Una respuesta, «avant la letre», al artículo de Jorge Edwards ayer en «El País»: http://www.elpais.com/articulo/opinion/Conversacion/Roma/elpepiopi/20090630elpepiopi_4/Tes/
1. La vía chilena como estrategia para el socialismo en Europa.
Sorprende observar como en los debates actuales, tanto en los políticos inmediatos, como en los balances sobre la actuación del PCE en la transición hasta su hundimiento electoral en 1982, se prescinde tanto de valorar como el fracaso de la Unidad Popular chilena influyó en la estrategia del PCE en los últimos años del franquismo, y sobretodo durante toda la transición. El cruento golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 que culminó con el asesinato del Presidente Salvador Allende, a la vez que con el genocidio de la izquierda chilena, supuso entre otras cosas que por primera vez se vieran cuales eran los límites en la práctica de la vía democrática al socialismo, vía que impulsada por el PCI los partidos comunistas occidentales se prestaban a seguir. Si bien es cierto que esta vía democrática teorizada principalmente por Santiago Carrillo y Enrico Berlinguer iba a abrir una acertada crítica a los países del este, también lo es que a la vez desembocaría en un enfrentamiento abierto con la extrema izquierda nacida al calor de 1968, que derivaría en una crítica radical de esta a la posición del PCE, del PCF y del PCI a partir de la segunda mitad de la década de los setenta del pasado siglo.
La pregunta que a uno le asalta al estudiar el proceso chileno y su influencia en Europa, es la siguiente: ¿fue Allende el precursor del eurocomunismo, y si lo fue por qué la dinámica del eurocomunismo no derivó en una estrategia abiertamente revolucionaria como en Chile?. Obviamente las respuestas son complejas y hay que ubicarlas en un contexto concreto como era el español, el francés o el italiano, con muchas similitudes pero también con grandes diferencias con el Chile de la UP.
La victoria de la candidatura de Salvador Allende en las presidenciales del 4 de octubre de 1970 con un ajustado 36’3% de los votos, frente al 34’8% del candidato de la derecha, Jorge de Alessandri, y el 27’8% de Eduardo Frei por la DC, fue el inicio de un tortuoso camino por parte de la izquierda chilena para demostrar la posibilidad de construir el socialismo respetando la legalidad constitucional burguesa. Como el mismo Salvador Allende dijo el 24 de enero de 1973: «Como Jefe de Estado, cumpliré con mi suprema obligación para que Chile no se vea amenazado en sus instituciones básicas. Como primer responsable de la suerte de la Revolución que el pueblo está llevando a cabo, haré uso de todas las facultades que la Constitución me otorga para que nuestra nación prosiga en su ruta de progreso con seguridad y en paz» [1] . Queda claro en estas palabras de Allende, así como en las medidas económicas y los pasos políticos dados por la UP, que la construcción del socialismo se realizaría en pluralismo, democracia y libertad, rechazando al mismo tiempo, tanto el interrumpir el proceso revolucionario como la quiebra de la institucionalidad parlamentaria.
El sangriento golpe de Estado de la mañana del 11 de septiembre de 1973, provocará la brusca interrupción del sueño socialista chileno y tendrá unos efectos inmediatos en el debate de la izquierda europea de los setenta, pero sobre todo y eso será lo más destacado, supondrá cambios en las estrategias de los partidos socialistas y comunistas europeos, así como de buena parte de la extrema izquierda.
Antes de proceder a estudiar que análisis hizo el PCE al respecto, es importante tener en cuenta algo que al parecer no se ha valorado demasiado por los comunistas occidentales, esto es la especificidad chilena. Y es que al ser Chile el país latinoamericano con mayor tradición democrática burguesa, las líneas políticas de comunistas y socialistas se habían adaptado a dichas circunstancias, ambos habían puesto en práctica una unidad de acción desde 1952 presentando candidaturas conjuntas a las elecciones legislativas y municipales, siendo el doctor Allende candidato a la Presidencia desde dicho año hasta su victoria en 1970. Esto implicaba que tanto socialistas como comunistas se habían unido a las capas populares chilenas en una lucha democrática por la construcción del socialismo, a la vez que la unidad obrera en un único sindicato (la Central Única de Trabajadores) ayudaba a la consecución inmediata de mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores chilenos. Esta unidad y compromiso revolucionario de comunistas y socialistas, así como el enorme carisma del Presidente Allende, provocaron que experiencias que propagaban el foquismo guerrillero como el MIR no inquietaran a la solidez organizativa de ambos partidos.
La realidad europea y más aún la española eran más complejas que la chilena, y sobretodo mostraban un panorama político de claras diferencias. La primera y principal era que los partidos socialistas europeos estaban a años luz de las tesis revolucionarias del Secretario General del PSCh, Carlos Altamirano, y como se verá, al año siguiente en Portugal después de la Revolución de los claveles, estos jugaran un papel de asentamiento de la democracia política y social, pero consolidando una sólida base económicamente capitalista. Hay que tener presente que si bien la teoría de los PP.SS había sido cuanto menos confusa, desde que el SPD optó por la renuncia del marxismo cualquier vía democrática al socialismo parecía contar sólo con la participación de los PP.CC, contestados a su vez por una extrema izquierda poderosa en el movimiento estudiantil y en el mundo de la cultura, que afirmaban que la única vía era la sublevación popular, eso sí, sin que hubiera mucho consenso en como debía hacerse ésta. De hecho, parecía que el objetivo de estos grupos era más bien cercenar las bases de apoyo de los PP.CC, o caer en el crimen político como las Brigadas Rojas italianas o la Fracción del Ejercito Rojo alemán.
2. El pensamiento político de Salvador Allende: paralelismos con los Partidos Comunistas de Europa Occidental.
Es necesario conocer de primera mano cual era el proyecto socialista de la Unidad Popular chilena, cuya evolución estaba estrechamente relacionada con el pensamiento original de su figura principal: Salvador Allende. Dicho pensamiento nos permitirá de una forma más fehaciente comprobar como en los años setenta las vías democráticas al Socialismo tenían coincidencias más allá de las fronteras nacionales, lo que sin duda encerraba los aspectos positivos y negativos de la misma.
El largo recorrido de la izquierda chilena para alcanzar el Palacio de la Moneda está estrechamente relacionado con la vida política de Salvador Allende, de tal forma que no es exagerado decir que Allende no sólo era el símbolo de la revolución chilena, era también su máximo teórico.
Para Allende la construcción del socialismo en Chile debía de hacerse en «pluralismo, democracia y libertad», objetivo este que se convirtió en casi una obsesión para él, y que sin duda explica su determinación de morir en la sede de la democracia chilena: el Palacio de la Moneda. Así en el discurso de la victoria, Salvador Allende expresaba su claro compromiso democrático al afirmar: » Desde aquí declaro, solemnemente, que respetaré los derechos de todos los chilenos. Pero también declaro, y quiero que lo sepan definitivamente, que al llegar a La Moneda, y siendo el pueblo Gobierno, cumpliremos el compromiso histórico que hemos contraído, de convertir en realidad el programa de la UP» [2] . Y continuaba afirmando «Hemos triunfado para derrotar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una seria y profunda reforma agraria, para controlar el comercio de importación y exportación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo» [3] . Vemos pues como desde el primer día de la victoria, Allende tenía clara dos cuestiones fundamentales: la primera que nadie pusiera en cuestión su respeto escrupuloso a la legalidad vigente, y segundo que ello lo hacía porque estaba convencido que sólo desde ese respeto se podrían abrir las alamedas del socialismo.
La influencia personal de Allende en la estrategia de la izquierda chilena se puede comprobar en las llamadas a la responsabilidad revolucionaria y en el hecho de no caer en los sueños infantilistas de la extrema izquierda durante los mil días del Gobierno popular. Estos llamamientos no sólo los dirigía a la extrema izquierda del MIR, sino también los realizó en los duros debates en el seno de su propio partido, el socialista, cuya dirección fue cayendo progresivamente en un izquierdismo que lo alejaba de su colaboración con el Gobierno. Realmente fue el Partido Comunista de Chile, y no el socialista, el mayor apoyo político de Allende, y sobretodo la madura conciencia de clase de los trabajadores organizados en la Central Única de Trabajadores (CUT). Con ello queda claro que si el socialismo tuvo una vía democrática fue por la coincidencia del Partido Comunista de Chile (segunda fuerza política de la izquierda de Chile) con la estrategia de Allende y el apoyo resuelto de la CUT.
La visión que Salvador Allende tenía del Estado y de las responsabilidades de Gobierno, aún partiendo del marxismo, no eran en absoluto cerradas sino más bien una relectura de cómo un gobierno revolucionario puede ir cambiando la fisonomía del Estado eliminando su sentido de clase y oligárquico. Esta visión allendista del Estado tendrá una gran influencia en la estrategia eurocomunista. El mismo Salvador Allende la expresaba así refiriéndose al Informe Político presentado por a dirección del PSCh en el Pleno nacional del Partido el 18 de marzo de 1972: «El Informe incurre en la total identificación del contenido de clase de la institucionalidad, por un lado, y el origen histórico de esta última. Es una posición tajante que, al ser formulada en forma absoluta niega o desconoce la sutil complejidad del problema. Es cierto que un régimen institucional es el producto de un orden social determinado, pero lo institucional no sólo encuentra su sentido de clase en su génesis histórica, sino, sobre todo, en la fuerza social que en un momento concreto y específico informa de su funcionamiento, lo está utilizando y orientado» [4] . Y refiriéndose a la simplificación de los análisis, continua diciendo: «Porque semejante afirmación, correcta en su sentido último y aplicable a otros Estados capitalistas, resulta primaria y simplista en el Chile de hoy, hasta el extremo de producir tal confusión que es capaz de perturbar toda la acción política del Gobierno. Porque sencillamente, la burocracia y el aparato represivo de nuestro Estado dependen actualmente del Gobierno Popular, del Gobierno de los trabajadores, y no de la burguesía» [5] .
Por lo tanto, Allende aconseja a su propio Partido que no dé saltos en el vacio, que reduzca su fraseología revolucionaria centrada en quebrar la legalidad vigente, cuando para Allende esa legalidad está en esos momentos en manos del pueblo chileno y que se centre en lo que realmente le urge al pueblo de Chile, esto es, conquistar democráticamente el parlamento: «La tarea del momento es conquistar el Parlamento. Ese es el camino más corto hacia el cambio cualitativo del aparato del Estado. El nuestro es un régimen institucional que reposa en el principio de legalidad. Transformar la legalidad significa transformar el régimen institucional. Y ello depende, ni más ni menos, de que el pueblo confíe a los partidos que representan sus intereses la mayoría del Parlamento [6] .
A lo largo de la etapa de Gobierno de Allende observamos como es una constante suya que pasara lo que pasara no renunciara a su profunda convicción de que el capitalismo puede ser superado de forma no violenta, democrática y a través de sus propias instituciones que Allende no considera inmutables en el tiempo, sino que al contrario pueden transformarse desde dentro con la victoria de los trabajadores en las urnas. Lo novedoso de esta reflexión de Allende es su defensa teórica, ya que en la práctica en todos aquellos países donde la legalidad burguesa había derivado en una legalidad más o menos democrática, los partidos de izquierdas ya ponían en práctica lo anteriormente formulado por Salvador Allende. Por eso, de la teoría y la práctica de la UP beberán los PP.CC occidentales en su estrategia, no sólo para la consecución del socialismo, sino para frenar la posibilidad de un Golpe de Estado contrarrevolucionario.
Lo que resulta obvio, es que con la defensa y la asunción como propios de los derechos civiles, la alternativa socialista está dando un salto de gigante que le puede permitir representar no sólo los derechos de la clase trabajadora, sino también de otras capas sociales que pueden verse representadas en esa defensa de la democracia y la libertad. En cierta forma, y como veremos más adelante, fue precisamente la lucha antifascista en defensa de la democracia lo que convirtió al PCE, y sobretodo al PCI al PCF en los partidos democráticos por excelencia, de ahí su abierto compromiso con las repúblicas nacidas del antifascismo y su desconfianza hacia los mensajes de la extrema izquierda. Algo similar le pasó a Salvador Allende respecto al giro de una parte de la dirección del PSCh. No que hay que olvidar que Salvador Allende defendía su vía democrática para Chile, siendo no sólo respetuoso sino defensor acérrimo de otros procesos revolucionarios como el cubano y los derivados de la teoría Guevariana del foquismo.
Estas características del sistema político chileno, tan similares en muchos aspectos a los países de la Europa occidental, dieron a Salvador Allende una concepción del marxismo muy concreta que él asimilaba al humanismo, en el cual igualdad y libertad eran dos conceptos no contradictorios, conceptos estos que debían conjugarse en todo proceso revolucionario. Así definía Allende el socialismo: «El régimen socialista representa una sociedad sin clases, la socialización de los medios de producción y de cambio, manteniendo la propiedad privada sólo para los bienes de uso y consumo. Esta producción del sistema socialista está planificada con fines de uso y consumo. Esta producción del sistema socialista está planificada con fines de uso y no de lucro, y los productos se distribuyen de acuerdo con la cantidad de trabajo prestado. De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad. Es a través de esta sociedad como el socialismo pretende dar su máxima expresión a la libertad y al respeto del individuo. La libertad consagrada formalmente, pero sin estar acompañada de la posibilidad de gozarla en toda su amplitud, de poco vale. La libertad en el socialismo es plena e integral. Poco significa el reconocimiento de la igualad si el ser humano nace y vive en un mundo que lo condena a sufrir las limitaciones que derivan de su origen social, de su posición económica, de su impotencia para tener acceso a la cultura, etcétera. El socialismo está impregnado de un hondo sentido humanista [7] «.
Al mismo tiempo, Salvador Allende era consciente que su vía no tenía precedentes, no tanto por su novedad (esta ya era una práctica de la izquierda occidental en la oposición), sino porque se había llegado al gobierno y podía iniciar su revolución en pluralismo, democracia y libertad. Cuando Allende hablaba del socialismo en pluralismo y libertad afirmaba lo siguiente: «La tarea es de complejidad extraordinaria porque no hay precedente en que podamos inspirarnos. Pisamos un camino nuevo; apenas teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas-particularmente el humanismo marxista- y teniendo como norte el proyecto de la sociedad que deseamos, inspirada en los anhelos más hondamente enraizados en el pueblo chileno [8] «. Pero a pesar de la novedad de la vía chilena, la estrategia de la UP era clara desde el principio y así lo manifestaba el mismo Presidente: «Nuestro programa de gobierno se ha comprometido a realizar su obra revolucionaria respetando el Estado de Derecho. No es un simple compromiso formal, sino el reconocimiento explícito de que el principio de legalidad y el orden institucional son consustanciales a un régimen socialista» y todo ello debido a que según sus palabras»las libertades políticas son una conquista del pueblo en el penoso camino por su emancipación. Son parte de lo que hay de positivo en el periodo histórico que dejamos atrás. Y, por lo tanto, deben de permanecer. De ahí también nuestro respeto por la libertad de conciencia y de todos los credos [9] «.
Pero sería un craso error pensar que Allende quería mantener las instituciones burguesas de manera inalterada. Nada más lejos de la realidad. La victoria de la Unidad Popular abría una fase cuyo objetivo era ir más allá de la democracia formal, creando lo que se llamó Poder Popular, fase que está marcando hoy en día la estrategia latinoamericana del socialismo del Siglo XXI. Pero además, Allende abrazaba la idea de que era absolutamente necesario iniciar a medio plazo un proceso constituyente que elaborara una nueva Constitución. Esta debía recoger todo lo conquistado desde el triunfo de la UP y servir de bagaje para el futuro socialista chileno, lo cual demuestra lo avanzado y conocedor del entorno que era Allende, así afirmaba que «en un momento oportuno, someteremos a la voluntad soberana del pueblo la necesidad de reemplazar la actual Constitución e fundamento liberal, por una Constitución de orientación socialista. Y el sistema bicameral en funciones, por la Cámara Única [10] «.
La apuesta inequívoca de Salvador Allende por una transformación socialista del sistema capitalista desde el seno del sistema fue permanente hasta el final de la Unidad Popular. Dicha apuesta es nítida en el tercer Informe de Gobierno del 21 de mayo de 1973, donde Allende en referencia a las elecciones parlamentarias afirma: «Las elecciones parlamentarias del 4 de marzo han demostrado, igualmente, algo que desespera y obnubila a algunos de nuestros adversarios: el funcionamiento regular de los mecanismos político-institucionales a través de los cuales se expresa la voluntad popular. Contrariando los designios de quienes no han cesado en sus intentos de destruirlos, porque veían en las elecciones «una meta sin destino», la jornada del 4 de marzo fue una clara manifestación de defensa del régimen democrático». Y concluye «El 4 de marzo ha sido reafirmada la vía chilena al socialismo [11]».
Destacar que en Chile el proceso de la unidad de la izquierda también tendió los puentes necesarios entre el marxismo y el mundo cristiano de una forma muy similar al diálogo que en Italia ya impulsara Palmiro Togliatti en el marco de la lucha antifascista. Además en el caso de Allende, no sólo había un respeto a todas las confesiones religiosas, sino el reconocimiento de una realidad social marcada por una gran penetración en amplias filas de la izquierda chilena de una visión emancipadora del Evangelio de Jesucristo. Así Allende, en referencia al Te Deum Ecuménico realizado en la Catedral de Santiago y solicitado por él mismo en el marco de la transmisión del mando presidencial, afirmaba: «Las palabras del Cardenal de la Iglesia chilena demuestran cómo nuestra Iglesia se coloca en la lucha de los hombres frente a los necesitados y los humildes, haciendo realidad el Evangelio de Cristo. Puede afirmarle, con la actitud de toda una vida y no sólo la mía personal, sino la de los partidos que forman la vanguardia del movimiento popular, que nunca hemos incursionado con un dogma intransigente en el derecho de cada cual de tener la creencia que más avenga con su ser íntimo, y que esta la mantendremos [12] «.
Se puede constatar pues, la gran coincidencia de lo propuesto por la Unidad Popular y Salvador Allende con lo que más adelante se llamará el eurocomunismo. Veamos ahora la coincidencia de lo propuesto por el eurocomunismo con lo llevado a cabo en Chile y sobre todo la terrible lección del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
3. El proceso chileno en España e Italia
El asesinato de Allende y la dura represión abierta contra la izquierda chilena fueron analizadas con detenimiento por la izquierda europea y española. Así para los PP.SS lo ocurrido en Chile certifica en la práctica la imposibilidad real del socialismo como alternativa y que la única salida es la lucha a corto plazo asentando los Estados de derecho social y democráticos que a través de políticas económicas keynesianas permita mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, sin cuestionar en ningún momento el status quo capitalista e imperialista. Para la extrema izquierda, la experiencia chilena demuestra que sólo con la insurrección armada del pueblo se pueden producir procesos revolucionarios, que tengan como objetivo la destrucción del Estado burgués y su sustitución por uno nueva de base obrera produciéndose una reafirmación en la necesidad de la etapa de la dictadura del proletariado.
Son los PP.CC los que hacen una lectura mucha más compleja, que además en el caso del PCE, el PCF y del PCI derivará en una nueva concepción de la estrategia socialista que acuñarán con el polémico nombre de eurocomunismo. Hay que tener en cuenta que en estos países en 1973, sobretodo en España e Italia, la presencia socialista era prácticamente simbólica: en Italia por la clara hegemonía del PCI en el movimiento obrero y en el conjunto de la sociedad italiana, y en España porque la práctica desaparición del PSOE después de la guerra civil, confería al PCE un claro papel protagonista en la lucha contra Franco.
La práctica totalidad de los análisis que el PCE hizo del devenir de la UP chilena, así como del trágico final de Allende fueron todos en la misma línea, siendo el Secretario General Santiago Carrillo el que fijó la posición que más se negaba a evitar que el fracaso chileno supusiera un cuestionamiento de la misma estrategia que el PCE había iniciado con la política de la Reconciliación Nacional así como del Pacto para la Libertad. Como cita Jesús Sánchez Rodríguez en su obra «Teoría y practica democrática en el PCE 1956-1982», Carrillo establece cuatro reflexiones sobre el proceso socialista chileno: «La imposibilidad de quemar las etapas, lo que entraña, por un lado, evitar toda fuga adelante, toda impaciencia». La segunda tiene que ver con el tema de las alianzas, haciendo hincapié en la «importancia esencial de los aliados, la necesidad de evitar a toda costa el aislamiento de la vanguardia». La tercera, está relacionada con el análisis del poder auténtico «no reside en el gobierno y en la institución legislativa, sino en la naturaleza del aparato del Estado». La cuarta y última reflexión sobre la experiencia chilena, es una consecuencia también mencionada, a veces por Carrillo como una eventualidad no descartable en el proceso de transición al socialismo, la necesidad del empleo de la violencia, distinguiendo en evitar, «la confusión entre vía democrática y vía pacífica. Por la vía más democrática imaginable no puede excluirse, de ningún modo momentos de violencia provocados por la reacción frente a los que hay que oponer la fuerza, en interés de la revolución y de la democracia misma». [13]
A la vez Santiago Carrillo afirma que antes que caer víctima de un Golpe de Estado, el Gobierno socialista tendrá que retirarse a tiempo. En esto coincide con el análisis que hizo el PCI de la mano de su Secretario General Enrico Berlinguer, sobre lo acontecido en Chile que le permite trazar cuales son las diversas fases del movimiento obrero: «En general el camino del movimiento obrero, cualesquiera que sean las formas de lucha, nunca ha sido ni puede ser un ascenso ininterrumpido. Siempre hay altos y bajos, fases de avance a las que siguen fases en las que la tarea consiste en consolidar las conquistas alcanzadas, o incluso fases en que hace falta saber ejecutar una retirada para evitar la derrota, para recuperar fuerzas y para preparar las condiciones para reemprender el camino hacia adelante» [14] . Es así como el PCI sin renunciar al socialismo, aparcará temporalmente la construcción del mismo en beneficio de un gobierno de unidad democrática con el ala izquierda de la DC, centrando todos sus esfuerzos en estos objetivos ampliando al máximo los aliados de la clase obrera con el objetivo de evitar a toda costa un golpe reaccionario contra la I República Italiana que derivaría en una masacre de la izquierda.
4. El eurocomunismo: ¿la vía chilena en Europa occidental?
Hasta que punto se ha solido confundir la teoría eurocomunista con las prácticas políticas e los partidos comunistas occidentales nos lo da, sin duda alguna, como en cada país este concepto sirvió como acomodo teórico a las direcciones para explicar a su militancia el porqué de determinadas decisiones, muchas de ellas bastante contradictorias con el objetivo último del eurocomunismo: la construcción democrática de un mundo sin clases. Así el eurocomunismo sirvió en Italia como base del Compromiso Histórico con la Democracia Cristiana; en España como justificación del pacto con los exfranquistas como único medio para la liquidación de la Dictadura; y en Francia como herramienta para la coalición con el PSF y la redacción del programa común de la izquierda.
Lo cierto es que la denominación de eurocomunismo fue fruto de un titular de prensa, para definir las tácticas de alejamiento de la URSS por parte de los principales partidos comunistas de Europa occidental. Estos últimos preferían hablar de vías nacionales o democráticas al socialismo, por cierto denominaciones anteriores a los años 70, de democracias avanzadas, etc. Por tanto, no es de extrañar que las direcciones comunistas buscaran en el pasado la base teórica del presente, para demostrar así que la actual estrategia política, lejos de ser una ruptura con la base marxista revolucionaria era una continuidad con la misma, actualizada eso sí.
En tanto que la pauta venía marcada por el PCI, éste vio el eurocomunismo como la prolongación lógica de lo que se denominaba como la estrategia política gramsciana. De hecho, Antonio Gramsci, denominado por muchos como el Lenin de occidente, elaboró un acertado análisis del fracaso de la revolución en occidente y del futuro de la clase obrera europea en general e italiana en particular. En, grosso modo, el ideario político gramsciano consistía en: «a)La peculariedad de occidente impide repetir miméticamente el modelo bolchevique de revolución; b)La acción política más correcta y eficaz es multiplicar las guerras de posición hasta que la acumulación de estas haga posible desencadenar una guerra de movimiento; c)Hay que priorizar la lucha política en la sociedad civil que constituye la base del Estado capitalista moderno como Estado alargado; d)La conquista de los aparatos de hegemonía, en los que se condensa el poder molecular del sistema, es imprescindible para provocar la crisis orgánica de hegemonía del sistema capitalista, por eso hay que ser dirigente antes que dominante; e)La realización de la revolución en occidente requiere el desarrollo de una reforma intelectual y moral y la creación de una voluntad colectiva basad en el consenso activo; f) La lucha política en occidente aboca a una larga marcha con diversas relaciones de fuerza económico-corporativas, ético-política, político-militares y técnico militares, pues la acumulación de hegemonía será la que llevará a la ruptura revolucionaria; g)La finalidad de la revolución en occidente no es la construcción de un Estado de la clase obrera ni la colectivización de la economía, sino la creación de la sociedad regulada» [15] .
¿Hasta qué punto el eurocomunismo es realmente deudor de las tesis de Antonio Gramsci?. Básicamente, por no decir exclusivamente, en el reconocimiento de la imposibilidad real de realizar una transformación socialista de occidente siguiendo el modelo soviético. Es importante destacar que las coincidencias con Gramsci se fuerzan más en Italia, por razones obvias que en España y sobretodo en Francia, donde el eurocomunismo es presentado, sobretodo, como la actualización de la estrategia democrática de frentes populares antifascistas de los años treinta, y la asunción de las vías democráticas como las únicas posibles para la construcción del socialismo, en la línea de Allende como hemos visto. Este mismo análisis es el que la izquierda realizó desde la constitución del Gobierno de Aguirre Cerda a finales de los años treinta, durante los cuales se desarrolló una estrategia mimética a la de los Frentes Populares de Francia y España y en la que Allende empezó a la cabeza del Ministerio de Sanidad. Esta experiencia marcará a Salvador Allende hasta sus últimos momentos.
Aún así, en tanto que invento mediático, no se realizó nunca una definición oficial del término eurocomunismo, y quién más se atrevió a teorizar sobre él fue Santiago Carrillo en su libro «Eurocomunismo y Estado». Pero es importante resaltar como las direcciones de los tres partidos comunistas más importantes de la Europa occidental dejaban clara su voluntad de construir el socialismo en Europa con una características muy concretas alejadas del modelo soviético. Veamos pues la Declaración conjunta del PCE y del PCI de julio de 1975 en la cual ambos partidos afirmaban que: «El socialismo puede afirmarse solamente en nuestros países, a través del desarrollo y de la plena actividad democrática. Esto tiene como base la afirmación del valor de las libertades personales y colectivas y de su garantía, la no oficialización de una ideología de Estado, de su articulación democrática, de la pluralidad de partidos en una dialéctica libre, de la autonomía sindical, de las libertades religiosas, de la libertad de expresión, de la cultura, del arte y de las ciencias. En el terreno económico, una solución socialista está llamada a asegurar un gran desarrollo productivo, a través de una planificación democrática que potencie la coexistencia de distintas formas de iniciativa y de gestión pública y privada» [16] .
La mayor similitud, por tanto, entre el pensamiento y la práctica de Allende con el eurocomunismo es sin lugar a dudas la reafirmación en las vías nacionales al socialismo (idea fuerza de Togliatti en el memorial de Yalta), las cuales al partir del análisis marxista de la realidad concreta, permiten justificar el asentamiento teórico de lo que ya eran unas prácticas desde los años de la lucha antifascista. Además el contexto nacional permitía justificar (a veces de una forma forzada y un tanto demagógica) los giros y quiebros que las direcciones de los PP.CC debían hacer en el marco de unas democracias capitalistas. Y sin lugar a dudas la gran diferencia era la estrategia, como hemos visto anteriormente, en el que se movían los PP.SS, los cuáles a pesar de mantener alguno de ellos (los de los países mediterráneos basicamente) una cierta retórica marxista, su práctica tan reformista les hacía huir de pactos estables con los comunistas. Así, es importante destacar que en Europa fue del todo imposible crear coaliciones entre socialistas y comunistas, a excepción de Francia con la firma del Programa Común entre el PCF y el PSF. Esta clara renuncia de la socialdemocracia europea a la transformación revolucionaria le hacía estar más cerca de los partidos liberales o democristianos que de los comunistas, lo cual lastraba de forma casi definitiva el proyecto de una vía democrática al socialismo.
No es de extrañar, por tanto, que con el precedente del final sangriento de la UP chilena y el aislamiento de los PP.CC, las direcciones del PCE y sobretodo la del PCI establecieran prácticas que les blindaran ante la posibilidad cierta de un Golpe de Estado, a la vez que intentaban ajustar su organización a los profundos cambios que el inicio del fin del modelo fordista comenzaba a crear en el seno de la clase trabajadora. Si se logró o no (y es evidente que no) es objeto de otro estudio.
Lo que si que está claro es que las estrategias políticas de comunistas españoles e italianos quedaron marcadas por la experiencia chilena y su sangriento final. El Golpe del 11 de septiembre dejaba claro que la burguesía y el imperialismo opondrían una dura resistencia para dejarse arrebatar su mundo de privilegios y beneficios. El Compromiso histórico del PCI o la renuncia a la ruptura democrática con el tardofranquismo por el PCE, tienen que ver más con la experiencia chilena de lo que generalmente se admite, e incluso más que con renuncias o moderaciones motivadas por una aproximación a la socialdemocracia. De hecho, Berlinguer deja claro que aunque las fuerzas populares consiguieran el 51% en las elecciones, ello no sería suficiente para evitar el aislamiento de la clase obrera. Por tanto, será necesario que la DC cambie de estrategia y se acerque al PCI para defender los derechos constitucionales, lo que permitirá al PCI construir una alternativa democrática y no de una de izquierdas. Lo mismo podríamos decir de los acuerdos del PCE con el Gobierno de Suárez, y sus continuos llamamientos al Gobiernos de concentración nacional. Esto que fue duramente criticado por la extrema izquierda en la época, permitió no solamente conjurar el peligro de Golpe de Estado (sobretodo a Italia), sino también a no renunciar a introducir en la sociedad lo que Enrico Berlinguer llamaba elementos de socialismo.
Si observamos los últimos pasos dados por Allende y el Partido Comunista Chileno antes del Golpe (desesperado intento de diálogo con la DC; entrada de militares leales en el Gobierno, etc.), vemos como Allende, en cierta forma, también ensayó algo muy parecido a lo que posteriormente se denominaría Compromiso Histórico o Gobierno de concentración nacional.
Desgraciadamente, las balas asesinas del ejercito chileno por un lado y las crisis en las que entraron los partidos comunistas por otro, no permitieron comprobar si esta vía podía realizarse y durante muchos años quedó enterrada por unos y por otros. Por suerte, las victorias electorales de una izquierda plural en una mayoría creciente de los países de Latinoamérica han resucitado el mensaje y la estrategia de una vía democrática al socialismo como la más factible. Y lo más importante, han vuelto a situar la figura de Salvador Allende como referente obligatorio en cualquier debate de la izquierda sobre el socialismo del siglo XXI.
– Este artículo aparece en el nº 219 de Utopías / Nuestra Bandera (revista teórica del PCE), dedicado de manera monográfica a Salvador Allende.
– Amadeu Sanchis i Labiós es el secretario de Cultura del PCE y coordinador de EUPV en la ciudad de Valencia.
[1] GARCÉS, Joan Enric. El Estado y los problemas tácticos en el gobierno de Allende. Siglo XXI editores, 1974, Pág. 68.
[2] QUIROGA Patricio. Salvador Allende. Obras escogidas. Editorial Crítica, 1989. Página 56.
[3] QUIROGA Patricio. Salvador Allende. Obras escogidas. Íbid ant.
[4] QUIROGA, Patricio. Salvador Allende. Obras escogidas. Pág 159. ibid ant.
[5] QUIROGA Patricio. Salvador Allende. Obras escogidas. Íbid ant.
[6] QUIROGA, Patricio. Salvador Allende. Obras escogidas. Pág 166. Íd ant.
[7] VV.AA. Salvador Allende en el umbral del siglo XXI. Editorial Plaza & Janés, Editores, Méjico, 1998. Páginas 40 y 41.
[8] VV.AA. Salvador Allende en el umbral del siglo XXI. Página 61. Íbid ant.
[9] VV.AA. Salvador Allende en el umbral del siglo XXI. Pág 65. Íbid ant.
[10] VV.AA. Salvador Allende en el umbral del siglo XXI. Ibid ant.
[11] VV.AA. Salvador Allende en el umbral del siglo XXI. Pág 93. Íbid ant.
[12] VV.AA. Salvador Allende en el umbral del siglo XX. Pág 104. Íbid ant.
[13] SÁNCHEZ RODRÍGUEZ, Jesús. Teoría y práctica democrática en el PCE (1956-1982). Ed: Fundación de Investigaciones Marxistas, 2004, pág 179.
[14] BERLINGUER, Enrico. Gobierno de unidad democrática y compromiso histórico. Discursos 1969-1976. Editorial Ayuso. Madrid 1977, pág 137.
[15] VV.AA. Díaz Salazar,Rafael. Gramsci, el internacionalismo y la izquierda europea. VV.AA. Gramsci y la Izquierda Europea. Ed Fundación de Investigaciones Marxistas. Madrid 1992. Pág. 28.
[16] SÁNCHEZ RODRÍGUEZ, Jesús. Teoría y practica democrática en el PCE, 1956-1982. op.cit pág 196.