Libro de Huelgas, revueltas y revoluciones, 451 Editores, Madrid, 2009
«En un contexto social y cultural en el que predomina un confortable escepticismo contra cualquier ideología que considere inaceptable que el derecho al trabajo dependa de la voluntad de los que detentan la propiedad de los medios de producción o que la mitad de la población infantil del mundo padezca grave desnutrición mientras que la basura producida por tan solo uno de los países desarrollados contiene valores nutrientes que solventarían esa carencia, la literatura que se niega a aceptar estos hechos como naturales o inevitables parece estar condenada a sobrevivir en los márgenes de un sistema literario que la soporta, cuando la soporta, como una antigualla estética.»
Constantino Bértolo, Non serviam, (de la introducción al Libro de Huelgas, revueltas y revoluciones, 451 Editores, Madrid, 2009).
Tres palabras con aires de resistencia abren esta nota. Tres palabras que, amputadas por el paso del ciclón del mercado, han perdido su significado para convertirse en expresiones caducas, aplastadas por el yugo y las fechas (Por el imperio del mercado hacia Dios) del tiempo lineal, el presente continuo. Las décadas pasan y todos, cada uno con su raído fardo, avanzamos hacia la muerte. Las palabras nos golpean en la nuca, como si quisieran llamar nuestra atención, y nos recuerdan, con su política sonoridad, lo que fueron y fuimos, los que son y somos. La destrucción del tejido combativo es un hecho en las sociedades modernas. La resistencia, posiciones aisladas y en muchos casos enfrentadas, se vuelve cada vez más débil y timorata. Entre el capital y la socialdemocracia (el rostro amable de la histórica explotación) se han repartido el campo de batalla. Su infinita infantería ocupa todo el espacio posible. El combate sólo es ritual, simbólico, igual que esos animales que al llegar la primavera se disputan el territorio sin tener voluntad de matar. El capital (la derecha) y la socialdemocracia (su espejo progresista) se necesitan y retroalimentan. Ellos han determinado, desde la Segunda Guerra Mundial, las reglas del juego. Cualquier discurso, político o literario, social o cultural, que no responda a estas ordenanzas selladas en aquel hotel de Bretton Woods queda excluido. Renunciar al espacio, devolver la actividad pública a la sociedad, no forma parte de sus objetivos. Devolver significaría renunciar al uso impropio de las palabras, al uso pervertido del lenguaje. Y eso, según parece, no está en la agenda del día.
El Libro de Huelgas, revueltas y revoluciones (451 Editores, Madrid, 2009), edición de Constantino Bértolo, es una reivindicación del uso violento y necesario de la literatura. Una reivindicación literaria y política (si acaso no es lo mismo) de los valores perdidos (olvidados) y de la capacidad del ser humano para enfrentarse a las dificultades provenientes de la injusticia y la desigualdad. Se trata de un volumen concebido y sentido para leer y ver, para reflexionar, en definitiva, sobre el curso de la historia y las innumerables -y no por ello eternas- derrotas. Después de leer el libro, saborear las ilustraciones, oler las palabras y no imaginar los escenarios, la impresión que permanece es comparable a un grito de rabia. Huelgas, revueltas y revoluciones han hecho posibles las más importantes conquistas sociales, los derechos que, ahora, resultan banalidades. Sin el esfuerzo de millones no estaríamos aquí, disfrutando (el que pueda y quiera, el que no pueda ni quiera) del atroz paraíso del consumo. El mundo feliz, la utopía del progreso, se ha convertido en una burbuja de plástico bombardeada por psicofármacos. Fuera de la bolsa del capitalismo, del líquido amniótico protector (más policía, más ejército, más seguridad privada), circulan mujeres y hombres sin identidad, multitudes sin porvenir. Al otro lado de la frontera todavía existe el tiempo. Aunque sea un tiempo para morir.
Bértolo ha hecho una selección insuperable, llena de destellos dialécticos (didácticos) y sabiduría materialista. 451 Editores ha levantado acta de vida y defunción (al tiempo) del discurso de la izquierda revolucionaria, fabricando la obra. El resultado está a la vista. Este libro ofrece a los lectores la posibilidad de recordar, aunque sea en papel, que todavía, pese a las dificultades, es posible concebir -igual que en el pasado- otro orden, alejado del célebre orden natural de las cosas. En el campo de batalla quedan madrigueras y algún disimulado escondite. Quizá vengan otras generaciones, niños ajenos al influjo de la televisión, por ejemplo, que extraigan de la tierra baldía, de la tierra quemada, el rescoldo rojo. El mismo fuego que -desde Lucifer- preside este obligatorio libro de texto.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa de la autora, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.