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Desequilibrios estructurales del capitalismo actual

Fuentes: Insurrectasypunto

La actual crisis económica y financiera internacional se inscribe en el marco de un largo ciclo de recesión, del cual el capitalismo no ha logrado salir, desde su inicio a mediados de los años setenta del siglo pasado. Sin esa inserción, es difícil la comprensión del carácter de esta crisis, de las consecuencias que puede […]

La actual crisis económica y financiera internacional se inscribe en el marco de un largo ciclo de recesión, del cual el capitalismo no ha logrado salir, desde su inicio a mediados de los años setenta del siglo pasado. Sin esa inserción, es difícil la comprensión del carácter de esta crisis, de las consecuencias que puede producir y del escenario que debe surgir después de ella.

Los ciclos y las crisis

El capitalismo vive, por la propia naturaleza de su proceso de reproducción, articulado por ciclos, cortos y largos. Estos conjugan los ciclos cortos, en una perspectiva expansiva, si la curva de las subidas y los descensos de las oscilaciones cortas apuntan para arriba; recesiva si apuntan para abajo, de acuerdo a la teoría del economista ruso Kondratieff, retomada teórica e históricamente por Ernst Mandel.

En la segunda post-guerra, el capitalismo vivió su «edad de oro», según Eric Hobsbawn, en que coincidieron virtuosamente la mayor expansión concomitante de las grandes economías capitalistas – los Estados Unidos, Alemania, Japón – , el llamado «campo socialista», dirigido por la Unión Soviética, y las economías periféricas, como México, Argentina, Brasil, con sus procesos de industrialización dependiente. La economía capitalista no dejó de presentar sus ciclos cortos de crisis, pero en cada nuevo ciclo se retomaba la expansión y empujaba la economía a niveles cada vez más altos.

Fue un largo ciclo expansivo comandado por las grandes corporaciones internacionales de carácter industrial y comercial, apoyadas por un sistema financiero en expansión y por grandes transformaciones en la producción agrícola. Un modelo hegemónico regulador – o keynesiano o de bienestar, como quieran llamarlo – incentivaba las inversiones productivas, tendía a fortalecer la demanda de consumo interno, promovía el fortalecimiento de los estados nacionales y la protección de sus economías.

Las crisis, como es típico en el capitalismo, expresaban procesos de superproducción o de subconsumo – como quieran llamarlos-, reflejando el desequilibrio estructural de ese sistema entre su – ya reconocida por Marx en el Manifiesto Comunista – enorme capacidad de expansión de las fuerzas productivas, pero que se confrontaba constantemente con su incapacidad para distribuir la renta en la misma medida de aquella expansión.

En su fase final, el largo ciclo expansivo de la segunda pos-guerra vio ese excedente, resultado acumulado del desfase entre producción y consumo convertido en capital financiero – los llamados eurodólares, que fue aprovechado por países como Brasil, para reciclar su modelo económico diversificando su dependencia externa y favoreciendo la reanudación de la expansión económica interna, incluso antes del final del largo ciclo expansivo. Este factor – el golpe militar fue en el ciclo expansivo – diferenció el escenario económico brasilero de los demás países de la región, donde las dictaduras coincidieron con la recesión, por haberse dado durante el largo ciclo recesivo del capitalismo internacional.

¿Qué características tuvo el final de ese ciclo y el comienzo del nuevo, de carácter recesivo? Habiendo triunfado el diagnóstico de que el estancamiento económico se debía al exceso de regulaciones, el nuevo modelo se centró en la desregulación, por lo que las privatizaciones, las aperturas para el mercado externo, las políticas de «flexibilización laboral» y de ajuste fiscal, fueron sus expresiones más claras.

Dos consecuencias importantes deben ser recordadas aquí, para comprender el carácter de la crisis actual y sus efectos en los países de América Latina. La primera de ellas, el gigantesco proceso de transferencia masiva de capital del sector productivo hacia el especulativo, que la desregulación promovió a escala nacional e internacional. Libre de trabas, el capital migró masivamente para el sector financiero y en particular para el sector especulativo, donde obtuvo muchos más beneficios, con mucha mayor liquidez y menos o ningún tributo para circular.

Se configuró así, la hegemonía del capital financiero bajo la forma de capital especulativo, haciendo que más del 90% de los movimientos económicos se dieran, no en la esfera de la producción o del comercio de bienes, sino en la compra y venta de papeles, en las Bolsas de Valores o de papeles de las deudas públicas de los gobiernos.

Se promovió la refinanciación de las economías, lo que significa, en primer lugar, la refinanciación de los Estados, cuyo primer y mayor compromiso pasa a ser el pago de las deudas, es decir, la reserva de recursos mediante el llamado «superávit primario» y la transferencia masiva y sistemática de los recursos del sector productivo para el capital financiero. Grandes grupos económicos con un banco o institución financiera a la cabeza, acostumbran a ganar más en inversiones financieras que en aquellas que dieron origen a las empresas que los componen. Gran cantidad de pequeñas y medianas empresas, entraron en procesos de endeudamiento, de los cuales no consiguieron salir. Otras, así como los consumidores, no se atrevieron a pedir préstamos, por el temor a endeudarse con altas tasas de interés.

El capital financiero pasó a ser la sangre que corre por las economías de los países, definiendo el metabolismo que las preside. Un capital que tiene en la volatilidad, en la extrema liquidez, un elemento esencial, inherente, que le permite moverse rápidamente para donde puede tener mayores ventajas y, al mismo tiempo le atribuye un gran poder de presión, frente a las economías débiles que dependen estructuralmente de él.

Las crisis en la fase neoliberal

De estas características resulta el carácter centralmente financiero de las crisis en el período neoliberal, como se evidenció en la crisis mexicana, asiática, rusa, brasilera y argentina, entre otras. El sector financiero canalizó para sí los excedentes de capital, producto del desfase estructural entre producción y consumo, agudizada en la fase actual del capitalismo, en que el aumento de la productividad y la creatividad tecnológica siguieron profundizándose al mismo tiempo que se dieron procesos de concentración de renta entre las clases sociales, entre países y regiones del mundo.

El poder devastador de estas crisis y el potencial de contagio se revelaron de la misma dimensión del tamaño de la apertura de las economías al mercado internacional y al peso que el capital financiero pasó a desempeñar en escala nacional y mundial. México siguió sufriendo los efectos de la crisis de 1994 durante muchos años. Lo mismo ocurrió con los países del sudeste asiático. En Brasil, la crisis de 1999 significó el pasaje a años de recesión, que sólo recientemente fueron superados. En Argentina la crisis tuvo consecuencias devastadoras desde el punto de vista económico, financiero, político y social.

Son crisis que se desatan a partir del eslabón más frágil, más sensible, del proceso de reproducción – el sector financiero -, pero que rápidamente se propagan por el resto de la economía, por el papel central que este sector pasó a tener y por los aspectos psicológicos en los que se basa. No por casualidad el segundo libro de Francis Fukuyama se llama «Confianza», para indicar cómo las expectativas, positivas o negativas, asumen fuerza material en el juego especulativo.

América Latina fue así, víctima privilegiada de estas crisis, que no por casualidad alcanzaron justamente a sus tres economías más fuertes, que habían sido exhibidas como modelos – la mexicana, brasilera y argentina. En los tres casos la crisis tomó la forma de ataque especulativo, de crisis financiera, que se extiende para el conjunto de la economía. Los capitales especulativos se valen del peso desestabilizador que tienen en la economía, para hacer valer esa posición, presionando con una salida brusca y masiva de capitales, acciones gubernamentales o simplemente el juego del mercado, lucrando enormemente con esas operaciones.

Las crisis anteriores tenían como escenarios países de la periferia, con efectos que intensificaron la tendencia al debilitamiento de los países globalizados y la intensificación de la concentración de la renta y del poder de los países globalizadores.

Incluso la crisis en Rusia podría ser caracterizada como la de una economía transformada en periférica, especialmente a mediados de la década de 1990. La excepción fue el ataque del megaespeculador George Soros a la libra esterlina inglesa, pero terminó siendo un caso puntual, lo que no modifica la norma general de las crisis en la periferia.

En su conjunto, como crisis neoliberales, provocaron demandas de medicina neoliberal: más apertura de las economías – como sucedió fuertemente en los países del sudeste asiático – mayores préstamos del FMI y las correspondientes Cartas de Intención, con un incremento de los ajustes fiscales. La economía mexicana recibió un préstamo gigante de los Estados Unidos en el momento de la crisis de 1994, inclusive porque coincidía con el momento en que se firmaba el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) y el surgimiento de la rebelión de los zapatistas en Chiapas. Como compromiso, México usó esos recursos para pagar los préstamos de los bancos norteamericanos y siguió profundizando el modelo neoliberal.

El gobierno brasilero de Fernando Enrique Cardoso, frente a la crisis de 1999, elevó la tasa de interés al 49% y firmó la tercera Carta de Intención con el FMI, cuyas consecuencias extendieron la recesión por varios años. En la Argentina, la crisis provocada por la explosión del modelo de paridad peso/dólar, produjo la mayor regresión económica y social que el país conoció en toda su historia. El gobierno de Fernando de la Rúa trató de mantener el modelo heredado de Carlos Menem y con esto cayó a los pocos meses de asumir su mandato presidencial.

La crisis actual y sus consecuencias

La anterior crisis de la economía norteamericana se dio en el año 2000, cuando se desvanecía la ilusión de que la «nueva economía» permitiría que el capitalismo no sufriese más sus crisis cíclicas, ya sea porque la informática le permitiría preverlas y así evitarlas, ya sea porque nuevas demandas como las de las computadoras, generarían, de la misma forma que en el caso de los automóviles, el lanzamiento anual de nuevos modelos, que extenderían cada vez más la demanda. En aquel momento, el papel de los mercados norteamericanos en el mundo, seguía siendo determinante, transfiriendo los efectos de su recesión para la economía mundial.

Esta vez la crisis norteamericana se produce en un escenario internacional que ha cambiado. La continua expansión de los países emergentes – entre ellos principalmente China e India, pero también los países de América Latina, que mantienen constante el ritmo de crecimiento, en particular Brasil y Argentina – amortigua la disminución de la demanda de los Estados Unidos y, por primera vez, la recesión de la economía norteamericana no tiene efectos directos y devastadores sobre la economía mundial.

Pero, como esta crisis se ve agravada con el aumento de los precios de los productos agrícolas y la continua crisis del petróleo, se constituye en verdad en una triple crisis: sus efectos son más profundos y extensos que una simple crisis cíclica de la economía norteamericana. Son afectadas no solo las exportaciones para los Estados Unidos, sino también los importadores de energía y productos agrícolas, que en mayor o menor proporción afecta a todos los países en el mundo.

Sin embargo, al igual que cualquier fenómeno de un sistema caracterizado por la extrema desigualdad de la riqueza y del poder entre regiones y países y dentro de cada país, los efectos de las crisis no se distribuyen por igual entre todos. Hay ganadores y perdedores, verdugos y víctimas.

Como la crisis está en pleno desarrollo, sus alcances no pueden ser evaluados en toda su plenitud, se dan pugnas para ver quien consigue sacar ventaja, quien trata de perder menos, por lo que aún no es posible evaluar con precisión los daños en toda su extensión y quien los asumirá. Es verdad que el mundo cambiará a partir de esta crisis, inclusive porque toca tres puntos nodales de las relaciones económicas y del poder actual: dinero, energía y alimentos. Sin embargo, las estructuras de poder, de producción y de distribución de la riqueza reinante, garantizan resultados muy diferentes para las distintas regiones y países como consecuencia de las crisis.

En la combinación del aumento de los precios del petróleo, de los productos agrícolas y la disminución de la demanda de los Estados Unidos y de Europa, los países más pobres, que son la gran mayoría del África, Asia y América Latina, perderán claramente, con fuertes presiones recesivas, déficit en la balanza comercial y el aumento del endeudamiento. Los países exportadores de petróleo y de productos agrícolas con alzas más significativas, tendrán sus situaciones atenuadas, pero las presiones inflacionarias no perdonan a ningún país, y con ellas, las políticas recesivas vuelven a imponerse.

En América Latina, los efectos son más pesados y directos para los países que siguen dependiendo en mayor medida del comercio con los Estados Unidos: México, América Central y el Caribe en primer lugar. En segundo lugar, los países con pautas exportadoras menos valorizadas o aquellos que hubiesen tenido su ciclo de expansión económica excesivamente centrado en las exportaciones, especialmente las economías más abiertas, entre ellas las que tienen tratados de libre comercio con los Estados Unidos, como Chile , Perú, además de los ya mencionados México, Costa Rica y otros países centroamericanos y caribeños. Deben ser relativamente menos afectados los países con pautas exportadoras más diversificadas – ya sea en los productos, ya sea en los mercados – como Brasil, en parte Argentina, y los que participan en los procesos de integración regional – ya sea en el Mercosur o en el Alba. Para estos, las crisis son una oportunidad especial para acelerar e intensificar los procesos de integración, del comercio, así como los planos financieros y energéticos.

Ya sea por la combinación de las crisis, ya sea porque afecta profundamente a los Estados Unidos, en el momento en que, por primera vez, su peso en la economía mundial disminuye, el mundo y América Latina en particular, tendrán fisonomías distintas, ya sea acelerando transformaciones que ya están en marcha, o dando inicio nuevas dinámicas, pasadas las crisis – cuya duración y profundidades, aún no pueden ser medidas con precisión.