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La masacre de las bananeras

El desafío del perdón y el olvido

Fuentes: Rebelión

El pasado 6 de diciembre, mientras los grandes medios de información afianzaban su condición de plataforma de lanzamiento a los programas politiqueros de siempre, al tiempo que adornaban los graves problemas que vive Colombia, pasó de agache el aniversario número 81 de una de las peores masacres que han enlutado al pueblo colombiano. La masacre […]

El pasado 6 de diciembre, mientras los grandes medios de información afianzaban su condición de plataforma de lanzamiento a los programas politiqueros de siempre, al tiempo que adornaban los graves problemas que vive Colombia, pasó de agache el aniversario número 81 de una de las peores masacres que han enlutado al pueblo colombiano. La masacre de las Bananeras en Ciénaga, Departamento del Magdalena, el seis de diciembre de 1928.

 

En ese entonces, un alto oficial del ejército gubernamental, disparaba indiscriminadamente contra los trabajadores del banano que trabajaban para la misma empresa gringa Chiquita Brands, que años después financiaba los grupos paramilitares de Urabá, en el departamento de Antioquia.

No hay dudas que el Coronel Cortes Vargas, quien disparó ese Seis de Diciembre de 1928, recibió órdenes superiores, así como el Coronel Rito Alejo del Río recibía órdenes y autorización para entregar armamento e inteligencia, usar vehículos oficiales y coordinar las masacres, con los paramilitares. Ese cuentico de las manzanas podridas que dañan otras es tan cándido como el de Caperucita Roja.

La clase en el poder que ha regido los destinos del país, es la misma, con métodos iguales para acallar a quienes protestan, luchan y se oponen a los designios de esa clase dominante.

Los muertos de Ciénaga en 1928, como los de toda la Costa, los de Trujillo, Urabá, Santanderes, Antioquia, Chocó, Arauca, Bogotá, etc., son de la misma clase popular y fueron masacrados por ordenes de los mismos autores intelectuales.

Ayer y hoy cuando las víctimas se movilizan y reclaman por los suyos, la respuesta es la misma, persecución, muerte, desaparición y represión.

Luchar por la justicia, contra la impunidad y el olvido, es siempre obligación de los luchadores populares, en particular de los revolucionarios. Los responsables de esos crímenes atroces, siempre buscarán que se borre la parte dolorosa de la historia, que se pierda la memoria. Luchar contra ello permite, aun con el paso del tiempo, tener claro quiénes son los victimarios.

El mejor homenaje a las víctimas, es hacerlas presente en el fragor de las luchas de hoy y de mañana, para que con su digno ejemplo de luchadores y luchadoras, siga el torrente de esfuerzos por un país de justicia social, democracia y paz.