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¿Por qué Chile es el décimo país más desigual?

Fuentes: Rebelión

Como el mundo actual está muy lejos de ser el mejor de los posibles, la mitad de la población planetaria (alrededor de 3 mil millones de personas) sobrevive con menos de dos dólares diarios (1.060 pesos); y mil 200 millones, lo hacen con menos de un dólar (530 pesos). Hace décadas que la humanidad está […]

Como el mundo actual está muy lejos de ser el mejor de los posibles, la mitad de la población planetaria (alrededor de 3 mil millones de personas) sobrevive con menos de dos dólares diarios (1.060 pesos); y mil 200 millones, lo hacen con menos de un dólar (530 pesos).

Hace décadas que la humanidad está en condiciones de alimentarse adecuadamente. Sin embargo, 30 mil personas, niños y adultos, mueren de hambre o de enfermedades curables al día. En las regiones más pobres de La Tierra, fallecen 500 mil mujeres al año durante la gestación, y en el mismo lapso, 9 millones de niños sucumben antes de cumplir los cinco años.

51 de las 100 entidades económicas más poderosas del globo son corporaciones multinacionales; las 49 restantes son Estados. Asimismo, los intereses estratégicos de las transnacionales y los Estados están entramados sanguíneamente. En el mismo sentido, apenas 100 individuos concentran tanto dinero como la mitad del orbe. De acuerdo a un estudio de la Organización de las Naciones Unidas, hoy el 1 % más rico posee el 40 % de la riqueza del mundo, en tanto el 10 % concentra el 85 %.

Conforme a una investigación realizada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sobre 52 naciones del mundo, de las 15 más inequitativas socialmente, 10 están en Latinoamérica, y Chile es el quinto país más desigual, luego de Brasil, Ecuador, Haití y Bolivia. El método que se emplea está ligado al indicador que resulta del coeficiente Gini, un número que se mueve entre 0 y 1, donde 0 es la igualdad perfecta y 1, lo contrario. Chile ostenta un 0,55, la misma cifra que reveló la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen) 2009, y eso que el PNUD empleó datos de hace 5 y 10 años atrás.

PRIMERO AUMENTARON LOS POBRES

Hace casi un mes, la estatal encuesta Casen 2009 (que no considera los efectos del terremoto de febrero de 2010), señaló que la pobreza en Chile habría aumentado de un 13,7 a un 15,1 %, entre 2006 y 2009. Sin embargo, esos porcentajes se basan sobre una canasta que corresponde a 1987, es decir, a hábitos de consumo de más de 20 años atrás. Tan grosero es el fraude de las cifras de Piñera -cuyo método también empleó convenientemente la Concertación- que Felipe Larraín el 2007, cuando todavía no pensaba ser ministro de Hacienda, refutó los números de la miseria del gobierno de Bachelet. En la ocasión, frente al supuesto 13,9 % de pobreza que anunció triunfalmente la ex mandataria, Larraín hace tres años afirmó que el porcentaje en realidad bordeaba el 30 % (más de 4 millones de personas bajo la manipulada «línea de la pobreza»). Empero, ahora que Felipe Larraín es autoridad, cierra la boca, mientras su jefe ocupa la misma metodología caduca que usó la Concertación.
Ahora bien, tanto si se utiliza la metodología norteamericana, como la europea, la llamada «línea de la pobreza» se amplifica entre un 40 a un 60 %. Y de acuerdo a una investigación realizada por el economista Marcel Claude, sobre la base de una canasta más realista que la utilizada por la Casen, la pobreza en el país llega al 90 % de la gente.

EL TURNO DE LA INEQUIDAD ABISMAL

El lunes 27 de julio, como si fuera un dato de otro mundo, el ministro de Planificación y Desarrollo, Felipe Kast, notificó que la misma encuesta Casen 2009 habría arrojado un estruendoso aumento de la inequidad social en Chile respecto de 2006. En la ocasión, el ministro explicó que «los resultados indican un quiebre en la tendencia hacia una menor desigualdad en la distribución de los ingresos desde el 2000». Como era de esperar, el gobierno de Piñera culpó a la administración Bachelet del abismo social que existe entre la población, y Bachelet se excusó malamente, asegurando que «Sin las decisiones que se tomaron (en mi mandato), la pobreza hubiera sido mayor».
Lo cierto es que mientras en el 2006 el 10% más rico tenía un ingreso 53 veces superior al 10% más pobre, esa distancia hacia el 2009 se empinó a 79 veces, es decir, un aumento sideral del 50% en la desigualdad entre los extremos medidos. Ello, pese a que el 10% más rico incluye a muchas personas que deben intentar arribar a fin de mes con 400 mil pesos (769 dólares), según la Casen de 2006.

Pero eso no es todo. Al interior del propio 10% más rico (décimo decil) hay una desigualdad tan manifiesta, que es precisamente en ese tramo donde se ofrecen las mayores diferencias de ingreso. Para el 2006, mientras la disparidad entre los que ganaban más dentro del 90% más precario de los chilenos (los primeros 9 deciles) y el promedio de ingresos de esos grupos era de 1,25 veces; en el 10% más rico la desemejanza alcanzaba la friolera de 36 veces.

En buenas cuentas, la concentración del ingreso estaba en el límite superior del denominado 10% más rico. Es allí donde se produjo el mayor crecimiento del ingreso el 2006.

CIFRAS INIMAGINABLES

Desafortunada o premeditadamente, ahora el gobierno no dio la información sobre los ingresos mínimos y máximos para el 2009, por lo que no resulta sencillo establecer la tendencia que muestra la desigualdad en Chile en términos más detallados. Sin embargo, es dable suponer que las distancias entre los máximos ingresos y los promedios de 2006 se repitieron el 2009, y considerar de forma fehaciente el aumento del ingreso del 10% más rico entre el 2006 y el 2009 (14%), así como la reducción del ingreso del 10 % más pobre (que se derrumbó un 24%). Entonces se puede afirmar -incluso subestimando los datos-, el engrosamiento de la desigualdad entre los máximos ingresos de los más ricos y los máximos ingresos de los más pobres. Si el 2006, el que más ganaba de los ricos enseñaba un ingreso mensual de 32 millones de pesos (61 mil 500 dólares), el menos pobre de entre los pobres recibía un ingreso de 33 mil pesos (63 dólares), lo que revela una diferencia de 97.600 % en ese momento.

¿Qué ocurre el 2009? Si se toma el máximo ingreso de los más ricos el 2009, se observa una cifra de 47 millones de pesos mensuales (90 mil 400 dólares) y para los más pobres, el mayor ingreso sería de 22 mil pesos (42 dólares al mes). Esto es, la brecha entre el ingreso máximo del 10% más rico versus el ingreso máximo del 10% más pobre se habría encumbrado -por lo bajo- a 2 mil doscientas veces, es decir, una diferencia de 220.000%.

En tanto la diferencia entre el 10% más rico -que incluye a sectores medios- y el 10% más pobre creció en un 50%, la desigualdad entre el ingreso de los más ricos de entre los ricos y del 10% más pobre se disparó nada menos que en un 124%.

Como si no fuera suficiente, las políticas sociales de los últimos años -«orgullo» de exportación de la Concertación- no sólo han sido inútiles a la hora de reducir la pobreza y la desigualdad, sino que, además, redujeron la capacidad de los pobres de generar su propio ingreso, pues mientras en el 2006 eran capaces de ganar por sí mismos 20 mil pesos hoy ni siquiera llegan a los 15 mil pesos

LAS RAZONES DE LA FRACTURA SOCIAL

Para el economista y académico Claudio Lara, «Los resultados de la encuesta Casen, además de poner en vitrina el aumento de los niveles de pobreza y el crecimiento de la desigualdad social, dieron una verdadera bofetada no sólo a la política social del gobierno anterior, sino sobre todo al modelo económico que ha imperado en el país durante los últimos 35 años», y agrega que «Estamos frente a un sistema que, por un lado, genera a los grandes empresarios que operan en el país gigantescas rentabilidades en plena crisis, y que, por otro lado, ofrece un ‘mercado laboral’ con escasa capacidad de crear empleo para la mayoría de los trabajadores. Ello se expresa en la persistencia de altos niveles de cesantía, y cuando se llega a crear trabajo, es en gran parte ‘empleo indecente’ (precarizado y esporádico). En rigor, a la hora de discutir sobre distribución del ingreso, hay que comenzar por analizar la distribución entre salarios y rentabilidades empresariales».

Patricio Guzmán S., también economista y académico, explica que la Casen «demostró que no todos se han ajustado el cinturón durante la crisis económica en curso, pues las familias del decil más rico vieron crecer sus ingresos desde la encuesta anterior de manera más que importante, mientras los más pobres empeoraron. De esta manera, una vez más tenemos evidencias de una relación entre pobreza absoluta y desigual distribución de la riqueza en el país. Cosa que el titular del Mideplan, pasa por alto, aferrado al dogma neoliberal que dicta que las políticas públicas deben focalizarse en la pobreza extrema y no en el problema de la extrema desigualdad de la distribución de los ingresos».

Por su parte, el especialista en economía en el ámbito del trabajo y las estadísticas, Rafael Agacino, indica que existe una relación estrecha entre, por un lado, la pobreza, y por otro, el mundo del trabajo y la «fragmentación productiva» (una forma de organización /encadenamiento de la producción de bienes y servicios que liga a las grandes empresas con las medianas, pequeñas y micro empresas e incluso con los trabajadores a domicilio). Asimismo, Agacino asegura que «a diferencia de países en los cuales hay una gran masa de población rural y/o indígena, en Chile un segmento importante de pobres no debe su condición a estar «excluido» de la actividad económica sino por el contrario, por estarlo, pero bajo condiciones de precariedad».

Es más, Rafael Agacino declara que en el país, la conexión entre la dinámica del crecimiento (o decrecimiento) y la pobreza, mediada por un mundo del trabajo flexible y por una organización industrial que masifica la externalización como mecanismo de ajuste, «no garantiza a quienes salen de la pobreza – por ejemplo en un ciclo ascendente- que esta situación sea perdurable e implique movilidad social ascendente de largo plazo. Por ello, cada vez que el ciclo va a la baja, inmediatamente – casi como piloto automático- se deja a sentir en los ingresos de los trabajadores, especialmente en aquel sector «desprotegido» o flexibilizado.

Es decir, sea por los despedidos «fáciles» (trabajos temporales o parciales) o por ajustes instantáneos a la baja de los salarios (por la vía de la parte variable de los salarios), o sea porque las grandes empresas dejan de comprar, retrasan pagos o rebajan los precios a la red de pymes, micro y/o trabajadores a domicilio, finalmente el ajuste lo paga la fuerza de trabajo con rebajas en sus salarios o desempleo, o ambas cosas, afectando sus ingresos autónomos (sin subvenciones). Esto explica porqué la pobreza el 2009, frente a una fuerte caída de PIB (valor monetario total de la producción corriente de bienes y servicios de un país durante un período de tiempo de normalmente un año) de 1,7%, debía aumentar. Y así fue, a pesar del esfuerzo en el gasto fiscal que desplegó el gobierno de Bachelet».

Pero también la sociedad entre crecimiento y desigualdad queda mediada por los mismos factores. Nuevamente un mundo del trabajo flexible y la fragmentación productiva, bajo la manera chilena, «precaria y depredadora, puede hacer que incluso en ciclos de crecimiento, no mejore la distribución del ingreso. Así fue durante el largo período de los gobiernos de la Concertación que, salvo los años 1999 y 2009, siempre mantuvo tasas de crecimiento positivas del PIB, incluso en la década de los noventa con una tasa media anual en torno al 7%», añade Agacino y completa que «Lo anterior se hace más evidente cuando se revisa la distribución «funcional» del ingreso (el reparto del PIB entre capital y trabajo) que viene de los datos de Cuentas Nacionales, o de una manera mas indirecta, a través de la distribución de los «ingresos autónomos» – es decir, excluido el gasto fiscal social que luego se suma a los ingreso familiares- que entrega la Casen.

En uno u otro caso, la medición recoge un resultado más cercano a las relaciones de fuerza que se dan en el mundo del trabajo, y es claro que en las condiciones actuales, se sabe cuál es el eslabón más débil. Así, el mundo del trabajo y la fragmentación productiva bajo las formas de la subcontratación y encadenamientos, tienden a transformarse en mecanismos de reproducción de la pobreza para un gran contingente de trabajadores «desprotegidos» que entran, salen y vuelven a entrar cíclicamente al ‘mercado del trabajo’, y en general es un mecanismo reproductor o amplificador de la desigualdad. Es claro que «la crisis no la pagaron los patrones». Y esto no es producto de una maldición mística, sino el resultado directo de nuestra debilidad para cambiar la correlación de fuerzas en nuestros lugares de trabajo y para hacer valer la voz de los trabajadores en los espacios en que se deciden las políticas económicas y las reglas de este modelo implantado por la dictadura y legitimado por la Concertación.»