La imagen: sustituto de mil palabras Los medios masivos de comunicación han cambiado el mundo. Esto no es nada nuevo, obviamente. Desde inicios del siglo XX esa transformación viene operándose a pasos agigantados, cada vez más rápidos, más profundos, más globales. Tanto, que la sociedad planetaria actual ha pasado a definirse, quizá demasiado ostentosamente, como […]
La imagen: sustituto de mil palabras
Los medios masivos de comunicación han cambiado el mundo. Esto no es nada nuevo, obviamente. Desde inicios del siglo XX esa transformación viene operándose a pasos agigantados, cada vez más rápidos, más profundos, más globales. Tanto, que la sociedad planetaria actual ha pasado a definirse, quizá demasiado ostentosamente, como «de la información». Quien no sigue ese ritmo -al menos eso nos dice el mito dominante actual- pierde el tren de la historia.
Como siempre, los grandes factores de poder son los que generan los mitos culturales (mientras siguen haciendo sus negocios, claro). «Sociedad de la información y la comunicación», pero la mitad de la población mundial está a no menos de una hora de marcha del teléfono más cercano, y una quinta parte no dispone de energía eléctrica. Las bondades del desarrollo comunicacional están muy lejos de repartirse democráticamente entre todos. Pero de todos modos es un hecho que, aunque sea con cuentagotas, de manera fragmentaria y forzada, las nuevas tecnologías de la comunicación de masas han barrido toda la faz del planeta durante el siglo pasado. Y el presente indica el aumento exponencial de esa tendencia.
Justamente en la línea de esos mitos que nos penetran y terminan constituyendo, es real que estas últimas décadas se fue moldeando una nueva cultura, desconocida en todos los milenios de civilización previa: la cultura de la imagen. Quizá sea un mito que todos los seres humanos tienen hoy una computadora de última generación con acceso inalámbrico a internet de banda ancha, que todos disponen de celulares con cámara de video y televisores de pantalla de plasma líquido con tecnología HF. Pero es incontrastable que todos estamos tocados por esta fascinación ante las imágenes generadas artificialmente, y que todos, en mayor o menor medida, las consumimos.
La comunicación, la distribución de la información como bien masivo, es algo muy reciente en la historia humana. Podríamos decir que recién con la aparición de la imprenta en Alemania hacia el siglo XV se sientan las bases para que eso pueda comenzar a tomar forma; y no es sino hasta el siglo XX en que realmente, cuando las nuevas tecnologías permiten difusiones mucho más amplias de los bienes culturales, nos encontramos con una verdadera cultura de masas en sentido estricto. El libro, la prensa, la radio, comienzan a ser negocios redituables para el gran capital, por lo que se masifican cada vez más. La llegada de los medios que implican el uso intensivo de la imagen, el cine primero y la televisión más tarde, llevan ese proceso a su cúspide. Es, precisamente, la televisión la que entroniza esa nueva forma de difusión cultural: la imagen triunfa, se vuelve el medio dominante, cambia la cotidianeidad, abre nuevos e insospechados ámbitos para los poderes fácticos, para el consumo masivo. La cultura de la imagen que se tejió en unas pocas décadas sin ningún lugar a dudas llegó para quedarse, destronando otras formas culturales anteriores, haciéndose de un brillo propio incuestionable.
La imagen, a través de toda la historia, siempre estuvo presente como instrumento de comunicación. En todas las civilizaciones, desde los tiempos más remotos, la encontramos desarrollada en diversas formas, desde las primeras pinturas rupestres hasta nuestros días: dibujos, códices, estampas, miniaturas, frescos, murales, grabados, caricaturas, carteles, daguerrotipos, fotografías, cómics, para llegar en el siglo XX al cine, la televisión, el video, los videojuegos, el internet, las propuestas multimediales. El mundo icónico ha jugado los más diversos papeles en las culturas: simbología general, testimonio y memoria, ilustración, explicación, arte, opinión, magia, etc. La imagen se relaciona con todas las facetas del quehacer humano. Pero lo que ha sucedido estas últimas décadas no tiene parangón: la cultura de la imagen generada artificialmente con medios técnicamente muy complejos tomó un peso tal que se entronizó como principal fuente cultural del mundo contemporáneo. Si algo define este momento histórico es la primacía de la imagen por sobre todas las otras expresiones culturales.
Hoy día todo es imagen, todo es mediático. Hasta el espacio privado. También la intimidad quedó atada a este nuevo patrón de la cultura de la imagen. Importa cada vez más la forma, el cómo se presentan las cosas, el cómo «se venden» -para decirlo en clave de empresa privada, que es el arquetipo dominante de un mundo bañado absolutamente por relaciones capitalistas mercantiles-. Todo se juega en la imagen, en el show mediático: la ropa que se usa tiene que ser de marca, que se vea que uno «está a la moda»; la práctica política, siempre artera manipulación de las mayorías por una minúscula clase dominante, es un show televisivo con profusión de imágenes, y no gana el candidato más capaz sin el ….mejor presentado; el deporte, de pasatiempo entretenido, pasó a ser un espectáculo de dimensiones colosales que mueve fortunas y con el que se tapan problemas estructurales, montaje colorido que inunda todos los espacios mediáticos. Con la religión sucede otro tanto: ya no hay mística sino telepredicadores. Y el sexo ya es uno de los temas que más «se consume» en las pantallas. Nadie escapa a esta tendencia del show: ni el papa -el anterior era una maestro de la imagen, de hecho: actor profesional en su juventud-, ni los movimientos armados -que necesitan de estos escenarios mediáticos para tener presencia-, ni un líder carismático como Hugo Chávez -que es tal, justamente, por su condición de genial comunicador ¿quién puede conducir un programa televisivo por espacio de cinco o seis horas durante varios años encabezando todos los «ratings»? Hasta las revoluciones socialistas, se podría llegar a decir, son mediáticas-.
La cultura de la imagen se ha impuesto en todos los aspectos de la vida moderna utilizando los mismos códigos en los más diversos ámbitos: en la vida política así como en el mundo del deporte, en la promoción de una mayonesa o en la artificial burbuja de las estrellas de cine, en los consejos para arreglar problemas sentimentales o en la recreación de viejos y nuevos temores colectivos. Con las modernas tecnologías de manejo de la imagen desaparecen las arrugas, el acné juvenil y la tristeza: el mundo pasa a ser una imagen bella, rutilante, perfecta. Hasta en la más remota aldea de alguna selva tropical o en las vastedades de cualquier desierto podemos encontrarnos un impactante cartel de Coca-Cola que nos promete felicidad desde la sonrisa trucada de una modelo blanca (convenientemente arreglada con Photoshop).
Ya hace años que pensadores como el francés Jean Baudrillard alertaban del peligro de la sociedad de los simulacros en la que hemos ido entrando, llena de representaciones que son máscaras, biombos de la realidad. Y el padre de la semiótica, el italiano Umberto Eco, decía en la década de los 60 del siglo pasado que para las sociedades autoritarias es muy sencillo apoyarse en la cultura de la imagen, basada en la seducción, en el engaño, pues llaman al no-pensamiento y rechazan la cultura de la palabra, mas reflexiva, más intelectual.
La imagen es masiva e inmediata. Dice todo en un golpe de vista. No da posibilidad de reflexión. «La lectura cansa. Se prefiere el significado resumido y fulminante de la imagen sintética. Esta fascina y seduce. Se renuncia así al vínculo lógico, a la secuencia razonada, a la reflexión que necesariamente implica el regreso a sí mismo», se quejaba amargamente Giovanni Sartori. El discurso y la lógica del relato por imágenes están modificando la forma de percibir y el procesamiento de los conocimientos que tenemos de la realidad. Hoy por hoy la tendencia es ir suplantando lo racional-intelectual -dado en buena medida por la lectura- por esta nueva dimensión de la imagen como nuevo dios. Se calcula que un niño promedio está unas 1.500 horas anuales frente a un televisor (unas cuatro horas diarias) contra 1.000 horas anuales que pasa en un aula escolar. Y no hay ninguna duda cuál de las dos cosas es más atractiva, vistosa, fascinante. La UNESCO estima que en pocas generaciones más la escuela formal tenderá a ir desapareciendo mientras que la educación de la humanidad se irá haciendo cada vez más a través de medios digitales (pantallas: léase televisor, computadora y nuevas alternativas multimediales).
Con esta nueva realidad virtual que se ha ido constituyendo, esto a lo que llamamos «cultura de la imagen», bien podría decirse que arribamos a la cúspide de la afirmación «una imagen vale más que mil palabras». En términos generales la comunicación en su conjunto ha ido tomado la forma definitoria de las imágenes: la mayoría de los relatos son contados en imágenes, tenemos ya una forma de entender la realidad totalmente icónica, los mensajes son cada vez más una sucesión de imágenes. Incluso medios tradicionalmente textuales como los periódicos y las revistas, e incluso los libros, utilizan cada vez más la imagen que la palabra, y la comunicación verbal tiene cada vez más la lógica sintética e impactante de la imagen.
Incluso en las artes plásticas ese hecho es evidente. El lema de la última Bienal de Venecia fue «Piensa con los sentidos. Siente con la mente. El arte del presente». El arte pictórico del presente, a propósito, es un arte básicamente cinematográfico y televisivo que va de la fotografía tradicional a la digital, normalmente en movimiento, pasando por el video, el documental o la película. Y son s alas negras de proyección o pantallas de plasma el principal instrumento de transmisión de estas expresiones, comenzando a quedar los lienzos «clásicos» como una pieza un tanto exótica.
En otros términos: la realidad virtual va dejando atrás a la realidad corpórea; la imagen digital, la imagen generada artificialmente, en esta nueva dimensión abierta por las nuevas tecnologías, está pasando a ser parte constitutiva de nuestra vida cotidiana. Hay ya un sexo virtual, cibernético, y el holograma nos presenta un mundo inimaginable apenas unas décadas atrás. Aunque, como decíamos más arriba, hay mucho de espejismo aún en esto, pues para una buena parte de la población mundial la comunicación no constituye aún su prioridad, siendo todavía las necesidades primarias básicas insatisfechas el principal obstáculo a vencer. La brecha tecnológica que se sigue ampliando, más aún con las tecnologías digitales de la sociedad de la información, evidencian de modo vergonzoso que mientras en el Norte desarrollado se habla sobre calidad de vida, en el Sur aún se sigue discutiendo sobre su posibilidad. Pero no hay dudas que todo esto, más allá de la injusticia en juego en la desigual capacidad de acceso a los fabulosos avances técnicos, va constituyendo una matriz cultural global. Y sabemos que, lamentablemente, la historia la escriben los que ganan. ¿Necesita un habitante de esas aldeas selváticas, viviendo quizá aún en el período neolítico, una gigantografía donde una modelo retocada con programas informáticos le ofrezca Coca-Cola? ¿O lo necesita acaso, más allá de la habitualidad, de la normalidad con que se la consume, un habitante de Manhattan?
Lo cierto es que la historia se dirige desde los grupos de poder. Y hoy se impuso esa adoración de la imagen, de este nuevo tipo de imagen que crean las tecnologías de punta y que los poderes aprovechan en su beneficio. ¿Es moralmente aceptable que la gente, hasta en un 85% de lo que dice, repita lo que «aprendió» viendo en la televisión? Obviamente no. Pero ese es el mundo en que vivimos. La declaración de las guerras, lo que consume la población, lo que está «bien» y lo que está «mal», las cosas de las que nos reíamos o con las que lloramos…todo está fríamente pensado para que el espectáculo mediático interminable de la sociedad planetaria nos conduzca por la vida, bellas y atractivas imágenes mediante.
¿Y qué tiene de malo esta cultura de la imagen?
Dicho todo lo anterior pareciera que la única alternativa posible sería apagar los televisores y desconectar las computadoras, pues como expresó sarcásticamente Groucho Marx: «no hay dudas que la televisión es muy instructiva, porque cada vez que la prenden me voy al cuarto contiguo a leer un libro». Esta cultura de la imagen, nacida y desarrollada en el siglo pasado y que marca cada vez con más fuerza el actual, no pareciera tener marcha atrás; y no sólo eso, sino que crece, se multiplica, atrapa en forma creciente.
De hecho, los sectores históricamente más postergados del planeta, los que no desarrollaron las tecnologías comunicacionales de vanguardia sino que las reciben -en general impuestas desde el Norte- conforme van conociendo esta cultura de la imagen, quedan fascinados y ya no la dejan. Pareciera que nadie escapa a estos cauces, lo cual lleva a la siguiente consideración: la realidad virtual tiene un poder intrínseco que no puede desconocerse. En un sentido es cierto que la lectura estimula más lo intelectual que la percepción de imágenes. Pero también es un prejuicio pensar que sólo la lectura «abre la razón» y las nuevas tecnologías comunicativas son sólo un instrumento para la manipulación. Por lo pronto, con unas cuantas décadas de desarrollo, podemos constatar que la producción de imágenes artificiales distribuidas masivamente fue un gran negocio que favoreció a muy pocos y que, básicamente, se tornó en un medio de control cultural-político-ideológico formidable, como quizá nunca en la historia de las civilizaciones se había dado. Aunque el problema no estriba tanto en el instrumento en sí mismo sino en la aplicación que se hace de él. Pero la moderna cultura de la imagen también puede servir para llevar mensajes anti-sistema. Ahí están, para evidenciarlo, los medios alternativos que no dejan de crecer. O el internet. Estamos allí ante la posibilidad más grande de democratizar la producción cultural de la humanidad. La nueva noción de hipertexto, base funcional y estructural de la red de redes, es la clave de acceso a toda la información del mundo en forma gratuita e inmediata. En tal sentido, el hipertexto es el nuevo concepto de documento en la moderna cultura de la imagen, documento de posibilidades casi ilimitadas que encierra las más variadas combinaciones que se puedan concebir.
Definitivamente la realidad virtual que se ha generado hasta ahora, la cultura de la imagen dominante, en muy buena medida es criticable por reaccionaria, conservadora y de baja calidad. Pero abre también las posibilidades de llevar mensajes liberadores y de transformación a la totalidad de la población planetaria. La realidad virtual -pensemos en el internet por ejemplo, o la generación de cualquier tipo de imágenes que podemos ver en una pantalla- no sólo es una alternativa a la realidad para refugiarse a consumir pornografía, para ver noticieros que desinforman o recibir propaganda de productos que no necesitamos. La nueva realidad virtual también tiene aplicaciones diversas: la enseñanza, el diseño, el desarrollo científico-técnico e industrial, el arte, la generación de debates, el mejoramiento de la vida en sentido amplio. A las nuevas generaciones también puede enseñárseles a leer críticamente las imágenes y a defenderse de la agresión publicitaria y la manipulación icónica que conocemos y de la que ya se mofaba Groucho Marx. La enseñanza de la cultura tradicional ha ido en detrimento de la cultura de la imagen y la mayor parte de la realidad virtual que se ha desarrollado agudiza este problema, el de la experiencia no reflexiva de la imagen. Pero hay otras alternativas.
Por último, sería tonto ir contra las tecnologías en sí mismas. Es como destruir las máquinas de vapor cuando el surgimiento de la revolución industrial en Inglaterra. De lo que se trata de de conocer y apropiarnos de estas nuevas técnicas, para ponerlas al servicio no de los que nos siguen manipulando sino de la liberación de la humanidad.