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¿Qué desafíos para el análisis social?

Fuentes: Alai

La situación sociopolítica del continente latinoamericano ha cambiado de manera notable desde el principio de este siglo. Si se toma como parámetro del cambio político, el año 2002, fecha de la elección de Lula en Brasil, parece emblemático. Como lo escribe Theotonio dos Santos, se trata del paso de las resistencias a la ofensiva. Tal […]

La situación sociopolítica del continente latinoamericano ha cambiado de manera notable desde el principio de este siglo. Si se toma como parámetro del cambio político, el año 2002, fecha de la elección de Lula en Brasil, parece emblemático. Como lo escribe Theotonio dos Santos, se trata del paso de las resistencias a la ofensiva. Tal fenómeno tiene que ser analizado, con las herramientas de las ciencias sociales, es decir, tiene que ser históricamente situado, dialécticamente interpretado y puesto en su contexto global.

1. ¿Por qué en América Latina?

Dentro del proceso global de la orientación neoliberal de la economía mundial, es muy interesante constatar la transformación del campo político en América Latina y lo que no ha ocurrido en los otros continentes de la periferia del capitalismo central. Varias hipótesis pueden ser elaboradas para entender estas diferencias. La principal es que en América Latina, la fase neoliberal del capitalismo contemporáneo ha sido percibida por la mayoría de los grupos sociales como una agresión, y lo que fue de hecho, cuando en los países asiáticos, tanto los «tigres», como los países «socialistas» (China y Vietnam) y Asia del Sureste (India en particular) el más grande número lo perciben como una oportunidad. En África, por razones de una larga y difícil construcción de su identidad política nacional, la conciencia de esta lógica de dependencia recién empieza a desarrollarse. Para comprobar estas hipótesis se puede proponer varias razones. En el plan económico, el fracaso rápido del modelo de desarrollismo propuesto por la CEPAL en los años 60, que corresponde con el modelo de Bandung (Nation Building) fue mucho más rápido en América Latina que en el contexto asiático. Grandes países como China e India, a pesar de tener regímenes políticos muy diferentes, han podido realizar este concepto durante mucho más tiempo. En el continente latinoamericano, este fracaso significó la entrada masiva del capital exterior, acompañada por una ola de dictaduras (se puede pensar al caso de Pinochet) abriendo la economía subcontinental al neoliberalismo.

También se puede añadir, que al contrario del continente asiático, no hubo prácticamente reformas agrarias en América Latina. Las iniciativas asiáticas, de tipo diverso: capitalista en Taiwán o Corea del Sur, socialista en China y Vietnam, tuvieron como resultado, o bien favorecer una transición a la industria o bien aumentar el poder de compra de las masas agrarias, por lo menos al nivel de subsistencia. En América Latina hubo relativamente poco desarrollo industrial, con excepción de algunos polos. Al contrario, en Asia, la industrialización y después la extensión de una economía de servicios han tenido un impacto significativo.

Otra diferencia fue el desarrollo en América Latina de una burguesía compradora que ha tenido muchas ventajas con el desarrollo del modelo neoliberal, al mismo tiempo que las distancias socioeconómicas aumentaban. Según Claudio Katz, economista argentino, «la carencia de un segmento gerencial competitivo es un bache de larga data, que proviene del carácter vulnerable y discontinuo que presenta la acumulación en los países periféricos» (C. Katz, 2007, 6). En Asia, por lo menos en algunos grandes países, hubo un real desarrollo de una burguesía nacional, como en India, Indonesia, Malasia y también últimamente en China y Vietnam. Estos dos países habían basado su desarrollo en un modelo de capitalismo de Estado que, con la apertura al mercado, permitió la constitución de nuevas élites provenientes de la burocracia del Estado o del partido.

Finalmente, como lo señala Claudio Katz, América latina fue el lugar de las primeras crisis financieras (México, 1995, Brasil, 1999, Argentina, 2001), fruto del neoliberalismo, después de la explosión de la deuda ya en 1982. El mismo autor añade que estallidos lejanos como el desplome de la Unión Soviética y la crisis asiática tuvieron aún efectos más perdurables en la región que en sus propias zonas de origen (C. Katz, 2007, 3). Desde el punto de vista político, se puede también dar algunas razones de las diferencias. En los últimos 25 años América Latina ha conocido un desmantelamiento del Estado, bajo orientaciones determinantes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. En la mayoría de los países asiáticos este no fue el caso. El desarrollo de países como Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Hong Kong, se debió a la existencia de un Estado fuerte y a la planificación a mediano y largo plazo. La centralización estatal de China y Vietnam fue evidentemente predominante. En la India, la nacionalización de las industrias de base consolidaron un poder político bastante extenso. El Estado en América Latina fue generalmente inconsistente, con cambios frecuentes de personal administrativo y poco impacto económico.

Podemos añadir también el hecho que la política de containment fue más fuerte en Asia que en América Latina. Se trataba de parar la extensión del comunismo presente en grandes países como China y Vietnam y por eso de construir al mismo tiempo una barrera contra el peligro (teoría de los dominós) y una ventana de desarrollo capitalista alrededor de este grupo de países. Dictaduras al servicio de nuevas élites locales y un régimen colonial (Hong Kong), impidieron el desarrollo de movimientos populares y de partidos de izquierda y por otra parte hubo también un fuerte apoyo económico occidental: acceso preferencial a los mercados y financiamiento del Estado. Así, el presupuesto de Corea del Sur fue apoyado en más de 50% por parte de los Estados Unidos durante más de 25 años. Al contrario, en América Latina, si la «amenaza comunista» estaba presente, no se apoyaba en un gran Estado potente, sino en uno de los países más pequeños del continente (Cuba) o estaba alimentada por movimientos revolucionarios locales, relativamente fáciles de controlar, en América central por ejemplo, con guerras de baja intensidad o en el Cono Sur, con regímenes militares. En comparación con África, la descolonización en América Latina había sido más antigua. Por eso, el momento histórico de la postguerra mundial en el continente africano fue caracterizado por la recuperación de su identidad política. Las enormes dificultades de la transición postcolonial tuvieron como consecuencia centrar la atención más en el campo político que en el económico. Por otra parte, la integración continental es más fácil en América Latina, por la similitud de lenguas, cuando África esta dividida en tres grupos lingüísticos principales: inglés, francés y árabe, sin hablar del gran número de lenguas locales.

El mundo árabe vive el neoliberalismo como una ofensiva occidental de destrucción cultural, más que como una dominación económica. Esta culturización del problema sirve los intereses de las élites locales que reprimen todo movimiento social de izquierda y permite al fundamentalismo islámico de canalizar las reacciones. Cuando el imperialismo se traduce por guerras para el control del petróleo, las resistencias toman caracteres muy violentos, como se ve en Irak y en Afganistán, pero sin desembocar sobre un proyecto político postcapitalista.

Finalmente, la arrogancia de los Estados Unidos frente a los países latinoamericanos desempeñó un papel no despreciable. En una gran parte de ellos se habla de «la embajada», significando por eso que solamente existe una y que ella constituye un verdadero actor político en la vida interior de los países. Eso ha sido un factor de aceleración de una toma de conciencia de lo que significa el imperialismo y la alianza entre lo político y lo económico. Sin embargo, la dificultad de reacción frente a la nueva situación política del continente está probablemente ligado con el hecho de haberse enredado en el Medio Oriente.

Hay también razones sociales a la resistencia al neoliberalismo. Después de la ola de ensayos revolucionarios, que en la mayoría de los países no tuvieron éxito político, se desarrollaron movimientos sociales de nuevo tipo, sobre los cuales hablaremos en detalle más adelante. Eso se manifestó de manera muy clara con el primer Foro Social Mundial de Porto Alegre en 2001. Tal vez en función de su origen en el continente, la influencia de los Foros mundiales (cinco sobre siete), continentales (el Foro de las Américas), locales y temáticos (Amazonia), ayudó al desarrollo de una conciencia colectiva de resistencia al neoliberalismo más aguda en América Latina que en otros continentes. Razones ideológicas y culturales permiten también entender las diferencias de reacciones contra el neoliberalismo. Varios factores han podido actuar en este sentido. Las ideas de la Revolución francesa han influido en la cultura política latinoamericana mucho más que en otros continentes. Eso se nota no solamente en el pensamiento de los varios «libertadores» del siglo 19, sino también en el último periodo de ola neoliberal donde a pesar de los «valores» contradictorios que se introdujeron, nunca este espíritu ha sido totalmente eliminado.

La corriente marxista humanista ha sido también una característica latinoamericana. Se puede hablar de un marxismo criollo, en el sentido de que dentro del pensamiento crítico del continente, el marxismo ha sido un elemento evidentemente central, pero siempre con aportes locales directos o indirectos. Podemos pensar en Mariategui, en Martí sobre el socialismo cubano y en muchos otros. Eso tal vez puede explicar el hecho que la caída el muro de Berlín no ha tenido el mismo impacto intelectual que, por ejemplo, en Europa, manteniendo viva una referencia marxista a pesar de la ofensiva ideológica neoliberal.

Un factor geográficamente delimitado, pero de gran importancia, fue el renacimiento de los movimientos indígenas, que empezaron desde fin de los años 90 a ir más allá de la búsqueda identitaria y a luchar por su sobrevivencia económica. El nacimiento del zapatismo en México o la combatividad de los movimientos indígenas en Bolivia y Ecuador son ejemplos ilustrativos importantes. Finalmente, el desarrollo de la Teología de la Liberación, junta con las Comunidades eclesiales de base han tenido un lugar cultural notable. Eso permitió el desarrollo de actitudes críticas y de compromisos políticos de los cristianos, con un apoyo intelectual y durante un cierto tiempo institucional, que ha tenido un impacto real en la cultura crítica del continente y en la constitución de movimientos sociales y políticos.

Se puede así concluir que el continente latinoamericano ha sido más sensible al neoliberalismo que los continentes asiático y africano, por razones objetivas y subjetivas. Es evidente que en Asia las diferencias sociales fueron ampliamente amplificadas por las políticas neoliberales, pero la idea que un día el conjunto del pueblo iba a poder acceder al nivel de consumo de los 20% más ricos es todavía bastante vigente. La única excepción son las Filipinas, muy similares desde varios siglos, al modelo latinoamericano. Al mismo tiempo, en América Latina, la conciencia de lo que es el modelo neoliberal es más amplia que en el continente africano y en el mundo árabe por las razones ya explicadas. Estas son las hipótesis que pueden acercarnos de la respuesta a la interrogación: ¿porqué en América Latina?

2. El contexto histórico

Solamente añadiremos algunos aspectos de la historia contemporánea de América Latina que ayuden al análisis. Siempre es muy difícil caracterizar el continente como un conjunto. Lo único que se puede señalar, son las grandes corrientes que afectan, de una manera u otra, todos los países del hemisferio. En este sentido se puede recordar tres periodos principales. El primero es el proyecto desarrollista cepalino. El principal pensador de esta orientación fue Raúl Prebisch que, después de la segunda guerra mundial, propuso el modelo de substitución de las importaciones por una producción local. El proyecto se apoyaba en pactos sociales entre sectores capitalistas y la parte organizada de los trabajadores. De hecho el mundo campesino estaba poco presente en estas perspectivas, aunque si teóricamente se preveían reformas agrarias. Desde un punto de vista político, fue también el periodo de algunos regímenes de tipo «populista», en particular en el Cono Sur. Muy rápidamente tal proyecto fracasó, por el peso financiero de la transferencia de conocimientos y de tecnologías.

Un segundo periodo, con fechas muy diversas según los países, fue la integración progresiva a la economía mundial, con la penetración del capital extranjero, en particular de multinacionales en los sectores de las materias primas y del agrobusiness. Regímenes dictatoriales acompañaron esta orientación económica, destruyendo los movimientos sociales y en particular luchando en contra de los movimientos revolucionarios de tipo nacionalista, rural o urbano (doctrina de la Seguridad nacional). El último periodo se caracteriza por el neoliberalismo. La apertura generalizada de los mercados promovida por lo que se ha llamado el Consenso de Washington fue apoyado por las organizaciones financieras internacionales, en particular el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional. Este modelo empezó a finales de los años 70, para extenderse de manera general durante las décadas de los 80 y de los 90.

Desde el punto de vista económico, el neoliberalismo significó para el continente en general, con pocas excepciones, una reducción relativa del crecimiento del PIB y una serie de crisis financieras. Hubo también una gran ola de privatizaciones, en ciertos países equivalentes a una verdadera piratería, en favor de intereses capitalistas, en gran parte extranjeros. Los salarios reales bajaron, muy a menudo en una escala más altas que en los países de fuerte industrialización. El desempleo aumentó en las zonas de industria y la urbanización salvaje se aceleró, especialmente hacia las grandes metrópolis, debido al subdesarrollo rural.

La consecuencia fue un aumento drástico de la pobreza. En el año 2000, había 224 millones de pobres (menos de 2 dólares por día) y entre ellos 100 millones de personas viviendo, según los cálculos del Banco Mundial, en la extrema pobreza, es decir con menos de 1dólar por día. Hubo 30 millones de pobres adicionales cuando se compara con 1990. Otro factor es el aumento de las migraciones, especialmente en ciertas regiones, de México, de América Central y del Caribe hacia los Estados Unidos, migraciones internas entre Nicaragua y Costa Rica, migraciones de Ecuatorianos, Colombianos y Bolivianos hacia Europa, en particular España, etc. En las regiones del narcotráfico, los campesinos que cultivan la coca para la producción de cocaína, viven en regiones de depresión económica y generalmente de destrucción de sus cultivos tradicionales. En otras, como en Argentina, Brasil o Colombia, la monocultura de soja, eucalipto, palma, etc. han sido causas, no solamente de destrucción ecológica de las selvas originales, sino también de expulsión a veces con violencia de poblaciones locales.

Entre 15 y 20% de la población, según los países, gozan de un desarrollo económico bastante espectacular y tienen un poder adquisitivo en aumento, que se dirige en gran parte hacia los bienes y servicios sofisticados producidos por el exterior.

Desde un punto de vista político, las nuevas democracias que remplazaron los regímenes militares o dictatoriales, se desarrollaron dentro de una impunidad jurídica de los actores políticos precedentes y con una crisis profunda de la democracia representativa. El conjunto de estos factores provocó un declive real de la credibilidad de las instituciones políticas tradicionales, aún las que fueron fruto de movimientos sociales, como en Brasil, Nicaragua y Uruguay.

3. La relación entre los movimientos sociales y las nuevas izquierdas políticas

Es innegable que desde el principio del nuevo siglo, se construyó un proceso dialéctico nuevo en las relaciones entre los movimientos sociales y los partidos políticos. Evidentemente, el contexto histórico y la tradición política de cada país influyen sobre las formas de este proceso. Se trata de actores en interacciones y por consiguiente, de ninguna manera de un proceso linear. Es lo que vamos a tratar de describir antes de abordar algunas reflexiones a propósito de sus interpretaciones en las ciencias sociales.

1) Los movimientos sociales

Durante el periodo neoliberal se produjo un cierto agotamiento de los movimientos sociales tradicionales. Esto no es únicamente típico del continente latinoamericano, sino un hecho bastante generalizado en el resto del mundo. Los movimientos obreros fueron afectados por las políticas neoliberales, que implicaban una ofensiva contra el trabajo, al fin de reanimar la acumulación del capital. Se desarrollaron en muchos países del continente, zonas francas, con grandes obstáculos para la existencia de sindicatos; el gran desarrollo del sector informal que constituyó una dificultad para la organización social, tanto como el aumento del desempleo y la represión contra líderes de los movimientos obreros, tuvieron efectos muy negativos sobre su fuerza de contrapeso. Lo mismo vale para los movimientos campesinos que encontraron grandes oposiciones, y a veces represiones violentas, que impidieron lograr las reformas agrarias proyectadas. Solamente en algunos países, como en Brasil, los campesinos poseen una cierta fuerza organizativa. Los movimientos estudiantiles por su parte, perdieron también su impacto, porque este grupo social estaba predominantemente preocupado por su integración en el mercado neoliberal, sin hablar de su fragmentación ideológica. Se debe sin embargo, señalar un hecho nuevo, la reacción de los estudiantes de escuelas segundarias en Chile contra las consecuencias de un neoliberalismo exacerbado.

Sin embargo, en los últimos 25 años aparecen nuevos movimientos sociales que se desarrollaron entre: indígenas, mujeres, ecologistas, afro descendientes. Su característica es precisamente su heterogeneidad y su definición de nuevos objetivos, como la dignidad, las exigencias democráticas y el bienestar.

Los movimientos indígenas valen la pena de ser notados. La celebración del 500 aniversario de la conquista fue una oportunidad para ampliar la conciencia indígena. A partir de este momento, que corresponde a la aceleración neoliberal, asistimos a una salida de la clandestinidad o de la semi-clandestinidad, de las culturas, de las lenguas, de las religiones indígenas. Eso se traduce también por contactos más generalizados entre indígenas del conjunto de América. La primera Asamblea de los pueblos ha tenido lugar en 1998 en Santiago de Chile, seguida por la reunión de Quebec en el año 2002.

Los indígenas organizan movimientos de presión, no solamente para la defensa de su identidad, lo que fue un combate de más de 500 años, sino también contra la pérdida de sus medios de sobrevivencia. Ya en 1997, hubo en Belo Horizonte en Brasil una reunión de los pueblos indígenas contra el Consenso de Washington. Pero el hecho más significativo fue el inicio de la acción armada del movimiento zapatista en Chiapas el 1ro de enero de 1994, correspondiente con la inauguración de ALENA, el Tratado de libre comercio con los Estados Unidos y Canadá. Se trataba de reivindicación de un crecimiento económico y cultural de las poblaciones indígenas empobrecidas en zonas con muchos recursos naturales y también de un deseo de reconstruir por la base el sistema político.

Además, durante las décadas de 1990 y de 2000, hubo un gran número de alianzas y de acciones comunes entre varios movimientos sociales. Podemos señalar por ejemplo la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC), que reúne los movimientos campesinos del continente. En el año 2004, los movimientos indígenas de Centroamérica se encontraron para oponerse al plan Puebla- Panamá. En Quito, antes del Foro de las Américas en 2005, tuvo lugar la Cumbre de los pueblos indígenas. En Centroamérica, se organizó en San Salvador el Foro Centroamericano. Recordemos también los cuatro millones de firmas que recogió la acción contra el ALCA en Brasil y las marchas en 2004 y 2005 en ocasión del Foro Social Mundial de Porto-Alegre, la última reuniendo más de 200 mil personas. Recordemos también que el ALCA tenía una dimensión de «seguridad» significando la lucha contra los movimientos sociales. La resistencia política al proyecto norteamericano se manifestó en Mar del Plata en 2006 cuando cinco países votaron en contra, entre ellos, Argentina, Brasil y Venezuela, apoyándose en la ola de resistencia popular empujada por los movimientos sociales. Finalmente, la organización de los Foros Sociales Mundiales continentales, nacionales y temáticos que tuvieron lugar en el continente latinoamericano, reforzaron la colaboración entre varios sectores de la población resistiendo contra los efectos del neoliberalismo en el continente.

2) Las resistencias culturales

Solamente queremos aludir al aspecto cultural de las resistencias, en particular en el mundo del arte y de la religión. Evidentemente, no se puede identificar la cultura solamente a estas expresiones. En los medios populares existen un sinnúmero de reacciones culturales que afirman valores propios y formas de resistencia. Sin embargo, no se puede olvidar la producción cultural en tanto que acción específica en el panorama de las resistencias a la destrucción social y ecológica de los pueblos del continente. América Latina ha sido un lugar de gran exuberancia cultural. En el plan literario, autores como Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Julio Cortázar, Pablo Neruda, Ernesto Cardenal y muchos otros han jugado un gran papel. La obra del pintor Guayasamín, las canciones de Chico Buarte, de Silvio Rodríguez, de Pablo Milanés, de Carlos Mejía Godoy y de centenares de otros cantores y músicos y en el cine, las producciones de Bolivia, Argentina, México, Cuba y Brasil, fueron también canales importantes de concientización social. En el plan religioso, como ya lo hemos señalado, el desarrollo de las Comunidades eclesiales de base y de la Teología de la liberación es bastante conocido y no necesita explicación adicional. A pesar de la represión eclesiástica y política, estas corrientes todavía existen y tienen sus expresiones y su impacto.

Testigos de la fuerza de la cultura, en América latina, un meeting del primero de mayo puede ser acompañado de lecturas de poemas; una reunión política se celebra con canciones populares y un movimiento social es capaz de empezar sus actos con una referencia religiosa.

3) Las «izquierdas» políticas Es evidentemente imposible hablar de manera general de las «izquierdas» del continente. Cada país tiene sus características especificas. Sin embargo se puede observar tanto algunas tendencias similares como diferencias significativas, que dan lugar a reflexiones interesantes en el ámbito de las ciencias sociales.

Varios regímenes políticos nuevos son el fruto de la convergencia de movimientos sociales. Es el caso del PT en Brasil, del MAS en Bolivia y de la nueva coyuntura política del Ecuador. Está bien claro que existen diferencias frente a la conquista o a la gerencia de los poderes del Estado. En Brasil, Uruguay y Nicaragua, el proceso electoral clásico ha permitido el ejercicio del poder ejecutivo y legislativo según los mecanismos habituales de la democracia representativa. En otros países, como Ecuador y Bolivia, la reforma constitucional ha sido necesaria para cumplir con el proceso de transformación social y exigió medidas excepcionales.

En Venezuela, el proceso electoral permitió ganar las elecciones y organizar un gobierno, pero no de hacer funcionar el Estado, la administración siguiendo de manera significativa en mano de funcionarios adversos al proceso. Por eso se organizó un Estado paralelo, utilizando las varias «misiones» para la alfabetización, la enseñanza, la salud, la economía popular, la reforma agraria, la democracia participativa. Es la misma preocupación que presidió la propuesta de unir en un solo partido las fuerzas de izquierda (y no de crear un partido único, como lo pretende la oposición seguida por una gran parte de los medios de comunicación).

Como lo sabemos, el movimiento zapatista tiene una posición bien diferente sobre el ejercicio del poder político. Se trata de reconstruirlo desde abajo y no de ganar en el plan nacional un poder que no sera capaz de cumplir con las políticas necesarias. Por eso, el subcomandante Marcos propuso la abstención en las elecciones presidenciales de 2006 y inició su «otra campaña». En Cuba, la Revolución socialista que tiene más de cuatro décadas de existencia y ha podido sobrevivir tanto al embargo de los Estados Unidos y al aislamiento político occidental, como a la caída del bloque socialista europeo, funciona con un partido único. Este tipo de gestión del Estado que tiene un grado de flexibilidad interna mayor de lo que lo que se dice generalmente, parece hoy más ligado al temor de manipulación política de parte de los Estados Unidos (como en los casos de Nicaragua o del Salvador), que a una doctrina política. De todas maneras, la existencia de una Cuba revolucionaria durante casi medio siglo ha sido un factor clave en la emergencia de la transformación política del continente.

Las posiciones políticas frente al sistema económico son también bastante diferentes. Lula, en Brasil adoptó una política económica de continuidad con la orientación neoliberal de Fernando Enrique Cardoso (más a la derecha según este último) : pago del servicio de la deuda externa, independencia del banco central, proclive al agrobusiness, etc. Su característica propia es el desarrollo de programas de ayuda social elaborados y eficaces, pero sin cambio real del modelo económico.

Venezuela, Bolivia y Ecuador desarrollaron políticas de recuperación del control sobre sus recursos naturales. Sin embargo, no están en capacidad de distanciarse de una cierta dependencia de las multinacionales del petroleo y del gas por necesidad técnica, ni de reorientar fundamentalmente los flujos de estos recursos hacia el exterior, en particular los Estados Unidos. Nicaragua no se encuentra en capacidad de denunciar el TLC que lo vincula con los Estados Unidos. En Bolivia, el vice-presidente García Linera habla de la construcción de un «capitalismo andino-amazónico» para calificar el proyecto actual del país.

Aún en Cuba, el fin del «periodo especial», después de la caída de la Unión soviética, exigió el establecimiento de una doble moneda, la apertura al capital extranjero y el desarrollo del turismo internacional con fuertes inversiones europeas. El carácter positivo de los indices macro-económicos desde 2005, en gran parte gracias a la cooperación con Venezuela, se traduce poco en la vida cotidiana de los ciudadanos (con excepción del fin de los apagones), porque el retraso de las inversiones publicas y las dificultades de la agricultura absorben el superávit.

En todo el continente, tanto las resistencias, como las nuevas iniciativas están todavía acondicionadas por la agenda del proyecto neoliberal, pero se manifiestan también en reales esfuerzos de una nueva integración.

4) Los proyectos de integración

Desde más de tres décadas existen proyectos regionales de colaboración económica, como el Mercado Común Centroamericano, varias alianzas en el Caribe y entre los países andinos y también acuerdos bi o trilaterales. Sin embargo, los nuevos proyectos tienen características propias. El Mercosur que ha salido de un cierto letargo incluye ahora Venezuela y se presenta como una de las alternativas al ALCA. Venezuela ha realizado nuevos pasos: Petro-Caribe, que implica 11 países para el abastecimiento en petroleo a precios ventajosos con facilidad de pago; Petro-Sur que une Venezuela, Brasil y Argentina para la industria del petroleo y del gas; proyectos de oleo y gaseoductos, entre Venezuela y Panamá y hacia el Sur, etc. En 2007, tuvo lugar en la isla venezolana de Margarita, la segunda Cumbre Energética. Se firmó en 2007, un acuerdo para la constitución del Banco del Sur (Argtentina, Brasil, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Venezuela) con el fin de realizar una autonomía financiera y finalmente el ALBA, por el momento un tratado entre Cuba, Venezuela, Nicaragua y en el futuro Ecuador y probablemente Haiti, prevé varias formas de integración económica, social y cultural, y también una participación de los movimientos sociales. La realización de Telesur se inscribe en esta lógica y la idea de Evo Morales de construir la Alianza Latinoamericana en los dominios del hábitat, de la alimentación, del empleo y de la salud corresponde a la misma preocupación. Acuerdos de cooperación cultural entre Cuba, Venezuela y Bolivia incluyen, entre otros, los programas de alfabetización. La «operación milagros» iniciada conjuntamente por Venezuela y Cuba permite curar centenares de miles de enfermos de la vista, demasiado pobres para ser atendidos en sus países respectivos.

Lo que caracteriza estas nuevas iniciativas es que se sitúan al margen de los circuitos tradicionales del sistema capitalista y en particular fuera del control de las instituciones internacionales del neoliberalismo, como el Banco Mundial y el FMI. También ellas tienen una orientación anti-imperialista muy clara.

Evidentemente existen obstáculos a este tipo de integración del continente. Varios países siguen otras vías. Se trata en particular de México y Colombia, donde los regímenes políticos son claramente neoliberales y aliados de los Estados Unidos. La represión de los movimientos populares y el uso de la democracia para cubrir la búsqueda de los intereses de las clases dominantes, impiden cualquier adhesión de tales países a las nuevas iniciativas.

Perú y Chile no manifiestan ningún entusiasmo hacia las nuevas orientaciones, por razones diferentes, aún si ambos están ligados por un tratado de libre comercio con Estados Unidos (TLC). El primo por desconfianza (tradicional) hacia el tipo de bolivarianismo que propone Hugo Chávez, líder de la nueva integración y el segundo por su modelo económico netamente neoliberal, acompañado por un sistema político dando a la derecha un peso demasiado importante, por una falta de reconocimiento de los derechos de su minoría indígena y por una fractura social profunda a pesar de un crecimiento económico espectacular.

Los Estados Unidos por su parte, no pueden aceptar un fracaso de su política hegemónica y remplazan el ALCA por tratados bilaterales. Refuerzan sus vínculos con los países aliados y tratan de establecer contactos privilegiados con los elementos más débiles de las alianzas promoviendo una cierta desconexión (Brasil, Uruguay).

No se puede en un corto tiempo tener en cuenta todas las situaciones ni todos los desafíos. Podemos concluir que es bastante claro que lo que pasa en el continente no significa una real ruptura con el neoliberalismo, es decir con la fase actual del capitalismo. Sin embargo, la acción política va más allá de las resistencias para construir alternativas por lo menos parciales, lo que no se presenta en otras parte del mundo, y el tono es netamente anti-imperialista.

Se trata ahora de abordar un aspecto más teórico del tema, ligado a la interpretación de los fenómenos por las ciencias sociales. Nos limitaremos a tres tópicos: los movimientos sociales y sus vinculaciones políticas, el problema de las alternativas y la ética.

4. Algunos desafíos para las ciencias sociales

1) Movimientos sociales y ación política

Existe un acuerdo general entre los cientistas sociales sobre dos puntos. Por una parte, en América latina, el nuevo panorama político ha sido influido por los movimientos sociales y por otra, la historia de las resistencias ha sido caracterizada por convergencias, que, como lo dice Theotonio dos Santos, han creado una nueva paradigma en la oposición al pensamiento único. Sin embargo las interpretaciones de los hechos varían sobre las causas, tanto como a propósito de los efectos, las estrategias y de la conceptualización. Michael Hardt et Antonio Negri han propuesto el termino de multitud para expresar el estado actual de las resistencias contra el neoliberalismo. Se trata pues, para ellos, de una multitud de agentes creativos y diferentes (M Hardt y A. Negri, 2004, 125), que no deben ser similares para cooperar (118). Ellos forman un sujeto social activo a partir de lo que las singularidades tienen en común (126), sujeto capaz de comunicar y de actuar como un todo, manteniendo sus diferencias internas (8). El concepto de multitud difiere de la noción de pueblo, que es una síntesis que reduce las diferencias dentro de una identidad única (126) y también de muchedumbre o de masa, porque la multitud no esta fragmentada, anárquica o incoherente.

Estos dos autores insistan sobre la importancia de los redes y de la democracia para el funcionamiento en tanto que multitud, hasta el punto de hacer de la organización un fin. Afirman que la multitud es un concepto postmoderno (la modernidad elimina las diferencias) y postfordista, porque se trata de una organización policéntrica fundada sobre la pluralidad continua de sus elementos y de sus lineas de comunicación. En un sentido ellos se acercan de la concepción de Bruno Latour, que escribe que no se trata de grupos, sino de agrupaciones (2005, 41).

Además para Hardt y Negri, la multitud es el conjunto de los que rechazan la dominación del capital (132) porque son las víctimas del orden global definido por el imperio. Como se ve la referencia al concepto de imperio es central (Michael Hardt y Antonio Negri, 2002). La definen como la expresión de la globalización, hecho impersonal, resultado de la lógica del capitalismo (2004, 127). El imperio es el fruto de la transformación de las formas de producción y de reproducción económica y social (99 y 127) que permiten establecer una nueva soberanía imperial (12) y crear también nuevas subjetividades (89). Eso constituye el vículo entre imperio y multitud. Se puede criticar esta concepción, no su análisis de la diversidad de los actores, sino el hecho que la multitud aparece más como un concepto que como un sujeto de ación. No se ve como se puede establecer una vinculación con el campo político, la única indicación ofrecida por los autores siendo que se trata de un actor automático. James Petras se pregunta: en su lenguaje directo y radical: «¿quién va a organizar la lucha por el poder socialista del Estado?» (J. Petras, 2004, 314). Emir Sader añade «Como construir una hegemonía alternativa que representa las mayorías?» (E. Sader, 2005, 80) y Theotonio dos Santos, haciendo referencia a Gramsci plantea el problema de la construcción del «nuevo bloque histórico» (2005, 32). Edgardo Lander, refiriéndose a Venezuela, observa que aún en este país falta una estructura política a los proyectos alternativos (E. Lander, 2005, 109), y sin embargo, este país es un verdadero laboratorio para la multitud según de Hardt y Negri.

A propósito del concepto de imperio, recordamos la palabra de Atilio Boron : se trata (en Hardt y Negri) de un imperio sin imperialismo. James Petras está de acuerdo para decir que el imperio neomercantilista, como el lo llama, no puede ser solamente atribuido a los Estados Unidos (48% solamente de las multinacionales tienen sus sedes en los USA, 30 % en Europa y 10% en el Japón) (J. Petras, 2004, 11). Este hecho permite compartir el análisis de Hardt y Negri, que va más allá de la confrontación geopolítica, para subrayar el carácter global de la dominación del capital y la transformación profunda de las relaciones sociales de producción y de reproducción que eso significa. Sin embargo, si el imperio es global, debemos recordar que solo los Estados Unidos, como nación, son capaces de un liderazgo militar mundial y que su peso económico es particularmente importante en el continente latino-americano, que se enfrenta directamente con una hegemonía económica y política del Norte (doctrina Monroe).

Hardt y Negri aluden a los Foros sociales mundiales. Es verdad que los Foros reivindican la diversidad. Es lo que Chico Whitacker de Brasil y uno de los actores principales de la corriente altermundialista, afirma con fuerza (2006, 33). Los Foros no son órganos de decisión ni de ación, sino lugares de encuentro y espacios de intercambio. Ellos juegan sin duda un papel importante en la creación de una consciencia colectiva y también ayudan a la creación de redes de acción común. Hardt y Negri describe bien numerosas características de los Foros, pero llegan a una conceptualización muy discutible, aplicándoles su concepto de multitud.

Otro es el enfoque de Boaventura de Souza, que evidentemente nota la novedad de la situación y del pensamiento. El habla de «pluralidades despolarizadas» (B. de Souza, 2006, 166), lo que sin duda significa una ruptura epistemológica con las antiguas teorías extremas de ciertos movimientos sociales o políticos de izquierda y marca la posibilidad de un nuevo concepto de unidad de ación. Pero, para Boaventura de Souza, no se trata de «multitud», sino de nuevos actores colectivos. Es un proceso difícil, dice el autor, porque faltan procedimientos de translación (comunicación entre actores diferentes). Sin embargo, el proceso de politización que se nota en América Latina, es decir el impacto y los vínculos entre movimientos sociales y organizaciones políticas, se realiza vía la despolarización, entre los dos términos. La reunión organizada por el Centro Martin Luther King en La Habana en abril 2007, con cerca de 50 movimientos sobre el tema: América Latina: Movimientos sociales, alternativas políticas y paradigmas emancipatorios, comprobó la nueva dinámica en favor de acciones. Cierto, debemos reconocer que Hardt y Negri hablan de multitud de actores, pero el concepto queda demasiado vago y finalmente poco movilizador y por eso parece necesario de proponer otra perspectiva. Sin duda también, la convergencia de las resistencias es un hecho nuevo y se puede citar una fecha: 1999, con la protesta contra el OMC en Seattle y El Otro Davos, primer encuentro de varios movimientos sociales, con intelectuales y ONG progresistas. Ella corresponde a una nueva consciencia colectiva y se debe explicar porque.

Nuestra propuesta es de reconocer en primer lugar que la base general de la coyuntura actual es la globalización capitalista, es decir no solamente la subsumpción real del trabajo organizado (material o inmaterial) al capital, sino la subsumpción formal de todas las otras formas de subsistencia y de relaciones humanas a la ley del valor, por mecanismos financieros (la deuda, los paraísos fiscales) o jurídicos (normas del FMI, del OMC, del Banco mundial). Eso provoca lo que Anibal Quijano llama «la igualdad de las desigualdades» (A. Quijano, 2006, 70). Todas las clases sociales y los grupos en posición subalterna, se ven afectados en su vida cotidiana por esta dinámica, que lejos de ser solamente económica, tiene sus dimensiones sociales, políticas y culturales.

Todos los grupos humanos sometidos sufren las consecuencias de la universalización de la sumisión al capital y a la lógica de la acumulación y es lo que explica la convergencia de las resistencias. Todos afrontan el mismo enemigo, de una manera o otra. Lo nuevo no es la resistencia, sino la convergencia. El proceso no es fácil, porque las culturas de lucha son muy diferentes, lo que todos los autores de ciencias sociales reconocen. Pero no se trata de una «multitud», cualquier sea el sentido dado al concepto de Hardt y Negri inspirado por Spinoza, sino de una convergencia de actores reunidos para manifestaciones de protesta, para intercambio de experiencias y, hoy en América Latina, para la construcción de alternativas, hasta en el campo político.

De verdad, lo nuevo en América Latina es que más allá de los encuentros y de los intercambios, ya difíciles por las diferencias de «lenguaje», la etapa de la «ofensiva», como dice Theotonio dos Santos se ha traducido en proyectos políticos. Es por eso que una tarea fundamental de las ciencias sociales es de estudiar los procesos en sus diferencias y de analizar los resultados.

Ya se puede concluir que, de hecho la acción se realiza también en el plan político, sobre la base de objetivos comunes, sin pérdida de identidad, vía redes de actores. Así, en la lucha contra el ALCA, por ejemplo, muchos actores colectivos intervinieron juntos por este objetivo concreto, movilizador y con posibilidad de éxito, aún si las prioridades de cada uno quedaban diferentes, para los campesinos, los indígenas, las mujeres, los jóvenes o los obreros. Se constituyeron redes, no solamente de protesta social, sino también de ación política, como en los casos del PT en Brasil, del MAS en Bolivia. En un sentido se trata ya en América Latina del inicio de las redes de redes, que empiezan a construir el nuevo sujeto histórico, plural y diverso, portador de las aspiraciones altamente cualitativas de la humanidad contemporánea.

2) Alternativas

Muchos autores de ciencias sociales hablan de alternativas. Si el acuerdo es prácticamente unánime sobre el «a que», es decir el neoliberalismo, muy diferente es el caso del «para que», ¿qué construir en su lugar? Una alternativa, como escriben Laurent Delcourt y François Polet del Centro Tricontinental de Lovaina-la-Nueva (CETRI), es una situación donde se encuentran dos ordenes de lo posible (2007), implicando objetivos concretos, proyectos positivos, medios y resultados. El discurso del altermundialismo, en gran parte a la base de las transformaciones en el continente latinoamericano, habla no de alternativa en el singular, sino de alternativas en el plural. Se trata, como lo expresan William Fisher y Thomas Ponniah, en su obra sobre los Foros sociales, de una constelación que esclarece, anticipa y presagia los cambios anticipados (2003). Alternativas suponen evidentemente estrategias, actores y medios para tener una consistencia. ¿Como plantear el problema en América latina; que lectura hacer del pasaje de las resistencias a la ofensiva; se trata realmente de alternativas al neoliberalismo, como fase actual del capitalismo? De nuevo hay varias lecturas de la situación, como podemos notarlo en los ejemplos que siguen.

Para Hardt y Negri, el periodo actual se caracteriza en el mundo entero y desde luego en América Latina por una transición donde libertad y igualdad son los motores (2004, 259), una reactivación de la lucha de clases (31) que trabaja el imperio desde adentro (11) para un proyecto político (alternativo) ni anarquista, ni vanguardista (260). Un tal objetivo se desarrolla en la consciencia colectiva de la multitud, de tal manera que se la puede comparar a una orquestación sin jefe de orquestra (76). Es así que se abre una perspectiva de alternativas.

Alain Touraine propone una visión más pesimista. El empieza por afirmar que las categorías de derecha y izquierda no tienen sentido en América latina (2006, 54). La alternativa, para el, es la institucionalización de una democracia social. Desde este punto de vista, el fracaso es general, tanto para los Zapatistas, al interior o al exterior de Chiapas, como para Lula, que no ha podido realizar un proyecto político y social de cambio. En Bolivia un proceso más positivo parece desarrollarse, Venezuela es un modelo débil de transformación social y otros proyectos políticos caen en la ilusión neo-centrista. Evidentemente, Chile es lejos de un marco institucional democrático, con su proyecto de «globalización exitosa» (56) que no constituye una solución. Así, para Touraine, estamos lejos en América Latinade alternativas sólidas y coherentes.

Analizando los actores políticos del continente, James Petras distingue cuatro bloques de poder. La izquierda radical, fundamentalmente antiimperialista (FARCS de Colombia, MST en Brazil); la izquierda pragmática que «no hace un llamado a la expropiación del capital, ni al rechazo a la deuda, ni a la ruptura con los Estados Unidos» (2007), donde se encuentran Hugo Chávez, Evo Morales y Fidel Castro; los neoliberales pragmáticos (Lula y Kichner) y los liberales doctrinarios (Calderón en Mexico y Bachelet en Chile). Una tal categorización no concluye tampoco a la realidad de muchas alternativas en la situación actual del continente.

Claudio Katz argentino, ve tres tipos de gobiernos en América Latina: los conservadores, que evidentemente no ofrecen una alternativa al neoliberalismo; los centro-izquierdistas, como Lula y Kichner, que mantienen relaciones ambiguas con el imperialismo, toleran las conquistas democráticas y obstaculizan el logro de la reivindicaciones populares (2007) y finalmente los nacionalistas radicales, como Hugo Chávez, que tienen un proyecto que oscila entre el neo-desarrollismo y una redistribución progresiva del ingreso. El concluye que «ningún de estos rasgos implica el inicio de un curso socialista semejante al recorrido por Cuba en los años 60. Por el momento el esquema nacionalista no traspasa el marco de la propiedad capitalista y del estado burgués» (2007). En otras palabras, si existen cambios reales, no hay real intento de una alternativa radical al neoliberalismo.

Otro autor, Jorge Magasich, chileno, habla de tres categorías: los administradores del neoliberalismo Michelle Bachelet entre otros; la categoría de los que aplican un liberalismo interno y un latinoamericanismo externo, como Lula y Kichner y el modelo de recuperación del país, como lo hacen Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa. Esta posición reconoce que existen aciones nuevas en varios sectores, como la democracia, la redistribución de los recursos, la integración del continente, que constituyen de hecho un anuncio de soluciones alternativas.

Como se ve, estamos lejos de paradigmas unánimes. No es difícil observar que no se trata en los cambios actuales en América Latina de transformaciones que atacan radicalmente y en lo inmediato la lógica del capitalismo. Todos están de acuerdo en afirmarlo. Pero la interpretación de los cambios oscila entre la negación de su pertinencia, hasta su carácter de anuncio de alternativas. Mucho depende de la posición precientífica – y legitima a condición de ser explícita – de los autores. Sin embargo, la imprecisión de los conceptos y las bases poco sistemáticas de la caracterización, no ayudan a clarificar mucho el panorama y a esclarecer la acción, aún si significan contribuciones a la reflexión.

Una palabra más a propósito de las estrategias de cambio, Ernesto Laclau insiste con razón sobre la necesidad de «construir un nuevo actor colectivo de carácter popular» para «una reestructuración del espacio público», lo que es diferente del concepto comúnmente utilizado (E. Laclau, 2006, 56-66). En este sentido él afirma que los cambios de régimen necesitan «una ruptura populista». Para él este concepto significa el «momento de la participación popular» o el «proceso de movilización y politización creciente de la sociedad civil». No niega que si el líder limita la participación de la base, existe un peligro, pero afirma que hoy «el peligro para la democracia latinoamericana, viene del neoliberalismo y no del populismo».

Existen también las tesis muy conocidas de John Holloway que estima que el Estado es una forma de relaciones sociales que forma parte de la totalidad de las relaciones sociales capitalistas y que una solución alternativa no puede pasar por su conquista. La ación revolucionaria, significa la disolución del Estado, pasando del «poder sobre» al «poder de». Es precisamente el poder-acción que permite de «cambiar el mundo sin tomar el poder». Para él, la autodeterminación es la única alternativa (2007). Lo que esta pasando en los partidos populares que tomaron el poder en América latina, ayuda a entender que la interrogación de Holloway tiene bases en la realidad. Es verdad que el poder corrompe y que el control del Estado no significa automáticamente la llegada de alternativas reales y creíbles. Es verdad que muchos cambios significativos de la lógica del capitalismo son el fruto de movimientos sociales construidos desde la base, de iniciativas locales y de un rechazo de las formas existentes de ejercicio del poder y en particular del funcionamiento de la democracia parlamentaria. Sin embargo, no se ve como en la realidad histórica contemporánea, se puede realizar una reforma agraria o una campaña de alfabetización sin poder político.

Pablo González Casanova adopta una posición mucho más concreta y realista. Gran conocedor del zapatismo, él explica que «el planteamiento de la otra campaña y la Sexta Declaración de la Selva Lacandona comprende una crítica al sistema político, una crítica al sistema social y una crítica a los movimientos y fuerzas que luchan en el sistema central y en el Estado». Pero esta actitud implica «una nueva forma de hacer política». Según él, el único camino largo y peligroso para la humanidad es organizar la fuerza y la consciencia de los pueblos frente al Estado hegemónico y al modo de dominación y acumulación capitalista, frente a una democracia electoral cada vez más vacía de programas e ideas, frente al desinterés político que se traduce en muy altos niveles de obstrucción. Solo una organización democrática y crecientemente autónoma de la ciudadanía puede dar su respuesta. Es claro que la «nueva forma de hacer política» no significa un fundamentalismo anarquista, ni un desconocimiento de la necesidad del poder, sino un llamamiento a salir de las formas existentes que impiden cumplir con las metas de una desalienación económica, social y cultural de los de abajo (P. González Casanova, 2005).

Tal vez teorizar significa en primer lugar ver la realidad por el interior. A veces uno se pregunta si los teóricos de las ciencias sociales jamás han vivido lo que es organizar un Foro social o trabajar en un partido político. Cuando nos acercamos a la realidad, vemos que de verdad las alternativas son plurales, pero que existen diversos niveles. Hay el nivel de la utopía, cual sociedad queremos cuando afirmamos que: «Otro mundo es posible ?» Hay el medio y el corto plazo, que dependen de las circunstancias. Eso significa esencialmente dos cosas. Primero, que la definición de las alternativas a largo plazo es necesaria, para presentar objetivos y motivar aciones. Sin embargo, no se trata de una construcción intelectual impuesta desde arriba, sino de una obra colectiva y permanente, donde todos tiene su aporte. Incluido los intelectuales. Sin este esfuerzo, los logros a medio y corto plazo pueden ser fácilmente recuperados y absorbidos dentro de la lógica dominante y a pesar de presentar ventajas inmediatas reales, servirán de hecho a la adaptación y a la reproducción del sistema capitalista.

Segundo, que la dicotomía reforma/revolución es por una parte, una verdadera interrogación, porque muchos proyectos concretos escapan a la confrontación real con el capitalismo, y por otra parte, un falso problema. De verdad, la radicalidad del proyecto general, no impide los «pequeños pasos» de los cuales hablaba Lelio Basso, el jurista italiano, porque la gente no sufre o muere mañana, sino hoy. Pero estas iniciativas no tienen sentido, si no se inscriben en una perspectiva a largo plazo de transformación radical.

Es por eso que la idea de Hugo Chávez del Socialismo del siglo XXI es más que una simple maniobra política. El primer sentido significa que no se trata del socialismo del siglo XX. Por eso, todos tienen que construir su sentido: miembros de los movimientos sociales, actores políticos, intelectuales, artistas, hombres y mujeres, creyentes y no creyentes. Desde el punto de vista de una reflexión social teórica, se podría proponer a titulo de hipótesis, para el socialismo del Siglo XXI, cuatro ejes principales: utilización sostenible de los recursos naturales, significando una relación de simbiosis y no de explotación con la naturaleza; priorizar el valor de uso sobre el valor de cambio, implicando otra filosofía de la economía; democracia generalizada en todas las relaciones sociales, políticas, pero también económicas y de género y interculturalidad, dando la posibilidad a todas las culturas, filosofías y religiones de participar a la definición nueva de la vida colectiva, sobre la base de los tres ejes precedentes.

En este sentido, no es tanto el pragmatismo que se debe criticar en el proceso actual de las transformaciones en el continente, sino la ausencia eventual de vinculación con una meta revolucionaria. Es cierto que las resistencias en América Latina no se transformaron en una abolición de las relaciones sociales del capitalismo, ni en una desconexión vis-à-vis de sus centros de poder económico, pero, como lo ha dicho Samir Amin, podemos hablar de «avances revolucionarios». Esta constatación evita caer en un pesimismo que sea idealista o cínico, pero también olvidar que los procesos son reversibles y en consecuencia, vulnerables. Es solamente una visión dialéctica de la realidad de las resistencias y de las ofensivas, de los proyectos y de los actores que nos ayudara a caminar en la obscuridad para salir poco a poco a la luz.

3) La ética

Algunas palabras para terminar a propósito de la ética que entra como un valor central en la preocupación de los actores sociales. No podemos en este ensayo desarrollar el tema en su plenitud. Solamente se tratara de recordar algunas consideraciones generales.

La ciencia social es consciente que la ética es una construcción social, en el sentido que ella nunca puede ser concretada sin su contexto histórico y social. No es una imposición desde arriba por una instancia fuera de la historia. Sin embargo eso no significa que su elaboración colectiva y constante carece de referentes. Por eso vale la pena distinguir tres niveles. El primer nivel es lo que Franz Hinkelammert llama la ética necesaria (2006, 301), es decir todo lo que se refiere a la posibilidad de la vida. Es por eso que este autor no dudó en calificar el capitalismo de sistema de muerte. Es el nivel básico de la ética, que ninguno de los dos otros pueden ignorar. No se trata solamente de tomar posición frente a la capacidad de la humanidad de destruir su propia existencia, con las armas nucleares, lo que Hardt y Negri llaman corrupción y perversión de la vida (2004, 34). Hay más todavía. Estudiando los efectos físicos, biológicos y antropológicos del sistema económico capitalista, Edgar Morin llega a la conclusión que este pone en peligro la capacidad misma de reproducción de la vida, único parámetro dentro de un mundo caracterizado por la complexidad y la incertidumbre (Houtart, 2007). Dentro de los moralistas, John Rawls, un humanista liberal, ve en las regulaciones del sistema la solución ética. Al contrario, Enrique Dussel, en su libro: Ética de la liberación, analiza como la lógica del capitalismo llega a la destrucción de la vida, natural y social, es decir finalmente de la vida humana misma. Estas reflexiones conducen al deber de deslegitimar el capitalismo en su esencia (Houtart, 2005).

El segundo nivel es la ética institucional. Ningún sistema particular, económico, político, familiar, ninguna institución social pueden funcionar sin reglas éticas internas. La sensibilidad sobre la falta de ética en el funcionamiento de los partidos políticos ha sido grande en América latina últimamente y con razón. Se debe exigir el respecto de la democracia interna y la transparencia financiera. Sin embargo, es importante recordar también que la ética interna de un sistema particular puede entrar en contradicción con la ética de la vida. Ya Sócrates y después Adam Smith hablaban de la ética de las bandas de ladrones. Existe una ética de la mafia y también una ética del sistema capitalista (contra la corrupción por ejemplo) que pueden contradecir el primer nivel ético. Así no basta asegurar el cumplimiento de las normas de este nivel de ética para cumplir con el requisito fundamental.

Finalmente la ética personal de los actores políticos y económicos constituye el tercer nivel, también esencial, pero no suficiente. Nada peor que una mala institución gobernada por excelentes personas. La situación ideal es evidentemente la coincidencia de los tres niveles y es lo que se debe reivindicar. El problema concreto en la realidad es que situaciones ideales existen muy raramente. No se trata de elegir entre una solución ambigua y otra sin ambigüedad, sino de eligir sus ambigüedades. El criterio en este caso es la posibilidad de reproducción y de desarrollo de la vida. Hay varios ejemplos a este propósito en el continente, desde México hasta el Brasil, pasando por Nicaragua. No se trata de realpolitiek, ni de fines que justifican los medios, sino de una elección concreta entre ambigüedades frente a los desafíos de base, es decir la reproducción y el desarrollo de la vida en su sentido completo, biológico y socio-cultural evidentemente siempre con el grado de incertidumbre y de riesgo que comporta este tipo de elección. Estas son breves consideraciones sobre algunos desafíos para las ciencias sociales. Compartir estas preocupaciones es una tarea para todos, a dentro y a fuera del continente, porque lo que pasa en América latina tiene un sentido que va mucho más allá de sus fronteras geográficas. Eso también es fuente de esperanza.

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