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Hernando Calvo Ospina, periodista y escritor colombiano

«Uribe tiene en su conciencia las muertes de 10.586 colombianos»

Fuentes: Qué Pasa

Sobre el trabajo que este colega colombiano viene realizando a lo largo de cuatro lustros, y muy particularmente sobre el último que lo trajo a Venezuela en un apretado periplo por nuestras principales ciudades, que incluyeron Barinas, Caracas y Maracaibo, Ignacio Ramonet afirma que «no cabe duda que apenas comienza el forcejeo. ¿Quién sabe si […]

Sobre el trabajo que este colega colombiano viene realizando a lo largo de cuatro lustros, y muy particularmente sobre el último que lo trajo a Venezuela en un apretado periplo por nuestras principales ciudades, que incluyeron Barinas, Caracas y Maracaibo, Ignacio Ramonet afirma que «no cabe duda que apenas comienza el forcejeo.
¿Quién sabe si las importantes revelaciones hechas en este libro por Hernando Calvo Ospina, no serán a corto o mediano plazo confirmadas por los propios implicados? Por tanto este trabajo es sumadamente valioso. Más aún, su atenta lectura -refiriéndose al libro ‘El Terrorismo de Estado en Colombia’- es indispensable para entender la tragedia del pueblo colombiano».

Ese terrorismo, agregamos nosotros tomando la palabra de Hernando Calvo Ospina, entre agosto del 2002 y junio del 2004, en la época de Uribe, ha costado 10 mil 586 asesinatos y desapariciones políticas; muchos más que las sumas de los crímenes de lesa humanidad de las dictaduras de Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia y Chile en todos sus años.

Buscando un espacio para el encuentro programado para dos horas, encontramos el camino para que los 120 minutos reglamentarios de la formalidad periodística se transformaran sosegadamente en 72 horas de recuerdos, conversaciones, solidaridades y el afianzamiento de los lazos de amistad entre hombres de pueblos hermanos, separados por la intolerancia primigenia de Francisco de Paula Santander.

– El periodismo ha venido cultivando esa especie de cultura de la violencia. Hace algunos años un reportero neogranadino me comentó que cuando se iniciaba la era del sicariato exacerbado, se hicieron algunos llamados para no darle aires al fenónemo que ya se trasladó a Venezuela y que tiene mucha responsabilidad en la cotidianidad de la muerte en Colombia, ¿qué opinión tiene al respecto?
– El sicariato sirvió para endosarle toda la culpa de acciones atribuibles al propio gobierno, al estado colombiano y el periodismo no ha querido dar luces en ese sentido. Fíjate, y como lo escribo en mi libro, en noviembre de 1988 la gran prensa informó que la justicia colombiana «sí» castigaba a las autoridades que cometían delitos contra la ciudadanía. Contaba, por ejemplo, que unos policías habían sido suspendidos durante un mes por haber torturado y asesinado a un hombre. Unos días después, el 20 de noviembre de ese año, el periodista Antonio Caballero escribía sobre ello en El Espectador de Bogotá: «Lo más grave de todo es que la prensa -por oficialista que sea, por militarista que sea- aplauda esa parodia de justicia como si se tratara de una cosa seria. No puede ser que a un periodista en pleno uso de sus facultades morales y mentales le parezca adecuada y ejemplar la pena de un día de suspensión de sueldo por cada patada en los testículos, y otro día por un culatazo en las encías, y otro más por cada colgamiento, y todavía otro por cada ahogamiento en excrementos, y así hasta veintinueve, y en total treinta si el torturado acaba de morirse a fuerza de patadas y ahogamientos. No puede ser. Debe de tratarse una vez más de un error tipográfico. Da un poco de risa. Da un poco de miedo. Da un poco de asco».

Este fenómeno exclusivo en principio del narcotráfico, fue adoptado y utilizado amplia y abiertamente por el estado.
Hernando reside en Francia porque lo llevaron para allá, según su propia palabra, se hizo escritor y periodista y hoy es colaborador permanente de Le Monde Diplomatique. Ha participado en documentales de la cadena británica BBC de Londres y la franco alemana ARTE.

«¿Disidentes o Mercenarios?» y «Ron Bacardi, la Guerra Oculta», son algunos de sus trabajos donde ofrece importantes revelaciones sobre las ruecas que tuercen los destinos de los hombres avasallados por el terrorismo de estado en Colombia.

– Muchos colegas, historiadores y analistas manifiestan que la tragedia colombiana se inició con el asesinato de Gaitán, sin embargo, usted va mucho más atrás y afirma que todo se inició con Francisco de Paula Santander, ¿por qué?
– Francisco de Paula Santander vio en el asesinato de Simón Bolívar la sola posibilidad de desmembrar a la Gran Colombia. Su codicia de poder y de la naciente oligarquía criolla que lo apoyaba, lo llevó a planificar varios atentados contra el Libertador, el más recordado fue aquel en que a los sediciosos enviados por el «hombre de las leyes», se encontraron con una dama vestida en camisón espada en mano, enfrentando a los sicarios y dando tiempo para que Bolívar escapara. Esta afrenta, jamás le sería perdonada por el estado colombiano naciente y comenzó una política de terror, que al morir el Libertador, y Santander regresar, el país lo llenó de honores, le fueron restituidos todos sus cargos. Siendo nombrado presidente, firmó el decreto que desterraba a Manuelita que termina muriendo en la costa peruana de difteria y muy pobre.

Sentado con olores de carne asada invadiendo la atmósfera que nos rodeaba, Calvo Ospina recordó los sabores parisinos y las interminables comidas en la que los galos introducían a los hijos del Caribe; comidas que en la urgencia del hambre eran consumidas casi en minutos cuando el resto de los comensales aún no habían terminado, ni siquiera el primer plato.

Francia lo recogió y tras pasar sus primeros cuatro años con un pie en ese país y el resto del cuerpo en América Latina, tomó la decisión de desprenderse de sus afectos patrios y asumir la trinchera de lucha y de denuncia que lo trajo a predios maracaiberos; pues Hernando todavía sueña con ver casas de chocolates en donde vivan todos los niños de su querida Colombia.
Bajo los horcones de una casa saladillera seguimos conversando.

-América Latina ha tenido un repunte de esperanzas. Vemos el caso Venezuela con su revolución bolivariana, tenemos a la Bolivia Aymara de Evo Morales, también llegó el momento del brillante Correa en Ecuador y así podemos enumerar a Nicaragua, Brasil, Argentina, Uruguay y la Paraguay del obispo rebelde. ¿No te parece que Colombia es una especie de isla?

Un respingo casi imperceptible brilló en sus ojos caribeños y soltó:
-No, Colombia no es una isla. Allí se han gestado desde hace muchos años movimientos revolucionarios que siempre han pugnado por reivindicar los derechos civiles, los derechos ciudadanos y las reivindicaciones de un pueblo que se ha negado a morir ante la quirúrgica y sistemática acción del terrorismo de estado. Tenemos que recordar que es el estado colombiano y no su pueblo el que se ha aislado a expensas de los Estados Unidos de Norteamérica. Es ese estado quien acompañó a los estadounidenses, enviando tropas, en la guerra de Corea en la década del cincuenta. Fue el estado colombiano quien erigiéndose como el Caín de América, apoyó la invasión de la Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Británico, a las islas Malvinas, después de que el gobierno de facto izara la albiceleste en el frío islote austral.

Desde hace mucho los movimientos sociales han tenido su aporte de sangre en la Patria de Nariño y tal como lo refleja Hernando Calvo en su libro, y como la ratifica con la convicción de la palabra frente a este interlocutor «cuando llega la década de los veinte, Colombia vive un considerable aumento de las exportaciones de café. Esta bonanza produce unas desaforadas ansias de lucro en las clases dominantes, que mayoritariamente seguían concentrando sus intereses en la explotación del campo. Este hecho -comenta Hernando- generó la agresión contra campesinos, colonos e indígenas, quienes deben escoger entre vender sus tierras o abandonarlas. Fue así como la violencia y la explotación produjo movilizaciones y confrontaciones que dieron pie a la lenta disolución de las relaciones serviles en el campo. Los indígenas del suroeste del país, acaudillados por Manuel Quintín Lame, muchas veces acompañados por campesinos organizaron movimientos de resistencia que se extendieron por varias regiones del país. Estas fueron acalladas a fuego y sangre, pero sólo después de varios años de luchas».

Del campo a las ciudades y al Frente Nacional
El terrorismo de estado en una Colombia que cada vez se va configurando como una cuña sionista e israelita en el corazón de América Latina, va prefigurando el propósito imperial de hacer la guerra para evitar la administración propia de los recursos que le son necesarios a los gobiernos estadounidenses.
Al respecto el periodista subraya que «con tal panorama se va forjando la organización y combatividad de los trabajadores y fue en Barrancabermeja, en 1924 donde la lucha obrera puso en el tapete la nacionalización del petróleo y la defensa de la soberanía, todo en contra de la Tropical Oil Co».

– ¿Qué sucedió?
– La «Tropical» se negó a dialogar, obteniendo el aval del gobierno para despedir a cien trabajadores. Entonces 3.000 se fueron a huelga, la cual fue inmediatamente declarada como subversiva, la región fue militarizada, otros 1.200 trabajadores fueron despedidos y deportados a varias ciudades, mientras los principales dirigentes fueron llevados a la distante Medellín para ser encarcelados por 17 meses.

Concebido como una especie de Pacto de Punto Fijo colombiano con un corolario de sangre, el Frente Nacional institucionaliza y sacraliza el terrorismo de estado en el hermano país. Al respecto Hernando Calvo Ospina comenta que todo se fue decantando hacia un frente autocalificado como nacional en donde la oligarquía colombiana se auto amnistió de tantos miles de crímenes.

«Se cree -asegura- que entre 1946 y 1958 fueron asesinados unos 300 mil colombianos, casi todos campesinos. Casi todos anónimos. Hasta donde se conoce, ninguno de la clase alta. Caídos en una guerra civil no declarada, porque nadie la declaró, aunque sí se sabe quienes la fomentaron: el Frente Nacional».
Hernando Calvo Ospina fue detenido, torturado, declarado desaparecido, exiliado de su país, de sus amigos y casi hasta de su historicidad por el terrorismo de estado colombiano, sin embargo y sin melancolía refiere: «Con los gobiernos de Virgilio Barco Vargas y César Gaviria Trujillo, se desencadenó el terrorismo de estado en Colombia. La Comisión Intercongrecional de Justicia y Paz realizó comparación de desapariciones y asesinatos políticos en esos ocho años de gobiernos democráticos en mi país de origen, con las más represivas dictaduras que tuvo América del Sur y los resultados son incontrastables».

– Cuéntanos…
– En los ocho años de dictadura Argentina fueron aniquilados 9 mil seres humanos, Brasil en 15, defenestró a 125; Uruguay en 16 años, desaparecieron o fueron asesinados 220 personas; en los 17 años de dictadura boliviana y chilena, fueron asesinados (aunque creemos que son muchos más), respectivamente 2 mil 21 y 2 mil 666 personas.

– ¿Qué sucedió en la Colombia democrática de Barco y Gaviria?
-Mataron o desaparecieron a 31 mil 491 ciudadanos.

-¿Y Uribe?
– Él está batiendo el récord pues en apenas dos años tiene en su conciencia asesinatos y desapariciones de 10 mil 586 colombianos.