Para mi generación, el contacto con la nación eslava desde su cine -y desde otras tantas esferas- era algo habitual en esa misma sala que ahora acoge el cine (tan diferente) realizado en una sociedad (tan diferente). Las películas procedentes de la Unión Soviética no necesitaban de ciclos especiales -aunque también los había- para ocupar […]
Para mi generación, el contacto con la nación eslava desde su cine -y desde otras tantas esferas- era algo habitual en esa misma sala que ahora acoge el cine (tan diferente) realizado en una sociedad (tan diferente). Las películas procedentes de la Unión Soviética no necesitaban de ciclos especiales -aunque también los había- para ocupar las carteleras; sin embargo, excepto dos o tres títulos en los últimos años, la desinformación sobre lo que ahora mismo produce la antigua URSS ha sido inmensa.
De ahí la importancia de esta semana de cine ruso contemporáneo que arrancó el 21 en la noche y durará hasta fin de mes en las dos tandas habituales del Chaplin, a la que acompaña una nutrida delegación de la nación ex socialista integrada por funcionarios, actores y directores.
Con la exhibición en première del filme ruso Somos del futuro (2008, Andréi Malyukov) se inició la muestra integrada por un grupo de filmes que constituyen no solo estrenos absolutos en Cuba, sino en toda Iberoamérica.
Somos… sigue a Borman, un joven que dirige una banda que realiza excavaciones en lugares prohibidos para obtener objetos de la Segunda Guerra Mundial que luego vende en el mercado negro; de pronto, tras un importante hallazgo y lanzarse a un lago cercano, el grupo se ve imbuido en plena conflagración, bajo las bombas, un día de agosto de 1942.
La cinta tiene buen ritmo, cuenta con simpáticos personajes que animan notables actores (Andrei Terentyev, Dmitri Volkostrelov, Vladimir Yagltch…) y saca favorable partido a algo que, bien se sabe, no es nuevo en el cine: la confrontación temporal, historias de personajes que viajan a otras etapas históricas…; sin embargo, pierde no poco tiempo en las batallas, que llegan a resultar algo reiterativas, en anécdotas de poco peso dramático, desaprovechando muchas aristas que el tema posibilitaba. No obstante, resulta entretenida y simpática en buena parte de su desarrollo.
Piter FM (2006) es una «comedia galante» dirigida por Oksana Bychkova, quien junto a la actriz protagónica Yekaterina Fedulova acudió a la presentación del filme declarando que su enamoramiento de La Habana las iba a llevar a realizar una suerte de versión cubana de este, el primer filme de ambas.
Más que Masha, conductora radial y Maskim, arquitecto indeciso de irse a Berlín y basurero de profesión, la verdadera protagonista del filme es la legendaria y radiante ciudad de San Petesburgo; uno llega a cansarse de las tomas rápidas a ritmo de video clip que, si bien entonan con el filme, resultan abusivas, pero no puede menos que agradecer el retrato dinámico y consciente que la joven realizadora hace de su lugar de origen.
El perenne desencuentro, el desencanto, el desamor y después -y a pesar- de todo esto, la esperanza, son varios temas que laten en esta pieza de cámara, tono menor que descuella por su limpidez expresiva, su ágil y adecuado montaje y sus funcionales actuaciones.
Otra pareja recorre San Petesburgo, pero a diferencia de la del filme anterior sí llega a conocerse y las conversaciones, bromas y riñas no son a través de un celular extraviado, sino en vivo; ello -y mucho más- ocurre en El paseo (2003), de Alexey Uchitel donde la aparición de un tercero completa el esperado triángulo amoroso que nada tiene, sin embargo, de convencional como tampoco la narrativa; por el contrario, aquí el tiempo fílmico parece coincidir con el real mediante una inquieta cámara en mano que junto a las personalidades llamadas a concursar también intenta una radiografía de la majestuosa y nerviosa ciudad, pero mediante estampas captadas al vuelo, como si el lente reposara de vez en vez en casos y gente que circunda a los protagonistas, y ni se entera de su existencia.
La cinta mantiene su perseguida agilidad en el ritmo, logra un retrato apresurado pero eficaz de los personajes y narra -¿o des-narra? – una sencilla historia -¿o la ausencia de ella? – con desenfado y originalidad.
El código del Apocalipsis (2007), de Vadim Shmelev por el contrario, se ubica en la capital rusa: terrorismo internacional, guerra nuclear, espionaje y contrainteligencia son algunos de los ingredientes de un filme donde la violencia, la espectacularidad y los más sofisticados efectos especiales están, como puede imaginarse, a la orden del día.
La película es, lamentablemente, un remedo del peor Hollywood; ni un segundo de tregua reflexiva por parte del espectador, indefenso y atiborrado ante la pura y brutal acción; maniqueísmo en los personajes, situaciones archifabricadas siguiendo, más que el canon, los clisés y una epidérmica línea narrativa que, en realidad, importa bien poco ante los avatares de quienes la llevan a cabo: la supermanesca heroína -una sensual, pero inexpresiva Anastasia Zavorontyuk- y su rival, el «malo» (Vicent Pérez, falso y estereotipado, a tono con su personaje, a más no poder).
Entre lo que se espera con buen ánimo figura Consejero de Estado (2005) que cambia, por supuesto, de registro. Inspirada en la novela homónima de Boris Akunin y ambientada en Moscú a principios del siglo pasado, un general es asesinado por un individuo que se hace pasar por un representante de la ley famoso por su método deductivo; las investigaciones -y las intrigas- no se hacen esperar.
Aunque la obra es dirigida por el joven Philipp Yankovsky -también actor, director de teatro y videoclips- es indudable lo mucho que en ella hay de su protagonista, el célebre Nikita Mijalkov, quien además corrió a cargo de la dirección artística -rubro fundamental en filmes como este- y la producción general. Y de este director y actor, como se dijo, está presente en la muestra su versión de Doce hombres en pugna -el clásico norteamericano-, titulada solo con el dígito (cinta que se estrenará posteriormente en el Multicine Infanta)
Lo cierto es que -en el caso de los mayores- la nostalgia, o -en el de los más jóvenes- la curiosidad por «lo ruso», está rindiendo sus frutos: la sala Chaplin se repleta en sus dos tandas. Ojalá este sea tan solo un reinicio de aquellas sesiones muchas veces provechosas con el cine generado en la gran nación eslava.