Contamos con la ley de la memoria histórica, impulsada por el PSOE, sobre todo, e Izquierda Unida. Por los hechos, parece que está pensada sólo para la Guerra Civil y efectos posteriores. Es justa y necesaria la ley, no se puede olvidar el pasado y mucho menos cuando lo protagonizó un genocida llamado Francisco Franco […]
Contamos con la ley de la memoria histórica, impulsada por el PSOE, sobre todo, e Izquierda Unida. Por los hechos, parece que está pensada sólo para la Guerra Civil y efectos posteriores. Es justa y necesaria la ley, no se puede olvidar el pasado y mucho menos cuando lo protagonizó un genocida llamado Francisco Franco que no se limitaba a matar sino a rematar.
Desde el descubrimiento de América, al menos, España se ha caracterizado por una pugna entre lo nuevo y lo viejo, donde las corrientes ilustradas solían llevarse la peor parte. Cuando la Francia post-revolucionaria invadió España traía consigo aires ilustrados. Por eso no pocos españoles se afrancesaron. Pero como no era de recibo que un país aplastara a otro con sus botas militares, a ese país se le envió a su lugar y eso estuvo bien. Lo que no fue tan positivo para España es virar hacia el más rancio conservadurismo de nuevo. Los afrancesados se tuvieron que ir a otra parte echando leches, ya digo que a los ilustrados españoles no les ha ido bien en la vida, como por ejemplo a Alberto Lista, Blanco White, Reinoso, Manuel María del Mármol, etc.
Tras los franceses, los españoles se apuntaron al «Viva las cadenas» y la idea ilustrada se fue a tomar viento, una idea que consistía en dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, no a aguantar una situación donde Dios y el César no viven juntos sino revueltos. Y, se diga lo que se diga, donde está la fe, la razón sobra, y al revés. Desde el punto de vista teórico no hay asimilación posible, desde el punto de vista práctico, se puede tolerar la situación por cortesía y respeto, siempre que haya tolerancia y educación por ambas partes.
A finales del XIX la España de charanga y pandereta, sotana y sacristía, nos trajo el desastre de 1898. De nuevo los ilustrados se dejaron sentir y oír: Machado, Unamuno, Baroja…, pero, con el tiempo, en la guerra civil, fueron aplastados del todo. Y eso es lo que representa Franco: la cobardía de España, el miedo a la libertad, el deseo de ir siempre protegidos bajo un palio religioso, como si estuviéramos en Irán o en el Afganistán de los talibanes. La religión oficial suele ser esclavizante, es cálida, acogedora y simple, pero fagocita las mentes, está hecha para los pobres de cerebro y de espíritu. Lo ilustrado no puede ser exactamente lo contrario sino la tolerancia, lo que sucede es que las emociones no son tolerantes y entonces la razón debe dejar de serlo. No hay razón pura pero sí emociones puras. La razón puede educar las emociones o, al menos, convertir a las emociones en emociones razonables y racionales.
Pero dejémonos de filosofías. La ley de la memoria histórica pretende que un fascista -apoyado por una serie de familias notables- no pueda teñir un país de sangre, despojarlo de señas de identidad, simplificar su existencia y luego morirse en 1975 para, a continuación, llegar la Transición, cambiar todo para que todo siga igual y aquí no ha pasado nada. Lo que sucede es que la práctica de la ley no es completa. La estamos centrando en las fosas, en los muertos. Deseamos que los muertos hablen y eso está bien, supongo que un paseíto por la luz no les vendrá mal después de tantos años enterrados. Pero no es suficiente.
Desde 1975 hasta hoy, hay otra memoria histórica que nos dice que unos y otros -UCD, PSOE, PCE, AP, PP, IU- han sido cómplices al levantar un sistema en cuyo interior los ciudadanos han perdido las ilusiones paulatinamente. Se les está recordando la memoria histórica sobre todo de una parte del bando contendiente, pero se le ha despojado del conocimiento del contexto mundial actual y sus efectos en sus vidas. Se explica el pasado pero no se explica el presente en función de ese pasado. No se explican las raíces reales de la crisis de 2008, las mentes se tornan superficiales y prepotentes en su ignorancia, el analfabetismo funcional avanza. Europa se agringa, pierde su identidad como continente que ha aportado a la Humanidad todo lo que hoy es, para bien y para mal.
Al mismo tiempo, en España, la Transición y la posterior democracia ha tirado al cubo del olvido a mentes preclaras y luchadores por la libertad que hoy serían muy útiles. Están en sus casas, lamentándose de su suerte y al mismo tiempo riéndose de los descabezados que nos intentan gobernar. Como periodista he vivido la Transición y no he conocido un gobierno más mediocre que el actual, donde priva la moda sobre la preparación y el conocimiento. Se puede ser ministra con treinta años o presidente de una potencia con menos de cincuenta; las cuotas están por encima de las competencias y los currícula. Todo esto es ridículo, la propia ley de la memoria histórica es ridícula tal y como la veo en la práctica porque es reduccionista y parcial. Si yo afirmo que esta democracia ha podido nacer gracias a que en tiempos de Franco surgió la amplia clase media del Seat Seiscientos, soy un carcamal. Pero fue así, lo que pasa es que las leyes se hacen para que se interpreten como desea el legislador. El conocimiento ahora está dirigido, se apoya un proyecto de investigación o una iniciativa para recordar unos aspectos pero no otros. Y eso es lo que se hace en las dictaduras, no en las democracias. Es necesario que también recordemos esta evidencia.