«El Jefe del Ejecutivo de su nada graciosa majestad Juan Carlos I de España, José Luís Rodríguez Zapatero, acaba de remodelar su tambaleante gobierno, nombrando para algunas de las carteras más delicadas (en lo que se refiere al desarrollo de la inteligencia y el cultivo del espíritu) a personas de talante mesurado, como César Antonio […]
«El Jefe del Ejecutivo de su nada graciosa majestad Juan Carlos I de España, José Luís Rodríguez Zapatero, acaba de remodelar su tambaleante gobierno, nombrando para algunas de las carteras más delicadas (en lo que se refiere al desarrollo de la inteligencia y el cultivo del espíritu) a personas de talante mesurado, como César Antonio Molina (A Coruña, 1952), periodista, poeta y escritor gallego, con el que tuve el placer de coincidir en la década de los noventa, cuando el que firma ejercía sin emolumento alguno como miembro de la Junta Directiva del Círculo de Bellas Artes de Madrid, y el mentado intelectual era director de la citada entidad…»
Durante algunos años pude comprobar su nada despreciable sentido de la prudencia, no reñida en absoluto con la valentía que requiere el cargo a la hora de promover a las vanguardias en los terrenos de las artes. Gallego hasta la médula, admirador de James Joyce, Goytisolo, Manuel Rivas o Antón Reixa, honrado a carta cabal en tiempos en los que la táctica del pelotazo era práctica habitual heredada de la curiosa ética profesional de Felipe González y Alfonso Guerra (o sea, la misma que distingue a Esperanza Aguirre, Mario Conde o La Pantoja), el hasta ahora responsable del Instituto Cervantes, se estrena como Ministro de Cultura mientras la Unión de Actores españoles deja las armas que esgrimiera ante la fracasada Carmen Calvo, para exigir de Molina un nuevo talante con el que encarar las numerosas reivindicaciones del colectivo de los comediantes.
Puede que muchos amigos se rían de mí, o me tilden de ingenuo, cándido, inocente e incauto, pero como practico el noble arte del optimismo, apelo al nuevo responsable del área y, en aras de la amistad que mantuvimos durante años, le pido que invierta imaginación, buen trato y nobleza (la que he comprobado en momentos duros para él), para que las maltrechas relaciones culturales con Cuba, vayan tornándose al menos provechosas y sinceras, en paisaje iluminado por la concordia, la buena voluntad y el respeto mutuo.
Sé que César Antonio estará sometido a mil y una presiones internas y externas, de todo tipo y procedencia, pero también conozco de su innata habilidad para mitigar cabreos, deslizándose con inigualable habilidad ante la adversidad, para lograr buenos resultados, como los obtenidos en el Círculo, que depende económicamente del PP, ya que Ayuntamiento y Comunidad madrileñas son los patrones principales de mi nunca olvidado CBA.
Por todo ello, insisto, y aunque caigan sobre mi persona los epítetos antes reseñados, prefiero echarle al asunto una ración de sonrisa esperanzada, de confiada ilusión, porque sería imposible que Molina estuviera a la altura de su antecesora. O sea, por debajo de lo esperado. Y por eso mismo, hago votos porque la sensibilidad y ética profesional y personal que demostrara en aquellos años que compartí junto a él, se encaramen por encima de recomendaciones e intereses partidistas o espurios, que vienen a ser lo mismo.
En la seguridad de que Abel Prieto, ministro de Cultura cubano, y él (ambos escritores) puedan sentarse muy pronto en la mesa del diálogo abierto y sincero, reclamo del nuevo ministro español el coraje necesario para darse una vuelta el próximo año por la Feria del Libro de La Habana. Hay bastantes razones para ese viaje. Y aunque parezca folklórico, una de ellas es que la mentada feria estará dedicada a Galiza. Y yo, aunque nacido en los Madriles, llevo orgulloso el alias de «gallego», como me conocen cariñosamente en mi barrio habanero, en mi currelo y en mi edificio.»