Los acontecimientos como materia prima del periodismo en Colombia, abundan. Y esto que en casi toda actividad es eminente ventaja, en una profesión intelectual como la periodística resulta un problema porque tanto el reportero, como el columnista y el editorialista, viven contra el tiempo. Especialmente en los campos del análisis de prensa, los columnistas y […]
Los acontecimientos como materia prima del periodismo en Colombia, abundan. Y esto que en casi toda actividad es eminente ventaja, en una profesión intelectual como la periodística resulta un problema porque tanto el reportero, como el columnista y el editorialista, viven contra el tiempo.
Especialmente en los campos del análisis de prensa, los columnistas y editorialistas requieren de prudente tiempo para investigar un tema; sopesarlo, pulirlo y presentarlo en orden a cumplir, con la mayor exigencia, eso de la sindéresis y la sintaxis.
Por eso me llamó la atención el ex magistrado de la Corte Constitucional, Jorge Arango Mejía, cuando se refiere en la columna que le publica el diario El Mundo de Medellín, a «Los debates que no se hacen», y pone como ejemplo la base militar que arteramente viene implementando en Colombia, Estados Unidos, en reemplazo de la de Manta en Ecuador que tiene que desmantelar por disposición del gobierno de Correa, que en este campo quiere hacer respetar, y con todo derecho, la soberanía nacional.
Entiendo que el ex magistrado se refiere al hecho en sí de que los debates nacionales no se profundicen hasta no esclarecer las dudas que en los mismos se plantean, que sería lo ideal y, por demás, la función esencial de la prensa.
Pero resulta muy difícil, al menos en Colombia, en donde los acontecimientos se atropellan, uno tapando al otro.
Forzosamente, quiero decirlo de una vez, el periodismo en Colombia es, y tiene que ser superficial por fuerza de las circunstancias. Profundizar los temas en el país significaría darle la espalda a acontecimientos subsiguientes que si el analista no los aboca de inmediato, no sólo pierde actualidad sino audiencia. A veces nos despachamos en una misma columna con un salpicón de «temas pendientes», como los tengo archivados en mi computador, como para indicar a los lectores que sabemos de todos los asuntos, pero nos resulta imposible detenernos en alguno en particular.
Ahora mismo pienso que estoy perdiendo el tiempo ocupándome de esto cuando debiera estar analizando qué puede pasar en Honduras con el regreso de Zelaya, y si los acontecimientos violentos que su retorno puedan suscitar se justifican o no; o si resultan prudentes las agresivas manifestaciones del presidente Chávez que, quién lo duda, son una evidente intervención en los asuntos internos de ese país, pues, no se circunscriben al reconocimiento de un gobierno democrático irregularmente sustituido sino que le agrega provocadores juicios de valor. Es como cuando, por apoyar al candidato presidencial Ollanta en Perú, atacó de tal forma a Alan García que terminó siendo elegido por un falso nacionalismo con las consecuencias presentes.
Algo parecido nos puede pasar con el tema de la detención del ex ministro Juan Manuel Santos ordenada por un juez ecuatoriano. Nadie mejor que ese juez le anda haciendo campaña al nefasto ex ministro. Si hoy fueran las elecciones, podría mandar a hacer la banda presidencial.
He visto que le hemos bajado atención a la crisis económica y financiera de Estados unidos y, por ende, tampoco andamos hurgando mucho en la situación colombiana, salvo algunos ex ministros de Hacienda que aprovechan para despercudirse algunas manchas.
En Colombia, acontecimientos tan macabros como la entrega de un guerrillero al Ejército con la mano sangrante de su jefe al que había matado como prueba de su arrepentimiento, ya no es noticia. Ya no sabemos al fin cuánta plata le dieron, si fue indultado y en dónde vive. Como tampoco hemos vuelto a saber qué resultados le está aportando al proceso de paz en Colombia la designación de una tenebrosa guerrillera, Karina, conquistada por la «seguridad democrática» como gestora de paz.
En la prensa nacional se registró hace poco que el rector reelegido de la Universidad Industrial de Santander (UIS), realizó presunta alianza con los paramilitares de las Águilas Negras para asear al centro docente de estudiantes revoltosos. Hoy, al dejar de ser noticia del día, sólo un columnista se atreve a tocar el tema, y eso porque resultó regañado por un ex rector de la misma UIS que lo tildó de irresponsable por aludir a un caso sin esperar a que la justicia ordinaria lo condenara o absolviera.
Ahí vamos olvidando la reelección de Uribe en el 2006 aupada en un delito de cohecho que hace su mandato ilegítimo y por ende ilegítimas todas sus decisiones y enfrascados, como de ñapa, en si volvemos a reelegirlo en andas y volandas de una nueva violación constitucional.
Ya dejamos atrás las exitosas incursiones empresariales de los hijos del Presidente, inducidas por corruptas disposiciones oficiales, y ya no sentimos asco por un ministro, el de Interior y Justicia, cuyo hermano, fiscal regional en su departamento, andaba de gancho con paras y narcos. Ya entran en preclusión sonados casos de parapolíticos y siguen campantes en libertad altos políticos, como el primo del Presidente, no por inocentes sino porque les violaron el debido proceso.
Si las noticias en Colombia nos revientan por cualquier parte y nos llenan los espacios informativos y de opinión unas tras otras, apresuradas y desordenadas, ¿a qué horas podría uno detenerse en lo de Manta o en cualquier otra cosa sin quedarse a la deriva de los acontecimientos como refugiado que deja el tren? ¿Qué importa si a cambio de ese pedazo de soberanía se está negociando la aprobación del TLC en el Congreso de Estados Unidos, si el mismo debate sobre el TLC nos resulta hoy como un periódico de ayer?
Y me perdonan que no mencione otros temas «viejos» por no recordarlos a vuelo de pájaro o por falta de tiempo para revisar el archivo. Pero es que, estoy seguro, a la vuelta de esta doliente hoja, una peor noticia me espera.