Esta vez no salieron los granes empresarios y sus empleados, ni los empleados de las instituciones oficiales. Tampoco marchó nadie del gobierno. No marcharon policías ni soldados de civil. Esta vez marcharon las víctimas. Coparon las calles con las fotos de sus rostros queridos llevados por manos nostálgicas que reclaman verdad, justicia y reparación. Se […]
Esta vez no salieron los granes empresarios y sus empleados, ni los empleados de las instituciones oficiales. Tampoco marchó nadie del gobierno. No marcharon policías ni soldados de civil.
Esta vez marcharon las víctimas.
Coparon las calles con las fotos de sus rostros queridos llevados por manos nostálgicas que reclaman verdad, justicia y reparación. Se vio a Manuel Cepeda, a Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro, Luis Carlos Galán, Héctor Abad, Jaime Pardo leal, Alfredo Correa. Pero también, y ante todo, rostros de hombres y mujeres anónimos que un día fueron desaparecidos en medio de cualquier calle. Rostros de hombres y mujeres que fueron baleados frente a sus hijos o sus padres en cualquier lejano camino. Rostros de sindicalistas, miles. Rostros de estudiantes, de indígenas, de campesinos. Rostros que un día desaparecieron bajo la motosierra paramilitar. O que salieron de sus casas y nunca más volvieron. Marcharon las madres que siguen llorando y reclamando por sus hijos y que lo único que le piden a la vida, su sueño más querido, es la posibilidad de encontrar los huesos de sus hijos para darles sepultura y quizás así, morir en paz.
Los rostros, las madres, el llanto y la nostalgia hicieron de esta marcha una larga cadena de dolor y de rabia. Pero también de reclamo y de esperanza en que los genocidas algún día serán castigados.
La marcha fue una condena contundente al gobierno de Uribe. Instigador del paramilitarismo y de políticas de guerra y de tierra arrasada. Un régimen que desprecia la vida. Por esto, quizás, dicen algunos medios que la jornada por momentos parecía más una protesta política. También fue expresión de solidaridad internacionalista con los pueblos de Venezuela y Ecuador víctimas de una política de agresión y desestabilización en la cual Uribe es el testaferro ruin de las estrategias de Bush. Se marchó en 25 ciudades colombianas y en más de cincuenta en todo el mundo.
Ahora sigue el IV Encuentro Nacional de Víctimas del Terrorismo de Estado que durante tres días sesionará en Bogotá. La lucha continua. La esperanza no se pierde.
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