La eliminación de la selección chilena nos ha hecho poner nuevamente los pies en la tierra. Se trata de un ritual que la historia más reciente no había registrado desde el Mundial de Francia, en 1998, pero que ha tenido expresiones en otros y muy diversos eventos. Es un rito expiatorio levantado por los medios […]
La eliminación de la selección chilena nos ha hecho poner nuevamente los pies en la tierra. Se trata de un ritual que la historia más reciente no había registrado desde el Mundial de Francia, en 1998, pero que ha tenido expresiones en otros y muy diversos eventos. Es un rito expiatorio levantado por los medios de comunicación, que en la interpretación y reinterpretación de los mismos hechos busca alejar los viejos y endémicos fantasmas que cruzan nuestra historia ciudadana.
Si atendemos a la charlatanería periodística, la selección chilena se transmuta en un elemento redentor, un talismán que nos protege de toda aquella mitología y hechicería que ha construido una malograda identidad. Como si el uso y abuso de frases como «mentalidad ganadora» , «Chile, haciendo historia» o «actitud triunfalista» pudieran encantar a ese otro Chile, o «Chilito», aquella «chilenidad» creada e instalada no por el pensamiento ganador de la oligarquía y sus medios, sean políticos, culturales o de comunicación, sino por un pueblo sufriente e históricamente derrotado. Como si un partido de fútbol o dos días extra de fiesta para el Bicentenario fueran a esfumar, cual hechizo, esa carga histórica que pesa no como una maldición de los dioses o de la naturaleza, pero sí como resultado de una construcción social, económica, política.
El Chile del Mundial, el país triunfador, expresado en una selección chilena de rasgos físicos muy representativos, es más un producto publicitario que una expresión de la movilidad social. Es ilusión, pero especialmente deseo y aspiración social de integración, de término de las discriminaciones, de fin de la exclusión. Es el Chile de las oportunidades representado y construido en la selección de Marcelo Bielsa, efecto de un trabajo largo y extenuante. Es el resultado de un bien diseñado y elaborado proceso. Es gestión, es trabajo. Es excelencia.
Cabe hacerse la pregunta, ¿qué Chile es representado por la selección? ¿Somos todos? Porque se dice y se repite es «la Roja de todos», cuyos atributos, su «mentalidad ganadora», «actitud triunfalista» o su capacidad de «hacer historia» entre otros rasgos positivos, serían también de todos. Todos los chilenos compartiríamos esa nueva actitud ganadora, todos estaríamos escribiendo otra y mejor historia. Pero se trata de un discurso publicitario levantado con fruición por los medios y alentado por las elites políticas.
Aun cuando vemos que la selección es representativa de la noción física de la chilenidad, de nuestro mestizaje, sus atributos no son compartidos por todos los ciudadanos que conformamos la chilenidad. Porque en no todas partes están esas oportunidades, ni el término de las discriminaciones y las marginaciones. Y tampoco el trabajo que permite esos resultados. Para comprobarlo no hace falta ir muy lejos: miremos los resultados del Simce, que reflejan un país desintegrado; observemos los indicadores de la OCDE para Chile, con la peor distribución del ingreso en Latinoamérica y posiblemente en el mundo.
El buen desempeño de la selección, levantado por los medios y otros poderes, es sólo la cara bonita del Chile de hoy. Un país controlado por el sector privado (¡y cómo ha penetrado hasta el fondo en el fútbol!), campeón de la gestión empresarial, obsesionado por los resultados y por la excelencia. Un proceso que si bien puede tener esos buenos efectos, no puede afirmar que sean extendidos ni menos integradores. Porque si es un proceso, un trabajo que ha generado más comercio, más negocios, más crecimiento económico, éste es segmentado y discriminador. El proceso de gestión que conduce a la excelencia no sólo es discontinuo, es también arbitrario y excluyente.
La Roja podría ser de todos, como si fuera una verdadera representación de un país de oportunidades e integración. Pero es publicidad y todo tipo de oportunismos aledaños. Es fútbol, es espectáculo, pero también es un negocio, cuyo espíritu, que es el lucro, no lo diferencia de muchos otros negocios. Es un complejo servicio de consumo masivo, un negocio de los afectos e integración, en tiempos de soledades y desintegración. Pero especialmente en tiempos de pérdida de identidad y otras referencias elementales.
Qué más quisiéramos que la Roja fuera una realidad. Pero en el Chile neoliberal, en el Chile privado, privatizado y mercantilizado, en el país de todas las modernidades, de la alta gestión, de los tratados comerciales, en el país que juega en «las grandes ligas» (la cita futbolística no es nuestra, sino data de algunos de los gobiernos de la Concertación), lo que no es negocio no existe. El resto es invención, ilusión, deseo, aspiración. Es espectáculo, publicidad y medios de comunicación. Y si algo más hay, queda fuera, como despojo.
(Publicado en «Punto Final», edición 713, 9 de julio, 2010)