(Popayán, noviembre 3 de 2009) A raíz de los últimos artículos que he escrito sobre la estrategia de guerra irregular que impulsa el imperio norteamericano contra el proceso nacionalista-bolivariano de Venezuela, utilizando al gobierno de Uribe, diferentes personas me han escrito con mucha insistencia con el interrogante de si tengo alguna fobia personal contra la […]
(Popayán, noviembre 3 de 2009)
A raíz de los últimos artículos que he escrito sobre la estrategia de guerra irregular que impulsa el imperio norteamericano contra el proceso nacionalista-bolivariano de Venezuela, utilizando al gobierno de Uribe, diferentes personas me han escrito con mucha insistencia con el interrogante de si tengo alguna fobia personal contra la guerrilla colombiana.
Antes de avanzar sobre ese tema deseo precisar que ésta guerra irregular tiene una serie de variantes nuevas que hay que analizar por aparte. Una, es la infiltración del paramilitarismo en Venezuela, que va a significar que en corto tiempo la oligarquía tachirense-zuliana de ese país, va a constituir grupos armados «propios» con venezolanos, si es que ya no los tienen. Dos, la utilización del narcotráfico para descomponer a la sociedad «patriota», y tratar, muy especialmente, de corromper la moral de las fuerzas armadas y de funcionarios del gobierno. Tres, el manejo de medios de comunicación a nivel nacional e internacional para explotar algunas particularidades del comportamiento del presidente Chávez, sobre todo su origen militar, y poder presentarlo como una amenaza intervencionista para los países de la región, convirtiéndolo en una especie de «Idi Amín caribeño». Todas esas variantes están en marcha.
Se hace necesario que cada una de esas variables sea trabajada, pero no sólo por el Estado o el gobierno venezolano, sino por las organizaciones populares y la sociedad venezolana en su conjunto, dado que las respuestas a dicha estrategia son en lo fundamental de carácter político. El ambiente de tensión en la frontera es el clima ideal que los gringos quieren aprovechar, y por ello, el gobierno colombiano sigue provocando situaciones para «crispar» más los nervios de los funcionarios y diputados «venecos», que reaccionan como lo desean quienes diseñan esa estrategia.
El problema del «guerrillerismo» en Colombia
Es bueno precisar que toda rebelión se justifica. Ante la masacre del pueblo colombiano, desde años antes del asesinar al caudillo popular Jorge Eliécer Gaitán (09.03.1948), y que continuó después del «Bogotazo», parte de las masas campesinas liberales se insurrectan lanzando la lucha guerrillera en su primera etapa, liderada por Guadalupe Salcedo, Dumar Aljure y otros numerosos guerrilleros liberales.
En 1953 se intenta desarmar a los campesinos en rebeldía, con el golpe militar de Gustavo Rojas Pinilla. Esa lucha no es desmovilizada totalmente y se sostiene hasta finales de la década de los años 50 del siglo pasado, en donde se pacta un acuerdo, que es traicionado por la oligarquía mediante el asesinato de los principales dirigentes desmovilizados. Ya desde este tiempo se degrada el conflicto con la participación de las fuerzas paramilitares llamadas «chulavitas» y el tratamiento como «bandidos» a las fuerzas insurgentes.
Viene entonces la segunda etapa de la lucha guerrillera en ese período. Se crean las FARC después de que el gobierno de Guillermo León Valencia lanzara la ofensiva contra las denominadas «repúblicas independientes» en 1963-64 (Marquetalia, Riochiquito, El Pato y Guayabero), que eran bases de apoyo campesino con cierta influencia del Partido Comunista Colombiano.
En esa misma época se organizan otras guerrillas, el EPL y el ELN, que son intentos de darle continuidad a los procesos insurreccionales anteriores, pero ahora dirigidos por jóvenes idealistas de izquierda influidos por el triunfo de la revolución cubana, quienes estaban convencidos que «una chispa era suficiente para incendiar la pradera».
Reflexión pertinente
Es un deber de todo revolucionario apoyar la rebelión y la insurrección popular, pero éste debe ayudarle al pueblo a convertir o canalizar su espíritu rebelde en una verdadera acción revolucionaria, efectiva y productiva. Lo contrario, es hacer oportunismo y seguidismo a las masas, «prosternarse ante el movimiento espontáneo».
En Colombia un dirigente de una extraordinaria preparación marxista y de una gran visión estratégica como fue Francisco Mosquera, fundador del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, realiza el análisis socio-económico y político, a la luz del marxismo revolucionario de la época, y con toda claridad demuestra que la guerra de guerrillas o el «guerrillerismo guevarista», como él lo denominó, no tenía posibilidades de triunfar en nuestro país.
La síntesis de dicho análisis consiste en que el imperio norteamericano – habiendo aprendido de la experiencia cubana – no iba a permitir el establecimiento de «Sierras Maestras» (base de apoyo armado) en ninguno de nuestros países, y que las condiciones específicas en Colombia no hacían posible una revolución armada que pudiera combinar la «revolución agraria» en el campo con la constitución de poderes reales de las masas. Además, la oligarquía colombiana con mucha habilidad orquestó un régimen político con apariencia democrática (la denominada «democracia restringida» del Frente Nacional), que deslegitimaba una verdadera insurrección popular. Debemos recordar que en América Latina las únicas dos insurrecciones triunfantes enfrentaron y derrotaron a sendos dictadores: Batista en Cuba y Somoza en Nicaragua.
El desarrollo económico de Colombia y el control territorial de la oligarquía, daba para que la guerrilla sólo pudiera sobrevivir en zonas de colonización, de carácter no estratégico para los terratenientes y la oligarquía colombiana, que les permitía tener un control relativo sobre las fuerzas insurgentes e impedirles su compenetración con sectores campesinos que luchaban por la tierra en el terreno de la lucha reivindicativa. El experimento más cercano dirigido a fundir la lucha armada con el movimiento campesino lo realizó el Ejército Popular de Liberación en la región de Córdoba y Nordeste Antioqueño. Pero después de hacerle varios cercos de «aniquilamiento», los obligan a salir de la zona.
Una experiencia en este terreno – relativamente exitosa pero desaprovechada – fue la fusión que logró hacer el Partido Comunista Peruano «Sendero Luminoso» entre el levantamiento armado y la lucha indígena y campesina, realizando en gran medida la revolución democrática del campo, en la zona de Ayacucho y otras regiones rurales, en donde las masas campesinas armadas iban expulsando a terratenientes de sus tierras. Fue una recuperación armada del territorio, que daba para acumular fuerza importante, pero como se demostró después, se requería convertir ese acumulado en fuerza política para disputarle el poder a la oligarquía. Abimael Guzmán, sobredimensiona su fuerza, privilegia la lucha armada y la línea militar (que es lo que le ocurre a las FARC en las negociaciones del Caguán en 1998-2001), y es finalmente derrotado.
El «guerrillerismo andante», entonces, se convierte en Colombia en una forma de lucha heroica, sacrificada, con un relativo apoyo de campesinos colonos en la periferia de la frontera agrícola, pero a la vez, desgastante, y fácilmente neutralizable, por parte de las fuerzas oligárquicas e imperiales.
La contra-insurgencia paramilitar diseñada desde Washington, implementada por la oligarquía a la perfección, con la asesoría de mercenarios israelíes, y financiada por transnacionales, empresarios, ganaderos y mafiosos colombianos – transformados en terratenientes -, logró no sólo un altísimo grado de degradación de la guerra, sino que consiguió que la guerrilla colombiana se involucrara en su estrategia.
Viene por último el Plan Colombia con su fórmula de la negociación de Pastrana, que se constituyó en una táctica para conseguir la derrota política de las FARC. Hoy la guerrilla puede tener todavía un importante potencial militar, económico y territorial, pero no cuenta con el respaldo político de la mayoría de los colombianos. Ese es uno de los problemas a resolver.
No tengo ninguna razón de estar en contra de las FARC, como proceso rebelde de lucha armada. Sin embargo, en la medida en que es un factor controlable por las clases dominantes y un obstáculo para el desarrollo de la revolución democrática y nacionalista en Colombia, nos vemos obligados a analizar el fenómeno.
Lo más grave es que esa lucha armada ha logrado ser controlada y puesta al servicio de la estrategia de intervención territorial y política por parte del imperio norteamericano, ya no sólo en contra de los intereses del pueblo colombiano sino de la revolución latinoamericana. Por ello, es un deber hacer caer en cuenta sobre esa realidad y esperar que la dirigencia de ese movimiento diseñe la mejor manera de superar esa situación.
No caben fobias personales en esta lucha, pero sí es un deber hablar con sinceridad y franqueza.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.