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El presidente de Venezuela asiste al estreno de South of the border, un documental de Oliver Stone sobre su carrera política

Chávez revoluciona la Mostra

Fuentes: Público

Hugo Chávez y Oliver Stone pasean por la alfombra roja del Festival de Venecia. – AFP El presidente venezolano irrumpió ayer por la tarde en Venecia ante el estupor general. El protagonista de superproducciones tan celebradas como Bush huele a azufre o Aznar es un fascista III vino a respaldar South of the border, el […]


Hugo Chávez y Oliver Stone pasean por la alfombra roja del Festival de Venecia. – AFP

El presidente venezolano irrumpió ayer por la tarde en Venecia ante el estupor general. El protagonista de superproducciones tan celebradas como Bush huele a azufre o Aznar es un fascista III vino a respaldar South of the border, el documental de Oliver Stone sobre la revolución bolivariana y sus efectos sobre la izquierda latinoamericana, presentado en la sección oficial fuera de competición.

El político se paseó por la alfombra roja (nunca mejor dicho) vestido con un sobrio traje oscuro y corbata roja (aunque, ¡maldición!, sin boa de plumas). El público, una extravagante mezcla de adolescentes a la caza de algún famoso y miembros del partido Rifondazione Comunista con banderas rojas, le recibió con el griterío habitual («¡Presideeeeente, un autógrafo!», gritaba medio en broma un activista italiano). «Stone es un gran narrador. Lo que está ocurriendo en Latinoamérica es como un renacimiento», dijo Chávez durante el paseillo.

Pero el lío había comenzado antes de su llegada, durante la rueda de prensa matinal, en la que un habilidoso Stone dejó que fuera Tariq Ali legendario intelectual rojeras y guionista del filme el que contestara a las preguntas más peliagudas. Ali, curtido en discusiones políticas, sacó el rodillo y procedió a triturar las preguntas de unos periodistas curtidos en… proyecciones de Werner Herzog . El veterano activista, que posiblemente no había visto tanta prensa internacional reunida desde mayo del 68, aprovechó la coyuntura. «Las transformaciones políticas radicales son difíciles de entender en una época en la que para encontrar las diferencias entre el centro izquierda y el centro derecha es necesario utilizar un microscopio», dijo para arrancar.

Y siguió golpeando donde más duele: «Es posible que Venezuela tenga ahora mismo la Constitución más democrática del mundo. ¿En qué otro país puede uno echar a sus gobernantes a mitad de mandato mediante referéndum? ¿Por qué somos entonces tan hostiles con este país? Es muy sencillo: porque ha desafiado el consenso de Washington», contó Ali, que en la alfombra roja fue confundido repetidas veces por la plebe con el actor egipcio Omar Sharif (la verdad es que es clavado).

De paseo con el presidente

Stone procedió a repartir también un poco de cera: «Chávez es muy popular en Venezuela. Sigue habiendo problemas, pero las mejoras sociales han sido impresionantes», dijo antes de cargar alegremente contra la prensa de su país: «Las informaciones de los medios de comunicación estadounidenses sobre Venezuela son totalmente ridículas. El nivel de estupidez es inimaginable. Las reformas sociales de Chávez y el fenómeno histórico que representa son más importantes que estos grotescos ataques».

Stone se mostró convencido de que Europa y el mundo necesitan «decenas de Hugo Chávez», de dirigentes que cumplan lo que prometen, según dijo después a Efe. Y afirmó que no ha abandonado el proyecto de rodar un documental sobre el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad.

Entrando en el análisis de South of the border, la cinta arranca con un trepidante montaje (marca de la casa: el director de JFK siempre ha tenido gran sentido del ritmo) de imágenes de telediarios estadounidenses que hablan de las bondades de Chávez: que si es un dictador sanguinario, que si se mete más droga que un relaciones publicas de la ruta del bakalao… Primeras carcajadas en la sala.

Luego se traza un breve contexto histórico de su ascenso, haciendo hincapié en el Caracazo (1989), cuando el gobierno de Carlos Andrés Pérez lanzó un plan de ajuste del FMI (vamos, que privatizó hasta el aire), los precios se dispararon, la protesta llegó a la calle y las fuerzas del orden mataron a cientos de personas. Tras un fallido golpe de Estado (1992), Chávez gana las elecciones (1999), toma el control del petróleo y se convierte en el enemigo público número 1 de Occidente.

Cómplice e ingenuo

¿Es verdad que Chávez es el hijo de Belcebú?, parece preguntarse Stone, que se presenta en Caracas y sale de paseo con el presidente. Entonces comienza lo bueno y lo malo del documental. Por una parte, Stone no es capaz de explicar con claridad el intento de golpe de Estado contra Chávez en 2002 (vean mejor La revolución no será televisada, de Kim Bartley y Donnacha OBriain) y apenas da unas pinceladas de las medidas tomadas por su gobierno. Pero, por el otro, consigue crear un clima de complicidad tal con sus entrevistados -también habla con Evo Morales, Correa, Lula o los Kirchnern, que la figura del ingenuo estadounidense que viaja a Latinoamérica a enterarse de lo que pasa se acaba convirtiendo en algo entrañable y humorístico, como muestra una escena en la que merece detenerse.

Stone muestra un programa de la tele en la que se dice que Evo Morales, antiguo sindicalista cocalero, es un peligroso adicto a la coca (sin explicar la diferencia entre una hoja de coca y una raya de farlopa). El cineasta se presenta entonces en el despacho de Morales con una bolsa de hojas de la planta y le pregunta al presidente de Bolivia qué le puede contar sobre el producto. Morales abre la bolsa y viene a decir «¡pero hombre, esta mandanga que me trae es una mierda!». Y saca un bolsa gigante de coca y Stone, al que previamente habían tenido que suministrar oxígeno en el aeropuerto de La Paz por el mal de altura, procede a engullirla como un poseso, provocando la carcajada más estruendosa oída en la Mostra.

Resumiendo: South of the border no cambiará la historia, pero es un simpático documental de agitación y propaganda que intenta explicar que los izquierdistas latinoamericanos no son las bestias que la propaganda (de buen rollo) nos ha dicho que son.

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