Isabel Allende, la escritora, o al menos la que firma libros, acaba de hacer una breve visita a Chile, para promocionar su última novela, titulada La isla bajo el mar. En las conferencias y entrevistas que ofreció, se explayó sobre sus tópicos recurrentes: elogios a los gobiernos de la Concertación -sobre todo al actual, por […]
Isabel Allende, la escritora, o al menos la que firma libros, acaba de hacer una breve visita a Chile, para promocionar su última novela, titulada La isla bajo el mar. En las conferencias y entrevistas que ofreció, se explayó sobre sus tópicos recurrentes: elogios a los gobiernos de la Concertación -sobre todo al actual, por un asunto de solidaridad de género-, remembranzas del improductivo feminismo de los años 1960, y ataques virulentos y emocionales contra lo que ella califica de «vacas sagradas»: los literatos chilenos que gracias a sus méritos han obtenido el Premio Nacional de Literatura que a su persona le ha resultado esquivo. Por cierto, ninguno de estos temas guarda siquiera una remota similitud con la trama de su engendro, que trata de una esclava dominicana. A estas alturas, resulta imposible evitar retrotraerse a ese infantil chiste del «incendio bajo el mar».
Dejemos las cosas en claro. La Allende es una autora excesivamente sobrevalorada, aunque de acuerdo a los parámetros estéticos, tampoco se pueda afirmar a coro que es de mala calidad. Es del montón, simplemente. Ahora, la gran admiración que despierta en determinados sectores, está motivada por su enorme capacidad de vender libros, lo que en términos de cultura pop, es conocido como una «fábrica de salchichas». De hecho, ése es el argumento que sus partidarios esgrimen para afirmar que estamos en presencia de una escritora notable, candidata indiscutida al Nobel, el Grammy, el Oscar y la Triple Corona. Pero que en su nacionalidad de origen (no quiero decir país, porque nació en Perú) ha sido víctima de un rechazo supuestamente prejuicioso, dada su condición de mujer en un reservorio del más terrible machismo, el cual ella misma se ha encargado de denunciar en el mundo entero.
Y pese a todo, si recorremos la vida de Isabel Allende, hallamos poquísimos hechos que puedan catalogarse de revolucionarios o que estén relacionados con la lucha social, incluso en el ámbito del género. Descendiente de hacendados rurales y políticos conservadores (La Casa de los Espíritus es bastante autobiográfica), empezó redactando artículos para dos medios de la sociedad bienpensante de la década de 1960: la revista Paula -un magazine «hecho para la mujer» en el sentido de los roles tradicionales- y el diario El Mercurio. Partidaria de la Unidad Popular, se vio obligada a salir del país tras el golpe, afincándose, tras algunos tanteos, en el Estado norteamericano de California, meca por excelencia de la cultura pop. Ya afuera, merced a llevar el mismo apellido que Salvador y el mismo nombre de una de sus hijas (es preciso aclarar que no tiene parentesco con el compañero presidente, y si alguna vez se especuló sobre un supuesto vínculo, es porque en el extranjero siempre evadía esa pregunta cuando se la formulaban) fue llamando progresivamente la atención, hasta que se decidió a plagiar el realismo mágico de García Márquez en sus novelas. Lo del éxito de ventas es un fenómeno que dejo para un analista especializado, puesto que nadie puede predecir quién será tocado por la varita del reconocimiento comercial.
Sin embargo, sí hay una cuestión que se puede constatar a simple vista: en Estados Unidos se remarca, desde el principio, la línea que separa a los simples «bestseleristas» de aquellos escritores realmente relacionados con la literatura. Y la Allende siempre ha sido ubicada en el primer grupo, junto a Bárbara Wood -que aseveran algunos críticos, es una autora rescatable- o Danielle Steel. En el estandarte del capitalismo más liberal ya sea en su versión clásica o nueva, se coloca aparte a quienes tienen como principal misión hacer ganar dinero. La confusión se produce en Chile; mejor dicho, en un sector de chilenos, vinculados a esa izquierda liviana y esnobista que se arropa con el término «progresismo». Tales personas ven en esta diarrea mercantil que constantemente despide su escritora favorita -preferida justamente por dicha cualidad- una muestra de masificación popular, que para ellos siempre ha sido una inequívoca demostración de buena calidad. Es curioso que este criterio, relacionado con el marqueteo más puro, sea el mecanismo de evaluación de quienes, se supone, miran más allá de los billetes. Aunque siempre han considerado que el artista que no convoca un alto número de público es un fracasado que sólo puede darse a conocer entre una media docena de escogidos. Tal proceder ha sido su forma particular de censura, del mismo modo que los derechistas y los reaccionarios se han valido de la condena moral.
Fuente: http://www.theclinic.cl/2010/01/04/isabel-allende-incendio-bajo-el-mar/