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La revista Archipiélago dejará de editarse

Hasta aquí hemos llegado

Fuentes: Archipiélago

«Conjunto de islas unidas por aquello que las separa.» Ése fue el lema y nuestro espíritu inicial: una definición lanzada paradójicamente a la viva indefinición. Por estas fechas, y con este número, Archipiélago tendría que estar conmemorando sus veinte años de vida, los veinte años del esfuerzo de una de las pocas revistas efectivamente independientes […]

«Conjunto de islas unidas por aquello que las separa.» Ése fue el lema y nuestro espíritu inicial: una definición lanzada paradójicamente a la viva indefinición. Por estas fechas, y con este número, Archipiélago tendría que estar conmemorando sus veinte años de vida, los veinte años del esfuerzo de una de las pocas revistas efectivamente independientes del panorama cultural español. Sin embargo, y con un ánimo bien distinto al festivo, os decimos adiós, al menos por ahora. Hasta aquí hemos llegado. Durante los últimos años la revista ha ido perdiendo lectores, ventas y suscriptores, y la publicidad, consecuentemente, también ha bajado. Para una revista que se mantenía sobriamente de estos ingresos, la continuidad resulta difícil, pese al empeño de los redactores, la ayuda de las suscripciones estatales de bibliotecas, y el generoso apoyo de los colaboradores. Quizá en otra Autonomía distinta a aquella en la que desde siempre hemos tenido nuestra sede, Cataluña, y en otro país con menos modorra intelectual que la imperante en España (¡y sus Españitas!), hubiéramos podido capear el temporal. Pero no aquí. Ya ha ocurrido antes con otras revistas.

Archipiélago nació, a impulsos de J.Á. González Sainz, en el verano de 1988 con la intención de levantar un espacio independiente de crítica y expresión libertaria de la cultura. Los primeros números fueron puestos en pie desde la nada por un exiguo grupo de personas entre las que se encontraban Emmánuel Lizcano, Tomás Ibáñez y Ramón Andrés. El funcionamiento asambleario y voluntarioso fue encontrando cada vez más las dificultades de la realidad de una empresa que aspiraba a seguir existiendo y podría decirse que, desde sus comienzos, empezó a hacerse sentir de lleno el encontronazo continuo entre la materialidad de la realidad, y sus imposiciones, y el deseo de espontaneidad en un funcionamiento que consumía demasiadas energías y no dejaba contento a casi nadie.

Poco a poco la faceta cultural fue cobrando relevancia frente a la más explícitamente política, aunque manteniendo una alternancia periódica, y nuevas personas se fueron incorporando al consejo de dirección: a Emmánuel Lizcano y Tomás Ibáñez siguieron Julia Varela e Isabel Escudero, quienes acompañaron al primer impulsor de la revista, J.Á. González Sainz. Asimismo, la redacción se fue definiendo como un punto de encuentro de personas procedentes de los más variados campos (Sociología, Literatura, Artes…) y lugares geográficos: Fernando Álvarez-Uría, José Manuel Naredo, Joan Martínez Alier, Enrique Santamaría, Rossend Arqués, Alicia Martínez, Javier Sáez, Juan Gabriel López Guix, Ignacio Llorens, Mateo Gamón, Emilio García Wiedeman, Rafael Salama…

De esa primera época quedarán en la mente de muchos lectores el primer número sobre «El poder del discurso», y otros como los dedicados a «La Ilusión democrática», al «Caos», a «Trenes, tranvías, bicicletas: Volver a andar», a «Educar ¿para qué?», a la Medicina crítica («En la salud y en la enfermedad»), a «El cuento de la Ciencia», a «La epidemia neoliberal», o los que trataban sobre la Poesía, la relación entre Filosofía y Literatura, la Historia o la Tragedia, la Música o el Cine.

Rigurosos y singulares monográficos dedicados a algunos autores, como Blanchot, Deleuze, Simone Weil, Nietzsche, Heidegger o Sánchez Ferlosio, tuvieron un éxito tan extraordinario que de algunos de ellos, de los tres últimos, por ejemplo, hubo que hacer una segunda edición, cosa extraña por lo que hace a las revistas.

En la última época, con la entrada de nuevos directores, Amador Fernández-Savater y Joaquín Rodríguez, y la salida de J.Á. González Sainz, aunque se sigue dando continuidad a la línea cultural (en monográficos como los dedicados a Chesterton, Claudio Rodríguez, María Zambrano o Jorge Santayana), Archipiélago trató de aportar herramientas conceptuales a los nuevos movimientos y redes sociales que cuestionan en la práctica la globalización capitalista, la precarización generalizada de la vida y la privatización de los bienes comunes (en números como «Crisis y mutaciones del trabajo», «El deseo de Europa», «Propiedad intelectual y libre circulación de ideas» o «El procomún») y abordó temas tan socialmente preocupantes como «El Apartheid farmacéutico y el acceso desigual a la salud». Gracias a la alianza con instituciones que rastrean la creatividad y el pensamiento fuera de la academia (Unia, Arteleku, Medialab), la revista mantuvo el vínculo directo con sus lectores a través de la realización de numerosos seminarios y encuentros de reflexión colectiva a partir de números como «¿Qué significa pensar políticamente?», «Nueva derecha», «Universalismo, ciudadanía y emancipación» o «Mayo del 68».

A lo largo de estos veinte años, Archipiélago ha ido dando cuenta, con rigor, tanto de la cultura culta como de la cultura de abajo: cotidiana, abierta, diversa, afrontada desde aproximaciones y disciplinas distintas, internacional, atenta a los autores de mayor garra y prestigio intelectual que escribían tanto en español como en otras lenguas, y sensible a los nuevos autores desatendidos por la cultura dominante. En Archipiélago se han publicado, por primera vez, traducciones de algunos científicos y pensadores extranjeros que luego se han hecho habituales en las revistas culturales. Se han avanzado escritos importantes de autores de primera magnitud en la cultura mundial, a la vez que se han dado a conocer algunos importantes escritores y ensayistas españoles nuevos, o se ha puesto de relieve la obra y los razonamientos de autores cruciales para poder estar menos desorientados en nuestro presente.

Durante estos veinte años, siempre en más o menos precarias y sobrias condiciones, Archipiélago ha podido salir adelante gracias al esfuerzo derrochado por sus miembros, cada uno en su medida, gracias a la contribución impagable e impagada de sus extraordinarios colaboradores (basta echar un vistazo al Índice que la revista sacó de sus primeros 50 números para darse una idea), a sus suscriptores, lectores y compradores, a las bibliotecas del Estado y a las editoriales que contribuyeron con su publicidad (entre ellas desde siempre Biblioteca Nueva, Gedisa, Anagrama, Trotta, Anthropos, Paidós…). Mención y agradecimiento aparte merece Lotus-Festina, la prestigiosa marca de relojes que desde el principio quiso unir su prestigio al de la cultura que representábamos. Gracias también a la cuidadosa y atenta disposición de los compañeros de Gráficas Queimada. Desde un principio Ana María González Sainz y, poco después, Dante Bernardi asumieron hasta el final con dedicación y profesionalidad, desde la sede de la redacción de la revista, la realización material de la revista y su gestión.

A todos ellos, nuestro agradecimiento. No ha habido más. Sólo el trabajo, el arrojo, la inteligencia, el tesón o las discusiones –no siempre gratas ni gratificadoras– de un conjunto variable de personas empeñadas, demasiado empeñadas, en hacer las cosas con escasísimos medios y con el viento en contra del neoliberalismo en auge, y su correlato, los totalitarismos nacionalistas, los fundamentalismos. Hasta aquí hemos llegado. El ánimo por los suelos y los trastornos del cierre no nos impiden dar un sentido gracias a todos y pensar que, bueno, dentro de todo, hemos aguantado bastante, veinte años justos. Adiós, o hasta la vista.