Decía en estos días Pérez Rubalcaba, ministro del Interior español, que nadie comienza poniendo bombas, que se empieza quemando autobuses, cajeros, contenedores de basura… De esta manera se refería el ministro a las detenciones en el País Vasco de jóvenes acusados de desórdenes callejeros, a los que, según el funcionario, es mejor aplicar la represión […]
Decía en estos días Pérez Rubalcaba, ministro del Interior español, que nadie comienza poniendo bombas, que se empieza quemando autobuses, cajeros, contenedores de basura…
De esta manera se refería el ministro a las detenciones en el País Vasco de jóvenes acusados de desórdenes callejeros, a los que, según el funcionario, es mejor aplicar la represión preventiva ahora, en primera instancia, que esperar a que pasen de curso y terminen doctorándose como violentos.
El problema de su lógica determinista, en la que, inevitablemente, una conducta conduce a la otra, es que carece de cualquier rigor. Y nadie mejor que él, que fue ministro de Educación y Ciencia, como para saberlo.
Entre otras razones porque el cómo se empieza y cómo se termina va a depender del criterio del analista, así se trate del ministro del Interior, y del punto de partida que se elija para confirmar la consecuencia entre una conducta y otra. De hecho, tampoco nadie en el País Vasco, si nos atenemos al criterio del ministro, comienza quemando autobuses o tirando cócteles Molotov. Casi siempre se empieza, es otro ejemplo, cuando uno se harta de que lo repriman, lo silencien, lo prohíban, lo encarcelen, lo torturen, lo maten…o cuando ya no se toleran más atropellos, más impunidades, más hipocresías…
Allá donde uno establezca la medida, el punto de partida de lógica tan irracional como la que el ministro pretende, siempre va a haber otro que corra el nacimiento de la náusea un poco más atrás y lleve sus consecuencias algo más adelante. Nadie comienza quemando cajeros. Se comienza siendo cliente de algún banco.
Pero, además, no es cierto que los pasos que diera ayer un ser humano vayan a determinar, necesariamente, el rumbo que seguirá mañana. Y también Rubalcaba conoce sobrados ejemplos de hasta qué punto se puede romper una inercia, cambiar un destino.
Las cincuenta razones que tenía el Partido Socialista para abandonar la OTAN, un año más tarde se transformaron en cincuenta razones para presidirla. Javier Solana, y es otro caso que el ministro conoce, de joven universitario antimilitarista pasó a convertirse en comandante en jefe militar. Miles de socialistas que hasta hace poco se acostaban republicanos, hoy se despiertan monárquicos. Y su pretendido socialismo no los ha llevado a dirigir la emancipación de la clase obrera, sino a defender los intereses de las multinacionales españolas en su expolio al tercer mundo y a multiplicar los beneficios de los bancos.
Tampoco sus pasados compromisos con esos cuantos universales valores que nos hacen dignos a los seres humanos han tenido las consecuencias que la lógica del ministro augura en el País Vasco. Curiosamente, cuanto más han enarbolado sus gobiernos conceptos como la paz, más han desarrollado la industria militar, la venta de toda clase de armas y su complicidad en las guerras del Imperio; cuanto más han enfatizado la solidaridad como concepto, más trabas y restricciones han impuesto a la emigración; cuanto más han mencionado su pretendida defensa de los derechos humanos, más los han vulnerado dentro y fuera del Estado español.
Nadie mejor que el Partido Socialista Obrero Español para demostrar que se puede comenzar reivindicando la ética como principio, y terminar dando cobertura a una banda criminal, financiada con dinero público y arropada por la más vergonzosa impunidad.
Ojalá que, fiel a su propia teoría determinista, no termine Rubalcaba emulando al propio Felipe González, ese que comenzó siendo el «compañero Isidoro» y acabó convertido años más tarde en el «Señor X».