Luego de tres décadas de denegación de justicia, el ministro de fuero Alejandro Solís dictó en mayo las condenas de primera instancia para los responsables del secuestro y desaparición del ingeniero mirista Anselmo Osvaldo Radrigán (25 años) que tuvo lugar el 12 de diciembre de 1974 en Santiago de Chile. El Director de la DINA, […]
Luego de tres décadas de denegación de justicia, el ministro de fuero Alejandro Solís dictó en mayo las condenas de primera instancia para los responsables del secuestro y desaparición del ingeniero mirista Anselmo Osvaldo Radrigán (25 años) que tuvo lugar el 12 de diciembre de 1974 en Santiago de Chile. El Director de la DINA, Manuel Contreras fue condenado a 15 años de cárcel, en tanto que sus secuaces, los brigadieres ® Pedro Espinoza (ex jefe de Villa Grimaldi) y Miguel Krasnsnoff (ex jefe del grupo Halcón), así como los coroneles ® Marcelo Moren Brito (ex subjefe de Villa Grimaldi) y Rolf Wenderoth (del personal directivo de Villa Grimaldi y DINA), junto al suboficial mayor ®Basclay Zapata (del grupo Halcón) recibieron una pena de diez años y un día cada uno. Contreras, Krassnoff y Moren Brito cumplen condenas dictadas por Solís y confirmadas por la Corte Suprema por los casos de Miguel Angel Sandoval, Diana Aron y Manuel Cortez; Contreras y Krassnoff además son reos rematados por el secuestro de Luis San Martín, en tanto que Espinoza y Wenderoth lo eran por una sola causa: los secuestros de Diana Arón y Manuel Cortez Joo respectivamente. Wenderoth sólo había sido condenado a 5 años y un día por el secuestro de Manuel Cortez. Los ex oficiales DINA están apelando por decenas de otras condenas. Salvo Basclay Zapata, que está en Punta Peuco, los criminales permanecen en el Penal Cordillera, un recinto «VIP» que cuenta con todo tipo de comodidades y privilegios, autorizados por el Ejército de Chile. Pinochet y Osvaldo Romo fueron sobreseídos por muerte en la causa.
El nombre de Anselmo Osvaldo Radrigán figuró en la lista publicada por el semanario argentino Lea que informaba sobre chilenos eliminados en el exterior «por sus propios compañeros de lucha». El Mercurio reprodujo la crónica el 23 de julio de 1975, con el título «Identificados 60 miristas asesinados». La DINA ideó ese montaje publicitario para encubrir los secuestros.
Osvaldo era casado, padre de un hijo, miembro del Comité Central del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR. En la clandestinidad le llamaban «Pedro o «Julián» y era el jefe del Grupo Político Militar 8 («GPM 8″), la estructura territorial de ese partido que abarcaba Renca, la zona norponiente, Recoleta, Huechuraba, y Conchalí, además del cordón industrial Panamerica Norte. Cuando el agente Romo Mena y otros dos integrantes del grupo Halcón de la DINA, fuertemente armados, lo secuestraron, asistía por segunda vez, en calle García Reyes, al «punto de contacto» con un camarada detenido cuatro días antes. Eran alrededor de las seis y media de la tarde.
La mañana siguiente a la detención, cuatro agentes armados, nuevamente encabezados por Romo, allanaron la casa de los padres de Osvaldo, donde él vivía con su esposa, Amelia Caballero Nadeau. Uno de los represores le informó a Lidia Plaza, su madre, de la detención de su hijo. En el allanamiento la DINA se llevó unas micro-fotos de documentos, comentando: «esto es lo que buscábamos». Luego le preguntaron por Amelia. Pero ella había dejado el lugar a las cinco de la mañana.
La represión ya había golpeado antes a la familia de Amelia. En mayo del 74, Agustín Reyes González, el marido de su hermana Atenas Caballero, había sido secuestrado. Juan Caballero, su otro hermano, arrestado en abril de 1974, permanecía en prisión. Además, la propia Amelia había permanecido algún tiempo bajo arresto domiciliario luego de ser detenida el 11 de septiembre- con seis meses de embarazo- junto a todos los obreros de la fábrica de tejidos Caupolicán. En esas circunstancias, sólo la trayectoria anterior de Osvaldo en el MIR y sus características personales explican su decisión de permanecer en Chile, pese a todo lo ocurrido.
«El Niño» de Curimón
Los nueve hermanos Radrigán Plaza se criaron en la localidad rural de Curimón, en el valle del Aconcagua, donde está el convento colonial de los franciscanos. Osvaldo era el menor y en casa lo llamaban cariñosamente «el Niño»: era la guagua, que nació cuatro años después que el hermano que lo precedía. La señora Lidia, la madre, era de origen campesino, y el padre era socialista, originario de Valparaíso, y hermano del destacado autor y director teatral Juan Radrigán.
Relata Cecilia Radrigán Plaza, la séptima hermana:
«Para la Navidad se acostumbraba armar el tradicional nacimiento, y mamá una vez nos pidió a todos que dejáramos unas cerezas para el Niño (Jesús). Todos lo hicieron. Pero en la noche, no quedaba ninguna cereza en el nacimiento. Osvaldo aclaró de inmediato lo ocurrido, protestando: ¡mamá, tú dijiste que eran para el Niño!»
El año 1954, cuando los hermanos mayores comenzaron a ingresar en la universidad, la familia se trasladó a Santiago. En el colegio de Renca donde Osvaldo estudió la educación básica, una vez lo eligieron «príncipe». Se destacó como campeón juvenil de ajedrez cuando era alumno de la enseñanza secundaria en el Instituto Nacional.
Un pequeño generoso
Explica Cecilia: «Yo creo que él llegó a ser militante por las injusticias que veía, y también por la educación y crianza que recibimos en la familia. Nosotros vivíamos en Renca, en medio de la población Bulnes y con la Matucana por otro lado, entonces considerada un nido de delincuentes. Osvaldo era amigo de ellos. Siempre andaba regalando ropa, zapatos, hasta su reloj. Nunca tenía nada. Era super generoso con sus hermanos y los otros niños que había en la casa, porque mi mamá siempre acogía a alguien más y en el verano, llegaban a vernos nuestros primos. El fue un niño muy amado: cada noche mi papá pasaba por las camas y les daba a cada hijo dos palmaditas reglamentarias en el trasero. Osvaldo no se dormía hasta que le tocaba su turno. Mi papá también nos dejaba un dulce bajo la almohada, y con eso empezábamos el día.»
También recuerda la hermana que en los veranos, el padre, Jefe de Obras en Vialidad, se iba con los hijos varones al campamento en que le correspondía trabajar construyendo puentes o caminos. Era una oportunidad de formación y convivencia con realidades diferentes, en tiempos que los veraneos sólo eran propios de la gente adinerada.
Un hogar de todos
Cecilia sostiene que Osvaldo heredó el temperamento de su madre. «Ella no preguntaba nada, era la discreción misma. Su hijo era para ella lo más importante, y le hacía saber que confiaba plenamente en él. No sabía que militaba en el MIR, pero en su hogar acogía a todos sus compañeros y amigos. Por allí pasaron, entre otros, Isidro Pizarro Meniconi y José Ramírez Rosales, también desaparecidos, y el Chico Feliciano y el Flaco Lucho, sobrevivientes. Mi mamá los atendía y se preocupaba que comieran. Todos los que trabajaban con Osvaldo lo querían mucho, él fue una persona que recibió mucho cariño y que también entregó mucho amor. El vivió con nosotros hasta que se casó, en marzo de 1973″.
Carlos, por Karl
En palabras de Amelia, Osvaldo «era buen mozo, de espaldas anchas, tez pálida y pelo liso, delgado, de 1.75 m de estatura.» Interrogada sobre si decidieron conscientemente tener un hijo, responde un tanto sorprendida: «Nos habíamos casado en marzo del 73, muy enamorados y queríamos tener hijos, eso era lo natural, no lo analizamos políticamente. Era una época tan intensa, nos faltaba más tiempo para nosotros, siempre estábamos rodeados de compañeros… la situación política acaparaba nuestra atención, y también lo que pasaba en las fábricas era importante». A su hijo lo llamaron Carlos por Karl Marx, y fue un niño «terriblemente deseado» por ambos. Osvaldo se apegó mucho al pequeño, que nació tres meses después del golpe de Estado, ya en un país distinto al Chile de cuando fue concebido.
En los años del gobierno del Presidente Allende, Osvaldo estaba dedicado cien por ciento al trabajo político, y congeló sus estudios cuando estaba próximo a recibirse como ingeniero en la Universidad de Chile. Amelia compartía la pasión de su marido por empujar hacia adelante el proceso que se vivía.
El FTR de Caupolicán
El trabajo político en la fábrica de tejidos Caupolicán, de Renca, fue una de las diversas tareas que dirigía Osvaldo, ya que el Frente de Trabajadores Revolucionarios FTR, el brazo sindical del MIR, tenía una fuerte presencia en esa industria. Amelia, por su parte, era asistente social en la fábrica.
Los obreros textiles jugaban un importante rol en el proceso que se vivía esos años, y esas fábricas, que habían sido intervenidas por decisión del Ministerio de Economía, protagonizaban un conflicto de poderes entre el gobierno y los sectores opuestos a los cambios. También allí se enfrentaban duramente las tácticas contrapuestas de los miristas con la de los partidarios de lo que esa organización, que entregaba un apoyo crítico al gobierno popular, llamaba «el reformismo obrero», fundamentalmente el Partido Comunista. Las grandes empresas textiles del llamado «clan económico Yarur» eran Tejidos Caupolicán, Bellavista Tomé, Yarur, Textil Progreso, Paños Fiap Tomé, y Fabrilana, que a partir de su intervención por el Ministerio de Economía, pasaron a formar parte del área de propiedad social. Previamente estas industrias habían sido ocupadas por sus trabajadores, que denunciaban boicot a la producción de parte de los empresarios. Por su parte, la Contraloría se negaba a dar curso al decreto de intervención.
Una de las demostraciones de fuerza en que participó el FTR de la fábrica Caupolicán en esa época, fue una marcha desde esa industria, hasta las instalaciones fabriles de Química Industrial, pidiendo solidaridad a sus compañeros de esa empresa. Tejidos Caupolicán Renca requería para la sección hilandería, fibra de rayon de la empresa Química Industrial, ligada a los antiguos dueños de Caupolicán, que se negaban a proveer ese insumo.
Ese tipo de problemas era el eje de las conversaciones de la pareja, ilusionada también con la llegada del hijo. Aclara Amelia: «Pero después del golpe, conversamos sobre si nos quedábamos o nos íbamos fuera del país, y la decisión de permanecer en Chile la tomamos en conjunto».
Realismo político
Revela la esposa: «Después que cayó (detenido) mi cuñado Agustín, con Osvaldo tuvimos una conversación política de adultos. Osvaldo interpretaba muy lúcidamente lo que ocurría y me dijo que si lo detenían, lo iban a matar, y que yo tenía que volver a casarme. Esa certeza, esa claridad de él me ayudó para poder enfrentar la situación y cumplir lo único que me pidió: que el niño y yo estuviéramos en un lugar seguro, para que no nos fueran a detener. Yo salí de Chile en 1975, con la ayuda de la embajada francesa, junto a mi hermana Atenas, mi sobrino y mi hijo. Habíamos tomado previamente la nacionalidad francesa, gracias a nuestro apellido materno, Nadeau.»
A la fecha del secuestro, su hijito Carlos Andrés, tenía apenas diez meses.
Solidario y respetuoso
Luego del golpe Osvaldo volvió a dar la prueba de ingreso a la universidad, y había iniciado una segunda carrera, de programador IBM. Considerando que el MIR había instruido a sus militantes a permanecer en el país, se negó a tomar la nacionalidad francesa cuando lo hizo su mujer, por considerar que eso era equivalente a asilarse.
Sin embargo, el escritor y poeta Renard Betancourt, que militaba junto a él en la época, y tiene una visible discapacidad física, sabe que su jefe político, Osvaldo, no aplicaba mecánicamente las instrucciones recibidas de su partido. Rememora Renard: «Yo estaba sin casas de seguridad ni nada y me buscaban por mi descripción física. No pensaba dejar la lucha acá a menos que esto fuera el último recurso, y para seguir concurriendo a puntos de contacto, pedía se viera la posibilidad de conseguirme un vehículo. «Pedro» me trajo la respuesta firmada por Dagoberto Pérez, jefe del Regional Santiago, argumentando que el partido estaba lleno de guatones, flacos, chicos, grandes, cojos, cabezones, feos, bonitos, etc., y todos debían quedarse a resistir sin consideraciones especiales. Su respuesta nos indignó. Y «Pedro» me dijo que ya no había manera de hacerle comprender a la dirección del MIR la situación real que vivíamos. ‘Pero yo te autorizo a salir del país’, agregó. Me dio una respuesta lacónica a mi pregunta de porqué yo iba a salir y él no: ‘Alguien tiene que quedarse’, dijo.»
Ese diálogo lo retrata de cuerpo entero. Era solidario y humano, callado y reflexivo, muy discreto y respetuoso. Recuerda Amelia: «Tenía una gran capacidad para escuchar y ayudar a sus compañeros, no juzgaba. Buscaba siempre la perfección en lo que él hacía. No se enojaba, era de un carácter muy estable, le gustaba reírse y se divertía inventando nombres. Le gustaba mucho leer sobre filosofía, política e historia. También disfrutaba la música clásica. Era una persona humilde, que compartía sus conocimientos con los otros, sin aplastarlos por la mayor formación que él tenía. Era realmente el ideal de como tiene que ser un militante, y eso no era frecuente, a mí me chocó conocer después otros compañeros que no tenían esas características.»
Renard Betancourt, que compartió el trabajo político con Osvaldo desde los agitados años del gobierno del Presidente Allende, lo describe así: «Pedro era un compañero realmente ‘fuera de serie’. Conocí a muchos cuadros destacados y notables en el MIR, pero él era objetivamente distinto: tenía una visión profunda, arraigada y sabia, del quehacer en el movimiento popular y especialmente en la clase obrera de vanguardia. Ya mucho antes de ser jefe del GPM 8, era el líder intelectual y de hecho de nuestra estructura. Cuando a mediados de 1972 fue nombrado miembro del Comité Central, por decisión de esa jefatura, de la cual yo también formaba parte, habíamos acordado retardar su incorporación a esa instancia de dirección nacional, porque eso iba a retirarlo del trabajo práctico concreto. Pedro era responsable personalmente de la educación política e ideológica de los cuadros obreros de las industrias de Renca y Conchalí, particularmente de la textil Hirmas, que en esos años tenía más de 2.500 trabajadores. Gracias a su trabajo, en menos de un año, en 1972, ganamos la directiva sindical como Frente de Trabajadores Revolucionarios. Y para él era imperdonable que lo sacasen del trabajo que había demorado años en cristalizar.»
Años después, en el exilio, Renard y «Mateo», otro compañero de militancia de Osvaldo, viajaron juntos a París a conocer al hijo de Osvaldo. El poema que concluye esta crónica nació de ese encuentro.
La búsqueda
Cecilia emprendió la búsqueda de su hermano Osvaldo luego de la detención, y fue una de las fundadoras de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Sin embargo, después que el nombre del joven fuera incluido en la Lista de los 119, ella y otras jóvenes familiares de desaparecidos dejaron la Agrupación para unirse a las milicias de la Resistencia Popular. Cecilia fue detenida en esa tarea en 1981, permaneciendo en prisión hasta 1992. Fue una de las últimas presas en ser liberada.
En Francia, Amelia, su hermana Atenas y Erika Hennings de Chanfreau, participaron ese mismo año en la huelga de hambre que se hizo en la iglesia de Saint Germain de Prés para denunciar lo ocurrido. Amelia declaró sobre la situación de su marido en Naciones Unidas y el año 79 estuvo en otra huelga, que duró once días.
Amelia comenta que su hijo se parece mucho a Osvaldo, y que ambos son del signo Piscis. Ella quedó impresionada al ver un día cualquiera a Carlos Andrés tomar el lápiz de la misma forma que lo hacía su padre. En otra oportunidad, sobrecogida, observó que el niño comenzaba a jugar ajedrez sin que nadie le hubiera enseñado. Carlos Andrés estudió computación, la segunda carrera que quería seguir el padre luego de dar en 1974 la prueba de ingreso a la universidad. Para la detención de Pinochet en Londres, en 1998, el hijo participó en las manifestaciones que hubo en París.
Testimonios judiciales
En el expediente jurídico del caso, publicado en la Web Memoria Viva, se puede leer lo declarado por Mario Francisco Venegas Jara, incomunicado en Villa Grimaldi entre el 9 y el 28 de diciembre de 1974, quien vio a Osvaldo, torturado y maltrecho. Permaneció junto a él hasta el 24 de diciembre, fecha en que el joven fue sacado por sus captores en compañía de Washington Cid Urrutia y de Luis Palominos Rojas. Los tres permanecen detenidos-desaparecidos. El testimonio de Venegas es coincidente con el de Luis Alfredo Muñoz Eyraud, ex compañero de universidad de Osvaldo, conducido a Villa Grimaldi el 10 de diciembre de 1974, donde permaneció hasta el primero de febrero de 1975. El fallo del ministro Solís, de más de 150 páginas detalla las declaraciones de todos los testigos del caso.
Reconocen la detención
El 19 de febrero de 1975, en una cadena nacional de televisión, por boca de cuatro prisioneros la DINA reconoció públicamente la detención de Osvaldo Radrigán en febrero de 1975. Cuatro ex dirigentes del MIR dieron a conocer un informe de la represión a esa organización, incluyendo el nombre del marido de Amelia en la lista de presos, aunque lo llamaron «Julíán Radrigán» en lugar de Osvaldo. El general (R) Pedro Espinoza -condenado en este fallo a diez años y un día- entonces jefe de Villa Grimaldi había ideado esa operación de inteligencia que se proponía desmoralizar a la militancia mirista, combinando mentiras y verdades. Por ejemplo, Martín Elgueta y Bautista van Schouwen, desaparecidos, aparecían en la lista como exiliados, y uno de los detenidos, Jaime Vásquez, figuraba ya como muerto.
Dos de los participantes en esta maniobra, Humberto Menanteau y Hernán Carrasco Vásquez, liberados algunos meses después, hicieron llegar información al MIR sobre la DINA, y fueron posteriormente recapturados y ejecutados por la dictadura en diciembre del 75. Los otros dos integrantes del grupo (Cristián Mallol y Héctor González) sobrevivieron, exiliándose, y testimoniaron judicialmente a partir de 1990 sobre el desarrollo de esta operación de inteligencia. La maniobra comenzó a prepararse en diciembre, mes en que Osvaldo estaba en ese mismo recinto. Es probable que la desaparición de este dirigente del Comité Central del MIR se deba a que no se prestó para ello.
Cristián Mallol declaró que en la sala que compartió con Anselmo Radrigán, los detenidos permanecían en el suelo día y noche y su única «actividad» era esperar ser llevados a torturas o a presenciar las torturas de otros. Permanecían todo el tiempo con los ojos vendados y en la noche los ataban de pies y manos por la espalda y debían dormir sobre las baldosas. Al lado del baño, al que eran llevados dos veces al día, estaba «la parrilla», lugar desde el que se escuchaban los gritos de los torturados.
El también recuerda que sacaron de la sala a Osvaldo Radrigán y a Luis Jaime Palominos, de los cuales nada se volvió a saber. En la misma oportunidad se llevaron de allí a Guillermo Beausire Alonso, también desaparecido, que se oponía a la elaboración del documento que iba a ser leído en la conferencia de prensa. El calendario marcaba el 24 de diciembre de 1974, y en iglesias y hogares se admiraban los nacimientos, cuando los agentes de la DINA se llevaron al «Niño» del signo Piscis, que tantas veces representó a Jesús en el pesebre viviente de los franciscanos en Curimón.
(Esta crónica -actualizada con los datos del fallo judicial- forma parte del libro «119 de nosotros», http://www.lom.cl/inicio/entrada.asp?portal=1LOM 2005, de Lucía Sepúlveda Ruiz.
HIJO DE VICTORIA (por Renard Betancourt)
Camarada.
Pensaba que te habían acabado,
que definitivamente no estabas,
que te habían deshecho estratégicamente.
Camarada.
Fue una tarde en París,
en el tiempo del destierro.
Tu compañera nos esperaba en la estación,
nosotros saltamos del tren.
Entonces lo vimos.
Corría,
sabía ya imaginarse los pájaros del sur,
hablaba de extremadura,
de lo verde,
del fuego de esa tierra.
Camarada.
Exactamente no eras tú,
te proyectabas desde sus ojos,
te independizabas desde su mirada,
venías a saludarnos,
a tendernos tu mano.
Después
regresabas al fondo de su sonrisa,
ahí
te costaba permanecer quieto,
nos llamabas,
nos confundías.
Tarde, nos despedimos en un túnel del metro.
Tu hijo nos miraba
y tras sus ojos maravillosos
eras tú quien describía la esperanza.
Camarada
has retornado.
Camarada.