Nuestra tradición institucional destina el 21 de Mayo -aniversario del combate naval de Iquique, en 1879- a la cuenta anual sobre el estado de la nación que el presidente de la República entrega al Congreso Nacional. El Mensaje se convierte en un acontecimiento político que se utiliza para medir el prestigio de un gobierno, su […]
Nuestra tradición institucional destina el 21 de Mayo -aniversario del combate naval de Iquique, en 1879- a la cuenta anual sobre el estado de la nación que el presidente de la República entrega al Congreso Nacional. El Mensaje se convierte en un acontecimiento político que se utiliza para medir el prestigio de un gobierno, su capacidad política y sus realizaciones. Nada más parecido a un examen que el presidente rinde en un acto de solemne -y aburrida- parafernalia republicana.
Se subentiende que el mandatario manifiesta así su respeto por el Congreso y somete al veredicto de los representantes del pueblo soberano -al que él también representa- la obra de su administración. Los antecedentes, cifras, anexos y documentos que aporta cada Ministerio conforman un libraco que casi de inmediato es condenado a las telarañas del olvido. Lo medular del Mensaje, sin embargo, es lo que el presidente lee ante el Congreso Pleno, en medio de bostezos y movimientos de incomodidad en sus asientos de parlamentarios e invitados. El presidente defiende su obra y anuncia las nuevas metas de su administración. Esa parte del Mensaje es la que se difunde por cadena nacional de radio y TV y que publican -a tanto el centímetro- El Mercurio y La Tercera.
Se discute, comenta, elogia o descalifica durante un par de semanas… hasta que también se hunde en la oscuridad a la espera del siguiente Mensaje. En síntesis, el 21 de Mayo es un relumbrón del Chile oficial que dura unas horas -desfile de la Armada y homenaje a Arturo Prat, incluidos-. Nos hace aparecer -para consumo interno- como una democracia consolidada y verdadera, en la cual el pueblo es un espectador que a cambio de su eterna paciencia, goza de un día feriado.
Este 21 de Mayo es el primero del presidente Sebastián Piñera, cuya administración comenzó el 11 de marzo. Aunque Piñera tiene poco que informar al Congreso, no se espera que sea lacónico y modesto en sus palabras. Estaría en contradicción con su personalidad, que se caracteriza por una pasmosa incontinencia verbal. En todo caso, se cree que el presidente dedicará buena parte de su Mensaje a un balance de la reconstrucción en las regiones castigadas por el terremoto y maremoto del 27 de febrero. O sea muy poco, como atestiguan miles de damnificados que ya empiezan a gritar, airados, su desamparo. Con seguridad el presidente reafirmará también su compromiso de cumplir el programa que prometió al país. Desde un millón de nuevos empleos con salarios justos y dignos, subsidio al trabajo y respeto a los derechos de los trabajadores, hasta el combate frontal al narcotráfico, 10 mil nuevos carabineros, cárceles concesionadas «dignas y seguras», 50 liceos de excelencia, 10 hospitales y 76 consultorios de última generación, 600 mil soluciones habitacionales, inscripción automática y voto voluntario, 16 millones de nuevos árboles en las ciudades, etc., etc., que harán de Chile un paraíso terrenal.
A contrapelo con tantas maravillas futuras, el mandatario se presentará ante el Congreso con las filas de sus seguidores raleadas y con un desorden fenomenal en los partidos de gobierno. Un sondeo de opinión de Adimark ha mostrado una brusca caída de la popularidad de Piñera, que ha regresado al apretado 52% con que ganó la elección presidencial el 17 de enero. La mayoría ciudadana no parece creer que éste sea el «gobierno de los mejores» que tanto se anunció. Impericia, atolondramiento e incapacidad se han revelado como rasgos inocultables de la administración. Asimismo, este breve período ha estado marcado por un agudo sectarismo y ánimo persecutorio de los partidos de la derecha, que han entrado a saco en la Administración Pública y en las grandes empresas estatales.
El gobierno no oculta su ADN empresarial. A las claras es el régimen de los empresarios. Una herramienta de esa oligarquía que hace lo posible por ocultarse detrás de los gobelinos de La Moneda, pero que se revela con crudeza en la conducción política del país. El mejor ejemplo son los grandes negocios que el gobierno está ofreciendo al empresariado con motivo de las obras de reconstrucción. Los trabajadores, los damnificados y las pequeñas y medianas empresas de las regiones afectadas por el terremoto se han visto privados de participación en decisiones que les incumben directamente.
Los «conflictos de interés» constituyen, por otra parte, uno de los problemas más graves de esta administración. Eventualmente sus consecuencias pueden alcanzar a varios ministros, subsecretarios, jefes de servicios y altos funcionarios del régimen. El propio presidente de la República es pasible de conflictos de intereses cuya solución -o también la falta de ella como en el caso de Chilevisión y otros negocitos- aparece confusa y sospechosa.
No obstante, hay que admitir que algo más de dos meses es poco tiempo para hacer un juicio del gobierno que se aleje de conclusiones fáciles y estereotipos ideológicos. En la actual administración hay rasgos que la apartan del modelo clásico del gobierno de derecha.
También en su conducta empresarial -más conocida que la de gobernante- Piñera está más cerca del especulador y jugador de Bolsa que de los jefes de los grandes grupos que controlan la economía chilena. En sus rasgos personales predominan la audacia y las decisiones sorpresivas, que confunden e inquietan tanto a los partidos de oposición como a los de derecha. Unos y otros se sienten descolocados en un cuadro en que el gobierno toma medidas inesperadas. La derecha íntimamente las rechaza y la Concertación -que en el gobierno no se atrevió a tomar ninguna de las medidas que hoy minimiza en materia de impuestos o del royalty minero- realiza una lastimosa forma de oposición, oportunista y demagógica. Aquellas iniciativas, aunque parciales y vacilantes, marcan un precedente importante, como lo han entendido los grandes empresarios -y las transnacionales- que les gruñen y muestran los dientes.
Es notorio, asimismo, el esfuerzo presidencial por evitar confrontaciones y buscar entendimientos con la Concertación, en especial con la Democracia Cristiana, buscando reactualizar la política de los consensos, pero imponiendo ahora una voluntad política de derecha que abra una etapa de más crecimiento económico y de mayores ganancias para los consorcios locales y las transnacionales. Incluso Piñera intenta neutralizar al Partido Comunista mediante gestos de cortesana convivencia que igualan las atenciones que dispensó a ese partido la ex presidenta Bachelet.
En su proyecto de financiamiento de la reconstrucción, Piñera hizo un gesto a la Concertación omitiendo la depreciación acelerada, que debía compensar la modesta y transitoria alza de impuestos para las grandes empresas. Esto desató la furia de la UDI y el malestar silencioso de Renovación Nacional. Este no es el único motivo de sorpresa. En lo internacional Piñera rehuye también las confrontaciones y no parece interesado en asumir liderazgos tan desprestigiados como los del presidente colombiano, Alvaro Uribe. En la reunión de Unasur, en Buenos Aires, por el contrario, asumió una posición constructiva de búsqueda de entendimientos, de integración latinoamericana y de una relación respetuosa y cordial con el presidente venezolano, Hugo Chávez, satanizado por EE.UU.
En los partidos de la Alianza hay intranquilidad, en especial en la UDI. Allí se perfila una tendencia -de los senadores Longueira y Novoa- que quiere imponer una línea dura. Sus peones menores han reclamado un cambio de gabinete y sugerido que la UDI ¡podría irse a la oposición!… estas amenazas a menos de 90 días de gobierno.
La confusión y dificultades que afectan al oficialismo parecen transmitirse a la Concertación, que aún no atina a asumir el rol de oposición. Prácticamente en todos sus partidos hay problemas -algunos muy espinudos- que cuestionan hasta la propia existencia del conglomerado. Se aproximan elecciones internas -comienzan este mes en el Partido Socialista- que redefinirán los liderazgos. Pero ahora no hay pegas ni canonjías que ofrecer a los adherentes. Sólo «sangre, sudor y lágrimas» …y un futuro incierto.
En este tablero político la Izquierda sigue ausente. Influyen, sin duda, los elementos de confusión ya anotados y también la falta de voluntad política para buscar un camino independiente que no sea funcional al juego de la Concertación, y en especial de la DC que manipula la posibilidad de acercarse al gobierno si llegara a sentirse presionada por sus socios de coalición.
Piñera puede sentirse tranquilo este 21 de Mayo, porque si bien su gobierno lo está haciendo mal, todavía peor es el desempeño de la «oposición».
– Editorial de «Punto Final», edición Nº 709, 14 de mayo, 2010.