Medio siglo de silencio, desde 1936 y, después, tres décadas más de muda democracia no tienen porqué servir para avalar el silencio, como si ya la Memoria hubiera caducado, pero no ha sido así porque aún no se ha rendido homenaje a las víctimas cuando ni tan siquiera han sido identificadas. Tampoco son anónimas a […]
Medio siglo de silencio, desde 1936 y, después, tres décadas más de muda democracia no tienen porqué servir para avalar el silencio, como si ya la Memoria hubiera caducado, pero no ha sido así porque aún no se ha rendido homenaje a las víctimas cuando ni tan siquiera han sido identificadas. Tampoco son anónimas a pesar del empeño en negarles la identidad. Y, aún habría que añadir que las víctimas no terminaron con la guerra, ni siquiera con la posguerra, todavía siguieron durante décadas y más allá de 1952 año en el que el juez Garzón dio por finalizada la represión. La cifra documentada (creo que en los archivos de Alcalá) de asesinados se eleva a 300.000 y la de represaliados a 3,5 millones.
Muchos son los eufemismos que se han utilizado por los que ahora, todavía, intentan desviar la atención y tergiversar lo sucedido. Esta es una razón más para profundizar tanto como sea necesario en esta tenebrosa historia de la que aún quedan víctimas, supervivientes, pero sobre todo muchos fanáticos seguidores del «Alzamiento Nacional» o de «La Cruzada» que continúan ensalzando su historia. Esto ni siquiera está perseguido y mucho menos es sancionado.
¿Cómo es posible que todavía personajes que no sólo no han perdido perdón se les permite que sigan homenajeando a aquellos fascistas, nazis y criminales, que cometieron desde el «robo» de miles de niños hasta el «paseo» nocturno o diurno al paredón, además la usurpación de bienes.
No hubo ninguna «Guerra Civil», sencillamente un sangriento «Golpe Militar» iniciado en África y con la necesaria colaboración del nazismo alemán sin el que el Golpe no hubiera sido posible. Determinada oligarquía, latifundistas y, sobre todo la Iglesia Católica, dieron el soporte y el aliento necesario para consumar el genocidio. Con unos militares golpistas sin ideología, descerebrados, acostumbrados a hacer toda clase de masacres en África sin ningún límite, la Iglesia los bendijo, apoyó y, sobre todo, les dio la cobertura ideológica y moral, situándose decididamente fuera de la ley y aliándose con los golpistas y enfrentándose, abiertamente, al Gobierno y a las Instituciones democráticamente elegidas de la República.
Y, así, continuó todo durante la dictadura cobijando bajo Palio al sanguinario dictador, justificando y bendiciendo lo que la misma Iglesia denominó como «Cruzada». Ofende que la Iglesia considere como mártires a los sublevados porque, aún admitiendo los puntos de vista de la Iglesia y su particular moral, ¿Es que no ha habido ningún católico, que defendiendo la legalidad y al legítimo Gobierno, diera su vida por ello? Según la Iglesia Católica no, ni siquiera se lo plantea. En cambio, han sido y serán declarados mártires los fascistas o los defensores de los fascistas de la oligarquía y de los terratenientes cuyo mérito contrastado fue aliarse con los golpistas, al menos en su mayoría.
No conviene remover el pasado y para eso se mantienen el nombre de muchas calles, las estatuas del dictador y los mármoles a la puerta de las iglesias con la inscripción de los católicos caídos, pero sólo los que cayeron del lado bueno, del lado de los golpistas. Parece ser que ningún católico cayó defendiendo la legalidad del gobierno.
Y, ahora, cuando los familiares de las víctimas sólo pretenden dar nombre y apellidos y digna sepultura -algunos puede que cristiana sepultura- a los defensores de la Ley frente al fascismo, resulta que son denigrados, una vez más, porque los acusan de querer abrir heridas.
Los golpistas vencieron, y arrasaron, con la ayuda de la Iglesia. Pero la guerra no acabó, ni mucho menos, en 1939 sino que continuó durante toda la década de los cuarenta sin perder ni en un ápice su nivel de represión en todos los ámbitos. Y siguió dos décadas y media más, sólo que cada vez había menos con quien ensañarse y por ello menos víctimas.
Hablan de no abrir heridas y de pasar página, pero mal se pueden abrir la heridas que no se han cerrado y menos se puede pasar página cuando ni siquiera se ha leído.
En el fondo y en la forma, los que han votado la ley de la Memoria Histórica (de Punto Final) se opusieron, y se oponen, a cualquier cosa que sea mirar hacia atarás porque o eran parte de la dictadura -todas las personas e instituciones de la dictadura siguieron, incluida la policía represora- o porque los nuevos partidos políticos se ponían al servicio del mismo poder económico que gobernó durante la dictadura.
Nada cambió en las instituciones ni en las personas que las ocupaban, sus «derechos» permanecieron intactos e incluso su ideología fascista que ni siquiera necesitaron ocultar.
A juzgar por las manifestaciones y la actitud de los partidarios de negar la «Memoria Histórica» ahora no se debate solamente el rendir homenaje a las víctimas del «Golpe Militar» que se culminó con la dictadura, sino principalmente de mantener y de «legalizar» la actual política autoritaria y neoliberal. La pérdida de derechos políticos y cívicos no es un hecho aislado ni ajeno, sino que guarda estrecha relación con la situación de precariedad que cada vez amenaza más la posibilidad de una vida digna. Hay una relación directa, los mismos que defienden el no a la Memoria Histórica son los mismos ultras del neoliberalismo, y no es mera coincidencia.
No es posible rebatir tanto como se ha dicho sobre el tema. Sólo tres últimas consideraciones:
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El artículo 131.4 del vigente Código Penal dice: «Los delitos de lesa humanidad y de genocidio y los delitos contra las personas y bienes protegidos en caso de conflicto armado, no prescribirán en ningún caso.». O se acepta el CP o lo derogamos, pero no vale eludirlo.
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Solamente España, junto con Colombia, Camboya y Mozambique, son los únicos países que no han juzgado sus propios exterminios.
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También se quiere acusar a los «otros» porque también cometieron crímenes, pero olvidan que, salvo los delincuentes que hay en todas partes, defendían al gobierno legítimo y sobre todo, que ya fueron juzgados y reprimidos hasta la saciedad y que conforme al más elemental derecho, no pueden volver a ser juzgados.
La Memoria Histórica está en juego porque lo está también la presente democracia que cada vez lo es menos, si nos atenemos al creciente peso del poder político, económico y judicial frente al decreciente peso de los ciudadanos, sus instituciones y la desarticulación de sus organizaciones de base, por no hablar de su desaparición.