El primer mensaje presidencial de Sebastián Piñera se convirtió, como era previsible, en un acontecimiento dentro del empobrecido debate político nacional. El discurso del 21 de mayo es el eje en torno al cual giran todavía las opiniones de los partidos, parlamentarios y comentaristas políticos. El pueblo, sin embargo, toma distancia, se refugia en su […]
El primer mensaje presidencial de Sebastián Piñera se convirtió, como era previsible, en un acontecimiento dentro del empobrecido debate político nacional. El discurso del 21 de mayo es el eje en torno al cual giran todavía las opiniones de los partidos, parlamentarios y comentaristas políticos. El pueblo, sin embargo, toma distancia, se refugia en su mutismo y sigue a la espera de una política diferente que lo tome en cuenta como actor principal.
El mensaje, en realidad, trajo pocas novedades. Fue sobre todo una repetición de las promesas que permitieron al magnate Sebastián Piñera Echenique convertirse en presidente de la República. Como se había anticipado, hizo un balance de las medidas para enfrentar los daños del terremoto del 27 de febrero -cuya emergencia, advirtió, no ha terminado-. Piñera reafirmó asimismo su voluntad de cumplir el programa, para lo cual enumeró por enésima vez sus compromisos, agregando otros que sacó subrepticiamente del baúl de promesas incumplidas de los gobiernos de la Concertación; finalmente, para reafirmar el norte de su estrategia política, reiteró su llamado a la unidad nacional para enfrentar la reconstrucción, tarea que se prolongará mucho más allá de su período como gobernante.
Mientras el presidente Piñera -dueño de una fortuna de 2.200 millones de dólares según la revista Forbes- hablaba ante un semivacío Congreso Pleno con parlamentarios, embajadores y otros invitados que no ocultaban su modorra, miles de damnificados en las regiones de O’Higgins, Maule y Bío Bío padecían las consecuencias de las primeras lluvias y del frío, hastiados de promesas y sumidos en una desesperación que crece en forma amenazadora.
En la retórica de Piñera predomina un estilo empresarial. Su discurso es el de un gerente que traza perspectivas, fija metas y plazos, baraja cifras y notifica que se preocupará de controlar el cumplimiento de objetivos que espera alcanzar mediante un sistema de premios y castigos a los empleados. En este caso, se trata de un gerente que plantea metas a sabiendas que no será posible alcanzarlas. Pero este ardid le permite ganar tiempo, tranquilizar a sus partidos, introducir desconfianza entre los de oposición y fomentar ilusiones con ayuda de la poderosa maquinaria comunicacional que controla la derecha.
Piñera necesita superar rápidamente el 52% de apoyo que le entregó la elección presidencial. Por eso los anuncios tiran líneas para capturar sectores de la Concertación, presentando a su gobierno como continuidad y superación de los cuatro anteriores. En este sentido, su mensaje sigue los lineamientos de la «nueva derecha» europea que hace denodados esfuerzos por sacar de la crisis al capitalismo mediante programas que adoptan las inocuas políticas de «protección social» de socialdemócratas y democratacristianos. El llamado a la unidad nacional del presidente Piñera se enmarca en un proyecto de ese tipo; intenta sumar al centro político, mediante un puente de continuidad con la Concertación para dar nuevo impulso al modelo neoliberal. No sin razón el senador de la UDI, Pablo Longueira, hasta hace poco imperturbable crítico de Piñera, comentó burlón que los gobiernos concertacionistas fueron en realidad regímenes de «centro derecha», por lo cual resulta lógico que la Alianza establezca una continuidad con aquellos. Extremando su ironía, sostuvo que hasta el gobierno de Jorge Alessandri (1964-70), estuvo más a la izquierda que los gobiernos de Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet.
La visión del presidente Piñera, sin embargo, parece no asumir la realidad del país, situado en el mundo subdesarrollado y que padece problemas impensables en países avanzados. En su mensaje fue lamentable la omisión de la política internacional, que permitiría analizar las escasas posibilidades de Chile en un escenario de crisis mundial del capitalismo. Por eso varias de las promesas de Piñera vuelven sobre anuncios que ya se hicieron hace años, respecto a que Chile alcanzaría en breve tiempo el escalón de país del Primer Mundo. Así lo hicieron sucesivos ministros de Hacienda neoliberales, tanto de la dictadura como de la Concertación. Hoy los repite Piñera, pero en una coyuntura de profunda y extensa crisis del sistema capitalista, que hace todavía más improbable convertir en realidad la quimera del crecimiento anual del 6%.
No obstante, en el plano propiamente político, el discurso de Piñera cumplió sus objetivos. Sobre todo mostró la astucia y pragmatismo del presidente. Mediante pases de magia política y una apenas contenida dosis de demagogia, logró sumir en la confusión a la Concertación, que dio su visto bueno al mensaje en términos generales. Lo puso de manifiesto el ex ministro, ex democratacristiano, ex mapucista, ex socialista y hoy poderoso lobbista, Enrique Correa, entre cuyos empleados se cuentan varios ex ministros de la Concertación. Correa declaró a El Mercurio, que suele difundir -por algo será- sus sabias elucubraciones, que el gobierno de Piñera «está condenado a la continuidad». Una manera rasputinesca de ayudar a construir el bypass político que busca Piñera entre derecha y Concertación para superar el desgastado modelo de dominación que implantó la dictadura y que perfeccionó la Concertación.
El presidente Piñera se prepara a jugar ahora la baza de las reformas políticas que, por cierto, no contemplan la eliminación del sistema electoral binominal, factor que garantiza la perpetuación de dos bloques políticos con el reparto amigable de escaños en el Parlamento. Esto condena a las fuerzas políticas menores a convertirse en adherencias de la Concertación o de la Alianza para conseguir representación parlamentaria. Lo que ha intentado presentarse como una burla al binominalismo, en realidad se ha convertido en la legitimación de un sistema oprobioso para la democracia.
La astucia de Piñera se revela al definir sus políticas como «progresismo», situando sus propuestas en el mismo campo que representaron las de Frei y Enríquez-Ominami. Pero, ¿qué es el progresismo sino el nuevo nombre del eclecticismo y la ambigüedad política? Las propuestas «progresistas» benefician a los sectores acomodados, excitan las aspiraciones consumistas de la clase media y buscan la pasividad de los sectores populares mediante concesiones que no significan cambios reales en educación, salud, vivienda y -sobre todo- en la distribución del ingreso. ¿Se puede ser progresista sin tocar a las transnacionales, sin asegurar la equidad social y sin permitir la participación del pueblo en la construcción de superiores formas de democracia? El progresismo es un cuento infantil para ocultar el escapismo y traición de sectores vergonzantes que ayer fueron de Izquierda. Piñera -diestro en robar los huevos del águila de los negocios- se ofrece para encabezar un «progresismo» que es en realidad una operación de salvataje de la economía de mercado.
El presidente aprovecha, asimismo, el vacío ideológico y orgánico en la Izquierda, que impide levantar una alternativa a este conservadurismo disfrazado de progresismo. Se necesitan algo más que partidos reformistas para enfrentar a un sistema que condena al pueblo a la exclusión social, cultural y política. Sin embargo, existen volcanes dormidos de malestar que amenazan entrar en erupción. Las continuas alzas de tarifas del Transantiago, los despidos en la Administración Pública, los estudiantes que soportan una educación que los empuja a la mediocridad y la pobreza, los mapuches discriminados y sin tierras, las pymes sin acceso al mercado controlado por los grandes consorcios, las 80 mil familias damnificadas por el terremoto que ahora soportan las inclemencias del tiempo, la represión policial cada vez más dura con respaldo incondicional del gobierno… El descontento, en fin, puede saltar por cualquier lado y por cualquier motivo. El antídoto no son más promesas, sino hechos contantes y sonantes.
– Editorial de Punto Final, edición Nº 710, 28 de mayo de 2010.