En dicho cuartel operaron al menos dos compañías de fusileros, cada una al mando de un jefe con grado de capitán. De allí salieron los oficiales, suboficiales y conscriptos que torturaron y despedazaron a tiros a decenas de aldeanos de Paine. Cuando el 2 de octubre de 1973 el capitán Luis Cortés Villa ordenó a […]
En dicho cuartel operaron al menos dos compañías de fusileros, cada una al mando de un jefe con grado de capitán. De allí salieron los oficiales, suboficiales y conscriptos que torturaron y despedazaron a tiros a decenas de aldeanos de Paine.
Cuando el 2 de octubre de 1973 el capitán Luis Cortés Villa ordenó a Juan Quintanilla que preparara el camión y lo llevara al Cerro Chena, para ponerse a disposición del subteniente Andrés Magaña, la suerte de los 15 campesinos ya estaba echada.
En la Escuela de Infantería, en San Bernardo, habían resuelto asesinarlos la madrugada siguiente en la Cuesta Chada. Fue el aniquilamiento masivo que antecedió a los 22 ejecutados de la quebrada de Los Quillayes, en Rapel, dos semanas después. El capitán Cortés advirtió a Quintanilla que no podía fallar, porque ahora la mano estaba dura.
El conductor, que también manejó después hacia Rapel, era un civil, del Sindicato de Dueños de Camiones, muy activo en el paro de camioneros contra el Gobierno de Allende. Después del golpe militar se disfrazó de oficial «para cumplir con las reglas», como justifican algunos de los asesinos en sus declaraciones en el proceso por el caso Paine, a cargo del juez Héctor Solís.
En Cerro Chena, cerca de la Escuela de Infantería, operó el cuartel Dos de dicha unidad militar. Después del golpe militar, este cuartel se convirtió en un campo clandestino de prisioneros que poco tenía que envidiarle a los de la DINA. Se le conoció como el campo de Cerro Chena, hasta hoy poco percibido públicamente como área de represión.
Pero el horror reinó allí casi al mismo nivel que en la Escuela de Artillería de Linares, aunque tal vez algo menos que en el temible cuartel Simón Bolívar, donde el Grupo Delfín de la Brigada Lautaro eliminó cruel y salvajemente a la dirigencia comunista encubierta.
Según la información que hasta ahora ha sido recopilada en la investigación judicial del proceso Paine, fue del cuartel Cerro Chena del que salieron los oficiales, suboficiales y conscriptos que torturaron y despedazaron a tiros a decenas de aldeanos de Paine y sus alrededores.
Allí operaron al menos dos compañías de fusileros, cada una al mando de un oficial con grado de capitán. Una de ellas, a cargo del capitán Jorge Romero Campos, con sus distintas secciones, tres o cuatro por compañía, las que eran comandadas por oficiales con grado de teniente o subteniente.
Setenta fueron las víctimas de esa localidad rural; los cuerpos de 29 de ellas fueron recuperados, pero hay otros 41 que continúan desaparecidos. Fue, proporcionalmente, la masacre más grande del país en relación a la cantidad de habitantes del lugar.
Todos niegan
Como se sostiene expresamente en algunos autos de procesamiento dictados por los magistrados que han tenido la indagatoria en sus manos el último es el juez Solís , hasta hoy el Ejército no admite que Cerro Chena fue un campo de prisioneros, ni menos las atrocidades que allí sucedieron.
Tampoco lo reconocen los, al menos, 25 oficiales que en septiembre y octubre de 1973 eran subtenientes y servían en la Escuela de Infantería, y, alternadamente, también en Cerro Chena.
Así se constata al conocer las declaraciones judiciales formuladas en la búsqueda de los dos subtenientes «fantasmas», que varios reconocen pero que ninguno de ellos nombra, que tomaron parte en la matanza masiva del 16 de octubre de 1973 y, probablemente, también en el crimen de Cuesta Chada, ambos operativos liderados por el joven subteniente Andrés Magaña. Todos los oficiales admiten que estuvieron en Cerro Chena y, sin embargo, dicen haberse enterado «por la prensa» que ese fue un campo de prisioneros y que allí se violaron los derechos humanos. Casi todos afirman que allí sólo cumplieron «entrenamiento e instrucción militar».
Al revisar los relatos que estos antiguos tenientes y subtenientes hicieron en el proceso, incluidos aquellos de los cuatro que hoy son generales en activo, todos ellos niegan haber tenido conocimiento de los sucesos ocurridos en Cerro Chena. Sin embargo, al menos uno fue efectivamente parte de una de las secciones de las dos compañías de fusileros que allí operaron, lo que, en caso de avanzar el proceso, podría convertirse en otro dolor de cabeza para el Ejército, similar al que terminó con la salida del general Gonzalo Santelices.
CAMINO a la muerte
Pero fue el propio subteniente Magaña el que, tras sus últimos mea culpa y el reconocimiento de sus mentiras en la investigación judicial, destapó sin medias tintas la función de Cerro Chena como campo de detenidos.
Quien tampoco ocultó la siniestra función del cuartel fue el subdirector de la Escuela de Infantería, el entonces teniente coronel Pedro Montalva Calvo, quien, en 1979, declaró al juez Humberto Espejo que «los detenidos que eran internados en el campo de Cerro Chena se hacían por orden del coronel Leonel K nig Altermann, director de la Escuela de Infantería de San Bernardo».
Ahora se conoce que desde Cerro Chena salió Magaña para matar en Cuesta Chada y Rapel. Desde allí partió el camión de Juan Quintanilla, el civil disfrazado de oficial que requirió por Cortés Villa. Y desde ese lugar salieron los 20 a 30 subalternos que acompañaron a Magaña en ambas misiones. «Fueron los mismos cada vez, porque ya teníamos experiencia», sostiene el subteniente en el proceso.
Incluso A. G. B., un conscripto adolescente que en 1973 estaba adscrito a Cerro Chena y que integró una de las secciones de fusileros, recuerda la visita de inspección que hicieron al lugar el «Lobo» Sergio Arellano Stark y el segundo de la DINA, Pedro Espinoza Bravo. En el proceso, el joven relata que cuando ellos estuvieron se «intensificaron los interrogatorios y torturas». Dato importante, pues cerca de la mitad de las víctimas de Paine encontró la muerte en el fatídico campo de Cerro Chena.