El pasado día 20 de febrero, se cumplían 20 años de la puesta en marcha de la campaña de insumisión al Servicio Militar Obligatorio (smo) y a la Prestación Social Sustitutoria (pss). Ese mismo día de 1989, 57 jóvenes insumisos se presentaron ante las autoridades militares para hacer pública y patente su negativa a cumplir […]
El pasado día 20 de febrero, se cumplían 20 años de la puesta en marcha de la campaña de insumisión al Servicio Militar Obligatorio (smo) y a la Prestación Social Sustitutoria (pss). Ese mismo día de 1989, 57 jóvenes insumisos se presentaron ante las autoridades militares para hacer pública y patente su negativa a cumplir el smo o la pss. De esta forma, se daba comienzo a la última fase de la lucha emprendida unos años antes por varios colectivos antimilitaristas, por la abolición de la conscripción obligatoria, la mili, en lo que sería sin duda la mayor movilización basada en la desobediencia civil registrada en el Estado español y posiblemente una de las mayores de Europa hasta el momento.
El éxito de la insumisión fue arrollador. Poco más de 10 años después se acabó con la mili y con la PSS. Al finalizar la década de los 90, según algunas fuentes, fueron cerca de 50.000 los jóvenes que se declararon insumisos. A los que habría que sumar los cientos de miles que durante esa misma época se declararon objetores de conciencia. Llegó el momento en que iban menos jóvenes a la mili que los que no lo hacían. Algo impensable apenas unos años atrás (en 1985, el porcentaje de objetores en relación al contingente militar era de 1,85%. En el 2000, insumisos aparte, era del 112%).
El camino, como es sabido, no fue de rosas precisamente. Así lo atestiguan los más de 1.700 insumisos que recalaron en la cárcel (en 1998 todavía se cifraba en 70 los insumisos que permanecían en prisión, más otros 30 que fueron encarcelados posteriormente por practicar la insumisión dentro de los cuarteles), o las decenas de miles de juicios que congestionaron -un poco más- la justicia. También por el camino se quedaron los jóvenes Unai Salanueva y Enrique Mur, que se «suicidaron» cumpliendo penas de prisión, o la muerte de la joven salmantina, Virginia, muerta por atropello en una acción ante la prisión de Topas de esa misma ciudad.
Todo ello haciendo frente a los intentos de consolidar una PSS concebida como una mili civil. A varios cambios legales que supusieron paulatinos y sucesivos incrementos de penas de prisión y de sortear las tentativas de inhabilitación civil.
Y lo más sorprendente de todo ello. Que todo el proceso fue llevado a cabo y soportado por un puñado de organizaciones, que incluso en su momento de mayor esplendor, no pasaron de ser unos pocos cientos de militantes. Con unos recursos tan igualmente escasos como precarios.
Sin embargo a mí me gustaría en este artículo abordar otras cuestiones, que nos ayude a entender como fue posible que en poco más de una década el movimiento antimilitarista colocase a la institución más intocable del Estado español, al borde de un ataque de nervios -y otras cosas-.
El primero de ellos nos remite necesariamente al ejército español. O más concretamente a la enorme deslegitimación social que este sufría como consecuencia no sólo de su papel en el franquismo, también del que estuvo jugando en esos primeros años de transición, actuando de freno de mano constante a los anhelos de cambio democráticos. Durante esos primeros años, los sectores más ultras y reaccionarios del régimen cobijados en el ejército, utilizaron este como plataforma de presión para que las cosas no se «desmadraran», -y habría que reconocer que consiguieron algunos éxitos, de los que el artículo VIII de la Constitución es el más claro exponente-. El golpe de estado del 23-f, fue sin duda el acontecimiento más notorio y conocido, pero no fue ni el primero ni el último. Todavía unos años más tarde, se desmantelaba el último intento conocido, por los menos públicamente.
Este desprestigio del ejército, que era especialmente extendido en las entonces llamadas nacionalidades, fue recalando en el servicio militar, que pasó rápidamente, en el imaginario popular, de ser considerado socialmente un paso iniciático e inevitable a la edad adulta, a un descarado y abusivo secuestro civil. A ello contribuyeron, no poco, las condiciones deplorables en que esta se realizaba, los malos tratos, las humillaciones, las novatadas, los abusos de los mandos, que se hallaban detrás de los numerosos muertos y heridos, que ya no se pudieron ocultar bajo la alfombra cuando empezaron a hacerse públicos a través de los medios de comunicación.
El segundo llegó de la mano de la apertura democrática y las incipientes libertades, que permitieron que los aires provenientes de Europa en forma de los llamados «nuevos» movimientos sociales, recalasen por estas tierras, frente al paulatino decaimiento y posterior desaparición de las organizaciones políticas más radicales -salvo en el caso de Euskal Herria-.
Fue el auge del movimiento feminista y los planteamientos de género. Del ecologista y la lucha antinuclear. O del movimiento pacifista que para esta historia es sin duda el más interesante, y que genero un impresionante movimiento de masas en torno a sus campañas contra las bases militares americanas y el rechazo a la OTAN, y que a pesar de su derrota en el referéndum del año 86, abonó el terreno, sobre el que posteriormente se implantó el movimiento antimilitarista.
El tercer elemento, fue a mi entender, la irrupción en escena de una nueva generación juvenil, que si bien no había participado directamente en las luchas antifranquistas, habían vivido sus últimos coletazos, y mamado parte de la efervescencia que todavía perduraba en el ambiente. Una generación que estrenó algunas de las primeras libertades, incluida la rebaja de la mayoría de edad a los 18 años, que dirigió sus preocupaciones al ámbito de lo cercano y personal en un ambiente marcado por una crisis económica, la de los 80, que se cebó especialmente en ell@s. Fueron años de importante movilizaciones estudiantiles, del punk, el rock radical y las movidas alternativas, ocupas, radios libres, la legalización de las drogas, etc. Esto fue especialmente significativo en Euskal Herria, donde los grupos iniciales que alentaron el rechazo al servicio militar tuvieron su origen en estos colectivos vinculados por aquel entonces a las incipientes luchas por los Gastetxes, radios libres, etc, que a su vez constituyeron eficaces plataformas para ensanchar el espacio vital y constituyeron la primera base social del movimiento.
Junto con estos factores, me gustaría resaltar otra cuestión, cual fue la confluencia de diversos sectores muy alejados entre sí en lo ideológico, quienes constituyeron el grueso de la base organizativa del movimiento. Sectores cuya rápida evolución permitió esa convergencia.
Por un lado el fracaso de las experiencias «reformistas» en el servicio militar, tras las cuales se encontraban por norma general organizaciones juveniles de izquierda, y en menor medida la de otras organizaciones juveniles que contemplaban cambios en la mili, pero que sus organizaciones «mayores» ya instaladas en el poder se negaban a tocar. Los sindicatos y comités de soldados que habían protagonizado reivindicaciones en pos de la mejora de las condiciones de vida y por derechos democráticos dentro de los cuarteles desaparecieron merced a la represión que sufrieron y a la paulatina desaparición o decaimiento de las organizaciones que los sustentaban. Dichos cambios empezaron a producirse como consecuencia de la presión de la lucha antimilitarista, pero llegaron tarde y ya no pudieron frenar la estrategia de la abolición.
Por otro lado, la evolución del MOC (Movimiento de Objeción de Conciencia), que se formó en 1979 y que aglutinaba a los primeros objetores de conciencia «no» testigos de Jehová, minoritarios frente a estos. Estos primeros grupos surgidos de ambientes cristianos de base y ligados a la «no violencia», y que habían sido los primeros en objetar al servicio militar con el régimen todavía en funcionamiento, evolucionaron desde posiciones en las que se reivindicaba un servicio social alternativo a paulatinamente su rechazo a esta vía, máxime cuando se fueron agregando otros sectores provinentes de la esfera del anarquismo. El papel de esta organización fue clave, sobre todo en los primeros años, en el impulso de la estrategia de desobediencia, que culminó en la insumisión.
Por último, señalar la aparición en escena de pequeños grupos de jóvenes, ya mencionados anteriormente, que empezaban a ligar el «no a la mili», con otro tipo de reivindicaciones propias de la juventud de aquélla época. Estos grupos empezaron a cuestionar la mili – y al ejército- desde otros parámetros. Y comenzaron a realizar protestas y movilizaciones contra las tallas y los sorteos. La acción más sonada sin duda fue la que protagonizaron un grupo de jóvenes de Errentería que lograron boicotear la talla de los mozos en el ayuntamiento de la misma localidad, algo que no se había producido desde la época de la República. Este tipo de acciones se extendieron con rapidez, especialmente en Euskal Herria, pero no sólo, y arrancaron una de las primeras victorias, cuando el ejército dejó de acudir a los ayuntamientos para tal menester en el año 87. Estos grupos, variados y diversos en lo ideológico, adoptaron la Objeción de Conciencia como una forma útil para aglutinar el rechazo incipiente a la mili, y a diferencia del MOC, rehusaron la vertiente ideológica de la «no violencia». El rechazo del MOC a abrirse a este tipo de grupos por no compartir postulados ideológicos, conllevó a estos a crear los MILI KK y KAKITZAT (aunque el caso de la Coordinadora de grupos KAKITZAT de Gipuzkoa, fue un tanto especial, ya que fue la primera organización de este tipo en fundarse en el año 84, y estuvo coordinada con el MOC estatal hasta el año 89). Estos grupos que colaboraron con el MOC en diseñar la estrategia de la insumisión, aportaron esencialmente otras formas de movilización y otras formas de lucha que permitieron incorporar a un amplio espectro de sectores juveniles, a los que de otra forma los cerrados y muy ideologizados grupos del MOC no hubieran llegado.
Por último y para acabar, he comenzado este artículo con el recordatorio de una fecha. Lo acabaré con otra. La que a mi entender supuso el verdadero comienzo de la estrategia de desobediencia que culminó en la insumisión. El 15 de mayo de 1985. Fecha en la que 1700 objetores de conciencia, entregaron una declaración colectiva ante el CNOC ( tribunal creado por la ley para examinar a los objetores), rechazando la ley que acababa de aprobar el PSOE, rechazando al propio CNOC y sus atribuciones y a los servicios sociales que estos quisieron en primera instancia impulsar. Aquí empezó la carrera de fondo que culminó en el 2002, cuando los últimos reclutas abandonaron, definitivamente, los cuarteles.