En 1859, mediante la publicación del Origen de las especies, el naturalista británico Charles Darwin (Shrewsbury, 12/02/1809 – Down, 19/04/1882) , que realizara un viaje alrededor del mundo a bordo del Beagle (1831-1836) durante el cual había recogido gran cantidad de materiales y realizado detalladas observaciones científicas, inauguraba un nuevo continente científico: la biología evolutiva. […]
En 1859, mediante la publicación del Origen de las especies, el naturalista británico Charles Darwin (Shrewsbury, 12/02/1809 – Down, 19/04/1882) , que realizara un viaje alrededor del mundo a bordo del Beagle (1831-1836) durante el cual había recogido gran cantidad de materiales y realizado detalladas observaciones científicas, inauguraba un nuevo continente científico: la biología evolutiva.
Efectivamente, la biología evolutiva la fundó Darwin al formular una novedosa respuesta al hecho de la variedad biológica observada por él -quien en El origen de las especies se preguntaba: «¿que puede haber más curioso que el hecho de que la mano del hombre, hecha para coger; la del topo, hecha para escavar; la pata del caballo, la aleta de la marsopa y el ala del murciélago, estén constituidas todas ellas según el mismo patrón y tengan huesos semejantes en las mismas posiciones?«- y por otros muchos naturalistas antes que él, «al amparo de la teoría de la selección de pequeñas variaciones sucesivas«. He ahí el núcleo central del descubrimiento darwinista, alrededor del que gira toda su teoría evolutiva: la diversidad biológica es producto de la evolución por medio de la selección natural, lo que sitúa a la evolución junto a otros hechos naturales como el crecimiento ontogenético de todos los seres vivos, la congelación del agua a 0º C, la atracción gravitatoria de los cuerpos o el movimiento de traslación de la Tierra alrededor del Sol.
Cierto es que muchas de las pruebas y de los argumentos científicos que demuestran la existencia objetiva e independiente del pensamiento humano de la evolución, eran desconocidas para el propio Darwin, sin ir más lejos todas las pruebas genéticas. En ese sentido, pues, son precisas dos observaciones fundamentales:
- primera, Darwin no elaboró una teoría cerrada, tan solo inauguró una línea de investigación continuada por todas las científicas y por todos los científicos (Weismann, Dobzhansky, Mayr, Simpson, Cordón…) que en los últimos 150 anos descubrieron las abundantes pruebas anatómicas, embriológicas, paleontológicas, moleculares y citogenéticas que permiten demostrar que la evolución es un hecho;
- segunda, Darwin propuso una teoría para explicar un hecho: la diversidad biológica, que de acuerdo con sus observaciones se produce como consecuencia de la evolución por medio de la selección natural [Quizás en este punto es necesaria una nota aclaratoria: las teorías, de las que existen varias en relación con el hecho evolutivo (darwinista o teoría sintética de la evolución, saltacionista o cuántica, neutralista…), son los discursos científicos construidos en el marco de un programa de investigación científica para explicar un hecho, en este caso la evolución, por lo que es necesario no confundir nunca la teoría explicativa con el hecho que se explica, un erro producto de la ignorancia y de la falta de formación científica en el que incurren a menudo los creyentes que se oponen a la «teoría de la evolución»].
Ahora bien, ese descubrimiento científico tuvo una gran transcendencia social debido a las consecuencias sociales, morales y políticas que de él se deducían, enseguida entrevistas por los coetáneos de Darwin. Efectivamente, la evolución, al ofrecer una explicación científica del origen de la vida -extensiva a la humanidad-, en la que las fuerzas ajenas a la propia naturaleza eran innecesarias, destruía el mito de la Creación, condición necesaria para la existencia de las almas; en este sentido, pues, el descubrimiento del hecho evolutivo liberaba a la humanidad de la tutela religiosa, lo que permitía pasar del viejo mundo dominado por la Iglesia, aquel en el que «Dios hacía la historia», a un nuevo mundo dominado por las instituciones humanas en el que «los hombres hacen la historia» y la «humanidad se convertía en la protagonista de sus actos».
Precisamente por esa razón, a partir del momento en que se publicó El origen de las especies, hace ahora 150 años, se establecieron, al margen de la práctica científica darwinista, dos actitudes diferentes frente al hecho evolutivo:
- una actitud de oposición, que es la que, a pesar de las diferentes estrategias empleadas ya sea por los integristas (tanto cristianos como musulmanes, judíos o budistas), que afirman que la evolución es una teoría falsa y defienden la veracidad de la Creación, ya sea por los integradores, que defienden un evolucionismo teísta en el que la creación (del mundo y del alma) completa la evolución, mantiene la Iglesia (ciertamente, todas las iglesias y todos los credos), con el fin de mantener, como señala Telmo Pievani en Creación sin Dios (Akal, 2008), el sagrado orden natural y moral, desde el cual pueden seguir adoctrinando a los fieles; y,
- una actitud de apropiación, de uso y abuso del discurso científico darwinista, que es la que protagoniza la burguesía y que tiene por objeto naturalizar las desigualdades sociales para de esa forma, a pesar del discurso de la «libertad, fraternidad, igualdad», mantener las condiciones de subordinación bajo el designio no ya divino, sino natural. ¡Que mejor forma que esa de legitimar la explotación! «Los hombres nacen libres», cierto, pero sometidos a unos condicionantes biológicos que determinan lo que han de ser en la vida: una estrategia imprescindible para legitimar el nuevo orden burgués, construido precisamente frente al orden divino precisamente a lo largo del siglo XIX. Ahí están, en ese sentido, el socialdarwinismo decimonónico y todos sus epígonos actuales, entre ellos el determinismo genético, que son más un discurso ideológico que una ciencia, a pesar de que usen argumentos científicos.
Frente a esos dos discursos ideológicos de dominación, el que mantiene la Iglesia (las iglesias) y el que mantiene la burguesía, ya los científicos y filósofos sociales coetáneos de Darwin, como Marx y Engels, comprendieron que la teoría darwinista era una herramienta necesaria y complementaria de la que ellos mismos estaban construyendo para la transformación del mundo; no en vano, Engels -el mismo que en 1876 escribiera El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre-, en el discurso pronunciado delante de la tumba de Marx el 17 de marzo de 1883 -once meses después de la muerte de Darwin-, afirmó: «del mismo modo que Darwin descubrió la ley de la evolución de la naturaleza orgánica -que en una carta que Marx le dirigiera a Engels reconocía que era el «fundamento histórico-natural de nuestra idea»-, Marx descubrió la ley de la evolución de la naturaleza humana».
He ahí la razón por la que hoy, 150 anos después de la publicación del Origen de las especies, recuperar a Darwin es una tarea urgente y necesaria en tanto que nos sitúa en un espacio vacío, liberado de la tutela de los dioses -que existen, pero porque los creamos los humanos- y de su orden natural y moral y al margen de la abusiva determinación genética, en el que desarrollar autónomamente nuestra libertad creadora y transformadora.
Las humanas y los humanos somos, a la luz de nuestro origen biológico, iguales y diversos, esa debe ser la piedra angular de nuestra actuación política y moral.