Qué decir de este gran escritor…, sería fácil resumirlo diciendo que murió en unas condiciones deplorables, con sólo 31 años y después de rechazar la oferta de libertad que le ofrecieron para trabajar para el régimen. A pesar de llevar poco más de diez años escribiendo, Miguel Hernández publicó en este breve periodo de tiempo […]
Qué decir de este gran escritor…, sería fácil resumirlo diciendo que murió en unas condiciones deplorables, con sólo 31 años y después de rechazar la oferta de libertad que le ofrecieron para trabajar para el régimen. A pesar de llevar poco más de diez años escribiendo, Miguel Hernández publicó en este breve periodo de tiempo más de tres mil páginas entre crónicas, narraciones y poemas.
Nacido en Orihuela (Alacant), hijo de una familia de ganaderos y obligado a dejar los estudios para dedicarse al oficio de su padre, Miguel Hernández empezó un aprendizaje casi autodidacta hasta que en 1930 deja el oficio de cabrero para dedicarse únicamente a escribir.
Pasados seis años, cuando ya empieza a ser conocido como «el poeta-pastor», su vida cambia radicalmente y, dejándose llevar por los más puros sentimientos que le despiertan las necesidades populares, empieza a escribir su obra más importante y conocida: Viento del pueblo.
Con el golpe de estado, en Madrid se crea «La Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura». Organizados como asociación cultural, hacían llamamientos contra el fascismo y publicaban varios manifiestos a favor de la causa republicana y antifascista. Hernández ayudó a la creación y crecimiento de la Alianza junto con grandes intelectuales de diversos campos como Rafael Alberti, María Zambrano, Luis Buñuel, Ramón Sender, entre otros. Varios autores extranjeros participaron en diferentes congresos promovidos por la Alianza, como Ernest Hemingway y Pablo Neruda.
A pesar de los esfuerzos, con el fin de la guerra, se hizo imposible la continuidad de las publicaciones y la Alianza acabó desapareciendo en 1939. Durante este período, fue cuando Miguel Hernández pasó de «poeta-pastor» a «poeta de la revolución».
Después del golpe de estado se encaminó hacia la capital para presentarse como voluntario en las milicias del Quinto regimiento, unidad creada por la alta dirección del Partido Comunista, donde «La Pasionaria» era organizadora y comandante de honor. Ingresó como fusilero en la unidad de Valentín González, más conocido como «El Campesino». Allí, junto con el comisario político Pablo de la Torriente publicó el Periódico de la Brigada e instruyó a los soldados sobre los sentimientos de lucha y la causa antifascista.
Al poco tiempo conoció a otro alto cargo del ejército republicano, Enrique Líster. El gran jefe de milicias escribió en un artículo sobre Hernández: «(…) una buena poesía era para mí algo así como varias horas de discursos resumidos en pocos minutos. He podido comprobar muchas veces que una poesía capaz de llegar al corazón de los soldados valía más que diez largos discursos».
En invierno de 1937 fue enviado al frente sur y nombrado comisario político, y reconocido por muchos como «el primer gran poeta de nuestra guerra». En verano del mismo año fue invitado a visitar la Unión Soviética, pasando casi un mes entre Moscú y Leningrado.
En julio, el poeta de Orihuela formó parte del segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Fue en el Congreso donde criticó la frivolidad de las modas y los juegos de vanguardia, señalando con el dedo a los escritores que cerraban los ojos a la realidad que les rodeaba.
Miguel defiende en ese momento un arte más cercano llamado «Realismo Socialista» y dice que no existe tema artístico más digno, apasionante y provocador que esta guerra.
Al finalizar la guerra fue hecho prisionero y murió tras una larga agonía un 28 de marzo de 1942 en Alacant, en un reformatorio para adultos.
Otros grandes escritores como Pablo Neruda o Rafael Alberti también defendieron la causa republicana, pero fue Miguel Hernández quien, cuando recitamos su nombre, inevitablemente resuena la República Española.
Fue él quien dignificó el oficio de poeta hasta los límites heroicos, al asumir con su vida el compromiso consigo mismo y con un pueblo oprimido por el fascismo y la iglesia católica.
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