Las ciencias sociales están llamadas a jugar un papel de gran importancia en la transformación social. Pero no hay que olvidar que también pueden ser parte de los mecanismos de mantenimiento del orden constituido: la economía política «oficial», la mercadotecnia, la psicología de la adaptación, la semiótica al servicio del control social, entre otras, son […]
Las ciencias sociales están llamadas a jugar un papel de gran importancia en la transformación social. Pero no hay que olvidar que también pueden ser parte de los mecanismos de mantenimiento del orden constituido: la economía política «oficial», la mercadotecnia, la psicología de la adaptación, la semiótica al servicio del control social, entre otras, son formulaciones científicas que, en vez de ayudar a promover la crítica y desatar ataduras, hacen parte de los poderes dominantes, de la estructura misma del sistema. De todos modos, junto a eso hay otra ciencia social. Para hablar de esta otra versión, de estas otras ciencias sociales, Argenpress, por medio de su corresponsal para el área centroamericana y caribeña, Marcelo Colussi, entrevistó a Clara Arenas. Ella es economista de formación, investigadora social de toda la vida y directora ejecutiva de AVANCSO (Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales en Guatemala), organización que comenzó con las denuncias de las masacres que tenían lugar en el país en la década de los 80 del pasado siglo, investigando en detalle, con riguroso criterio de ciencia social, qué sucedía en ese ámbito, y que tiene como misión básica «hacer investigación en Ciencias Sociales, útil para los sectores populares de la sociedad, sobre los más apremiantes problemas que enfrenta la sociedad guatemalteca».
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¿Qué podemos esperar hoy día de las ciencias sociales en nuestro contexto latinoamericano?
Yo tengo una percepción optimista, en el sentido de que las ciencias sociales, si efectivamente son críticas, pueden ofrecer muchas herramientas para pensar una nueva realidad posible. Pueden servir para explicar la realidad que tenemos, y para explicarla apuntando a hacer posible el sueño de tener una nueva realidad. Es decir: tienen un papel crítico y constructivo.
Eso, siempre que las ciencias sociales se planteen como críticas. Pero existen otras ciencias sociales que se alinean con los poderes dominantes: la psicología de la publicidad, las técnicas de mercadeo, la psicología militar, la comunicación social para la manipulación, por mencionar algunas. ¿Cómo situarnos ante eso?
Estamos hablando de las ciencias sociales dominantes, las que se colocan junto al pensamiento dominante. Esa es la perspectiva de buena parte de las ciencias sociales de nuestros países en Latinoamérica. Son formas de pensamiento que insisten en la neutralidad de las ciencias, en la objetividad y el no-compromiso de las ciencias y que, finalmente, van a terminar siendo siempre hipotético-deductivas. Podríamos decir que estas ciencias contribuyen de manera muy básica al conocimiento, llegando muy poco, o no llegando, a la reflexión teórica. Y cuando se meten a hacer teoría, va a ser sólo para corroborar sus mismas hipótesis empíricas con las que trabajan, pero nunca para contrastarlas o para construir nuevos conceptos críticos.
Es una ciencia social que no se atreve a producir nuevos entendimientos que cuestionen el nivel de la teoría. Por supuesto que existe esa versión de las ciencias sociales, y sin dudas logran impacto. Si nos queremos parar ante ellas desde una posición crítica, eso nos obliga a ser rigurosos, a no abandonar el compromiso con los movimientos sociales y con los sectores más desposeídos de la sociedad y, al mismo tiempo, obliga a no abandonar nunca la perspectiva cuestionadora que intenta mostrar dónde se encuentran las ataduras profundas que impone ese pretendido saber aliado de los poderes. Esas ciencias sociales, esos pretendidos saberes objetivos, naturalizan situaciones sociales injustas que son productos históricos, pero que se quieren hacer pasar por normales, por naturales. En el caso de Guatemala lo vemos, por ejemplo, con el caso del racismo. Eso es algo que pasa por natural, pero merece una dura crítica. Y así tantos campos que están naturalizados, como la heterosexualidad. También podríamos poner ahí las ideas alrededor de la democracia, de estas democracias que tenemos ahora, democracias controladas, bajo vigilancia, que pasan por ser la forma natural, la correcta. Y de la misma manera podemos poner las ideas que tenemos acerca del conflicto, que en general no se considera como algo natural.
Se quiere eliminar a toda costa el conflicto del campo de las relaciones humanas, en tanto eso es imposible. No quiero decir la violencia sino el conflicto, como el choque inevitable entre elementos distintos que está siempre presente en términos sociales: hay pavor a considerarlo como algo siempre presente, a enfrentarlo y aceptarlo. Desde estas ciencias sociales complacientes con el poder se intenta hacer tomar como naturales muchísimas cosas que no lo son. En eso cae también algo tan determinante como la idea de propiedad privada. Se ha entendido la propiedad privada como algo de orden natural, por lo que tiene un sitial de preferencia, y con eso se puede atacar tranquilamente al derecho laboral. Incluso la noción de propiedad privada puede ir por sobre el derecho a la vida. De esa manera estas construcciones histórico-sociales se terminan naturalizando y cobrando una preponderancia determinante, dominando toda la vida, valiendo más que la vida. Una ciencia social crítica tiene que partir de la pregunta: ¿será cierto que así somos?
Sin ludas, lamentablemente podríamos decir, esas ciencias sociales alineados con el poder, producen efectos. ¡Y muchos! ¿Cómo debemos plantearnos el trabajo desde las ciencias sociales críticas entonces? ¿Debemos repetir sus modelos pero con un sentido ideológico contrario? ¿Debemos desarrollar nuevos modelos? ¿Cómo incidir en la cotidianeidad concreta con nuestras ciencias sociales?
Esa es nuestra pregunta fundamental en el campo del pensamiento crítico. Sin herramientas efectivas para pensar, ninguna de las otras preguntas puede contestarse. Sin dudas es importante producir nuevas herramientas para pensar distinto y para enfrentarnos a estos campos de saber cuyos efectos son reales, y son ante todo, efectos de poder. En general no es fácil darse cuenta de estos efectos, porque están naturalizados en la cotidianeidad, están tan metidos en nuestra vida del día a día que solemos no verlos. Extremando las cosas, podríamos decir que somos nuestros propios policías, porque llevamos dentro de nosotros mismos los esquemas represivos, controladores. Nosotros mismos, sin saberlo, repetimos a diario la ideología dominante, el pensamiento acrítico. Llevamos el panóptico adentro nuestro controlándonos permanentemente. Por todo ello es de vital importancia la producción de esas nuevas herramientas teóricas. Y en esa producción se debe apuntar desde el inicio a tener efectos de poder, eso es definitivo. Es decir: se debe buscar potenciar la posibilidad de equilibrar la correlación de fuerzas entre el pensamiento dominante, el pensamiento de los poderes constituidos, y las nuevas propuestas identificadas con la transformación social.
Se debe buscar que los sectores de la población que están en desventaja en esa correlación de fuerzas, e igualmente los temas relacionados con la preservación de la naturaleza, pasen a estar en el centro de las preocupaciones. En relación a esos ejemplos que mencionábamos, de la psicología usada para el mercadeo o en el ámbito militar, o la economía al servicio de la gran empresa, etc., etc., debemos imaginar una distinta ubicación en ese campo de lucha, en ese enfrentamiento de modelos teóricos. Tener un efecto de poder significa cambiar la agenda que imponen los poderes dominantes en cuanto a las prioridades. Para ello se requieren estrategias diversas, toda una serie de esfuerzos que vayan encaminados en esa dirección, pero sin esos nuevos instrumentos para pensar, todos esos esfuerzos pueden ser cooptados por el poder, pudiéndose perder muy fácilmente.
En ese sentido ¿cómo deben moverse quienes formulan y defienden ese pensamiento crítico: hay que articularse con los movimientos sociales, hay que ocupar espacios como la universidad, desde dónde dar esa batalla teórica?
Creo que hay muchos y distintos lugares desde donde se puede hacer eso. En principio no habría que descartar ninguno, pero lo más importante es la actitud con la que uno se puede incorporar al campo que sea. Esa creo que es la clave. En general los ámbitos universitarios -en Guatemala ello es evidente, no conozco en detalle otros países latinoamericanos, pero podríamos aventurarnos a decir que ello no varía tanto- están bastante comprometidos con el poder y con ese modelo de ciencias sociales poco o nada críticas. Entrar en el ámbito de lo académico y trabajar con jóvenes tratando de estimularlos a buscar nuevas formas de pensamiento crítico, incentivando todo lo que se pueda la libertad intelectual, sin dudas es un papel importantísimo que se debe jugar.
No todos los científicos sociales son buenos profesores, no todos tienen esa vocación. Pero aquellos que entran en ese mundo académico pueden jugar ese papel de fomentar un pensamiento crítico y creativo con sus alumnos. Y de hecho, por supuesto que los hay. Además de trabajar con los alumnos tratando de fomentar esa actitud crítica, también se puede hacer eso con los colegas, con los otros profesores. Al mismo tiempo, esos catedráticos con un nivel de conciencia crítica pueden participar con los diversos movimientos sociales. Pueden participar teniendo una actitud de real compromiso, lo cual significa horizontalidad. Es decir: puedo recibir una crítica al igual que la puedo hacer a un compañero, y participo como investigador o investigadora, como intelectual, a la par de otros dirigentes que vienen de otros campos diversos y donde ninguno vale más que el otro. La pluralidad social es muy importante, y en esa pluralidad los investigadores que tienen una conciencia crítica, tienen un papel muy importante que cumplir. La función básica, su tarea primordial es ayudar a mantener esa actitud crítica, es estar repensando y repreguntando continuamente los postulados teóricos básicos con los que nos movemos.
Hoy por hoy, en general en toda Latinoamérica las universidades están ganadas por un discurso que es funcional a los poderes, son un mecanismo más del sistema, tanto las públicas como las privadas. ¿Pueden, de todos modos, ser una plataforma para un pensamiento alternativo?
En esta época uno las puede ver así, como mecanismos del poder. La ventaja es que tenemos una memoria histórica que nos muestra que no siempre fue así. Y sólo por eso podríamos pensar también que no siempre será así. Por otro lado tenemos la convicción de que la resistencia está también ahí, en el seno de la universidad. Lo que sucede es que, como todo proceso o movimiento social, es algo contradictorio. En el ámbito social las cosas no son lineales, claras y transparentes como en otras instancias. De alguna manera, todo puede verse desde distintos ángulos, en una dinámica que nunca se detiene. Por eso, cualquier profesor en la universidad puede escuchar una pregunta crítica de algún alumno, puede ver la inquietud espontánea de un grupo de jóvenes en algún momento, oír los comentarios críticos de sus colegas profesores, todo lo cual deja ver que hay potencial de resistencia, que hay inquietud intelectual crítica y la posibilidad de potenciarla. Si se desea, efectivamente se puede trabajar en función de una nueva intelectualidad, incluso pensando a futuro. Ello es posible, por supuesto que sí. Y además, junto a la universidad, hay otros espacios donde se puede proponer y fomentar ese pensamiento crítico, alternativo, no colonizado. Por ejemplo: la participación en los distintos movimientos sociales, los centros de investigación no universitarios, también puede ser el Estado y las relaciones que con él se puedan establecer.
Todos estos son campos en lo que, inspirados en un pensamiento crítico bien estructurado y difícil de rebatir, se puede ayudar a instalar la pregunta que ayude a ver las cosas de una manera distinta a como lo desea el pensamiento dominante, el pensamiento único. Todos estos ámbitos admiten esa actitud intelectual, pero también podríamos pensar en nuevos ámbitos, en general no tenidos en cuenta como bastiones donde incidir, como por ejemplo el deporte. De eso nunca hemos hablado en términos críticos. Se lo toma desde el discurso dominante como algo muy natural, encontrándose ahí un criterio ya aceptado y nunca cuestionado en torno a la competitividad, que lo profesionaliza cada vez más y que no nos deja pensar en nuevas versiones del mismo. O lo mismo con esto que ahora se ha pasado a llamar la industria cultural, manejada con criterios de psicología de la comercialización. Ahora toda la creación artística: músicos, poetas y literatos, por mencionar algunos creadores, está sumamente comercializada, mientras que junto a ella sí existe otra forma de producir culturalmente, no comercial, y que en general está dada por autores anónimos. Creo que todos estos ámbitos, novedosos en cierta manera, algo nos pueden decir para el pensamiento crítico, y en esos ámbitos también nos podemos meter a problematizar, a cuestionar, a preguntar.
Es decir que la clave está en desarrollar el pensamiento crítico. El ámbito desde donde lo hagamos no es lo determinante. La universidad puede ser un espacio, pero no el único. Ahora bien: a los medios alternativos como el presente ¿les ves potencial en ese sentido? Sabiendo que aún son limitados, que no llegan a la totalidad de la población, ¿pueden ser una forma de pensamiento crítico que aporte para una verdadera transformación social?
Sí, claro. Lo son, tanto los medios virtuales como los escritos. Porque también sigue habiendo medios escritos en papel, como en el caso de Guatemala la revista «La Cuerda», que es una publicación con una mirada diferente sobre la realidad, en este caso feminista. Todos los llamados «medios alternativos» sin dudas constituyen una nueva versión de las cosas, de eso no caben dudas; pero queda una duda con todos ellos: es que son para grupos cerrados. Esa es una pregunta que da vueltas y no sabría bien cómo encararla. Hay ahí una dificultad para saber cómo llegar a un público más masivo.
Una vez más, esto nos lleva a la pregunta en torno a cómo la intelectualidad crítica puede producir efectos reales de transformación en el colectivo social a partir de su práctica intelectual.
Creo que hay momentos en que a los intelectuales les corresponde estar un poco calladitos, participando desde abajo y empapándose de las realidades sociales que se van produciendo. La reflexión de las ciencias sociales debe ser posterior a los movimientos sociales. No hay recetas para decir cómo hacerlo, pero lo que me parece que está claro es que hay que estar dentro del movimiento social mismo, metidos ahí, en esa dinámica, porque desconectados de eso, recluidos y alejados leyendo aislados en un gabinete, no se va a poder incidir en la realidad social. Pero eso no quita que también hay que leer, y mucho, con rigor, con método. Por supuesto que esa articulación con el movimiento social no es fácil, no es lineal, requiere mucha creatividad, mucha paciencia.
¿Cómo ves el panorama de las ciencias sociales hoy en Latinoamérica luego de los golpes sufridos estos últimos años?
Sin dudas en estos pasados años las ciencias sociales, a lo largo y ancho de toda Latinoamérica, fueron duramente golpeadas. Eso es inobjetable. Y ello no fue casual: se golpeó la inteligencia, se golpeó con fuerza a la gente pensante. Hoy día existe toda una generación, tanto de profesores como de jóvenes, que ha sido neutralizada, silenciada. Pero es justo reconocer que también, junto a ello, hay una nueva efervescencia en torno al campo de las ciencias sociales. Hay todo un esfuerzo para poder tomar distancia del pensamiento dominante, por desarrollar una verdadera actitud crítica, de pregunta y denuncia de la situación social. Sin dudas esa fabulosa marea neoliberal de estos últimos años que parecía que arremetía con todo, hoy día está bajando y podríamos decir que en estos momentos ya está en retirada. Podemos hablar ya de un post neoliberalismo. Me parece que se está dando un debate serio en torno a las ciencias sociales, y que las mismas están llamadas a ser nuevamente un instrumento de importancia enorme para plantear nuevas alternativas.
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