Lo esperado por el presidente Álvaro Uribe y su círculo, y lo más inesperado para el propio pueblo colombiano, se dio, al fin y al cabo: la ruptura de relaciones con la vecina República Bolivariana de Venezuela. El gobierno colombiano venía buscando el estropicio desde hace años, en franca contravía con la propia realidad comercial, […]
Lo esperado por el presidente Álvaro Uribe y su círculo, y lo más inesperado para el propio pueblo colombiano, se dio, al fin y al cabo: la ruptura de relaciones con la vecina República Bolivariana de Venezuela.
El gobierno colombiano venía buscando el estropicio desde hace años, en franca contravía con la propia realidad comercial, cultural y de vecindad de dos países que tienen una frontera común de más de 2400 kilómetros.
Se trata de un cuento viejo. Cuento, porque las pruebas alegadas por Colombia sobre la presencia de campamentos guerrilleros en territorio venezolano siempre han resultado un fiasco, puro cuento, que luego de mucha alharaca mediática terminan disolviéndose en el olvido y la nada. Y viejo, porque desde 2004, a conveniencia y según el biorritmo de Uribe, se machaca de tanto en tanto el asunto.
Primero se distanciaron los presidentes: de los abrazos forzados o fingidos se pasó en un abrir y cerrar de ojos a los improperios más fastidiosos. A poco, ante el riesgo del éxito, el de Colombia dejó al de Venezuela viendo un chispero en la mediación para la liberación de secuestrados de las FARC, que él mismo le había solicitado. Luego se enfriaron las relaciones entre los países, que bien pronto terminaron congelándose.
Y ahora, pues, acabó de romperse la ya rota cáscara de huevo de unas relaciones minadas sin tregua.
La iniciativa insidiosa, quién lo duda, siempre la ha llevado el gobierno de Uribe. La reacción, a veces a priori, en ocasiones oportuna, otras veces tardía, siempre le ha correspondido a Venezuela.
Si ha sido desproporcionada o la que corresponde, depende de la óptica de quiénes la atisban. Para la derecha colombiana, claro está, lo primero y más aún: frente a la provocación de un cuerdo cuerdísimo, la reacción de un loco.
Para quienes conocemos la etimología de frases como: el abarbechado Álvaro, don Berna Moreno, lauros de César Mauro, o el obnubilante Obdulio, la cosa no sólo es así de sencilla, es aún más simple: tanto va el cántaro a la fuente, que al fin se rompe. En otras palabras: tanto saboteó Uribe las relaciones con Venezuela, tanto agredió al vecino país, tanto tensó la cuerda, que la rompió. La rompieron.
Los visos mínimos de acercamiento con Venezuela que venían dando el presidente electo colombiano Juan Manuel Santos, hablando de diálogo, y la nueva canciller, María Ángela Holguín, enviándole invitaciones al presidente Chávez para asistir a la posesión de Santos, fueron arrojados por la borda en un santiamén.
El gobierno de Uribe, a pocos días de dejar la presidencia, levanta el polvero que puede. Para que no se note tanto el previsible cambio en el manejo de las relaciones internacionales que necesariamente traerá consigo el nuevo gobierno. Para que de un día para otro no quede al descubierto la conducción burda que de ellas hizo Uribe. Para desaparecer de la agenda mediática los pasos y gestiones del nuevo gobierno, en la que ya casi se había olvidado el saliente, y, gracias a este «falso positivo» mediático, volver a encabezar los titulares de prensa, radio y televisión.
O para hacerle el juego al gobierno de los Estados Unidos, que usa a Uribe como peón de brega de su causa ideológica y como carga ladrillos en la tarea de fregar la unidad continental. O para salir de la Casa de Nariño con medio pueblo cerrando filas y aullando patrioteramente alrededor de un gobierno untado de paramilitarismo, corrupción y mafias. Mejor dicho, para ser ruin y repelente hasta la sepultura.
Roy Chaderton, el embajador venezolano, dio a entender que la OEA era un salón de vaqueros. Pero no: la bullaranga, las pocas nueces, eran los propios de una plaza de mercado de la región cafetera colombiana, donde el embajador Luis Alfonso Hoyos, una perla natural de «la perla de Oriente», Pensilvania -que ni es Pennsylvania ni está en el ancestral Oriente, sino al oriente de Caldas, en la región paisa colombiana- hizo las de culebrero mayor, con su oratoria larga y redundante, sus circunloquios floridos, su entonación impostada y su garniel de Guarne lleno de pomadas a base de mera vaselina.
Daba pena verlo tratar de vender unas pruebas con fotos montadas quién sabe dónde, videos tomados vaya a saberse cuándo y mapas satelitales con puntos rojos bien remarcados, que no dejaban ver la nada que había debajo de ellos. Y más pena ajena dio verlo, oh casualidad, en el programa «La Noche», del canal uribista RCN, afirmando que «la contundencia de las pruebas fue muy evidente». ¿Cuáles pruebas? ¿Cómo contundentes? ¿Evidentes de qué?
Y ni hablar de la descocada petición final que el saliente embajador colombiano hizo ante la OEA. Hoyos pidió que se constituya una comisión de verificación internacional, que constate la presencia de las FARC en Venezuela, antes de 30 días. Una solicitud que, obviamente, se hace porque se sabe de antemano que no se puede aceptar bajo ninguna circunstancia. Nadie lo hace ni lo haría.
¿O, acaso, Colombia, como país llevado contra las cuerdas a una instancia internacional, aceptaría una «visita» de este tipo a su territorio, digamos, a las siete bases con presencia de militares y contratistas estadounidenses, algo que viola abiertamente la Constitución y puede ser alegado como un riesgo para los países vecinos? ¿O, acaso, aunque el propio presidente Uribe lo prometió en UNASUR, el gobierno colombiano llegó a mostrar siquiera alguna fotocopia borrosa del tratado con los Estados Unidos?
Ha añadido Hoyos, refiriéndose a Venezuela: «Negarse a aceptar la verificación de campamentos en su territorio, es una confesión muy grande». De verdad que hay que estar más versado en temas excesivamente parroquiales, de plaza de mercado; muy ducho en el asunto de las «familias en coacción», o haber sido inhabilitado de por vida para ocupar cargos de elección popular por la Sala Plena del Consejo de Estado, para hacer una aseveración de tal calibre.
Ni el caballista Uribe, ni el megáfono gangoso de Hoyos, tienen idea de lo que es y significa la diplomacia internacional, como no sea para hacer de ella una mera alacena más en esa cocina llena de ollas y chocolateras que han vuelto a Colombia. Hace 200 años, por los menos, gritábamos por floreros. Ahora, ni eso.
Lo más peligroso de la temeraria denuncia llevada a la OEA, que ahora se amenaza con llevar a la Corte Penal Internacional, no es que sea falsa, que lo es, sino que tiene obvias premisas ciertas.
Me explico: Resulta indudable que todos los grupos al margen de la ley, que hacen su agosto en Colombia: guerrilleros, paramilitares y delincuentes comunes y no tan comunes, vayan y vengan por todas las fronteras nacionales, que apenas son una línea imaginaria en los mapas, y hagan presencia en Venezuela, en Brasil, en Panamá, en Perú, en Ecuador, y, digan si no, en las aguas internacionales de ambos océanos.
O sea, en donde quiera que haya límites con nuestro país, porque ni aquí se los ha acabado (como se afirma), ni se los querría acabar del todo (que es un negocio fructífero para tanto señor de la guerra), ni se los acabará (que las inequidades esenciales, que los modelos pregonados, pues no lo permiten); porque con los ataques a las guerrillas, éstas han visto en los países vecinos un espacio para recargar baterías; porque fenómenos como el narcotráfico hacen que los endebles bordes de la cartografía sean aún más difusos; porque esos confines geográficos son selvas espesas e inmanejables, en fin.
Treinta y tres documentos, según el gobierno colombiano desencriptados de la dichosa computadora de Raúl Reyes, sustentan vínculos de las FARC con los gobiernos panameños de Mireya Moscoso (1999-2004) y Martín Torrijos (2004-2009).
«Tenemos información de que se utiliza por parte de redes de narcotráfico y logística de las FARC el territorio brasileño, como se utiliza el de muchos otros países», afirmó hace poco el sin par ministro colombiano de Defensa, ilustrísimo Gabriel Silva. El río Amazonas y «una ciudad de puerto libre como es Manaos», se usan para facilitar el tráfico de drogas y la logística de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Si hasta el propio ejército colombiano, un estamento armado que se supone que no está al margen de las leyes nacionales e internacionales, viola las fronteras e invade el territorio de Ecuador, sin previo aviso al gobierno del país vecino, ¿qué podemos esperar de los grupos subversivos, los paramilitares, los narcotraficantes o cualquier delincuente, que tampoco se ciñen a normas ni acuerdos de ninguna clase?
A Venezuela, los paramilitares también han sido exportados. Desde 2003, se conformaron en el vecino país el grupo denominado las Autodefensas Unidas de Venezuela (Águilas Negras), el cual fue conformado con la asistencia de las Autodefensas Unidas de Colombia, y de cuya creación, como lo denunció la abogada estadounidense venezolana Eva Golinger, tendrían conocimiento Estados Unidos, el servicio colombiano de seguridad y la oposición venezolana.
En mayo de 2004, en los municipios de El Hatillo y Baruta, en las afueras de Caracas, fue desmantelado un campamento que acogía a más de 100 paramilitares colombianos, que «tenían previsto realizar asaltos masivos a guarniciones militares», según el general Jorge Luis García Carneiro, el entonces ministro de Defensa venezolano.
La presencia paramilitar se ve acentuada en aquellos estados venezolanos en poder de la oposición al presidente Chávez, en particular, los fronterizos de Zulia, que comprende la cuenca petrolífera del Lago de Maracaibo, la más importante del país y el primer centro refinador, y Táchira, otra importante región clave para el intercambio comercial entre ambos países.
O sea, nos referimos a unas circunstancias que trascienden los propósitos en el papel y se enmarcan en unas condiciones geográficas particulares, de las cuales, por arte del discurso y del embrollo, salen las pruebas que se quieran, para lo que se quiera. Y donde se señala con el dedo acusador al que también se quiere: ¡Vaya, ni a Panamá, ni a Brasil! ¡A Venezuela! Un país que ideológicamente adelanta un proceso que resulta irreconciliable con las posturas cerriles de nuestra élite gobernante.
No sería muy inteligente un servicio de inteligencia que creyera que ahora sí son ciertas y útiles unas pruebas que en ocho años sirvieron nada más que para despistar. Claro que no. A pocos días del anhelado adiós presidencial, es la inteligencia puesta al servicio del fin político y la brutalidad.
Ese es el peligro: llevar al país a las puertas de una confrontación militar con un país próximo, y agudizar la problemática de colombianos y venezolanos que no tienen fronteras porque las habitan. Y todo, en el mejor de los casos, a partir de internacionalizar y judicializar unas relaciones de manera precipitada, o, en lo más creíble, en una cabeza fría que atiende a un intrínseco y dañino afán camorrista.
Y entonces, sostienen los medios, el país cierra filas en torno al presidente saliente. ¿El país? No, desde luego que no. Son apenas unos árboles robustos que no dejan ver el bosque.
Luis Carlos Villegas, Presidente de la Asociación Nacional de Empresarios de Colombia (ANDI), dice que «el gobierno del presidente Uribe, hasta el 7 de agosto, tendrá todo el apoyo del sector privado en las acciones que ha querido adelantar ante la Organización de Estados Americanos, y el nuevo gobierno del presidente Santos también tendrá todo nuestro apoyo si considera que hay que darle nuevas orientaciones a esa relación con Venezuela».
Es decir, apoyo porque sí y porque no, apoyo a Álvaro y a Juan, o todo lo contrario. ¿Y cómo no? Si es la ANDI, que no queda ni en Cúcuta ni en Maicao, que agrupa a los grandísimos empresarios de Bogotá, Medellín, Cali o por aquí cerca, y a lo más pudiente de sectores como el industrial, el financiero, el agroindustrial, de alimentos, comercial o de servicios, como ellos mismo lo indican.
O Guillermo Fernández de Soto, Canciller durante el gobierno de Andrés Pastrana, quien ha hecho parte del servicio diplomático del gobierno Uribe y actúa como Presidente del Comité Jurídico Interamericano de la OEA, Y que funge como analista equilibrado e independiente en RCN, en un descaro personal sólo equiparable a la desvergüenza constante de que hace gala el propio canal.
O Alejandro Ordóñez, el Procurador de faltriquera de Uribe, que llama a «rodear al presidente en estas épocas duras», a «demostrar que hay unidad y fortaleza y que…». Bueno, qué importancia va a tener lo que resta del necio rezo del Absolvedor oficial.
Y estas perlas de Luis Guillermo Plata, el ministro de Comercio, Industria y Turismo: «Es más importante la dignidad que el comercio. Al final del día, habremos ganado». Como si fuera digno para un ministro de tales ramos ser tan sapo, y, asimismo, desconocer a la ligera la magnitud de la crisis imperante, no desde ahora, sino desde hace años: desde mucho antes de que él fuera ministro, cuando ya saltaba matojos en Proexport por similares razones.
Para no seguir, dícese: el país entero: los grandes empresarios, unos cuantos políticos proficientes, varios adalides gazmoños, algunos analistas tributarios, los ricos bien habidos y los riquísimos no tanto, y, claro, también las huestes de necesitados que confunde ese nefasto flautista de Hamelin que son los medios.
Mientras, Venezuela cierra fronteras o habla de hacerlo; mueve ejército y tanques, o habla de hacerlo, y los funcionarios del gobierno colombiano hablan entonces de seso y juicio, ante todo. Los que, minutos antes, si los hubo nunca fueron, y, si lo fueron, jamás se usaron.
Jorge Bermúdez, desde Perú, dice que en el combate al terrorismo hay que «ser firme y prudente». Un mal chiste del chispeante canciller.
Y César Mauricio Velásquez, Secretario de Prensa de Presidencia, poniendo su mejor cara de cura, indica a los periodistas que, de parte de Colombia, «siempre habrá fraternidad». Un buen chiste del manso cleriguito.
Y la verdad que acontece paralela, ni por suerte, los medios la mencionan. Y en tanto que se le dan vueltas y revueltas al asuntillo de marras, el país real que desaparece: en Barrancabermeja, la marcha. Siete mil personas conmemoraron el Bicentenario de los pueblos del nororiente colombiano, en el más absoluto y descarado mutismo nacional.
Vecinos de La Macarena (al sur de Colombia) denuncian que existe una fosa común con restos de centenares de personas, cerca de un batallón del Ejército, un día después de que la Cancillería indicara que, según investigaciones de la Fiscalía, no existen señales de su existencia. Como señala la agencia EFE, «los pobladores hablaron ante un grupo de congresistas de oposición y miembros del cuerpo diplomático, que viajaron a La Macarena para conocer estas denuncias, en una audiencia pública».
Se trataría de la fosa común más grande hallada no sólo en Colombia, sino en América Latina. Un reporte de la Procuraduría habla de que dos mil personas estarían enterradas. Otras versiones hablan de cuatrocientas. En cualquier caso, cifras aberrantes.
Colombia, entre los seis países con mayor desigualdad en el mundo. La situación es de tal magnitud que el país figura entre los de peor distribución del ingreso en el mundo, sólo superado en América Latina y el Caribe por Brasil, Ecuador, Haití y Bolivia.
Al mismo tiempo, el ex director de inteligencia del DAS, Fernando Alonso Tabares, sostiene que Bernardo Moreno, Secretario General de la Presidencia, le manifestó el «interés» del presidente Uribe para que el DAS lo mantuviera informado sobre «cuatro temas específicos»: Corte Suprema de Justicia, Gustavo Petro, Piedad Córdoba y Daniel Coronell, director de Noticias Uno, dándole continuidad a lo que se venía haciendo con anterioridad a los magistrados y a los senadores Petro y Córdoba.
Tabares involucró de manera directa a funcionarios de la Casa de Nariño y el DAS en los casos «Job» y «Tasmania», en reuniones efectuadas en la propia casa presidencial, para afectar al magistrado Iván Velásquez, entre 2007 y 2008. Señaló la infiltración a la Corte Suprema de Justicia, con el fin de desprestigiar a la institución, y se refirió a una reunión en la Casa de Nariño, para hacerle seguimiento a la relación de Ascencio Reyes con los magistrados de la Corte, en la que estuvieron presente Bernardo Moreno, y los ex asesores Jorge Mario Eastman y José Obdulio Gaviria, con el mismo propósito de desprestigiar a la Corte.
Eso no es todo. Tabares también se refirió a la orden de realizar unas diligencias en unas notarías contra Ramiro Bejarano, abogado del magistrado Valencia Copete, «en cumplimiento de instrucciones de la Casa de Nariño, con el fin de apoyar la labor que realizaban los abogados defensores del señor Presidente de la República». Y habló del montaje para vincular a la ex congresista Yidis Medina con la guerrilla del ELN, ante la entrevista concedida por ésta al periodista Daniel Coronell, en la que acusa al gobierno de Uribe de soborno y tráfico de influencias para conseguir la reelección presidencial.
Y nada de esto en ninguna parte. La pamplinas aquí y acullá lo acallaron todo. Hasta la vana bulla del Bicentenario se hizo notar.
El 20 de julio de 1810 ocurrió un montaje a la criolla, una especie de «falso positivo» llevado a cabo por conjurados locales bogotanos, en la que todo estaba premeditado para armar una gresca con el español José González Llorente y armar el acabose. Los criollos pudieron hacer parte de la Junta Suprema de Gobierno, pero el presidente sería el mismo Virrey Amar y Borbón. En realidad nunca se trató de «abdicar los derechos imprescriptibles de la soberanía del pueblo a otra persona que a la de su augusto y desgraciado Monarca don Fernando VII».
200 años después, la historia se repite, ahora como comedia, en el seno del Consejo Permanente de la OEA, y, ojalá los hados no lo permitan, podría darse en otras instancia internacionales, como la Corte Penal Internacional, según las amenazas ya lanzadas al desgaire:
Un simple aullido mediático, que no nos independiza de nada ni de nadie, ni nos otorga el menor decoro, sino que, por el contrario, ratifica la dependencia y el vasallaje al imperio de los Estados Unidos. Pues de verdad que acá tampoco se trata de «abdicar los derechos imprescriptibles de la soberanía del pueblo a otra persona que a la de su augusto y desgraciado Monarca don Barak Obama y los halcones».
Y al bum del último volador en la conmemoración del Bicentenario, entre revistas militares y televisivas y desconciertos musicales, el ton ni son del discurso de Uribe sobre los logros obtenidos durante ocho años de mandato, y el infaltable alfilerazo contra Venezuela: «para hablar sinceramente de hermandad, no puede haber criminales de por medio».
Y al fin, plenamente de acuerdo, señor Presidente: Por eso, nada más que por eso, es que habrá que esperar hasta el próximo 8 de agosto. Para que el nuevo gobierno, que a tantos embelecos suyos les dará continuidad, por los menos vea que puede hacer algo distinto en cuanto a la relación de Colombia con la hermana República Bolivariana de Venezuela.
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