La inflación acumulada durante el año, que ha llegado a un 6,2 por ciento a septiembre, es muy probable que hacia diciembre aumente a un 6,6 ó 7 por ciento. Se trata de un fenómeno no presente en la vida nacional desde hace más de diez años, aun cuando no por eso es nuevo. Nuestra […]
La inflación acumulada durante el año, que ha llegado a un 6,2 por ciento a septiembre, es muy probable que hacia diciembre aumente a un 6,6 ó 7 por ciento. Se trata de un fenómeno no presente en la vida nacional desde hace más de diez años, aun cuando no por eso es nuevo. Nuestra historia económica registra no pocos períodos inflacionarios -y también hiperinflacionarios-. Sólo a partir de 1995 las estadísticas de precios al consumidor muestran valores de un dígito. Sin escarbar demasiado en la historia, en 1985 el IPC anual fue superior al 35 por ciento; en 1990 alcanzó 25,9% y en 1992, 15,6%.
Pero la actual alza en los precios, sensiblemente menor a esos registros, es igualmente dañina. Y tal vez peor. La matriz económica en boga desde hace ya un par de décadas ha tendido a cristalizarse, generando un trasvasije del poder desde los consumidores, trabajadores y también pequeños productores hacia los grandes conglomerados. En este proceso se han desmontado todas las organizaciones sociales que contenían este deslizamiento del poder. En concreto, hoy los trabajadores están atados de manos para levantar demandas en cuanto a aumentos de los salarios. No cuentan con mecanismos que amortigüen la pérdida de poder adquisitivo tras las alzas de precios.
El otro factor que afecta y afectará a los consumidores deriva de las políticas monetarias del Banco Central, que para frenar el aumento de la inflación sube las tasas de interés. El mes pasado alzó la tasa a un 5,75 por ciento anual y es probable que en la reunión del 11 de octubre, al cierre de esta edición, la eleve nuevamente. Es una decisión que apunta a controlar el aumento de los precios al quitar estímulo a la demanda de bienes y servicios, pero que también encarece el costo de la vida. La deuda de los chilenos crece en la medida en que este aumento del interés se traspasa a las obligaciones financieras.
El problema también se expande por otros cauces. La concentración de la propiedad y del mercado, un proceso inherente a la matriz neoliberal, apunta a su consolidación, lo que tiene efectos en los precios. Las grandes batallas de precios de los diversos actores sectoriales dan paso, una vez desbrozado el terreno de los más débiles, a una virtual concertación entre los que emergen como dominantes. Eso es precisamente lo que ha comenzado a ocurrir con los supermercados, curso que tenderá a profundizarse con las fusiones ad portas. La Fiscalía Nacional Económica ha advertido que la evolución que han seguido los supermercados afectará desfavorablemente a los consumidores.
Las alzas de precios y de tasas de interés son una nueva vuelta de tuerca en el perverso proceso de concentración de la riqueza. Los artículos más sensibles a elevar sus precios son los alimentos, distribuidos al consumidor principalmente por las grandes cadenas. En tanto, el aumento en las tasas de interés sobre los préstamos otorgados por los grandes bancos y otros actores financieros, como las tiendas de departamentos y los supermercados, contribuyen a un nuevo traspaso de la riqueza desde los consumidores a estos grandes actores.
Hay también otro fenómeno de la distribución al detalle que incide en la concentración de la riqueza, que también ha sido objeto de advertencias por la FNE. Desde hace años, las grandes cadenas de supermercados, que se han consolidado como un poder de compra unilateral, vienen presionando a través de los precios que pagan a sus proveedores. Como estos conglomerados tienen cada día una mayor cuota de mercado, los productores deben aceptar las condiciones que se les imponen. Por tanto, el control que ejercen los consorcios de la distribución es sobre sus proveedores y sobre los consumidores. ¿Cómo hemos llegado a esto? Lentamente, durante los últimos 17 años. Para ilustrarlo, valga el ejemplo de la parábola de la rana hervida. Una rana salta lejos si cae a un tiesto con agua hirviendo, pero si la temperatura del agua sube lentamente, la rana muere escaldada.
EL PAN DE CADA DIA
Los precios que han registrado mayores alzas durante el año han sido los de los alimentos, de los bienes de consumo básico que ocupan la mayor parte de los ingresos de las familias más pobres. Mientras más pobre se es, una mayor proporción de la renta irá destinada a lo más necesario, que es la alimentación. Cálculos de economistas independientes estiman que la mitad del salario de un hogar del quintil de menores ingresos se destina a alimentación.
Durante los primeros nueve meses del año los precios de los alimentos y otros bienes y servicios básicos han seguido una trayectoria sensiblemente más alta que el promedio de 6,2 por ciento que marca el IPC. Al observar la evolución de los precios de estos productos, pueden hallarse alzas superiores al cien por ciento. Una canasta aleatoria de productos de alimentación básica apunta hacia otra realidad, tan cruda que lleva de la extrañeza a la resignación con que la ciudadanía está enfrentando estas alzas.
De partida, el pan corriente ha subido entre enero y septiembre de 623 a 733 pesos, más o menos un 17 por ciento. El arroz, durante el mismo período, ha aumentado en un 13 por ciento, los tallarines en un 8,2, la carne molida en un seis por ciento, la merluza en un once por ciento, el pollo en un 16 y los huevos en un 21 por ciento.
La leche ha subido nada menos que un 51 por ciento, el queso en un 55 por ciento, el aceite de maravilla un 16, la mantequilla un 20 por ciento y el café en un diez por ciento, lo que no es nada al compararlos con el alza del precio de las papas, que desde enero a la fecha ha aumentado en un 95 por ciento, o con las cebollas, que ha crecido en un 130 por ciento.
Otros bienes básicos son los medicamentos. Durante el año los analgésicos han subido un cinco por ciento, los antibióticos un 28, los antitusivos y broncodilatadores un cinco por ciento y los tranquilizantes un 41 por ciento. Pero hay buenas noticias: los anticonceptivos bajaron un 24 por ciento.
Las tarifas de los servicios y combustibles también vienen en alza. El agua potable ha aumentado un 5,4 por ciento, el gas-ciudad un 13,3 y la electricidad un 14,4 por ciento, pero su tarifa subirá con fuerza en el mes de noviembre. Con las alzas pasadas y las que vendrán a fin de año y durante los primeros meses de 2008, la electricidad acumulará un incremento en su precio del 50 por ciento.
La parafina ha aumentado en un 8,6 por ciento y la gasolina en un doce por ciento. Pero lo peor está por venir. Estos precios aún no incorporan las más recientes alzas del petróleo, que durante la última semana superó los 80 dólares por barril: un alza que tendrá también efectos en las tarifas eléctricas.
LIDER DE LOS PRECIOS
Las grandes cadenas de supermercados tienen un peso decisivo en el consumo. En este rubro sólo dos conglomerados, D&S y Cencosud, ostentan más del 60 por ciento de las ventas del sector. Una posición dominante que ha llevado a D&S a aumentar sus utilidades durante el primer semestre del año en un 50 por ciento y a Cencosud a incrementarlas en un 110 por ciento.
Pero este aumento en las utilidades no coincide con un aumento en las ventas de los supermercados. Las estadísticas de la Asociación de Supermercados exhiben una sostenida caída en las ventas que se ha agudizado en agosto con una baja de 6,8 por ciento en comparación con el año pasado.
Hace escasos meses, la Fiscalía Nacional Económica (FNE) solicitó al Tribunal de la Libre Competencia la suspensión de una serie de prácticas que afectan a los proveedores de estas cadenas, derivadas de su extremo poder de compra. Pero el perjuicio, dice la FNE, va más allá, y tiene consecuencias en los consumidores. «Es indispensable establecer estas medidas para limitar el poder de compra, por los negativos efectos que tiene, no sólo para los proveedores, sino también para los consumidores y competidores potenciales, pues el ejercicio de este poder reduce la oferta de bienes y servicios y el bienestar general». Este creciente poder, que tiene características de oligopolio, impide el ingreso de nuevos actores al sector, lo que redunda finalmente en la inhibición de potenciales competidores y en un control sobre los precios.
Un más reciente informe de la FNE titulado Análisis económico de la industria de supermercados, advierte con claridad sobre el riesgo de aumento en la concentración de la propiedad y del mercado. «Una vez que las principales cadenas lo-gran dominar los mercados locales y su crecimiento comienza a generar una mayor concentración a este nivel, el efecto sobre los precios es opuesto» porque «para el consumidor final, los presuntos beneficios de una mayor concentración en la industria supermercadista son, a lo menos, cuestionables. Las operaciones de concentración han sido seguidas, primero, de una desaceleración de la caída de los precios observada anteriormente y luego, de alzas de precios».
Es posible observar una relación entre la concentración de mercado y el alza de precios. Aun así, hay otros factores que han impulsado el alza de los precios de los alimentos. Los precios de los alimentos y de los combustibles se han convertido en una presión inflacionaria de largo plazo. Y aun cuando se trata de bienes muy distintos, hoy están muy relacionados. El aumento de los precios del crudo ha estimulado en numerosos países industrializados -y en muchos productores de granos y otros cultivos- la idea de producir biocombustibles, que hoy son más baratos que los derivados del petróleo. Esta demanda por cultivos como insumos para combustibles ha elevado no sólo los precios de bienes como el maíz, sino indirectamente el de otros alimentos. Durante los últimos tres meses el precio internacional de la leche se ha elevado en un 15 por ciento, como consecuencia del encarecimiento de los forrajes utilizados en la alimentación del ganado lechero. Y si así ha sido con la leche, próximamente lo será también con la carne.
Aun cuando la inflación es efecto de diversos factores, hay al menos dos fundamentales: una fuerte demanda de los productos lleva a incrementos de precios, en tanto el tipo de cambio tiene relación con el precio relativo de los bienes importados. Respecto a la primera situación, las ventas de los supermercados mantienen niveles decrecientes respecto a años anteriores, con un crecimiento mensual promedio de uno por ciento: no habría evidencia de inflación por una fuerte demanda de bienes. Tampoco respecto al tipo de cambio, el fenómeno de apreciación del peso respecto al dólar tiende a abaratar los productos importados y aquellos nacionales cuya producción tiene insumos importados. En los últimos nueve meses el dólar ha bajado desde un promedio de 550 pesos a oscilaciones en torno a los 500 pesos.
UN POCO DE ECONOMIA-FICCION
El gobierno sólo observa. El ministro de Hacienda, en un ejercicio que parece más obligado que inspirado, ha dicho que el gobierno sigue atentamente la evolución de los precios, que los salarios han venido aumentando con fuerza y que, si seguimos en esta brecha, Chile llegará a ser un país desarrollado como Portugal, el año 2020. ¡En qué estaremos en aquellos años! Un vaticinio que nos trae a la memoria otra profecía surgida también desde Hacienda. Cuando el actual canciller, Alejandro Foxley, ocupó la cartera de Hacienda durante los años de gobierno de Patricio Aylwin, en un arrebato de fe en el libre mercado dijo que si la economía continuaba creciendo a altas tasas, Chile sería desarrollado como España, dijo, en no más de diez años. Pues bien, en primer lugar, la economía ha crecido, y ¡cómo ha crecido para las grandes empresas! En segundo término, Chile no sólo no es aún un país desarrollado, sino que se ha insertado entre las naciones más desiguales del mundo con un creciente deterioro de su tejido social. Por último, han pasado más de diez años. ¿De qué se trata? ¿Error de cálculo, error metodológico, demagogia o falacia?
El impacto no viene sólo de los precios de los productos y servicios. Viene también del encarecimiento del precio del dinero, a través de un aumento de la Unidad de Fomento (UF) y de la tasa de interés. Desde enero a septiembre la UF ha aumentado 1.112 pesos, en tanto el interés cobrado por bancos y otras entidades financieras ya comienza a hacerse perceptible. Prácticamente todas las tarjetas de créditos habían elevado levemente sus intereses. Pero ya Presto, el plástico de Líder, ha subido el interés de un 11,7 por ciento en enero a un 21,3 por ciento en septiembre, lo que puede interpretarse como un precedente para el resto del sistema financiero. Un alza en las tasas de interés afecta directa e indirectamente a los consumidores. Si se eleva el costo del crédito para las empresas, éstas tenderán a traspasarlo a sus productos y servicios, lo que redundará finalmente en mayores precios que tendrán que enfrentar los consumidores.
Para el Banco Central, los niveles de endeudamiento no son riesgosos en comparación con los países desarrollados, cuyos niveles duplican al chileno. Un estudio de finales del año pasado informa que la deuda total de los consumidores, que crece a una tasa anual cercana al 20 por ciento, representa el 57 por ciento de los ingresos anuales de los hogares. Si esta proporción se compara, por ejemplo, con España, con una deuda cercana al 110 por ciento del ingreso, se puede estimar bastante moderada.
La más reciente historia económica nos remite a la crisis asiática, rusa y brasileña de finales de la década pasada. En Chile el efecto de estas turbulencias financieras fue un aumento inusitado de las tasas de interés, que llevó al colapso a millares de pymes y envió a por lo menos un millón de consumidores a los registros de Dicom. Hoy, sin crisis mediante, se estima que hay por lo menos un millón de personas en una situación financiera muy inestable, que podría asemejarse al fenómeno de comienzos de la década.
El actual crecimiento del consumo está apoyado en la expansión de los créditos, los que han crecido a una tasa anual del 20 por ciento. Un estudio del Sernac, de agosto pasado y aún sin el efecto de las mayores tasas de interés, reveló que un crédito en dinero efectivo otorgado por una casa comercial tiene un recargo de comisiones más intereses de 94,5 por ciento. «Sólo en el pago de intereses más comisiones se duplica el valor solicitado de avance. Dicho de otro modo, los consumidores terminan pagando hasta casi dos veces el monto solicitado al contado»