La raíz griega «polemos » significa «guerra«. De ahí viene polémica, palabra frecuente al tratar altisonancias recurrentes en las expresiones del venezolano presidente bolivariano Hugo Chávez. Y una de las formas históricas de aquella, de la guerra, es lo que suele llamarse «guerra de guerrillas«. Lo sabe muy bien él, no sólo como militar, sino […]
La raíz griega «polemos » significa «guerra«. De ahí viene polémica, palabra frecuente al tratar altisonancias recurrentes en las expresiones del venezolano presidente bolivariano Hugo Chávez. Y una de las formas históricas de aquella, de la guerra, es lo que suele llamarse «guerra de guerrillas«. Lo sabe muy bien él, no sólo como militar, sino como respetado luchador político, y lector, seguidor de las estelas de rebeldes, como Bolívar.
Incluso las enseñanzas de historiadores conservadores indicaban que tal modalidad corresponde a viejas experiencias, que se remontan a más de dos mil años. En diversos y muy disímiles contextos. Algo así como un método, aplicado en diferentes condiciones. No sólo obligado, al que han acudido grupos de oposición o movimientos de liberación, como sería natural en circunstancias y estructuras de asimetría o desventaja bélica. Por las características del recurso, también ha sido una práctica empleada en las estrategias contrarrevolucionarias. Luego el tema, no más visto desde este agujero en la superficie, tiene una profundidad que no puede examinarse sin estudio, con un plumazo.
Resulta paradójico que el presidente bolivariano de Venezuela clausure por ahora con una simple tachadura lo que está en la historia tan íntimamente ligado a formas de resistencia ante la opresión, la que él mismo combate hoy con dignidad, siendo visto por miles de personas como un heredero, un representante y una viva actualización de ese antagonismo que constituye la base procesual de la humanidad. En nuestra hechura como especie, el acopio objetivo de bregas de los de abajo no puede desechar entonces el aprendizaje de siglos de batallas por la humanización, con las derrotas ciertas y los recomienzos. Es además contradictorio que el presidente Chávez, con tan aguda mirada puesta a prueba en otros momentos, diga lo que dijo el pasado domingo 8 de junio. Recién celebrados doscientos años de la Guerra de Independencia Española, cuando en pleno 2008 en la cómoda España muchos escritores e investigadores resaltan el papel de la guerra de guerrillas en la (recuérdese que el origen nominal, el del termino, está asociado a esa) gesta de la resistencia frente al dominio y la ocupación francesa guiada por Napoleón. Hasta la familia real española conmemoró lo que ello supuso, de lo que ahora goza. Somos todos herederos de rebeliones. Tan elemental verdad se nos olvida.
¿Por qué lo dijo o para favorecer qué? No sabemos bien. Sobre algunos de los alcances de lo expresado, los análisis de James Petras, Celia Hart, Narciso Isa Conde, Pedro Echeverría, entre muchos otros, llaman con justicia la atención, se preguntan por las motivaciones y las consecuencias de esas declaraciones desconcertantes del presidente Chávez, y por su inmediata derivación, felicitada por guerreristas neoliberales de Colombia, como Santos, el Ministro de la Defensa, o por los halcones de Washington. El domingo se dijeron esas palabras y con ellas en la tarde los medios de comunicación bofetearon a las FARC. Puestas en la nevera, un lunes pueden ser enrostradas a la resistencia palestina; un martes a la iraquí; un miércoles a la saharaui; un jueves a la zapatista; y, quizá, un viernes a la venezolana, la misma que se prepara desde ya.
Muchas son las noticias que rodean el mundo con esa soflama, asemejada al fin de la historia de Fukuyama, tesis ridícula que ha tenido entre otros enérgicos y valientes impugnadores al propio Chávez. Y entre decenas de páginas leídas, una llama poderosamente nuestro interés. El diario español El Mundo, que tanto ha despotricado sobre el presidente Chávez y el proceso popular venezolano, como lo ha hecho El País y otros de capital español, dispuso para cubrir uno y otro foco, una página entera (la 32), el día 9 de junio. Un día después del discurso condenatorio de la lucha de guerrillas en América Latina. En la parte superior destaca el mensaje de Chávez a las FARC: «La guerra de guerrillas pasó a la historia«. Enseguida, en la parte inferior, en igual espacio, hallamos una nota, que bien dicta la esquizofrenia colectiva, de la que hacemos parte. Se refiere bajo el título «¡Gringos, temblad!» a cómo se organiza militarmente un componente de mujeres que harían resistencia ante agresiones contra Venezuela. El texto lo enuncia como «guerra de guerrillas» (ver http://www.elmundo.es/elmundo/2008/06/09/internacional/1212979636.html).
¿Entonces qué? ¿Allá eventualmente sí y en otros conflictos no? Vale en Venezuela sentar bases materiales, donde hoy no está dominando día a día el Imperio y sus leyes de muerte, sino donde la esperanza alumbra más. Pero no es válida como senda de los pueblos, allí donde sí está arrasando el Imperio con sus macabras estratagemas, donde ha consumado genocidios políticos, donde una voraz oligarquía y el narcoparamilitarismo han sembrado de miserias y corrupción un país entero ¿Qué será de la declaración del presidente Chávez cuando deba el pueblo de Venezuela defender su futuro? Albert Camus en su conocido libro La Peste, relata las contradicciones y el valor de los hombres envueltos en la pavorosa epidemia, encerrados en una ciudad de la que no podían ni debían escapar, ni de los actos de violencia de los vivos, ni de los entierros de los muertos. Así es el mundo, querido presidente Chávez. Usted mejor que muchos lo sabe. Y seguramente no es mejor, ni posible, huir de la peste, como sí enfrentarla. Escribió Camus: «Podía uno taparse los ojos y negarla, pero la evidencia tiene una fuerza terrible que acaba siempre por arrastrarlo todo ¿Qué medio puede haber de rechazar los entierros el día en que los seres que amáis necesitan un entierro?». Esperemos que Venezuela no necesite defenderse, como tantos pueblos lo hicieron siglos atrás, y hoy lo hacen otros, frente a condiciones de injusticia y ocupación.
Muchas personas y organizaciones han divulgado sus propuestas para regular el conflicto armado en Colombia, en tanto se puede avanzar también en una paz que no sea la de los cementerios. Para ser capaces de pensar, fuera y dentro del país, con otros, el futuro de la rebelión, en sí misma un límite a la opresión, y el futuro de sus límites (como Camus también lo advirtió), que son su valor y la superación, entre real y quimérica, de lo injusto. Con ellas, entre ellas, con ponderación pero con franqueza, quien esto escribe, y seguro muchos y muchas más con sus respectivos enfoques, hizo llegar un texto desde el mes de enero del presente año 2008. En varios ejemplares que deben reposar en gavetas de escritorio o en ordenadores de funcionarios del gabinete de la Presidencia de la querida hermana República Bolivariana. En él poníamos a consideración elementos teóricos y prácticos, humildes pero madurados, para reflexionar desde el derecho, la política, la historia, la sociología y la ética. Hubo un formal acuse de recibo verbal, pero se ha prescindido hasta ahora de la lectura, del debate, que creíamos iba a irradiar el camino, cuando se habló en tono vigoroso sobre el reconocimiento eventual de la beligerancia a los insurgentes (11 de enero de 2008). En menos de cinco meses ¿tan sustancialmente han cambiado las cosas?
Supongamos que al final quizá pueda tener alguna razón el presidente Chávez. En lo que no creo hoy que tenga sólida base o fundamento alguno es en el modo en que ha despachado la cuestión, que no es cualquier asunto. Su proclama se ha encumbrado como un hecho consumado, sin consultar las implicaciones, los peligros y riesgos que tal malabarismo atrae, lo que tal mutilación del pensamiento significa para las propias posibilidades de regulación de la confrontación, para que sea menos cruenta. No puede dictarse sentencia así, sin conocer cómo ven y viven, y qué piensan, miles y miles de colombianos y colombianas, no sólo las personas alzadas en armas, sino quienes no alzados en armas ni siquiera un minuto, hemos hecho propuestas de limitación de la guerra a partir de caracterizaciones rigurosas y lo más ecuánimes posibles, con análisis que reconocen y critican determinados modelos de guerra, entre ellos el convencional trasgresor que aloja la guerra sucia desplegada por el Estado, observando así mismo y cuestionando graves procederes de la propia guerra de guerrillas, a partir de la historia y del presente, de ver cómo y por qué surgieron, cómo se han desarrollado o no hacia otros estadios, o hasta qué punto, no porque debamos estar de acuerdo siempre con lo que en su nombre se haga ¡ni más faltaba!, sino porque estimamos correcto no hacer un cierre ni epistemológico ni ético, ni por decreto ni por alocución.
Si el dictamen de Chávez es sentencia sin apelación posible, quedan en mayor soledad, y todavía más en la mira, tanto los discernimientos académicos y exhortaciones de quienes, desde la izquierda desmoronada, no se sienten con pruebas y autoridad moral para dar la estocada, para describir y prescribir la renuncia de determinadas formas de lucha, como quedan estigmatizados y arcaicos los alegatos de juristas y luchadores civiles de base que plantean, entre otras verdades, la rebelión como derecho con obligaciones, para poder postular referentes o parámetros del derecho internacional humanitario aplicable, así como el carácter del delito político, que en Colombia se ha concretado dentro de ese modelo de resistencia a un estado u orden de cosas tremendamente injusto. Sí, en esa dimensión la soledad sería mayor. Pero lo mismo ha pasado en otras épocas y lecciones. Aunque esta punzada fraternal lacera más, pues se hace sobre heridas jóvenes y sangrantes, ya no en la piel de los que están en armas hoy, sino en el tejido existencial de los que ni siquiera entonces podrán hacerse la pregunta de si tendrían esa opción. Pueblos que sobreviven en el hambre y en el lodo hediondo, pero que están y son potencia, sin medios. Ahora bombardeados en sus cabezas, entre muchas cosas con las palabras que componen algo así como un epitafio. En la tumba de la memoria se lee que yace muerto como si fuera un crimen, lo que antes se apreciaba como un derecho.
Sin embargo, quizá el pronunciamiento del presidente Chávez puede desencadenar lo contrario: el inicio serio y acreditado, de un escenario de diálogo, de debate, de estudio, de propuesta, por ahora en el plano de interlocutores independientes, para el acompañamiento a iniciativas que aboguen por el cese del dolor injusto, rescatando los que están cautivos en las selvas y que ya deben volver, tanto como los que están en las cárceles, para que la rebelión ni se amedrente ni se descomponga, para que se construya la paz con justicia social, edificada la salida política por el pueblo colombiano, desde abajo, sin tener por qué padecer o cargar con figuras protagónicas como el rey de España (que después del portazo de la Cumbre de Santiago en noviembre, tan prontamente -¡otro motivo de desconcierto!- lo vemos invitado por Chávez a una mesa de garantes de un hipotético proceso). Para eso hay que pensar cómo es el conflicto, sus reales contornos, quiénes están en él, con qué intereses. Y qué catadura moral tienen los que vierten sus palabras sobre tanta tragedia y utopía. Chávez la tiene, por lo que construye para toda la humanidad, y la tiene para requerir gestos de la guerrilla, que ojalá se produzcan, pero no para servir a un tribunal huero que podrá también fallar contra él, con o sin insurgencias, en la misma tierra legada por miles de hombres y mujeres que combatieron como Bolívar en desiguales condiciones y medios a los ostentados por el enemigo.
Cientos de miles de colombianos/as agradecemos las gestiones desarrolladas para que personas privadas de su derecho a la libertad, estén de vuelta en sus hogares lo más pronto posible, como fue posible con Clara Rojas y Consuelo González, entre otras personas dedicadas a la política en un país como el nuestro, entre saqueadores. Cientos de miles de seres humanos a los que nos duele el conflicto, agradecimos la valerosa iniciativa que formuló el presidente Chávez con el respaldo de la Asamblea Nacional, sobre la necesidad de reconocer a las organizaciones guerrilleras colombianas FARC-EP y ELN como insurgentes y no como terroristas, a efectos de cultivar un proceso de paz o de reducir el sufrimiento en la guerra, buscando reglas para limitar las acciones de las partes contendientes a la luz del derecho internacional. Se entendió que el presidente Chávez encaraba así una dura batalla respecto de un crucial asunto no sólo relativo al caso colombiano, sino frente a la demanda de lucidez y coherencia para comprender, juzgar y actuar ante lógicas globales dominantes, las cuales han dictado una ciega política anti-terrorista que no promueve la justicia y la paz, ni la verdadera seguridad humana, sino que se halla articulada de manera inicua a objetivos que las contradicen, como son aquellos que sólo garantizan la racionalidad imperial y neoliberal y el cierre autoritario que nos condena a más barbarie. Los que reaccionaron contra esa iniciativa, con trofeos en la mano unos meses después, pretenden terminar de hundir la muy seria propuesta, anegando de más sangre y desolación, sembrando todavía más ignominia y enardecimiento guerrerista en los corazones y mentes, por un lado negando el conflicto armado, en lo que constituye expresión del perverso negacionismo, y por otro avivándolo, ya con la violencia estructural, ya con los dispositivos militaristas y represivos.
Pensábamos entonces que elites poderosas apostadas en Colombia o en otros países, que atacan continuamente a Venezuela, por la irritación que les causa resultados y compromisos fuera y dentro, a favor de la verdadera humanización en las diversas dimensiones, que esos grupos de nuevos déspotas y sátrapas, aunque contaran con muchos medios gigantescos y pudieran exasperarse con su uso, eran siempre inferiores moralmente, y así se debían ver, a la hora de enjuiciar no sólo unos determinados actos de violencia que les afectan, sino todos aquellos crímenes de los que directa o indirectamente son culpables, aunque pusieran en marcha sus intensas campañas de propaganda. No creíamos que les fuera posible acallar o censurar siempre el pensamiento crítico y las reflexiones que tienden a crear condiciones y espacios de diálogo y negociación para la resolución de conflictos generados por el más voraz capitalismo y sus múltiples terrores.
Eso mismo seguimos pensando muchos y muchas, tras una comprensión histórica, ética y política, que, partiendo de la comprobación de la obvia calidad política de la insurgencia colombiana, permita que ésta se regule, que abandone prácticas reprobables, que asuma en la guerra de guerrillas el emplazamiento de los límites, entendiendo, atendiendo y sosteniendo su conjugación en la lucha rebelde, caminando con ella hacia una salida política negociada al conflicto que otros pretenden negar de forma absurda. Una solución fundamentada y construida también en los principios y logros de la autodeterminación de los pueblos. La responsabilidad de desarrollar con bagaje la argumentación ética y política, conlleva traspasar esta coyuntura y ver más allá, no blandiendo una sentencia que otros podrán usar con mezquindad, como ya lo están haciendo apoyados en las palabras del presidente Chávez, sino con un debate apremiante, acrecentado con solidez no sólo intelectual sino moral, que recobre no sólo los intentos de respuestas honorables a tanto y tan hondo desgarramiento, sino las preguntas más coherentes por la responsabilidad de los efectos y de las causas de un conflicto que había podido evitarse con democracia auténtica, para la vida y dignidad de todos. Camus nos relata en su magnífica novela, ya citada: «Los que se dedicaron a los equipos sanitarios no tuvieron gran mérito al hacerlo, pues sabían que era lo único que quedaba, y no decidirse a ello hubiera sido lo increíble. Esos equipos ayudaron a nuestros conciudadanos a entrar en la peste más a fondo y los persuadieron en parte de que, puesto que la enfermedad estaba allí, había que hacer lo necesario para luchar contra ella. Al convertirse la peste en el deber de unos cuantos se la llegó a ver realmente como lo que era, esto es, cosa de todos… Muchos nuevos moralistas en nuestra ciudad iban diciendo que nada servía de nada y que había que ponerse de rodillas… Toda la cuestión estaba en impedir que el mayor número posible de hombres muriese y conociese la separación definitiva. Para esto no hay más que un solo medio: combatir la peste. Esta verdad no era admirable: era sólo consecuente». Quizá estemos, ojalá estuviéramos, a la puerta de una controversia importante, para saber también por qué y en qué condiciones vivieron y viven, lucharon y luchan, murieron y mueren, quienes enfrentaron y enfrentan como límites rebeldes lo más infame de esta epidemia de la sinrazón, con muchos menos recursos materiales, pero con más conciencia, coraje y altruismo que nosotros, apenas espectadores.
A la memoria de Vicky, Diego y Pedrito.
– Carlos Alberto Ruiz es abogado colombiano, autor del texto «La rebelión de los límites«. Fue asesor externo de la Comisión Gubernamental para la Humanización del Conflicto Armado en Colombia.