¿Se puede cuestionar lo que nos gusta? Sea por las razones que fuere uno bien debería saber -con alguna claridad- por qué gusta de ciertas cosas, (para sí o para sus hijos por ejemplo), por qué uno disfruta ciertos espectáculos y ciertas ideas. Uno bien podría intentar respuestas a la hora de dilucidar por qué […]
¿Se puede cuestionar lo que nos gusta?
Sea por las razones que fuere uno bien debería saber -con alguna claridad- por qué gusta de ciertas cosas, (para sí o para sus hijos por ejemplo), por qué uno disfruta ciertos espectáculos y ciertas ideas. Uno bien podría intentar respuestas a la hora de dilucidar por qué prefiere para su disfrute unas cosas si o aquello no. Uno bien podría en materia de «gustos», acaso no con todos, ejercer su capacidad de decisión. Y a veces eso no es sencillo cuando se trata de algún tipo de producción televisiva que, sin permiso, se instala en nuestras vidas con el «caballo de Troya» de lo «simpático», lo «tierno», lo «entretenido» o lo «divertido».
Según Matt Groening, creador de los Simson, la serie es una «sátira y crítica hacia la sociedad estadounidense»1: su forma de vida, sus valores, sus prejuicios, su sistema político, etc. Obra en dibujos animados con alto voltaje de violencia que entre otras cosas, no puede considerarse al alcance de la capacidad de elección de niños o niñas menores de 10 años que, de ordinario, no logran distinguir cómo se elabora una idea de «sátira» que hace de decadencia capitalista un entretenimiento. ¿Apto para todo público?
Nadie pede prohibir a un adulto que consuma lo que le de la gana (para su bien o para su mal). Se ha legalizado una infinidad de sustancias, objetos e instituciones que, claramente o con dudas, dejan de manera directa o indirecta secuelas tóxicas de géneros muy diversos. Aunque la «moral pública» las santifique. Entran a la lista bebidas gasificadas o alcoholizadas, entran a la lista muchas obras fílmicas, partidos políticos, iglesias y familias enteras. El capitalismo mismo con su esencia -corrupta y destructora de la humanidad- es un mal social progresivo y mortal. Y hay a quienes les encanta. Eso no lo legitima aunque se lo legalice. ¿Por qué los Simpson habrían de estar exentos de un diagnóstico critico, un desmontaje ideológico, estético y político? Aunque sean muchos sus adeptos.
No basta con mostrar la realidad de la decadencia capitalista (así tal muestra sea «irónica» y con dibujitos). Uno bien puede hacer «visibles» los motivos y los métodos para su crítica, el objetivo sus alcances y, desde luego, las fuerzas y estrategias para combatir, colectivamente tales causas. ¿Es esta serie televisiva un espectáculo de las culpas? ¿Es una vergüenza de clase? ¿Es un llamado a la transformación del mundo que critica? ¿Basta sólo con ser irónico o esa ironía es una coartada de cierto cinismo divertido? Esto no es un problema de gustos personales. Cada quien decide, sólo que no puede decidir por los niños aunque sean sus hijos.
Los Simpson deben verse con sentido crítico-transformador, de otra manera se corre el riesgo de es hacerse cómplice inconciente de los modelos ideológicos de la farándula burguesa. No se trata de tapar la realidad, se trata de aprender a mirar Los Simpson con un método crítico, pues no todos los valores que los medios de comunicación enseñan son santificables. Hay un consenso mundial de que Los Simpson no pueden ser considerados aptos para niños, sino para adultos. Y así y todo hay que ser capaces de interrogar lo que se consume. Se hace de una familia decadente, prototipo norteamericano, un programa de «entretenimiento» que no necesariamente propone las mejores salidas a su decadencia. ¿Será que no hay salidas, querrán convencernos de eso? Y resulta que a muchos los divierte y los acostumbra ver la degradación social del núcleo familiar hasta con «ternura». Todos los medios de comunicación tienen gran responsabilidad social sobre los programas que transmiten.
El colonialismo cultural es alarmante. No es infrecuente ignorar lo que consumimos en términos de ideologías. Aunque se vistan de inocencia entre caricaturas Los Simpson son para adultos. Su lógica política y su discurso requieren de cierto nivel de decodificación que nadie en su sano juicio puede exigir a un menor de edad. No es un problema «moral», tampoco de simplemente de «gustos». Esa serie de televisión ha ridiculizado las figuras políticas que menos tienen que ver con su decadencia ironizada: Fidel Castro y Hugo Chávez. ¿Con qué derecho? ¿Al servicio sólo de cierta ociosa irreverencia pequeñoburguesa? ¿Para entretenerse?
Aun con sus docenas de premios, millonadas de dólares y una buena audiencia la serie televisiva sufrió su única censura de manos de su propio canal estadounidense, Fox, «que censuró en un capítulo la frase «This sure is a lot like Iraq will be», que podría traducirse como «Esto se parece mucho a como estará Iraq». Hacían referencia a la imagen devastada de Springfield, la ciudad de los Simpsons, que por lo visto ha sido atacada por los marcianos en una guerra en la que la excusa es que tenían armas de «desintegración» masiva.«2 y en la página web de los Simpson Rapids Simpson se puede leer «Animación; Comedia. Clasificación por edades ‘PG-13’, no recomendada para menores de 13 años, por ‘humor irrespetuoso e impertinente a lo largo de la película'». Lo mismo ocurrió en «Estados Unidos, en Colombia fue clasificada para mayores de 7, en Portugal y Alemania para mayores de seis y en México la versión en inglés fue clasificada para mayores de 13 años. Nadie con un mínimo de criterio pedagógico discute que la seria Los Simpson es para adultos3«.
En un mundo bajo guerra mediática donde el capitalismo negocia con su decadencia Los Simpson se volvieron bandera para esconder lo más odioso que padece un pueblo como el estadounidense también victimado permanentemente. «Las mayorías infantiles se siguen reflejando cada vez más en el modelo universalizado del yanqui superficial, estúpido, individualista y consumista contagiado como una plaga al mundo dependiente. Los Simpsons, hoy, constituyen una verdadera agencia de legitimación y mantenimiento de formas de relaciones humanas, de nociones arquetípicas sobre cómo entender y vivir la sexualidad, la política, la familia, la moda y, por cierto, la religión. Esta «inocente» caricatura, que reporta 2.500 millones de dólares en ganancias anuales para la cadena Fox y que cautiva a 60 millones de telespectadores en 66 países, es mucho más que una «inocente» serie animada de televisión, si se la examina «con lupa».
Los Simson son, además de sus virtudes mercantiles y su capacidad de seducción, apología de la resignación en casa. Marketing de la mansedumbre que, en lugar de transformar al mundo capitalista propone una auto-ridiculización tan estéril como peligrosa para permitir que un grupo empresarial de la farándula en plena guerra mediática gane mucho dinero. Parodia grotesca en tono triunfador para que la mediocridad se legitime como identidad de la clase explotada. Y los tenemos en casa. ¿Ya nos dimos cuenta?