ¡he aquí el Imperio! Capitalismo imperialista financiero ES el capital en general, objetivo, real, dominante en el mundo burgués.

Podríamos resumir algunos de los aspectos más importantes que caracterizarían a esta etapa de la fase imperialista financiera del capitalismo:

1) Una notable concentración (acumulación) del capital y una acelerada centralización de la propiedad de los monopolios financieros ahora transnacionalizados pero con matriz en un puñado de países más desarrollados. Se trata de gigantescos consorcios o corporaciones capitalistas que abarcan y penetran la vida económica entera ya no sólo de algunos países sino del mundo todo.

2) Los Bancos e instituciones financieras que ya eran importantes en los inicios del siglo XX, se han transformado en el centro decisivo y nervio motor del capitalismo imperialista financiero. Sus actividades y transacciones son en su esencia puramente especulativas. Algunos rasgos:

i) la concentración bancaria ha transformado la tradicional actividad de intermediación en los movimientos del capital dinerario a inicios del siglo XX, en una actividad de pocos y gigantescos Bancos monopolistas en la cual pueden observarse «pisos» de especialización: bancos comerciales, bancos de inversión, bancos de bancos y «holdings» bancarios;

ii) la actividad primordial de estos descomunales monopolios es fundamentalmente de carácter «especulativo», incluso ha llegado a tal nivel esto que ahora los consorcios monopolistas mismos, productivos, industriales, comerciales, y también los de servicio son concebidos como «mercancías comunes», se han transformado en objeto de transacciones entre estos grupos o consorcios cual si se trataran de materias primas o latas de conserva. Puede decirse que constituyen una «especialidad» de la ingeniería financiera del monopolio: comprar «grupos», «corporaciones», «racionalizarlas» o «sanearlas» y venderlas realizando cuantiosas ganancias, tal la meta acuciante, ya que no existe el interés en mantener ni expandir ninguna de las propiedades que caen bajo su dominio financiero.

¡Claro es que las empresas desde siempre fueron objeto de compra-venta! Pero su expansión y difusión es tan enorme que podría afirmarse que ya constituyen una rama de las especulaciones capitalistas «diarias». Se han convertido en objetos de jugadas arriesgadas y apuestas de tahúres. John M. Keynes había advertido en los años 30 este carácter especulativo y altamente dañino para el sistema cuando diferenciaba entre los capitalistas como hombres de espíritu de empresa y aquellos cuya actividad es estar atento a los movimientos, transacciones, y fluctuaciones de los mercados, o sea los especuladores. Afirmaba que: «Los especuladores pueden no hacer daño (al sistema FHA) cuando sólo son burbujas en una corriente firme de espíritu de empresa; pero la situación es seria cuando la empresa se convierte en burbuja dentro de una vorágine de especulación. Cuando el desarrollo del capital en un país se convierte en subproducto de las actividades propias de un casino es probable que aquél se realice mal» (J.M. Keynes, «Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero», FCE 1965, p. 145). De manera que si aceptáramos esta notable premonición en el desarrollo del capitalismo monopolista imperialista habría que denominarlo como capitalismo financiero de casino.

3) Etapas de evolución del comercio capitalista: a) exportación de mercancías, b) exportación de capitales, en el sentido de inversiones directas, y c) exportación financiera, en el sentido de endeudamiento público y privado de la periferia hacia los centros y por medio de ello sometimiento económico y político de estos países. Es el capital financiero «usurario» y expoliador.

4) Diferenciación entre «potencias rectoras», esto es dominante, y socios «menores» pero integrantes del centro del sistema en calidad de «corifeos» de aquellas. Las potencias rectoras, en los hechos, desempeñan el papel de «líderes» del mundo y se asocian en un «comando central», integrado por EE.UU. + Gran Bretaña + Alemania + Francia, comando del cual los EE.UU. son su «comandante en Jefe». Sus socios menores conforman una «segunda línea» de apoyo y seguimiento de las políticas del comando central: Japón, Canadá, Italia, Austria, Holanda. Aun cuando existen diferencias entre ambos niveles e incluso en el «comando central» lo esencial es el monopolismo financiero imperialista y sus planes y políticas de sojuzgamiento del mundo no desarrollado.

5) Aspecto distintivo importante de esta etapa es la de la subordinación a estos holdings monopolistas de los grandes grupos capitalistas interesados en la producción material (capital productivo) y que ahora absorben también a los modernos consorcios dedicados a los servicios (producción inmaterial).

6) El imperialismo monopolista financiero, propietario y administrador de billones y billones de u$s y de euros ha penetrado toda la sociedad burguesa y lo hace independientemente de los sistemas políticos y va más allá del Estado. Aun cuando éste no le signifique un obstáculo va más allá de él y lo supera, ha creado, sostiene y afirma instituciones políticas, jurídicas y económicas «supranacionales» que las presenta como «mundiales» y rectoras para el conjunto de la sociedad toda sin distinción de diferencias económicas, regímenes políticos ni de situaciones sociales. Pero esto no quiere decir que renuncie a esa condensación del poder «nacional» que es el Estado de sus propios países capitalistas más desarrollados. Incluso ante conflictos entre las entidades «supranacionales» y las «nacionales» terminan siempre predominando estos últimos. Pero en relación con los países periféricos los países del comando hacen valer a los organismos «supranacionales» dado que no es sino una prolongación de sus intereses mimetizados como «mundiales».

Por eso pensar que el capitalismo actual ha dejado atrás su fase imperialista, decir que «el imperialismo ha concluido», en tanto es posible advertir la conformación de instituciones mundiales de orden superior a los Estados-Nación, tipo de Estado que sería la característica del orden moderno hasta el siglo XIX y comienzos del XX pero no ya de la actual posmodernidad, es un error y al mismo tiempo una ilusión. No hay todavía evidencias rotundas e irrefutables de desaparición de los Estados-Nación en pro de una juridicidad internacional que lucha por «valores» y se impone la finalidad de establecer «la» paz en las regiones en conflicto: «La paz, el equilibrio y el cese de los conflictos son valores hacia los que todo se dirige» (Negri-Hardt, «Imperio», Harvard University Press, 2000, p. 18). Esta posición de parte de quienes la sostienen no es otra cosa que el reverdecimiento del «ultraimperialismo» que en su época (inicios del siglo XX) también se exponía como una supranacionalidad que superaba la rivalidad competitiva y se manejaba por «acuerdos» para resolver sus intereses encontrados. Esto es un «neokautskismo».

Que hay una efectiva y visible tendencia hacia ello junto con formas de construcción en tal sentido sería una necedad negarlo. Si la sociedad burguesa, en su momento de ascenso fue cristalizando su dominio socio-económico bajo la forma de los «Estados-Nación», no es para nada llamativo que en su momento de declinación histórica y por la acción de su propio proceso de acumulación de capital empiece a mostrar ahora que este tipo de Estado tiene sus límites y desarrolle tendencias a su superación. Allí están la O.N.U. y sus organismos que lo componen: F.A.O; O.M.C; UNESCO; etc. allí está el Tribunal Internacional de La Haya; allí están en el orden económico-monetario el F.M.I; el Banco Mundial, el B.I.D; etc. Pero esto es sólo un ángulo de tal proceso: el de una transición hacia un orden efectivamente internacional, aún inexistente, y que quizás pueda en lo futuro -un futuro muy lejano en verdad- convertirse en tal. Pero de ese futuro nada podemos decir hoy. Lo que sí podemos y debemos decir hoy es que estas instituciones están, en los hechos, manejadas por los países imperialistas y a su servicio, más todavía luego del derrumbe de la URSS y a pesar de que estén China, Cuba, Viet-Nam en tales organismos.

La ONU fue descaradamente dejada a un lado por los EE.UU. para invadir Irak. ¡Ningún miembro (país) denunció y votó señalando que violaba todas las reglas establecidas desde la 2da. posguerra! Más aún los socios del «comando» Alemania, Francia, Gran Bretaña, acompañadas de algunos de sus socios menores (Canadá, Italia) mediante su maquinaria guerrera que es la O.T.A.N. se encuentran invadiendo y matando en Afganistán, con el acuerdo, dirección y el beneplácito de los EE.UU.

¡Qué decir del F.M.I.! ¿No es acaso un verdadero Banco Central usurario de las «potencias rectoras», despótico y dictador que con desembozada prepotencia financiera utiliza el endeudamiento de los países periféricos como instrumento de sumisión y política de extorsión para imponerles su propia estrategia de dominio? A simple título de ejemplo es necesario recordar que en esta institución «supranacional» los países capitalistas desarrollados, los de la primera línea (el «comando») tienen más del 60 % del poder de voto sobre las decisiones y controlan directamente las políticas y los procedimientos de su instrumentación, en tanto que los países periféricos que son el 50 % de la economía del mundo, constituyen las tres cuartas partes de los miembros y tienen el 80 % de la población mundial, sólo representan el 40 %.

Y si por una serie de conflictos, obstáculos o dificultades estas «instituciones» dejaran de servir a los fines para las que han sido creadas, de inmediato las modificarán o bien crearan otras nuevas para seguir sirviendo a sus intereses. Por estas razones afirmar que «los EE.UU. no pueden e incluso ningún Estado-Nación puede hoy constituir el centro de un proyecto imperialista. Ninguna Nación será líder mundial del modo que lo fueron las naciones modernas europeas» (Negri-Hardt, «Imperio», Ediciones Harvard University Press, 2000, p. 6)) es mofarse de la realidad.

No obstante esto no quiere significar que entre los países integrantes del «comando» no existan problemas. Pero las tensiones y rivalidades entre ellos se atenúan, en tanto que prontamente elaboran políticas y estrategias comunes frente a la periferia y a los países socialistas aun existentes. Políticas y estrategias de carácter económico, comercial, jurídico y militar. A veces surge entre aquellas «potencias rectoras» diferencias sobre situaciones políticas que las llevan a tomas de posiciones diplomáticas opuestas. Así se alían los EE.UU. y Gran Bretaña por un lado y Alemania-Francia por el otro.

Pero ante el planteo ¿cómo administrar el resto del mundo en provecho nuestro como un todo en igualdad de condiciones? las conductas son acuerdos, negociaciones, tratados, convenios, etc. entre ellos -aun cuando esto en el comercio mundial no elimina ni dumping, ni subsidios, ni proteccionismo, ni mercados cautivos, ni sobornos, ni latrocinios, = guerra comercial – , pero imposiciones comerciales, coacción política, sojuzgamiento jurídico, endeudamiento forzado, y, si viene a cuento, violencia militar, para con el resto – los Estados-Nación periféricos – obligándolos a aceptar la «nueva» situación mundial del capitalismo imperialista financiero, lo que entre otras cosas implica subordinación al capital financiero y su supuesta «nueva» juridicidad mundial, o guerras «preventivas» y de «castigo» por no querer entrar o bien querer «salir» de él.

Se aprecia que no se puede ni se debe poner en un plano de igualdad a los Estados-Nación de los países desarrollados con los de la periferia explotada. Y esta es otra característica que debe retenerse como distinta de lo que ocurría entre estas mismas potencias durante el lapso colonial: guerreaban entre sí para «repartirse» el mundo, éste era un «botín». Ahora ya no; acuerdan para tragarse el mundo periférico de consuno y uno de los argumentos jurídico-político al que apelan es el de que los «Estados» y sus corpus jurídicos y constitucionales deben subordinarse ante las leyes y reglamentaciones mundiales. Lo que no dicen es que esto es para los Estados-Nación de la periferia pero no para sus propios países. La esencia de la «ley internacional» es la del capitalismo imperialista financiero.

Repetimos y recordamos, la esencia del imperialismo financiero sigue siendo el capitalismo monopolista, y su prolongación inexorable es la coacción y la guerra. Es al mismo tiempo que una forma y una etapa del capitalismo en el nivel de sus relaciones de producción, una forma de la actividad de clase de la burguesía, y en particular de su fracción más activa, o sea su oligarquía financiera, usuraria y especulativa, y es también una forma de Estado que utiliza y adapta como su centro condensado de poder jurídico-político-militar los intereses comunes de la burguesía toda como clase dominante de los países capitalistas más desarrollados.

Acentuar el carácter financiero del capitalismo actual, pues, es señalar la forma más abstracta y la más incesantemente movediza del capital. Bajo esta forma el capital se muestra como producido y reproducido en y por sí mismo. Aparentemente sin mediaciones, procesos ni obstáculos. Bolsa, mercados de valores, especulaciones, manipulaciones de títulos y bonos, maniobras monetarias, negociados, corruptelas y expropiaciones de todo tipo inundan las transacciones y actividades de aquellos países y por supuesto alcanzan a los periféricos como ejemplos a imitar y caminos a seguir. Así entonces, la amplia difusión de actos de corrupción – el fenómeno de la corrupción siempre formó parte de la historia del capital desde su nacimiento – la delincuencia, los negocios espurios, el surgimiento de ramas delictivas (tráfico de armas, drogas, mercancías falsificadas, etc.) se extienden universalmente como modos de sobornar y corromper a políticos, funcionarios y hasta dirigentes sindicales e instituciones de todo tipo cuya intervención requieran aquellas actividades para lograr sus fines.

Dinero, acciones, títulos, fideicomisos, fondos de inversión, «representan» el capital como abstracciones reales que se muestran virtuales y adquieren el movimiento evanescente de una danza mágica fascinante e inasible: es el fetichismo fantasmagórico de estos «entes» financieros cual si estuvieran provistos de autonomía, personalidad y espíritu propios. Claro es, no pueden ni podrán autonomizarse completamente de la producción mercantil e industrial, tienen que mantener tales condiciones objetivas para su subsistencia, pero la voracidad de sus propietarios los impulsa cada vez más allá de sus límites, por tal razón son ellos los que han concluido en dominar y subordinar las transacciones reales de mercancías, consorcios y capital. Estos últimos son ahora momentos del movimiento especulativo del capitalismo financiero. Este capital es infinitamente más lábil, más temeroso que aquellos, ya que siempre aparece la amenaza de un hundimiento, de un nuevo crack, pero hasta tanto no ocurra, burbujas, riesgos, timba en el casino internacional continúan.

¡Este es el Imperialismo! ¡Este es el Imperio! ¡Visible no difuso! ¡con «comando central», con «territorios» e instituciones! Extremadamente visible además en un Estado-Nación (los EE.UU.) que se arroga el derecho de ser «líder» del mundo y la facultad de implementar políticas de coacción y de guerra, nunca de paz.

Este es el terreno en el que se desenvuelven las luchas de los trabajadores asalariados y de los explotados del mundo entero bajo el imperialismo financiero. ¿Cuál es, pues, la consecuencia que se desprende de la actualidad del socialismo y de la etapa imperialista-financiera? Toda lucha, todo conflicto, toda oposición que encabecen los trabajadores asalariados, afectan directamente y frontalmente a la burguesía imperialista como guardiana del statu-quo, y esto aunque todas aquellas acciones se desenvuelvan en nuestras sociedades periféricas ante clases burguesas que «aparentemente» pudieran no tener nada de imperialista y mucho menos de financiera.

No aceptar esto último sería un desconocimiento de la situación mundial concreta que ha producido el capitalismo monopólico en general y el imperialismo financiero en particular, toda confrontación de clases en un país, en una región, etc. en cualquier lugar del mundo capitalista es parte constituyente de la rebelión general a escala histórico universal de los trabajadores y de los oprimidos, con sus particularidades históricas, culturales, políticas, etc. con su específica relación de fuerzas, con sus alianzas y su grado de maduración de condiciones objetivas y subjetivas.

El acceso de partidos y organizaciones pequeño-burguesas al manejo de la administración estatal, es cierto, enturbia aquél hecho, porque debe señalarse que estas clases lamentablemente e inexorablemente se doblegan siempre ante el gran capital imperialista y al final siempre «gobiernan» como representantes de aquél ante la población trabajadora y otras capas que los apoyaron por ser «progresistas».

De manera que para decirlo enfáticamente y aun a riesgo de que esto parezca una antigualla estrafalaria: no puede haber confusión ni vacilación sobre esta cuestión. La etapa de las «revoluciones democráticas» y cambios «progresistas» con la burguesía a la cabeza o en alianza con fracciones «nacionales» pequeñas y medianas, etc. ha pasado a la historia a nivel mundial. Toda confianza política en ellas es pura distracción y es llevar a los trabajadores a la cola de clases que traicionarán y capitularán, más aún, que volverán el garrote de la represión contra ellos y sus reivindicaciones. La etapa histórica de la propia evolución del capitalismo monopólico ha convertido a las burguesías en reaccionarias en el plano de la lucha de clases.

Toda actividad sostenida, organizada, sindical, política y económica de los trabajadores asalariados como la permanente movilización de las nuevas formas de resistencia social (desocupados, marginales, piqueteros, O.N.G. aborígenes, feminismo, etc.) impacta y conmueve la sociedad burguesa establecida junto con sus lazos imperiales. Contrariamente a lo que se pueda pensar apresuradamente el capitalismo de los países centrales que colonizaron primero nuestros países y que después una vez obtenida su independencia política, saquearon sus riquezas, NO los desarrollaron por la vía capitalista. Los explotaron con formas atrasadas, feudales y semifeudales de relaciones de producción, los «subdesarrollaron», los expoliaron y cuando aparecían arrestos de políticas de industrialización se opusieron rabiosamente. La crítica histórico-económica ha demostrado esto de manera irrefutable.

Pero con todo, este cuadro no impidió definitivamente la apertura de tal proceso, sobre todo a partir de las guerras y de la depresión del mundo capitalista entre 1914 y 1945, que exigieron perentoriamente políticas proteccionistas y la conformación de un mercado interno basado en la acción de las burguesías «nacionales». La esencia objetiva de las políticas de estas clases era la de ser «antiimperialistas» sin ser anticapitalistas, esta situación confundió a muchos partidos y direcciones de izquierda y las puso a remolque de aquellas clases creyendo en la «revolución democrática». La historia mostró que la industrialización no era «liberación» de clases ni, muchos menos un camino al socialismo, porque la clase portadora del cambio no estaba organizada para tal fin ni sus direcciones tenían claridad teórica sobre la situación mundial y nacional. Pero tampoco tal proceso eliminó – no podía – el sometimiento al imperialismo y la explotación de los recursos internos.

Esta situación de sojuzgamiento continúa aún, pero lo que ha cambiado drásticamente es la relación de fuerzas de las clases en lo interno. Al haber un desarrollo industrial burgués en el cual los inversores imperialistas suelen ser los más poderosos ya que manejan producción, comercio exterior, Bancos, grandes comercios, etc. muestran visiblemente la cara del imperialismo en lo interno sin resolver los problemas de la explotación, la pobreza, las desigualdades, la miseria creciente de la población más explotada. No lo pueden resolver porque sencillamente crean tales situaciones de opresión y miseria, no vienen a superarlas ¡viven de ellas! Todo lo cual significa que mantienen y reproducen las condiciones objetivas de la oposición y de la rebelión antiburguesa y anticapitalista. Lo que queda siempre como desafío candente es la transformación de las condiciones subjetivas en el sentido político, ideológico, organizativo, como fuerza unida y masiva de todos los trabajadores o, al menos, de su mayoría, para esta nueva etapa que ha abierto el imperialismo financiero.

Quizás deba decirse lo anterior de otro modo: ya no existe el problema teórico político de ¿cómo transformar la futura revolución burguesa en revolución proletaria? que fue el leiv-motiv pre- Revolución de Octubre y que se extendiera como «táctica» universal a partir del estalinismo hasta no hace muchos años atrás. Aquél «futuro» ya pasó: hoy el problema es ¿cómo los trabajadores asalariados tienen que llevar a cabo los cambios revolucionarios socialistas? ¿mediante qué vías, cuáles alianzas y, sobre todo, qué tipo de organización o tipos de organización deben construir o acelerar su construcción si ya existen tales fuerzas orgánicas?

4) De nuevo la cuestión del poder y del Estado

Su esencia como arma de clase

Sin analizar ni profundizar cuál es la esencia del Estado desde el ángulo del conflicto de clases no es posible entender de la realidad de la sociedad burguesa y su evolución. El Estado, y nunca estará de más volver e insistir sobre el tema que parece siempre estar en entredicho, es la concentración de los intereses centrales y comunes de las clases dominantes, que cuida, vigila y administra la sociedad y la producción en su favor. Pero es aún más. Cuando se agudizan los conflictos aparece sin tapujos su esencia clasista y al mismo tiempo su función de arma, de instrumento decisivo e insustituible para el mantenimiento del «orden» (statu-quo) establecido, por tanto para el mantenimiento y reproducción del dominio de las clases propietarias.

Lo anterior es extremadamente importante porque la cuestión de la «esencia» del Estado no pasa por repetir definiciones sabidas de carácter político o en dar explicaciones en el nivel de la filosofía de la Historia o señalar sus características «jurídico institucionales», orientado al «ordenamiento» de la sociedad para mejor llegar a los resultados del «equilibrio» y la «paz» sociales puesto que su función es actuar como árbitro imparcial en medio de las «inevitables diferencias que toda sociedad muestra.

«Actualizar», entonces, la cuestión del Estado significa «desacralizarlo», «desmitificarlo» y sentar su crítica de manera concreta explicando y aclarando que no debe considerárselo como una especie de «naturaleza inconmovible», como una institución por encima de las clases y único e irreemplazable ente rector del orden social burgués y que las instituciones que ha construido para objetivar su democracia (república ejecutiva, república parlamentaria, monarquía parlamentaria, etc.) son nada más que modalidades jurídico-políticas del dominio real de la burguesía.

Dos son las líneas que parecen abrirse paso en la literatura política actual sobre esta cuestión: 1) la que considera al Estado y su estructuras jurídicas plasmadas en Nación, como algo superado, algo correspondiente a la etapa de la modernidad surgida del Medioevo e instalada firmemente a partir del siglo XIX en la Europa occidental y desde allí «exportada» al resto del mundo. Esta realidad sería la de una «soberanía» declinante de aquellas Naciones-Estados hoy incapaces de regular los intercambios económicos y culturales. Este tipo de Estado es el que está siendo reemplazado por una «nueva forma global de soberanía» en el nuevo espacio de la «globalización» y del capital transnacionalizado.

Se afirma además que «la globalización es un hecho y es fuente de definiciones jurídicas que proyectan una figura supranacional única de poder político» (Ver, «Imperio», Negri-Hardt, H.U.P. p. 14) que lo verdaderamente nuevo consiste en que «Una nueva noción de derecho, o más aún, una nueva inscripción de la autoridad y un nuevo diseño de producción de normas e instrumentos legales de coacción que garanticen los contratos y resuelvan los conflictos» (Ibídem)

La otra posición es completamente diferente y sostiene que el Estado es siempre en todo tiempo y lugar un mecanismo de poder. Que la lucha por ejercer tal poder en los procesos sociales y políticos lleva a una situación de carácter perverso: antes era manejado por cierta clase que se oponía a cederlo, luego del cambio hay otra clase que se lo arrebató y lo maneja. Pero lo central es que sigue siendo un poder alejado de la realidad y necesidad de las masas. Aquí Estado y poder se identifican y se sitúan inevitablemente en manos de grupos y/o partidos que «reproducen» el poder para sí y no permiten el despliegue del poder de todos para todos. Síntesis: no se puede cambiar el mundo por medio del Estado… Éste es el desafío revolucionario a comienzos del siglo veintiuno: cambiar el mundo sin tomar el poder» (J. Holloway, «Cambiar el mundo sin tomar el poder», Universidad Autónoma de Puebla, México 2002, pp.39-41) Pero ¿Cómo se puede cambiar el mundo sin tomar el poder? La respuesta es obvia: no lo sabemos» (¿¿??) (Ibídem, p. 43)

Con relación a la primera posición nos hemos referido ya en el parágrafo sobre el Imperialismo Monopolista Financiero señalando lo que contiene de captación parcial de los cambios en el imperialismo mundial y el Estado burgués, y simultáneamente lo que tiene de erróneo. En un autor que se vanagloria de «no ser leninista» y sí ser «maquiavélico» y que, además, manifiesta que «el antiamericanismo y la fe en los Estados-Nación corren de la mano… y que el antiamericanismo es una actitud débil y mistificante en la actual fase de definición crítica de la constitución del nuevo mundo…que el antiamericanismo es un estado mental peligroso, una ideología que mistifica los datos de análisis y oculta la responsabilidad del capital colectivo. Debemos alejarnos de él» (Entrevista a Negri por Danilo Zolo en Revista italiana «Da Reset», octubre 2002), no se puede dejar de olfatear cierto tufillo pro-yanqui so pretexto de elaborar el Imperio como un nuevo principio teórico. Esto de por sí no invalida sus argumentos pero es bueno saber desde qué clase social se habla y defendiendo qué intereses.

Respecto de la postura del sociólogo Holloway, no es mucho lo que de importante puede decirse. El autor manifiesta una angustia y una desesperanza al punto que hace girar toda su obra no en el pensamiento analítico sino en «el grito». A lo largo de 300 páginas satura al lector con una especie de neoanarquismo que lo conduce a instar a los trabajadores, militantes y luchadores a dar la espalda al Estado, al poder y a las organizaciones políticas, sobre todo a éstas últimas ya que no hacen otra cosa que reproducir la lógica del poder y del Estado como instrumento enajenado y autónomo. Esto es lo mismo que decirle a los trabajadores ¡sean enemigos de todo dominio de clase! ¡no confíen en sus propios modos de dominio y gobierno antiburgués! Sus luchas no pueden ni deben transformarse en otro Estado porque eso implica orden, dominio, poder sobre la sociedad y el individuo y en consecuencia repetir lo mismo que hace la sociedad burguesa. ¡La construcción del socialismo muestra los mismos errores y los mismos horrores que la sociedad burguesa!

Pero el autor confiesa que no sabe cómo, con qué sustituir estas realidades que le han creado un enorme «desasosiego» espiritual y moral. No importa, por de pronto difundamos esto para que, en el peregrino caso que los trabajadores las tomaran para sí, estarían a merced de toda la red de intereses, negocios, y chantajes políticos de la burguesía: ¡desarmemos a los trabajadores del mundo para que sean explotados y embaucados sin obstáculo alguno! Porque total todo está contaminado de poder. ¡Hagamos un anti-poder! que construya la «dignidad»; pero el anti-poder es ubicuo e invisible, ¿existe? ¡claro que existe! «el anti-poder está en la dignidad de la existencia cotidiana. El anti-poder está en las relaciones que establecemos todo el tiempo: relaciones de amor, amistad, camaradería, comunidad, cooperación.» (Holloway, Ibídem, p. 229). Ahora bien dado que la burguesía imperialista no renuncia a nada que fortalezca y asegure su dominio, esto no es otra cosa que preconizar un «hippismo bonachón e inofensivo» con consignas ya pasadas de moda cuya actualización sería: ¡haga el amor no la guerra al Estado burgués! ¡Abajo el poder viva el placer! Estas concepciones demuestran no tener la menor idea del poder y del Estado, de cuál es el centro neurálgico en el que se deciden los negocios, las inversiones, las ganancias y las guerras por un lado, y la vida, la explotación, la miseria y la muerte para millones de trabajadores por el otro.

Estos disparates no merecerían ningún comentario porque no son analíticamente serios ni aun concediendo en el autor las mejores intenciones, pero lamentablemente se difunden y penetran en muchas franjas de intelectuales y militantes que suelen tomar en serio algunas de las tonterías que el libro de Holloway expone. Todo esto muestra crudamente que en el fondo de esta posición política, ¡porque se trata de una posición política! hay una especie de culto a la novedad, creer que todo cuanto en las luchas de los pueblos sea nuevo y raro o nunca visto antes, es forzosamente valioso y todo un avance, e incluso si no lo hubiere habría que «inventarlos».

No obstante es procedente aislar de este tipo de propuesta lo que tiene de analíticamente importante aunque el autor pareciera desconocerlo: la relación de oposición entre el Estado como la instancia de lo político y del interés supuestamente general, y la sociedad civil como en quien descansa el interés particular. Los procedimientos y estructuras del primero se objetiva en la burocracia administrativa y alcanzan también a las instituciones políticas, llegando hoy a todo tipo de organizaciones sociales, culturales, y también a los partidos políticos de los trabajadores, sindicatos, etc. etc. Antes se atribuían sus «deformaciones» (burocracia, privilegios, etc.) a «desvíos» de su función natural, a actos de corrupción o decisiones personales arbitrarias de funcionarios y empleados, ahora es visible el hecho que se autonomizan y crean sus propios intereses corporativos lo que culmina en vaciarlos de legitimidad, autoridad y representantividad.

En toda sociedad dividida en clases que se funda en la explotación y en la coacción de las clases trabajadoras, ésta separación individual-general, es la forma que adquiere el sojuzgamiento que rompe la unidad social, mantiene la separación y la establece como antagonismo. La «dirección de los asuntos generales» en «interés de todos» por parte de las clases propietarias aparece, se muestra y se repite como «natural» y «anónima». Esta situación es la que crea las condiciones rutinarias en que se desenvuelve la estructura burocrática como impersonal, cotidiana y que genera una «obediencia pasiva» y promueve una adhesión inmediata a la «autoridad» y la aceptación de un mecanismo o aparato formal pero con poder de decidir sobre las relaciones en la sociedad desde una instancia «superior» que enjuicia los actos e ideas como «ajustados» a las costumbres, lo moral y lo justo, o bien como «desajustados», inmorales y subversivos. Por ello toda organización de las clases explotadas que impugne este estado de situación siempre será visto como «fuera de la ley» por las clases dominantes, o como mínimo «antinatural»; de manera que aceptar ésta política burguesa, es ponerse de su lado y en contra de los trabajadores. Es aceptar el poder y el Estado constituido aunque se pretenda presentarlo como aliento de «nuevas formas» no organizativas para «salirse de ellos».

En tanto no desaparezcan las clases no podrá ser eliminada la oposición antagónica entre el interés individual y el interés general. Y siempre cabrá todavía, aún en los inicios de las nuevas formas sociales (visible en los países socialistas desaparecidos y en los actuales), que lo formal autoritario predomine sobre el contenido colectivo, y el disfrute de los privilegios que dan las «alturas» de la burocracia como estamento destacado que se hace servir en vez de ser ella la que sirva.

Pero la esencia de esta oposición antagónica reside en la estructura clasista de las relaciones producción y su manifestación como poder del Estado sobre las multitudes trabajadoras, sobre esto descansa el manejo diario, rutinario y «autónomo» de la burocracia y de los burócratas. La lucha contra el Estado burgués es por tanto la lucha contra la clase que administra el más grande instrumento de sometimiento político, social y militar; y abre al mismo tiempo la lucha contra toda sociedad de clases y contra todo poder que se aleje o enajene la administración colectiva de los intereses sociales en favor de los particulares. Esto último sólo la superación efectiva de la sociedad capitalista permitirá lograrlo, y se plasmará siempre y cuando se lleve también una lucha constante dentro del propio movimiento de los trabajadores para impedir su desvirtuación mediante la acción correctiva y punitiva de la colectividad que deberá imponer su capacidad y poder de eliminar intereses de parte que pretendan autonomizarse en contra de lo social general.

Como es posible advertir, en consecuencia, la cuestión del Estado, plantea el reconocimiento de una profunda relación entre su esencia, sus funciones, sus modificaciones, etc. y el trabajo político inmediato, cotidiano por parte de los trabajadores y sus instituciones «representativas». La conciencia en la actividad política de esta relación y de su importancia organizativa e ideológica es de carácter práctico y no algo para ser resuelto en lo futuro como objetivo de «largo plazo» ¡es una tarea hoy!

Fernando Hugo Azcurra. Economista. Realizó estudios de posgrado en Historia económica en la facultad de ciencias económicas de la UBA. Se desempeñó como profesor en las facultades de Ciencias Económicas y de Filosofía y Letras de la UBA. En la actualidad se desempeña como profesor de Historia Económica en el CBC de la UBA. Ha sido profesor de macroeconomía de la Universidad del Salvador. Se desempeña como profesor de Historia Económica de la Universidad de Lomas de Zamora. Profesor de Economía I y Economía II de la Universidad de Luján. Ha dictado diversos cursos de postgrados. Actualmente está dictando un taller de postgrado sobre Marx y Sraffa en la Univ. De Luján. Es autor de «Democracia y proceso socialista en Argentina» (1985); «La nueva alianza burguesa en Argentina» (1987); Empresas del Estado y economía en Argentina» (1989); «Marx y la teoría subjetiva del valor» (1993); «Fundamentos de macroeconomía» (2003) y «Capital y excedente» en colaboración con Alejandro Fiorito, y «Teoría macroeconómica».-