Acabo de leer el libro «Anarquistas y el movimiento obrero. La alborada de una idea en Chile, 1893-1915», de Sergio Grez, Lom, 2007. Según este historiador, los ácratas chilenos aparecieron como un fantasma en los discursos de la élite chilena: eran agitadores peligrosos que movilizaron a una masa obrera tranquila y feliz. La historiografía clásica […]
Acabo de leer el libro «Anarquistas y el movimiento obrero. La alborada de una idea en Chile, 1893-1915», de Sergio Grez, Lom, 2007. Según este historiador, los ácratas chilenos aparecieron como un fantasma en los discursos de la élite chilena: eran agitadores peligrosos que movilizaron a una masa obrera tranquila y feliz.
La historiografía clásica fascista o los olvidó o los vilipendió. El tratamiento de la historia de los anarquistas chilenos fluctúa entre el rechazo y la apología. Para Hernán Ramírez Necochea los libertarios constituían una fuerza ultraizquierdista, esencialmente reaccionaria. Posteriormente, matizó un poco su posición sosteniendo que muchos de los líderes del movimiento obrero se formaron en el movimiento anárquico. Marcelo Segall sostuvo el mito de la influencia de los excomuneros y de la Primera Internacional en Chile, de 1880. Jorge Barría y Julio César Jobet tienen una visión un poco más amplia tanto, de la Sociedad de Resistencia como de la IWW de las huelgas obreras de comienzos del siglo XX, sin embargo, sólo recurren a fuentes secundarias; este olvido fantasmagórico de la historia de los anarquistas ha sido cubierto, en parte, por las obras de Julio Pinto – dedicadas a los ácratas de la provincia de Tarapacá – y los trabajos de Jorge Rojas y de Jaime Sanhueza, junto al norteamericano Peter De Shezo, quienes aportaron nuevos antecedentes, producto de investigaciones en fuentes primarias. El libro de Grez viene a cubrir este enorme vacío.
1- El sueño despierto de la acracia
La utopía tiene varias acepciones en la historia: para Ernst Bloch el marxismo es la realización de la utopía completa, la conquista por parte del hombre de los horizontes de esperanza, la liberación de todas las enajenaciones capitalistas y la construcción de nuevos mundos justos y libres.
La acracia se niega a ser calificada como una utopía, pero en la realidad lo fue: quiso terminar con el Estado, la propiedad privada, la religión – como enajenación- en base a una huelga revolucionaria: ni dios, ni amo. Para Bakunin, la Comuna de París significaba la destrucción del Estado, la religión y la propiedad privada y, en su reemplazo, la construcción de una sociedad libertaria y solidaria. El príncipe ruso Pedro Kropotkin sostiene que sin igualdad no hay justicia y sin justicia no hay moral. Su obra, La conquista del pan, fue un verdadero evangelio para los revolucionarios antiestatistas. Para Malatesta, la sociedad es una sociedad de hombres libres y una sociedad de amigos.
2- La acracia, una utopía desesperada
Como el ideal de la huelga general revolucionaria no daba resultados, algunos libertarios se desesperaron y recurrieron a la propaganda por los hechos, es decir, ampliar el terrorismo, (bombas, atentados y asaltos), perpetrados contra los reyes, príncipes y burgueses; el más famoso de estos personajes fue Rabachol, quien se convirtió en una especie de Robin Hood anarquista, robando a los ricos para darlo a los pobres, incluso, existía la famosa Carmagnole revolucionaria que propagaba: «llegará, llegará, cada burgués tendrá su bomba…» Émile Henri era aún más violento: colocó, como represalia, una bomba en la Estación Saint Lazare, cuyo resultado fue de un muerto y veinte heridos; en principio era para causar terror a los pequeño burgueses, que ganaban entre 300 y 500 francos mensuales y que eran más reaccionarios que sus patrones. Nicolás Sacco y Bartolomeo Vancetti se convirtieron en héroes del movimiento igualitario y libertario al ser acusados falsamente y morir en la silla eléctrica por sus ideales.
Junto a la acción violenta siempre coexistió un anarquismo no violento, incluso de inspiración cristiana, como es el caso de Leon Tolstoi. En Chile, un conjunto de intelectuales fundaron una colonia tolstoiana, en la Comuna de San Bernardo.
3- Internacionalismo, pacifismo y emancipación de la mujer
Los ácratas despreciaban la guerra y creían en una patria universal. En 1900, el Parlamento chileno aprobó la Ley del servicio militar obligatorio, que sólo se aplicaba a los pobres, pues los señoritos se lo sacaban. Para los anarquistas, el ejército era como la peste, la escuela del crimen y de los vicios y servía sólo para perseguir y aniquilar al movimiento obrero, especialmente en las huelgas de 1903, 1905, 1906 y 1907. El chauvinismo era la expresión más brutal e inhumana de la ignorancia y primitivismo.
La emancipación de la mujer es otra de las ideas centrales de la acracia: el matrimonio es una institución burguesa, contraria al amor libre. En 1913, visitó Chile Belén de Sárraga, famosa anarquista española quien, en base a sus conferencias en distintos lugares de Chile , inspiró la creación de Centros de librepensadoras Belén de Sárraga.
A comienzos del siglo XX, varias mujeres se constituyeron en líderes libertarias: para sólo recordar a algunas, citaremos a Carmen Herrera, compañera de Magno Espinoza, que se lució arengando a los obreros en la huelga de Valparaíso, en 1903; María del Tránsito Caballero, fallecida en 1905, a causa de la caída de la galería, en una de los famosos discursos del «pope» Julio Elizalde, quien atacaba a los curas y a la iglesia por haber traicionado la herencia revolucionaria de Jesús; Hortensia Quinio, pareja de el líder Voltaire Argandoña, murió a consecuencia de las torturas, después de haber sido acusada de colocar una bomba en el convento de las Capuchinas.
Si bien el anarquismo colindaba con el feminismo, en lo cotidiano los ideales no concordaban con la práctica diaria, donde aún seguía el machismo y el sentimiento de que las mujeres le quitaban el trabajo a los hombres.
El arista Benito Rebolledo relata, en una carta, al escritor Fernando Santiván la vida diaria de la comunidad anarquista, ubicada en la calle Pío Nono, cerca del Cerro San Cristóbal. Los ácratas eran muy cultivados: podían disertar sobre muchos temas, aun los más difíciles y obtusos, de cualquiera de las disciplinas del saber; eran vegetarianos, no fumaban ni bebían, amaban la vida al aire libre y tenían un voto de pobreza. El líder Alejandro Escobar Carvallo se ganaba la vida como médico homeópata y naturista; Miguel Silva tenía su propio taller de tapicería; el francés Aquiles Lemure era zapatero; Pedro Pardo, carpintero y un gran orador; el italiano Tomaso Peppi, sombrerero y rechazaba toda invitación a cenar y rechazaba todo regalo, pues creía que perdía su independencia. El policía Castro se arriesgaba a afirmar que esta comunidad era muy poco peligrosa, «¡qué atentado van a fraguar estos pobres; si no comen cazuela para no matar las gallinas; viven de lechugas y zanahorias!»
4- Los anarquistas y el movimiento obrero
En el desarrollo del movimiento obrero, en Chile, confluyeron distintas tendencias: las mutuales, las mancomunales, el Partido Demócrata, el liberalismo rojo anticlerical, el socialismo y el anarquismo. En un comienzo, fue muy difícil diferenciar cada una de estas posiciones y, sólo posteriormente, surgió la polémica entre anarquistas y socialistas; por lo demás, los líderes pasaban de una posición a otra, por ejemplo, Alejandro Escobar fue primero anarquista, posteriormente demócrata, luego socialista y, finalmente, ibañista, y así ocurrió con muchos otros dirigentes. Los miembros de la Sociedad de Resistencia tampoco eran exclusivamente anarquistas, pues se mezclaban con sindicalistas independientes y mutualistas.
Los libertarios reprobaban toda participación en las elecciones y en el parlamento, pues la consideraban un engaño de la oligarquía: lo mismo daba votar por Federico Errázuriz o por Vicente Reyes. La Prensa ácrata y los ateneos obreros fueron los primeros los lugares de encuentro del anarquismo, además de los sindicatos de los ferroviarios, de los tipógrafos, los sombrereros y sombrereras y del transporte, dando lugar a las primeras huelgas, a comienzos del siglo XX.
5- Los anarquistas y las grandes huelgas de 1903, 1905 y 1907
Las manifestaciones, a comienzos del siglo pasado fueron, principalmente, económicas: la estabilidad de la moneda, mejoras salariales, la inflación – a consecuente alza del costo de la vida – además de las insalubres condiciones habitacionales e inseguridad laboral. Los libertarios eran seguidos por los obreros, sobre todo cuando la lucha entre el ejército y los trabajadores, llegaba a su clímax, pues eran los más decididos luchadores, sin embargo, cuando había que pactar con los patrones y buscar un arbitraje, quienes encabezaban las negociaciones eran los demócratas y, posteriormente, los socialistas.
Así ocurrió en la famosa huelga de Valparaíso, en 1903: en un comienzo se busco el arbitraje, posteriormente, bajaban de los Cerros las masas populares indignadas, produciéndose la masacre y, luego, después de un número importante de muertos y heridos, se volvía a la negociación.
En 1905, la famosa «huelga de la carne», aproximadamente se repitió el escenario: al comienzo, los pacifistas dirigentes de las mutuales y mancomunales pidieron autorización a las autoridades para realizar una manifestación, frente a la estatua de San Martín y, cuando comenzaba la manifestación, la masa comenzó a enfurecerse y, prácticamente, ocupó la ciudad; finalmente, los rebeldes fueron aniquilados por las guardias blancas y el ejército.
Mucho se ha discutido sobre la participación del movimiento anarquista en la famosa Matanza de Iquique. Es cierto que algunos de sus líderes, los más conocidos eran ácratas, (el caso de José Bigg y de Luis Olea), sin embargo, las reivindicaciones del movimiento eran completamente pacíficas y justas, y durante casi todo el tiempo los huelguistas mantuvieron una actitud respetuosa con las autoridades del gobierno, buscando solución a su petitorio, por medio del arbitraje, pero fueron engañados y masacrados impunemente. Santa María de Iquique tiene poco que ver con la huelga revolucionaria, salvo en la actitud del último instante, cuando se niegan a abandonar la escuela.