Casi era la medianoche del 6 de julio, cuando llegaron al corazón del Santiago cívico y desde el Temuco profundo, IX región de Chile, más de 100 mapuche, loncos, niños, guaguas y mujeres, representantes de 200 comunidades para exigir al gobierno central un Nuevo Trato y la recuperación de sus tierras. Venían fuertemente escoltados por […]
Casi era la medianoche del 6 de julio, cuando llegaron al corazón del Santiago cívico y desde el Temuco profundo, IX región de Chile, más de 100 mapuche, loncos, niños, guaguas y mujeres, representantes de 200 comunidades para exigir al gobierno central un Nuevo Trato y la recuperación de sus tierras. Venían fuertemente escoltados por carabineros y eran esperados por los dirigentes de la Confederación de Empleados Particulares, CEPCH, amigos de la causa del pueblo-nación mapuche, miembros de la FUNA y militancia del Movimiento de los Pueblos y los Trabajadores – MPT.
La policía buscó infructuosamente argumentos para no dejarlos bajar del bus de dos pisos, luego de largas horas de viaje. Sin embargo, a media cuadra del Palacio de La Moneda , los mapuche realizaron una rogativa en las afueras de la CEPCH , y luego ofrecieron una conferencia de prensa alrededor de la una de la madrugada del 7 de julio. En medio de la noche de un Santiago dormido, las chuecas vibraron con la energía extraña de lo que viene de antes que las cosas conocidas.
LA PALABRA
Juan Catrillanca -lonco de loncos y chueca en ristre- explicó las razones de su breve estadía en la Capital. «El pueblo mapuche está cansado de esperar respuestas del Estado chileno a tanta promesa incumplida. Queremos vivir en un territorio libre y nuestro. Ya basta de engaños. Estamos aquí para hablar con la presidenta Bachelet, porque las autoridades chilenas en la región no han cumplido. Ni la Intendenta , ni la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (CONADI). Nuestras demandas sólo reciben silencio, hostigamiento, represión y muerte. Y yo prefiero morir luchando que de hambre y miseria.»
Ahí estaba también el padre de Alex Lemún, adolescente asesinado hace 7 años en medio de un despliegue represivo en zona mapuche. Se llama Edmundo Lemún y su voz mensajera dijo que «quiero que se haga justicia por la muerte de mi hijo». Cuando por un momento sus palabras se quebraron, desde los mapuches acomodados lo mejor posible en las dependencias de la CEPCH , brotaron gritos espontáneos, bríos en mapudungun que hicieron recobrar la fortaleza y serenidad de Edmundo.
Otro de los líderes mapuche, Jorge Calfuqueo, fue enfático al señalar que las comunidades exigen «el fin de la explotación forestal que destruye nuestro territorio. Somos defensores de la vida y de la tierra», y agregó que «el Estado chileno no garantiza los derechos del pueblo mapuche. Su gobierno, en el mejor de los casos, actúa de manera paternalista y asistencialista con nosotros. Venimos también a denunciar la libertad a los presos políticos mapuche y a demandar justicia por Matías Catrileo y Alex Lemún.»
-¿Qué esperan del pueblo chileno, de la gente de a pie de Santiago?
«Sabemos bien que los chilenos comunes y corrientes están sufriendo igual que nosotros. Sólo les pedimos que entiendan que somos una cultura privada de derechos. Sólo esperamos comprensión y solidaridad con nuestra lucha. Queremos un Nuevo Trato y el retorno legítimo de nuestras tierras históricas.»
El 7 de julio, desde la mañana, los representantes de las comunidades mapuche se apostaron en la Plaza de la Constitución , rodeados de fuerzas especiales de carabineros, a esperar ser recibidos por alguna autoridad gubernamental. Únicamente consiguieron que un grupo de dirigentes dejara en la oficina de partes de La Moneda una carta dirigida a Bachelet.
Antes de retornar a Temuco, en la noche de ese mismo día, los líderes comuneros informaron que «Ahora vamos a realizar una evaluación entre todas las comunidades sobre los resultados de nuestro viaje a Santiago. Esperamos que ese proceso nos tome unos 20 días. Nos reservamos el derecho a tomar las medidas que colectivamente concluyamos para el bien de nuestra lucha y el porvenir de nuestros niños y jóvenes.»
Mientras el mismo bus que los trajo cogía rumbo al sur, todavía retumbaban los ecos de las chuecas bravas y chocadas y antiguas como el agua entre los edificios ministeriales que blindan opacamente el palacio sordo de La Moneda.