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Apropiación de propiedades por parte de la Iglesia en Navarra

Roma locuta… causa iniusta

Fuentes: Rebelión

Desde aquel día en el que José María Esparza, en artículo brillante de historiador sabueso, dio a la luz ciudadana aquella operación privatizadora y fraudulenta de la jerarquía eclesiástica española hasta la pasada reunión de concejales y alcaldes en Burlata (Nafarroa) del 15 de diciembre no han transcurrido tantos meses, y son ya numerosos los […]

Desde aquel día en el que José María Esparza, en artículo brillante de historiador sabueso, dio a la luz ciudadana aquella operación privatizadora y fraudulenta de la jerarquía eclesiástica española hasta la pasada reunión de concejales y alcaldes en Burlata (Nafarroa) del 15 de diciembre no han transcurrido tantos meses, y son ya numerosos los ciudadanos y ediles que han fruncido el ceño, han desempolvado documentos y legajos y comienzan a afilar su hacha en defensa del trabajo y corazón solidario y del patrimonio de sus antepasados. Una vez más en la historia de la Iglesia, que dice amar al prójimo y suspirar por el más allá, asoma la desvergüenza y el ansia de bienes y dominios, el zafio capitalismo, la usura y el desfalco. La simonía, el soborno, el diezmo, las indulgencias, la lucha de investiduras, el nepotismo, las falsificaciones, los negocios sucios… son huellas de sangre y expolio, jalones de iniquidad que la Iglesia ha ido legándonos a lo largo de los siglos.

La llamada Donatio Constantini, conocida ya a finales de la Edad Media, es un documento falsificado del Emperador Constantino el Grande por el que, supuestamente, se conferían al Papa y a la Iglesia romana grandes privilegios y ricas posesiones. El primer Papa que lo usó en un acto oficial fue León IX, en una carta de 1054 a Miguel Cærulario: «…Y para que la dignidad pontificia no sea inferior, sino que tenga mayor gloria y potencia que la del Imperio terreno, Nos damos al mencionado santísimo pontífice nuestro Silvestre, papa universal, y dejamos y establecemos en su poder gracias a nuestro decreto imperial, como posesiones de derecho de la Santa Iglesia Romana, no solamente nuestro palacio, como ya se ha dicho, sino también la ciudad de Roma y todas las provincias, lugares y ciudades de Italia y del Occidente… Divinitas vos conservet per multos annos, sanctissimi ac beatissimi patres». En virtud de esta falsificación el emperador Constantino obsequia al Papa Silvestre I y a sus sucesores el palacio laterano de Roma y las provincias, distritos, y pueblos de Italia y todas las regiones occidentales.

La historia de los papas está plagada de compra-ventas de Dios y bienes espirituales por dinero y posesiones: se soborna para conseguir la tiara pontificia como lo hace el gran papa corruptor Juan XIX, se saca a subasta al mejor postor el propio pontificado como lo hizo el papa Benedicto IX, se ofertan obispados a precio de oro, se sacan almas del purgatorio y del mismo infierno mediante estipendios, pagos monetarios, regalos o donaciones de bienes y posesiones.

Cuando dentro de la Iglesia católica en los siglos XI, XII y XIII se alzan grupos como los cátaros, bogomiles, albigenses…, que se denominan a sí mismos los «pobres de Cristo», que abogan por la pobreza y denuncian la usura, el expolio, el acaparamiento injusto de riqueza y abundancia por parte de la Iglesia en medio de un mundo que nada en la miseria y padece grave hambruna, la jerarquía se siente amenazada y, peligrando su status y bienestar, trata de taparles la boca con el anatema, la excomunión y la muerte. El papa Inocencio, de triste recuerdo en la historia de la humanidad, se convierte, en palabras del conde de Hoensbroech, en «auténtico matarife de los albigenses».

El 31 de octubre de 1517 clava Lutero airado en el pórtico de la iglesia local -el hasta entonces monje de la orden de los agustinos, desconocido al menos fuera de Wittenberg- 95 tesis contra el comercio de indulgencias dentro de la iglesia. En el panfleto, escrito en latín, despotrica de manera enérgica contra el santo padre de Roma, que sanciona esta costumbre de comprar literalmente a los cristianos arrepentidos los pecados en nombre de nuestro Señor: «Cuando el dinero suena en el cepillo, escapa el alma del purgatorio», predica el traficante papal de indulgencias Johann Tetzel por todo Alemania.

Autores que han analizado el banco Vaticano en la época de Pablo VI y Juan Pablo II sostienen, sin duda alguna, que el «Instituto per le Opere di religione» -camuflaje del lo que en verdad es el Banco del Vaticano mondo y lirondo- se ha lavado mucho dinero negro, también dinero de la mafia. El arzobispo americano, Paul Marcinkus, con Juan Pablo II al frente del banco del Vaticano se alió sucesivamente con dos malabaristas del dinero de primer rango: con el abogado y banquero de la mafia, Michele Sindona, y luego con el jefe del «Banco Ambrosiano», Roberto Calvi. Calvi proporcionó también al Vaticano una serie de empresas exóticas y misteriosas, entre otras en Panamá, para que el arzobispo Marcinkus, en ese entramado, pudiera disimular las verdaderas relaciones de patrimonio, que poseía el Vaticano y la santa Iglesia. Sindona y Calvi terminarían primero en la cárcel por desfalco e ilegalidades financieras y luego asesinados, el primero envenenado con cianuro en una cárcel de alta seguridad y el segundo colgado bajo el puente Blackfriars del Támesis en Londres. No pocos ven, tras estas muertes, la mano de la mafia, de la logia Propaganda Due de Lucio Gelli (P2) y la del Vaticano. En aquel final trágico fueron asesinados con el «no te conozco» del Vaticano y la mafia dos de sus grandes amigos.

Traigo a colación un ejemplo iluminador, que recoge Hubertus Mynarek en su excelente libro «El papa polcaco. Balance de un pontificado«: En septiembre de 1990 el papa Wojtyla viajó a África para consagrar y aceptar como regalo un edificio ostentoso, la basílica de «Nuestra señora de la paz» junto a un parque (tres veces el Vaticano), lugar de nacimiento del dictador de Costa de Marfil Felix Houphouet-Boigny. El dictador hizo gastar en el monumental edificio 7.800 metros cuadrados de vidrieras, tres veces más que en la catedral de Chartres, 120.000 metros cuadrados de mármol traído de Italia para adoquinar una calle en honor al papa. Aparte, erigió un palacio con veinte habitaciones de lujo, la «residencia papal africana», para acoger al papa y a sus acompañantes. Las gentes en esta dictadura, a orillas de Sahel, es muy pobre, nueve de cada diez familias carecen de luz y, sin embargo, 1.900 focos de 1.100 vatios iluminan la catedral africana de Pedro. Todavía en enero del mismo año 1990 el papa advertía a modo de conjuro: «El mundo tiene que saber que África se hunde en la pobreza. Quien es insensible ante esta necesidad y se muestra insolidario con ella es culpable de esta depauperación fratricida», añadía. ¿Puede ser todavía mayor la hipocresía inmisericorde, la discrepancia entre palabra y práctica de un pastor de la Iglesia? Pero el papa encontró también una disculpa «comprensible», que la dio a conocer en otra ocasión: «Quienes se sorprenden que construyamos iglesias en lugar de emplear estos medios para la mejora material de la vida, es que ha perdido el sentido para las realidades espirituales; no comprende la palabra de Cristo: «El hombre no vive sólo de pan» (Mt. 4, 4). El comentario entusiástico de estas palabras del supremo vigilante de la fe en el Vaticano, por aquel entonces cardenal Ratzinger y hoy papa, suenan a mofa: «La palabra del papa encierra una gran antropología… Lo curioso es que entre los pobres… el hambre de Dios es muy grande. Ellos en modo alguno comparten la opinión de muchos europeos de que primero hay que solucionar lo terrenal para luego hablar de la cosas divinas».

La cruzada de apropiación y expolio de bienes públicos, de iglesias, catedrales, ermitas, casas y terrenos… emprendida por la jerarquía española en la península ibérica con la cooperación del PP de Aznar y Rajoy, con el silencio respetuoso del PSOE y la mano de algunos notarios y registradores de la propiedad, sigue la huella macabra, que la Iglesia católica ha ido dejando tras de sí a lo largo de los siglos: la de predicar ideales de pobreza y más allá para arrebatar y hacerse con los bienes de las gentes en el más aca.