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Juan Manuel Santos, ministro de Defensa colombiano, a la ofensiva

La amenaza de un interés presidencial

Fuentes: Yvke

 La presidencia es el fin reconocido de Juan Manuel Santos, pero su jefe, Álvaro Uribe, no termina de sincerar sus propósitos de reelección. En un momento decisivo para Santos, donde puede catapultarse o quedar tendido en el asfalto de la política, el ministro luce exasperado, buscando figuración a toda costa. Brinca la cuerda tensa de […]

 La presidencia es el fin reconocido de Juan Manuel Santos, pero su jefe, Álvaro Uribe, no termina de sincerar sus propósitos de reelección. En un momento decisivo para Santos, donde puede catapultarse o quedar tendido en el asfalto de la política, el ministro luce exasperado, buscando figuración a toda costa. Brinca la cuerda tensa de la seguridad nacional, agrede a los países vecinos y quisiera remojar en ácido sulfúrico a sus contendientes. Con poco tiempo para renunciar al ministerio sin inhabilitarse y ávido de espectáculos mediáticos que lo reencauchen, Santos es un peligro andante para el país y la región.

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Estos han sido días ordinarios en Colombia: economía sin control, marchas sin orden, lluvias sin freno, y un ministro de defensa también sin disciplina. Unos días comunes y corrientes, en los que todo es un típico desbarajuste, por Uribe y para Uribe.

Juan Manuel Santos, el ministro de Defensa, se ha caracterizado por ser bastante lenguaraz e incendiario. También, porque no da puntada sin dedal. Su ambición última y declarada es la presidencia de la república. Desde esa perspectiva, todo lo que asume, todo lo que hace y todo lo que dice, es sólo un trampolín o una mera triquiñuela para lograrlo.

Eso es algo muy bueno: como reconoce lo que en últimas pretende, deja al aire sus farsillas de cada día, sus repetidas celadas políticas, las superlativas deslealtades que le caracterizan y que viste como una evolución de su pensamiento, y, ni más faltaba, los «falsos positivos», que así se entienden como una estructura mental y una forma de concebir la eficiencia, y no como trata de hacerlos ver la institución castrense: un interminable rosario de accidentes fortuitos y aislados.

Carrera sin relevos

La representación de Colombia ante la Organización Internacional del Café, la OIC, le sirvió a Juan Manuel Santos para ser el primer ministro de Comercio Exterior. Este ministerio lo usó para ser el último Designado del país, una figura que desapareció con la Constitución de 1991 y se transformó en la actual Vicepresidencia, una instancia guabinosa que ahora ocupa su primo, Francisco Santos Calderón. Su familia le sirvió para ser periodista, y el periodismo para hacerse político. De «El Tiempo» se ha valido para escribir una hoja de vida intachable, donde las metidas de pata son tácticas y los descalabros, aciertos.

A los buenos oficios de la gestión de Santos se debe el ingreso de Colombia a la Organización Mundial del Comercio, la OMC, algo que alguna vez fue bueno para los países ricos, siempre muy malo para los países pobres, y a la final malísimo para todos, como instrumento de globalización, privatización y desregulación de la economía. Esperará Santos la mejor ocasión para salir a despotricar de esta Organización, sin que le tiemble un solo músculo de la cara, de la misma forma que lo hizo en 2002 al criticar el libre comercio en la OIC, donde él se hizo y deshizo, al darse cuenta, muchos años después, cuando cientos de miles de cafeteros y sus familias estaban parados frente al pelotón de fusilamiento, que los países consumidores ricos se aprovechaban de los países productores pobres.

Santos ha sido un prestante burócrata internacional en muchas otras instituciones, que a duras penas han conservado su prestigio después del paso del colombiano por ellas, como la UNCTAD y la CEPAL, y de algunas que le han venido como anillo al dedo, como la CAF. Ha fundado y dirigido partidos políticos, en un país en el que estos nacen, se juntan y mueren a granel y a conveniencia.

Como Ministro de Hacienda de Andrés Pastrana, Juan Manuel Santos estuvo al frente de la venta de la participación del Estado en el contrato de Asociación CARBOCOL-INTERCOR, de explotación de las minas de carbón en el Cerrejón Zona Norte, en la Guajira colombiana. En esta negociación se transgredieron disposiciones legales y constitucionales en detrimento del interés público, en beneficio de particulares. Santos fue vinculado a una investigación adelantada por la Contraloría General, por «responsabilidad fiscal por daño patrimonial en contra del Estado», dado que cuando se puso a la venta no se posibilitó la participación masiva de ofertantes. Por esta gracia el Estado perdió aproximadamente US$ 200 millones, por vender a un 13.5% menos de lo que en realidad costaba.

Pero esta visión del Juan Manuel enredado y enredador, conspiretas cuando el gobierno del presidente Ernesto Samper, que le ha prendido velas a Dios y al diablo según los vientos, es casi virtual. En un país desmemoriado y crédulo de los pitos y dulzainas de los medios, pareciera que el Santos cierto es el de las truculencia baratas de la Operación Jaque, un logro indiscutible toda vez que significó la liberación de un importante grupo de colombianos, pero que no tiene nada de la espectacularidad mentirosa con la que fue mostrado al país y al mundo. Un simple soborno de guerrilleros, que dejó a Santos en olor de santidad.

Cara o sello

No dista mucho el Juan Manuel de frac y chapines del Uribe de ruana y alpargatas. No tanto como ellos mismos creen y mucho menos de lo que sus secuaces aceptan. Ni Londres ni Kansas, ni Harvard, quitan la valentía. Junto al claro sentido de pertenencia al mundo de aristogatos capitalino o de la alpargatocracia paisa, hay una identidad volátil, de manada, que sale a flote en el carácter de pendencias calculadas de ambos. Y lo que puede ser una rara dignidad en sus compatriotas, o, cuando menos, un accidente llevadero, en Álvaro y Juan Manuel, por igual, se vuelve un dolor de cabeza por la razón más sencilla del mundo: la de que el uno es presidente y el otro quiere serlo. La no salida a la sin salida.

Con sus fanfarronadas sin control, Juan Manuel pone en juego la seguridad nacional. De buenas a primeras, desafía los acuerdos del país en materia de fronteras, la aceptación de la violación injustificada e injustificable del territorio de un país vecino y el compromiso de Colombia de no volver a hacerlo. Una bofetada a la resolución del Grupo de Río adoptada hace justamente un año, a la OEA, y al propio presidente. En últimas, un pulso más de Uribe y Santos, dos zorros disfrazados de corderos, donde hay que pagar balcón para ver quién engulle a quién. Aunque la sangre de estos tarascazos, que no son los primeros, se lavó en casa y de afán, las heridas van dejando cicatrices en las pieles curtidas de ambos.

Santos dijo que «golpear a terroristas que sistemáticamente están atentado contra la población de un país, así éstos no se encuentren dentro de su territorio, es un acto de legítima defensa y una doctrina cada vez más aceptada por la comunidad y el derecho internacional». Uribe descalificó a Santos por esta andanada y de una vez se descalificó a sí mismo, pues unos cuantos días atrás, el 20 de febrero, el mismo presidente había jurado que no habría terrenos vedados para los jefes de las FARC. En uno de sus consejos comunitarios los acusó de posar como poetas e intelectuales, sentenciando que «allá donde se encuentren, discretamente, pero eficazmente, en algún momento les llegaremos». Y es de creerle: es su digno estilo. Pero, entonces, ¿quién los entiende?

El salto con garrocha

El despropósito de Santos, según lo previsto, despertó la inmediata reacción de Ecuador y Venezuela. Como figura arrullada desde la cuna por las rotativas y como buen fruto maduro mediático, Juan Manuel convocó el Consejo Superior de Seguridad y Defensa del modo que más le encaja: públicamente, saltándose todas las talanqueras por la verja.

Juan Manuel también propuso en Washington cerrar el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), el organismo colombiano de inteligencia, que depende de la presidencia, cuando los medios dijeron lo que él y medio mundo hace años que sabían: que espiaba a políticos, periodistas, magistrados, jueces, al igual que a los funcionarios contratantes. Una propuesta que sonaría bien, teniendo en cuenta lo desgraciada de la institución, un nido de paramilitares y narcotraficantes, si no fuera por la sarta de improcedencias obvias que tiene: La hace quien no debe ni tiene por qué, en donde no es ni debería ser, y, quién lo duda, otra vez, en una conferencia de prensa.

Santos tiene plazo hasta mayo para dejar el Ministerio de Defensa, si no quiere inhabilitarse como candidato presidencial para 2010. De ahí que el ministro haya iniciado ahora una frenética búsqueda de protagonismo en la escena nacional. Y él sabe de sobra que uno de los ruedos más floridos para sus intenciones es el internacional. Echándole leña al fuego del conflicto diplomático con Ecuador, Santos también espera echarle más tierra al inoportuno escándalo de los falsos positivos, algo tan oprobioso que ni el forzado derrumbe de las pirámides y de DMG logró tapar.

El gringo ahí

Y mientras el mundo se caía encima y Uribe trataba de agarrar el desbocado toro por los cuernos, el altivo ministro atendía servil a un almirante, Michael Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Porque el espanto sabe a quien le sale. Y ahí mismo dijo lo que tenía que decir: «Luego de una revisión al tema de los Derechos Humanos, se llegó a la conclusión de que el problema de las ejecuciones extrajudiciales quedó resuelto». No es un chiste. Juan Manuel lo dijo textualmente, al término de la reunión con el almirante gringo, en la que «negociaba» la ampliación del acceso de los Estados Unidos a las bases colombianas.

Varios interrogantes en relación con las palabras de Santos y varias certezas en cuanto a su reunión con el almirante. En lo primero: ¿Revisión al tema de los Derechos Humanos? ¿Como por qué o para qué? ¿Revisados por quiénes? ¿El ministro y sus militares? Según la forma de decirlo, ¿se llegó a una conclusión final o más bien se está partiendo de un dictamen a priori? ¿O es una plegaria de esas que funcionan de tanto repetirlas? ¿Problema resuelto? Otra vez, ¿para quién o quiénes? ¿Por qué suena la frase como si fuera el párrafo final de alguna de las resoluciones inútiles que el ministro prepara? Como para: «¡Publíquese y créase!», en «El Tiempo», claro, el gran reparador de entuertos de Santos, que tiene la vistosa virtud de «trocar lo sucio en oro».

En lo segundo, en todo caso, Juan Manuel Santos lo que viene negociando no son bases, que ya están entregadas, sobre todo, cuando los del norte tienen que poner antes de siete meses los pies en polvorosa de la base militar de Manta, en Ecuador, ahora campechanamente llamada «puesto de operaciones avanzadas» (FOL, en inglés). Tampoco negocia extradiciones, que ya está listas.

Lo que Juan Manuel Santos anda buscando donde no se le ha perdido es la venia Obama para su candidatura en ciernes. A eso fue en su último periplo al imperio, en el que Uribe lo encartó con Jorge Bermúdez, una especie de hábil ordenanza que funge como Canciller. Bush bendijo a Uribe en su rancho de Texas, Santos busca urgido que lo unjan y le santigüen su soñado virreinato. Al fin y al cabo, él se cuidó de juntarse más de lo debido con Bush, apenas si una foto. Nunca fue un muchacho bendito en la Aeronáutica Civil de Pablo Escobar, su nombre no figura en ningún listado de narcotraficantes de la CIA, y lo malo que pueda endilgársele, o son órdenes de arriba, o son insubordinaciones y desobediencias de abajo.

Meta a la vista

Santos es un peligro andante, que ve molinos por todos lados. En verso: Un negativo cierto, que no ha quedado resuelto. En prosa: Un riesgo de candidato presidencial, al que le importan los fines mas no los medios para lograrlos. Un Juan Manuel hasta ahora ilusionado con las mentirillas que el jefe le metió a la Merkel en Alemania, donde aseguró sin que nadie le preguntara, ni le entendiera, ni le importara, que no buscaría una segunda reelección. Un Santos acorralado entre un ministerio que ya le quedó pequeño y una candidatura presidencial que a estas alturas todavía le queda grande, pues al igual que al resto de uribistas, mientras Uribe siga siendo presidente y siga siendo candidato presidente, ellos no serán ni lo uno ni lo otro.

El partido de la U, un engendro de Juan Manuel Santos otrora con futuro, al que le llegó el porvenir y fue partido y repartido de mala manera, salió de atarantado a convalidar la aventurada perorata de su ex jefe. Tal vez para compensar a su patricio por haberle cortado el paso hace poco, negando la opción de que el presidente de la colectividad fuera a la vez candidato a la presidencia del país, una aspiración evidente de Juan Manuel, para matar dos cargos con un solo ministerio.

El pobre partido de la U, en el que ocho de los 23 fundadores están metidos hasta el tuétano en el proceso que lleva la Corte Suprema por su presunta relación con el paramilitarismo. Sus militantes sostuvieron una vez que era la «u» de la unidad, cuando todo el mundo sabía que era una «U» con mayúscula, lambona y oportunista, que se colgaba de un Uribe muy popular. Efímero partido que ahora quema sus últimos cartuchos defendiendo a sus jefes idos: a Carlos García Orjuela, de la Fiscalía, detenido desde el año pasado acusado de vínculos con las buenas almas que sabemos; a Luis Guillermo Giraldo, por cerril, que se enredó solo en las cuentas de su idea peregrina del referendo reeleccionista, y ahora a Juan Manuel de sí mismo, por mezquino y porque la ambición no deja de romperle el saco.

Santos de votos

Ecuador y Venezuela deberán prender velas para que este Santos se entretenga en los asuntos de su competencia, que son muchos, como ministro mandando tropas a Afganistán o la península del Sinaí, como candidato en su pelea de gallos con Germán Vargas Lleras, como ministro candidato prometiendo plata para carreteras y metiéndole el palo a la rueda de tantos, como jefe de partido deshaciéndose de sus principales colegas y seguidores, como fundador de fundaciones para el buen gobierno (un embeleco del que ya los Clinton ni se acuerdan), como dueño de medios tejiendo y destejiendo la red y haciendo alardes de perito en desinformación y despistes, o como asesor en presentaciones de Power Point.

Y los colombianos prendiéndolas y rogando que se solace en sus operaciones «Fénix», «Jaque» o «Libertad» (¿duradera?), asuma con dignidad la responsabilidad política de sus actos, haga a un lado las cajas de dinamita y apague los fósforos, y que, por Dios santo, no siga reduciendo la cantidad de pobres en el país a fuerza de aumentarlos en las fosas comunes. Causas inútiles, ya lo sabemos.

Con el Grupo Planeta de España adentro del periódico El Tiempo (el 55%), el mundo de antes ya no es el mismo. Aunque hay un subalterno en la dirección, también le rendirá a otros jefes, quienes además aseguran que fundamentan su filosofía en principios como la ética. Y tampoco está el hermano, Enrique, que se fue de «Contraescape», mejor dicho, de codirector a columnista. Un enredo para Juan Manuel, que en este campo le quedaría el refugio de una columna, si los socios pasan por alto lo de la moral, la ética y demás guarniciones.

A Juan Manuel, entonces, apenas le queda abierta la puerta de la política. Y aunque aquí no hay españoles ni asuntos de ética a la vista, sí queda muy poco del otro tiempo, el que no se mide en ediciones ni tirajes, sino en días y semanas. En Colombia, las carreras políticas están llenas de precipicios y los contendientes salen de los matojos de las encuestas. Juan Manuel lo sabe bien. Le quedará difícil repetir de ministro. Bastan tres ministerios seguidos a cuestas.

Juan Manuel no puede correr el riesgo de estar más años a la vera del camino, porque lo más probable es que se quede viendo un chispero. Es ahora o nunca. He ahí, no la cuestión, sino el riesgo. Porque cómo será Juan Manuel de peligroso, que los Estados Unidos lo ven con buenos ojos; los militares colombianos no quieren de ministro a otro que no sea él; la extrema derecha lo honra, y Pedro Carmona Estanga, el empresario bribón y golpista venezolano, que conspira contra el gobierno del presidente Chávez desde su asilo en Colombia, lo considera su amigo.

El lobo feroz ya se ha comido una buena parte de la abuelita y tiene ante sí el último chance de comerse la Caperucita presidencial. Ojos despiertos y oídos atentos. Que Santos no se resignará de nuevo a ser el motivo de un viejo chiste de salón, según el cual, en las encuestas, él siempre pierde frente al margen de error.

juanalbertosm.blogspot.com