Dividido por la mitad, los chilenos asistieron un desenlace anunciado en las elecciones del domingo pasado, cuando la derecha logró revertir estrechos resultados anteriores, y su candidato, Sebastián Piñeira, de la Coalición por el Cambio, se impuso al oficialista Eduardo Frei, de la Concertación por la Democracia, por 51,6% a 48,4% de los votos emitidos […]
Dividido por la mitad, los chilenos asistieron un desenlace anunciado en las elecciones del domingo pasado, cuando la derecha logró revertir estrechos resultados anteriores, y su candidato, Sebastián Piñeira, de la Coalición por el Cambio, se impuso al oficialista Eduardo Frei, de la Concertación por la Democracia, por 51,6% a 48,4% de los votos emitidos en la segunda ronda electoral.
No hubo que esperar mucho por los resultados de los comicios. Las urnas se empezaron a cerrar a las cuatro de la tarde. Con el sol todavía alto, un recorrido por la ciudad mostraba la gente recogida en sus casas, siguiendo el conteo de los votos, que apenas se iniciaba.
Cerca de dos horas y media después, el primer balance oficial no dejaba dudas. Con 60% de los votos escrutados, la ventaja de Piñeira era ya de casi 55 mil, un 3% que se mantendría hasta el final.
Entonces vino la fiesta del triunfo. Cerrada la Alameda, a pocos metros de Plaza Italia, en el corazón de Santiago, donde Piñeira había celebrado su triunfo en la primera vuelta, en diciembre, en carro o a pie, sus partidarios iban llegando, eufóricos. La derecha volvía al poder, después de la derrota en el plebiscito que, 20 años atrás, puso fin al régimen militar que encabezaba el general Augusto Pinochet.
Derecha e izquierda
En la manifestación, no faltaron los bustos del general, con la banda tricolor terciada en el pecho, recordando los orígenes de la victoria, aunque el escenario fuera ahora muy distinto.
Públicamente, nadie se quiere hacer cargo de la herencia de Pinochet. De su descendencia, solo una hija logró un cargo de elección popular, a nivel municipal. El propio Piñeira votó «no» en el plebiscito en que el régimen militar se jugó su futuro hace poco más de 20 años, lo que no impidió que la base de su candidatura fueran los dos partidos del «sí»: La Unión Demócrata Independiente (UDI), ahora el principal partido en el Congreso, con 40 diputados, y Renovación Nacional (RN), con 18, quienes dieron sustento político a la dictadura de Pinochet.
Con 120 diputados, la Cámara está dividida, sin que ninguna de las dos grandes coaliciones pueda, por si sola, contar con mayoría. Lo mismo ocurre en el senado de 38 escaños, donde la UDI y RN suman 16. Es la misma división reflejada en la segunda ronda presidencial.
Quizás por eso se puso tanto énfasis en la concordia, con el candidato triunfante pidiendo consejos a la presidente saliente, Michelle Bachelet, y el candidato derrotado visitando a Piñeira en la sede de su celebración, la misma tarde del domingo.
¿Será cierta tanta concordia?
Lo que sí parece cierto es que ambos se corrieron algo hacia la izquierda, en busca de los votos que les permitieran llegar al poder. «Piñeira no es la derecha», decían algunos de sus allegados, comparándolo con los núcleos más duros del período pinochetista; mientras Frei recogía algunas de las propuestas de sectores de la Concertación que prefirieron hacer casa aparte, descontentos con 20 años de gobierno que no fueron suficientes para reformar la constitución de Pinochet, ni para cambiar un modelo económico cuyo resultado ha sido un dramático proceso concentrador de la riqueza.
La cabeza de ese movimiento de protesta fue el diputado Marco Enríquez Ominami quien, con 20% de los votos en la primera ronda, se transformó en el fiel de la balanza de la segunda. Aunque dejó en libertad a sus electores para decidir a quién apoyar en el segundo turno, no ocultó que su voto sería para Frei. Una vez conocidos los resultados, se planteó como alternativa opositora al gobierno de Piñeira, un papel que deberá disputar a la Concertación. «La derrota era inevitable. Los dos son gente del pasado», afirmó, refiriéndose a los dos candidatos de la segunda vuelta. «Me declaro en oposición a ambos», aseguró.
Más a la izquierda, aúnque con una representación electoral mucho menor, resurgen los sectores vinculados al Partido Comunista que, en Chile, han tenido, en otras ocasiones, un importante papel político.
Lo cierto es que, por la noche, cuando se oían los primeros comentarios sobre los resultados electorales, el senador Andrés Allamand, de RN, reconocía que «Piñeira llega al gobierno sin necesidad de ninguna legislación sustantiva» para promover su programa.
Eso ilustra bien la herencia dejada por la Concertación y probablemente explica, en gran medida, el resultado electoral.
¿Qué propuso Piñeira a los chilenos? Entre las diez primera medidas de su gobierno, la mayor parte se refiere a salud, educación y seguridad. Con la salud y la educación privatizadas, los chilenos de menores recurso solo tiene acceso a servicios mediocres y malos, mientras la inseguridad crece.
Empleos
La propuesta más polémica del ahora presidente electo es la creación de un millón de empleos en sus cuatro años de gobierno, con una tasa de crecimiento de 6% anual, cifras que sus opositores estiman imposibles de alcanzar.
Hace poco más de dos años, en septiembre del 2007, en los cordones de pobreza que rodean la capital, se produjeron protestas violentas. Un reportaje publicado entonces por el muy conservador diario La Nación, en la vecina Argentina, destacaba que » El avance chileno, salta a la vista, redujo pero no eliminó la brecha vergonzosa que todavía existe entre ricos y pobres, una de las peores del planeta según el índice internacional Gini de distribución de la renta, que ubica a Chile entre los últimos 20 puestos sobre un total de 130 países. La pobreza cayó sensiblemente al 13,7 por ciento según las mediciones -creíbles en el caso chileno- correspondientes a 2006 (en 2003 el porcentaje de pobres era de 18,7). Pero el 10 por ciento más rico de la población se lleva casi la mitad del ingreso (47 por ciento), mientras que el 10 por ciento más pobre se queda con apenas el 1,2 por ciento».
Para 2009 el Banco Central proyectó una caída del PIB entre 1,5 y 2,0% por ciento, pero estimó que habrá un crecimiento del 4,5 al 5,5% en 2010.
En los cuatro años del gobierno Bachelet la economía chilena tuvo un desempeño modesto, de 2,8% como promedio de crecimiento anual, lo que indica que la oferta de Piñeira podría chocar con la realidad del país, aunque el precio del cobre, su principal producto de exportación, no para de crecer.
Para Roberto Pizarro, exministro de Frei y jefe programático de Jorge Arrate, el candidato de la izquierda que logró un 6,2% de los votos en las elecciones presidenciales de diciembre, n o es cierto que la política económica de la Concertación haya «optado por regular los mercados, apartándose del neoliberalismo».
Si así hubiese sido, agregó, «no tendríamos un tipo de cambio que está destruyendo a los exportadores. Tampoco existiría una tasa de interés para los pequeños empresarios que multiplica varias veces la que se aplica a los grandes, y los consumidores no sufrirían esa usura vergonzante del dinero plástico que imponen supermercados y retails. Además, si los mercados estuviesen regulados no estaríamos exportando sólo recursos naturales».
En suma, concluyó, «vivimos un modelo económico en que manda el gran capital, virtualmente sin regulaciones, en que además los trabajadores no tienen derecho a negociación colectiva. Es verdad que este modelo lo inventó la derecha, utilizando las armas de Pinochet, pero la Concertación hizo poco o nada para modificarlo. Tengo que decir con tristeza que entre la derecha y la Concertación no existen dos concepciones económicas distintas. Es una sola, la neoliberal».
Si la derecha asume, cómoda, su papel al frente de esta economía, la Concertación enfrenta el desafío de redefinir su papel en la política chilena, consciente de que se cerró una época y que la coalición que puso fin a la dictadura todavía no encuentra una propuesta que sirva para construir una sociedad más equilibrada en el futuro.